Dos poemas de flamenco, por Carlos Almonte

Flamenco euS  Portada

Alguien muere a algunos metros
Escribe: Carlos Almonte

Cuando el cuerpo se llena de alegría,
se mueve y se estremece
-El Espíritu de los Vociferantes

Sin la urgencia del recuerdo.

No ve,
ni escucha,
ni respira,
ni huele

el áspero aire de la eterna planicie.

***

Azul
Escribe: Carlos Almonte

Levitando en utopías circulares:

Yo me acuesto
y me duermo,
y me despierto tranquilo
porque el Señor me sostiene.

Mientras,
los insomnes, muertos y blasfemos,
plasman señas desde el único aerolito perceptible.

Extiendo los matices de un recuerdo cristalino,
y sueño con ser sol: oscuro, humagante.

El espejo no responde
al implacable azul de Decepción.

Ambos poemas en “Flamenco es un sueño”, La Calabaza del Diablo, 2008

Yes We Can: Otro poema de Guanina

Michelle 1 

Escribe Guanina

Especial para Estruendomudo

Yes We Can

Anoche me masturbé pensando en Obama
Y Michelle estaba mirando
Ella es tan cool que no le importaba
y me decía: “Yes we can”
A Barack le olía la boca a Marlboro Lights
Y pensé en cómo conseguir ser interna a lo Monica Lewinsky
Pa’ comprarle los garets a Obama
Tengo un crush con Obama
Como la tipa de You Tube
Y pienso que el tipo le devolvió el coolness a los gringos
Y ya no les quiero decir gringos
Y me dan ganas de ir a Walgreens a comprar chucherías
Y agarro una canasta
Y empiezo a meter cosas que no necesito
Porque Obama ganó y estoy contenta
Contenta a mi forma
Con pesadez
Pez a des
Pez, peces, pes-cera, pescadores, pecadores, pecadores…
Y quiero pecar con Obama
Y Michelle Obama me dice bajito: “Yes we can”
Y quiero que se calle porque estaba a punto de caramelo
Y entonces empiezo a pensar que soy Marilyn Monroe
Que salgo de un bizcocho
Y le canto Happy Birthday Mr. President
Ahí Obama me enseña sus calzoncillos de Poker
Y dicen “Yes we can”
Y vuelvo a estar a punto de caramelo con Mr. President Obama
Pero no puedo
Por más que tengo el fucking yes we can dándome cantazos en la chola
Y me pregunto de dónde sale que le digan chola a la cabeza
Y siento que quiero volver a Walgreens
a comprar más mierdas de colores
Y me doy cuenta que ir a Walgreens
me la para un poco más que Obama
Y me doy cuenta que todo va a estar bien

Cuadernos de la Hermética III

whale fishing 

Cazador de ballenas

27 de agosto de 1977
 
¿El símbolo? Un gran incendio, un quemador al fin donde arrojáramos, junto con toda nuestra memoria, nuestros nombres, las cartas, las fotos, las pequeñas cosas, las llaves, los fetiches, etc. Y si no queda nada ¿Qué opinas? Espero tu respuesta.
-Jacques Derrida, La tarjeta postal: De Sócrates a Freud y más allá.

