Espiado (XXX Microrrelato Paranoico)

Big Brother 2Escribe José Borges

Cada vez que uso la tarjeta de crédito, les digo dónde he estado (uso efectivo en El Boricua; no quiero ser terrorista). Saco dinero de la ATH y me ven el rostro (lejos de Lares el 23; no quiero ser radical). Compro por Amazon y les digo mis gustos literarios (nada radical; no quiero ser insurgente). Alquilo por Netflix y saben qué veo (sólo las de Hollywood; no quiero ser liberal). Uso la Pueblo Card y les informo mis hábitos nutricionales (papitas, Coca-Cola; no quiero nadar contra la corriente). Con la tarjeta de las farmacias El Amal pueden saber de qué padezco (nada de condones, ni lubricantes; no quiero ser aberrante sexual). Uso gorra, gafas y abrigo; para que no me reconozca el que vea el filme de las cámaras. No saludo a los vecinos; no quiero que sepan quién soy. Me comporto en mi habitación; no sé quién pueda observar, escuchar… averiguar. Me acuesto y, en la oscuridad, me voy al único lugar donde nadie me puede espiar; mi mente, mi imaginación. Al menos, por ahora.

Sueño marroquí a colores blanco y negro (XXIX Microrrelato Paranoico)

te arte redes com nocturamaEscribe el Ciudadanoem

despierto a media noche y noto la cremallera rozándome lo que se supone encierre. la bebida marroquí destronó mi vida, mis sueños. siento en la cama a un ser a quien no conozco. pienso en que no tengo plan médico para curar la pena que me da la oportunidad de sufrir esa enfermedad a la que todos temen. marruecos sólo me ha traído tristeza. marruecos ha destrozado mi vida. ¿qué le diré a mis hijos? ¡hay san goytisolo! mejor me acabo sin que ellos sepan.

Casi me tienen (XXVIII Microrrelato Paranoico)

psychedelicEscribe Ramón Hernández

Al fin puedo sentarme a escribirlo ahora que el televisor se burla de mí igual que los periódicos en el supermercado, ahora que el televisor tiene camisa nueva. Las señoras se persignan al verme pasar. Y las mas jóvenes bailan con la música de sus clítoris eternos sintiendo mi recuerdo entre sus piernas. Definitivamente me persiguen, ya no sé dónde meterme. Si salgo me siguen, si no salgo me vigilan. Me cuentan los pasos, me huelen las toallas, secuestran mis navajas ya usadas, aparecen limpios los cristales de mi auto y de mis espejuelos. He decidido no usarlos. Me obligan a ver nublado como si el azul del cielo se hubiese apoderado del día, como si el mar me comiera la vista. Se ven reflejados en mis zapatos y cuando miro desaparecen como moscas sicodélicas. Me hacen muecas en los ascensores, le rozan las nalgas a mi esposa, desaparecen misteriosamente mi estetoscopio y mis bolígrafos. Me persiguen, los veo en los escaparates y en las botellas de vino. Mis ojos claros están más oscuros cada día, me odian los abogados y los jueces y los atardeceres rojos de esta isla. Me persiguen en los aeropuertos los metales y las luces, me retratan desde los semáforos, me quisieran ver convertido en un renegado, pero la historia baja y sube como la bolsa de valores, los veo noche a noche en los espejos de mi existencia. Quisieran dinamitar mi consciencia, por eso tengo que recordar mis mentiras con más fuerza para no despeinarme. Los tribunales nunca callan y tampoco descansan, como los tiburones. Quisieran verme encadenado como a Colón, me quieren destruir desde sus cámaras secretas, desde sus apetitosas frutas, tomo y suelto la mano de mi esposa como se toma una cruz o un préstamo. Me rompen la rutina, sigo perdiendo contra la música del tiempo y los helicópteros vistos desde abajo. Me quieren duplicar en una celda, me quieren clonar y que al irme otro igual venga otro a sustituirme, pero yo me niego a entregarles mi esqueleto, mi polvo, mi reloj y mi retiro. Usan rayos ultravioleta para volverme antimateria. Oigo sus pasos, están cerca, el talentoso fiscal con sus fieras, casi me tienen, casi me tienen… no saben que tengo un microrrelato entre las piernas.