Escribe: Manuel Clavell Carrasquillo

Te busqué en los canales premium, y vine a dar con tu presencia enigmática en la proyección grabada de uno de los episodios del reality show de los ecologistas de Greenpeace que persiguen a los balleneros japoneses en las aguas australianas. Tu cara barbuda exudaba rabia, pero aún así atendías con cortesía las llamadas telefónicas de los distinguidos miembros de la prensa que comenzaron a entrar por las líneas tan pronto el Raimbow Warrior cruzó la jurisdicción marítima prohibida. Le explicabas a la cámara que dicho trato era necesario debido a que cualquier acción revolucionaria en el siglo XXI requería primeras planas y alarmas de breaking news en los principales telediarios mundiales. Acababan de asaltar un barco ballenero de los malditos enanos japoneses con gusto inescrupuloso por la carne de cetáceo en peligro de extinción y uno de sus compañeros había sido secuestrado. Más tarde, el compañero de fragata fue arrestado por las autoridades de la nación del sol poniente, amordazado y sometido a la obediencia; casi, a punto, desaparecido. Lo acusaban de cargos graves: piratería en mar abierta. Ustedes estaban cantando victoria contra los salvajes con paladares adictos al sushi, pues habían logrado detener la cacería por unas horas. Sin embargo, ya extrañaban a Peter, pero era la división legal de la corporación sin fines de lucro la que iba a comparecer en los tribunales. Ustedes debían continuar David contra Goliath en plena lucha oceánica. De repente, se me hizo evidente nuestra distancia. Los ojos se me llenaron de lágrimas bobas al recordar nuestras últimas conversaciones por chat y nuestras últimas comunicaciones por carta. Algo se desrrasgó en mi memoria selectiva en relación contigo y en la forma en que me abrazabas por las noches después de chingar en la cama. Ya no podía imaginar tus palabras de fiesta y alegría permanente, ni tus susurros calientes. La función de contrarponero que te había asignado en nuestro cuento breve comenzó a desinflarse junto con el arresto de tu amigo. El inútil combate o Alexis, mi marino mercante hecho todo un Guevara quebrado de pies y manos, cristológico, alzaba vuelo como el albatros después de jartarse de mariscos vivos. Aquellos secretos compartidos en plazas públicas con niños y helados, aquellas caminatas habladas por los senderos de los monumentos romanos en ruinas, aquellos consuelos con marihuana hidropónica y sorbitos de vino blanco se difuminaban en la incertidumbre de las molestias: Alexis, querido, la verdad se me metía por la escotilla mohosa de nuestra historia fatula. “Nadie conoce a nadie”, una vez más, de tantas, me dije. Cambié de canal para olvidar el susto del vacío mutuo, una amistad en picada, un proceso de binivelación de las vainas propias contra las ajenas, cuatro mamadas sueltas y doce, exactamente doce conversaciones celulares memorables entraban en las olas enormes y frías del silencio. El mutis me llevó a un delirio que duró dos minutos, pasmado. ¿Quién eras? Traté de reconfortarme en tu mirada carnívora, traté de reconstruir el paso de tus ojos sobre mi cara estupefacta o tumefacta, ya no sabía la hora, ni los colores, todo era parte de una narrativa escrita sobre la piel y no enviada, una correspondencia ingenua y espontánea que no fue sellada ni enviada, aparentemente, un genocidio de complicidades forzadas por mi imaginario menos tu simbólico, una fogata que prendió azul al inicio, roja en el midterm del año pasado, amarilla en los intersticios de azufre y carbones mal encendidos de cobalto. Fueron tantos los malentendidos, las rabietas a solas, que las confrontaciones no se daban cual lo planificado. Tuve que deshilachar los libretos y romper las marionetas de ventrilocuismo. Acudí a ciertos espíritus chocarreros y a ciertas madamas octogenarias para que me dijeran tus coordenadas. Nadie sabía porque te encargaste de borrar tu pasado y esconder tu resumé en la última catacumba de los cristianos primitivos, huesos y cenizas, cajitas chinas, pergaminos chamuscados, velones a medio arder, un ardor en las costillas de Adán y en la nalga de Eva, total, las reliquias ortodoxas no me sirvieron de brújula para hallarte perdido porque no me autorizabas el trasteo. La contraseña. El password. No me quisiste a tu lado a la hora de los maitines ni en la salida del laberinto a pesar de que encontré las claves de embuste, pulsé los botones que me dictabas, pronuncié las palabras malagradecido, irracionalmente, malagradecido pero no tanto como los santos de la primera era del siglo uno, el primero en tocar las entrañas de los arúspices, el primero en hacer harina la galleta de la fortuna fabricada en serie para Taiwán y Río Piedras después de degustar unos pinchos de pollo en plena avenida universitaria con pique. La estrella, el meollo de la pendejá más brillosa, el cosmos latiente, un disparate fijado en las paredes con un clavo de acero inoxidable me guiaba hasta los mares infestados de sargazos de tus decisiones, un combate eterno, Alexis o el eterno combate de salir del clóset aquí y ahora, en pleno mar con las cámaras del reality enfocando el desfalco de tu preferencia alternativa, otra, evadida, sacudida, bromuro de sodio de la mía cloruro de potasio. No, no acepto los contraceptivos de tu negativa, ni los consuelos de tus reuniones de casino burgués, ni tus pinturas posteadas en Facebook. No quiero volver a caer en tus garras peludas con guille vegetariano, de peladora de papas andina. Quiero olvidar tus zarpazos profundos, los vendajes, las visitas a la sala de emergencia del hospital Ashford, y sustituirlos por otros predirigidos, por unos sobres lacrados derrideanos, fluidos, arbóreos, degustar el sabor del sometimiento a las órdenes de la casa flotante en la bahía bioluminiscente, el malestar de los animalitos metidos en el costado y en el ventrílocuo, una comunicación, otra, directa, que no parezca falsa, como todas las comunicaciones contigo, como todas las conversaciones contigo en las madrugadas después de las borracheras y en las autopistas sureñas desiertas de gente preocupada por el mejoramiento de la patria. En el McDonald’s a la derecha, solías decirme, y yo no podía con eso. Yo quería fondas con mangú y dos huevos fritos. Te quiero, mi amor, y yo no podía con eso. Eres el hombre más bello y yo no transaba, yo no podía con eso. Yo te espero, y era pura representación de cortesía, condescendencia, como todo lo demás, no había nada tras la espera, una historia de egoísmos puestos en pausa como en el vídeo, como en la serie de los balleneros que se resbalaban en el agua sobre la cubierta para detener a un barco pesquero enemigo, un deseo de comerse los cuerpos deshechos hasta el tuétano de las posibilidades lujuriosas, escamas, vísceras, nada, nada de nada. Muchas gracias por todo.