Paisaje absorbente (XXVII Microrrelato Paranoico)

barranquitasEscribe Alejandro Cirilo

Y el domingo después de todo, se encontró parado en la plaza de Barranquitas a las 11 de la mañana. Cuando se dió cuenta de que lo había borrado todo, no prestó atención a ese detalle. Detenido y completamente sobrio, comenzó lo que pensó sería el viaje hacia el resto de su vida. Horas después, cuando no reconoció el sitio en que caminaba y pensó de que ya no era su realidad ni ninguna otra que pudiese comprender, entonces se activaron en automático sus pánicos preparándose para algo que sólo tendría como fin herir a su persona. Desde que supo que tenía que caminar para no quedarse en el mismo sitio decidió seguir caminando pero esta vez cargando en la espalda todos sus pesados terrores.

-“Pude caminar hasta el cansancio, pero antes del cansancio ya no me veía. Luché tanto, pero sin saberlo ya el paisaje me había absorbido”.

Foto del Municipio de Barranquitas, 1941.

Fragmento del libro de mi abuela (XXVI Microrrelato Paranoico)

nino colgadoEscribe Isabel Batteria

Terminada la sesión, regresan por el pasillo oscuro. Pérez llama a un ayudante y le ordena con tono serio y autoritario: “Tráeme la soga”. Luego te pregunta:

–¿A ti te han dicho que nosotros colgamos a la gente desde la azotea?

–No, nunca oí nada de eso.

–Vamos a la azotea.

Cuando empieza a subir, aparece el otro con una soguita de dos pies de largo. Pérez se pone a jugar con ella. Le dice al otro “Llévatela a su celda”.

Ilustración JJFEZ.

Miedo (XXV Microrrelato Paranoico)

miedoEscribe Gabriela González Izquierdo

Comenzó mordiéndose la uña del dedo pulgar izquierdo. Poco a poco y a paso seguido llegó al índice, al corazón, al anular y al meñique: Mano izquierda primero; derecha después. Era inevitable que al final, y sobre todo en esta oscuridad, se confundieran las uñas con dedos y los dedos con brazos, más que nada por el miedo, mayormente por el miedo, solamente por el miedo que al fin y al cabo duele más que el dolor.

O él o yo (XXIV Microrrelato Paranoico)

pathfindersEscribe Ana María Fuster Lavín

Lo odio. Siempre está ahí, me acecha todo el tiempo y es que una vez traté de darle con un mazo de pilón, pero él por poco me mata del dolor. Es un mal matrimonio, su promiscuidad y hostigamiento me están enloqueciendo. He vivido con él los mayores placeres, también las vergüenzas. Siempre está ahí dispuesto a joderme, a hacerme quedar mal. Siempre parado, hostigándome. Como aquel día que traté de ligar con la vecina, la invité a salir, rápido él interpuso, ella me dijo “Tomás, mi vida está muy complicada, tengo demasiados compromisos”, puta mentira, sé que fue su culpa; o cuando invité a Rita, aquella de las caderas salvajes, fuimos al cine, y lo que hizo fue acariciarlo a él, frente a mis narices, la cabrona al día siguiente me regaló una corbata, yo, ofendido, claro está, le pregunté que si pa’ mí o pa él. Rita me miró, lo miró, por supuesto que estaba como siempre, paradito, pa que lo vieran a él siempre antes que al pendejo de Tomás, a mí me dijo que era un pendejo, que lo único bueno que tengo es a él, que debería estar contento con eso y cerrar la boca, encima me dijo que siempre tengo un tufo insoportable, doctor no puedo más, así me ha pasado con todas las jevas desde los diecisiete años, ¿cómo que es un simple caso de priapismo? ¿inflamación, medicamentos? O no, no doctor, quiero algo drástico, quiero el divorcio de mi pene, no lo soporto más, o él o yo…

La autora postea en su blog: Bocetos de una ciudad silente

Los dientes del perro (XXIII Microrrelato paranoico)

dog biteEscribe Samuel L. Medina
Miguel intentó sacárselo del cuello, pero sus once años no le fueron suficientes para escaparse. El sudor tampoco le permitió un mejor agarre en la piel del animal. Sólo pudo, de vez en cuando, declinar la cabeza para los lados. Desafortunadamente, esto facilitaba aún más la penetración de los colmillos; le llegaron hasta la garganta.

El acto continuó. El animal de boca babosa restregó su espuma en la cara del diminuto. Miguel la tragó, escupió sangre y sintió miedo. No fue al instante, que se oyeron las campanas de la iglesia. Asustado por la profunda resonancia, el predador huyó; y con el cuerpo carcomido, Miguel, acompañó la melodía con un grito parsimonioso.

Más tarde, en la misa de noche, Padre Tomás le puso las cadenas al perro.

El autor postea en su blog: Perspectivas Inciertas

Boom (XXII Microrrelato Paranoico)

bombasEscribe Sergio Gutiérrez Negrón

El cinturón cargado de dinamita le apretaba. Desde que estacionó el automóvil, el guardia de palito lo miraba de reojo. Él, no sabiendo que hacer, le sonrió y lo saludó levantando su mano.

La razón por la cual apagó su carro la desconocía; no planeaba regresar a él. Tal vez fue la costumbre, tal vez fue la fidelidad que le ataba a aquel viejo Celica del ’79 que jamás lo había defraudado.

Ignoró la mirada del guardia, que le quemaba la nuca—ahora junto a un coro de observadores que parecían ver en él una amenaza. ¿Eran tan transparentes sus intenciones?

Continúa, continúa, se susurró a si mismo, y continuó hacia los interiores de la escuela.

El pedacito de metal que aguantaba en su mano izquierda latía.

–Ey, ey. ¿A dónde va, señor?—

Se detuvo. Intentó detener todo su sistema en ese momento, temiendo que el tamboreo de su corazón activara las toneladas de TNT que tenía encima.
Miró a la secretaria, y trinco, contestó.

–Voy a llevarle dinero a mi hija, Rosamarie Benitez.—

Viendo que no presentaron objeciones, continuó hasta el salón que buscaba. Todos los ojos cayeron en él. Sintió las palmas de sus manos bañándas en sudor. Forzó una sonrisa, y caminó hacia su hija.

–Hola, mi amor— Dijo, y apretó el botón.

El autor postea en su blog: Cuentos Sugar Free.

Miradas (XXI Microrrelato Paranoico)

Kadish  The lonely man Escribe Gabino Iglesias

Todas las tardes en el mismo sitio. No es sólo uno, son todos. Una interminable colección de pupilas epilépticas que me acosan, me persiguen, hurgan mi pensamiento y juzgan mis acciones. El tecato de la esquina me mira como si yo no supiera que me espía. Juro que oigo los amarillos callos de sus pies descalzos mientras se cocinan encima de la brea caliente: sé que anda descalzo sólo para joderme. El señor gordito ese del café con la sonrisa socarrona que me mira todas las mañanas cuando compro mi desayuno es desesperante. El policía que me mira mal desde su intocable patrulla me clava su prepotencia salada en el trasero del alma. MI jefe revisa todo lo que hago con la peor de las malas leches Los que llaman a mi celular bloqueado y cuelgan son cobardes que me exasperan. Sé lo que piensan todos ellos, y ellos lo saben, saben lo que pienso y por eso me miran así. No me hablan pero siento sus miradas como viscosos insectos sobre mi piel. Tengo algo guardado para todos ellos. Llego a casa y me acosan las sombras, los sonidos, las pocas fotos que quedan en las paredes que me miran. Tras la putrefacción colorida del enfermo crepúsculo de turno me reconozco nuevamente víctima de la carne insomne y me aferro al bien venido silencio de las noches. Busco la forma de inyectarme la soledad y no encuentro jeringuilla mientras peleo con el demonio que sale del vaho del cristal por el que miro la calle de abajo, esperando que lleguen a buscarme finalmente. El saber que saben me resquebraja pero no me rendiré, no me quitarán las palabras, no me harán desaparecer. He sido ignorado más veces de las que puedo recordar. Ahora me revuelcan las entrañas con un palito y quieren saber quién soy, beberse mi angustia, entenderme, robarme hasta la lluvia… no me atraparán vivo.