Cuadernos de la Hermétika II

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Hallar las claves. No saber dónde buscar. Compartir la noticia del secreto por ahí, teniendo claro que los interlocutores no se desperdician, pululan, se cantan pelaos. Seguir en una especie de piloto automático por la autopista del sur, debajo de la carretera vieja del otro sueño, de la otra cara del miedo a caminar con las muletas asignadas por el rey sol, el niño prodigio de la capital de Petionville, un colegialo de caserío, el sagrado párvulo de ébano con el mensaje de los muertos encintado en el espíritu hecho barro, embarrado de corazón a corazón como si fuese una comunicación digital entre el hambre tuya de ser amado y mi necesidad, la situación especial de todos los niños emocionados del vecindario, el cuento infantil con sacarina de la muerte de un cándido, de la ingenuidad de clase y de la ignorancia colectiva, un no rotundo y permanente ante la superintendencia que vigila las conversaciones entre los calvos y los enanos, el oído mayor del estado mayor, el cuerpo exterior del oído que no escucha, nada que escuchar; otro altoparlante en off.

Un recién nacido a la cuestión del ocultismo y las capas de tela, los lienzos y las planchas de acero sin pulir que caen soldadas unas contra las otras encima de /cierta incertidumbre/ (verdadera contradicción irresolucionable, inmasticable per se), un bebito castrado con un puñal de obsidiana cruda y herrumbrosa sobre un lecho hecho de sábanas negras -ahora llenas de sangre sacrificial bovina- de tafetán, en una habitación iluminada con velas anaranjadas y decorada con miramelindas de cartón dibujadas por él: un clóset bien grande a la salida de la depre, walking space para encerrar y olvidar el caminar arrumboso, olvidado: confirman en la comisaría, según los infórmenes, que el feto pensante estaba colocadito allí de pie.

Parálisis de la brisa, suspensión inmediata de la sopanda internacional (las metáforas del relato incoherente) y tren delantero sin cambio de aceite y filtro, un salto cualitativo de lo inmaterial a lo vegetal, un viaje puñetil de lo abortista a la política de proliferación de la fe, una punzada que es una sílaba, (ño), una palabra sucia que sopla desde ti con todo el golpe que recibo de tu aliento fétido, que proviene del hueco palpitante -es más, un silencio cruel lleno de sentidos confusos, un e-mail regado con junk vertido sobre el tintero de bytes, lanzado sobre el parque de pelota que es el field day de mi soledad hipotecada en mi escritura de compraventa con intereses pactados bajo el nivel de la usura más divertida, de mi estancia en el mundo apartado postal y activao, carajo, encuclillado sobre las sobras de los jugadores y los peloteros que ganan millones de dólares a costa de la pelota mayor de mi infierno soberano, chupando la hiel de la esperanza inútil contra la muerte del niño explotado de Petionville, restrellado contra las paredes de cal mal unidas en medio de la lección de francés elemental por la missis más culiapretada de la localidad. Fue traspasado por las vigas del madero de nuestro señor en las tumbas frías del Fondo (dice Fondo, puñeta) Monetario, gracias a la refrigeración nuyorkina provista por los cascos azules, debido también a la voladura de sesos que surge como manantial evangélico en medio del barrizal de mi consciencia vencida y requetevendida al mejor postor, ¿dónde? ¿Qué?.

Más tarde, el sol hecho cantos de fuego y semen derramados sobre el abismo de tu ausencia de mi falso poder sobre ti, vi el intento de suicidio por televisión: un performance de la derrota hacía mella en mi covachita interior llena de arañas pelúas con ADD. El gran autoconsuelo, te cuento ahora, fue que comí mientras observaba el destasajo por televisión. Corpus Cristi, Carmela, Sine Die. Mastiqué ensalada de quesos de cabras azules con peste a leche cortada por otra daga de obsidiana, leche ahora contaminada con la sangre del corderito de Petionville que me habita rajada en dos por dos gotas de limón sobre su piel blanca (es un decir, porque el negrito Melodía blanco no es), una leche amarga convertida en grumos asquerosos no triturables por los dientes molares por vía del camino natural en abierta competencia con el esplendor de las almas de Petionville envenenada, penitentes, peticionarios jodidos sin que se enteren las multinacionales que administran nuestra indiferencia sexual sin acuse de recibo, sin lacras ni sellos ni confirmaciones de pagos al erario, simplemente tú menos yo con dos copas de vino malo importado de Galicia en las manos trémulas, como dos amigos que se quieren pero no se hablan transportados a las rías baixas sin menú, sin haber brindado por la paz de sus amantes de hoy y siempre (mortis causa), reciclados ya dentro de unas utopías de vergas más ajustadas a la realidad y cricas cerradas al punto, coñitos templados en las brasas avivadas por el freón enlatado como el humo seco del hielo de nuestra relación aromática y desde la izquierda moribunda, desde el lado oscuro del corazón perforado por clavos y linduras de embuste, palillitos de besos y abrazos como saludos y despedidas de una era contraria a las sagradas escrituras, los huevos míos (sunny side up) de esta escritura virtual. Probaron los olores del ron añejo vertido desde las copas de vino malo arreglado con syrop de maple, el mago que me lo metía sin piedad mientras tú te rompías el espinazo para satisfacer a los acreedores burgueses explicó la prestidigitación de las aberturas palpitantes (entren los culos, las bocas mamonas, el sentimiento de amar y ser amado) a través de un anuncio radiodifundido de exhortación a la castidad. ¿? Queridos Hijos [dicta la virgen al vidente] “Nada de látex: colocaos, hermanos, hemofílicos, hermafroditas… en la ½ de la ridiculez. Sin más preámbulo pajero, iconoclasta, hermétiko, maldición eterna a quien de ustedes se resista y no se acabe de poner el bendito condón intelectual”.

Cuadernos de la Hermétika

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Quisiera no dirigirme derecho, directamente, sin correo, sino a ti, pero no lo logro y eso es lo más hondo de la desgracia. Una tragedia, amor mío, de la destinación. Todo se torna una vez más tarjeta postal, legible para el otro, aunque no entienda nada. Y si no entiende nada, seguro en el momento de lo contrario, puede sucederte, a ti también, puedes no entender nada, y entonces a mí también, y entonces no llegar, quiero decir, a tu lugar de destino. Quisiera llegarte, llegar hasta ti, mi único destino, y corro corro y caigo todo el tiempo, de zancada en zancada, porque habrá existido, tan pronto, mucho antes que nosotros

Jacques Derrida

Hubo días de activismo contra tu frío. Un activismo postepistolar, más allá de la escritura, más allá del text, con reivindicaciones de compresitas tibias y compañía abrasiva flambé. Motivos de huelga en oposición a tus silencios luego de haber hecho afirmaciones de juntillas …así porque sí, pero sin papeles ni medias tintas. Vanas acusaciones de recibo, promesas lanzadas por vanidad y orgullo, alguno que otro reto del amor y …las pisadas… alguien aquí, definitivamente, se quedaría sin pisar. Una suspensión de todas las cositas malas te envolvía, sobre todo por las mañanas, después del telediario, y yo sospechaba de tu súbita beatitud. El lobo vestido de cordero se me asomaba por las sábanas mientras crecían las ganas de espantarlo con un matamoscas de Me Salvé. Un abejorro azul que se me escapaba de entre los dientes, eso. La esperanza de tu tacto, más profundo (¿o enclenque?) que el tacto de las antenitas peludas sobre el polen en la punta de la plumilla con que escribo mi carta no-send. De la distancia entre la cara de niño bien y los dedos de hijoeputa, las conversaciones en medio de las aceras infestadas de tecatos sobre el shopping center de garden hills, de eso no hablábamos. Un momentito, break: estoy rajao en tres cantos de aguacate maduro, la matequilla que sale y que sello con una lacra que es la pepita del medio para que no se ennegrezca más se cuartea, se abre, sale un nuevo sentimiento bonsái que habrá que recortar o disolver en abono 20-20-20. Joder, se me sale frente a ti la pepita babosa que evita la oxidación de mi garganta en carne viva, según el examen de tu frialdad estetoscópica, quirúrgica, el deber de la entrega epistolar tronchado por la nevada que es tu cambio de tema o …tu charra ofuscación. ¿Será tan difícil de aceptar el no? ¿Plantearlo de forma material siquiera? ¿Cuánto espacio hay que hacerle en los acantilados llenos de aserrín del alma al maldito no… jodederas, putitas chulas, cheverones, culitos clavaditos en punta y en ley, HERMANOS DE LECHE… ustedes no pasarán?