Gaika muda e indiferente al salir de paseo hasta el nuevo parquecito de Miramar

vida perra perra vida final15112005Por Manuel Clavell Carrasquillo

A Sonia Gaia y Carlos Vázquez Cruz, por su cariño sincero en tiempos de poses bulchiteras y su peligrosa amistad.

Salgo a la calle a caminar por el barrio para hacer gestiones

que antes hacía en automóvil

Aprovecho que estoy de vacaciones

que mi calendario ha variado

para hacer gestiones a pie.
Reconozco un restaurant chino que había olvidado

me doy cuenta de una casa de los setenta abandonada
intacta

a pesar de que los vecinos ricos de Miramar han alterado todas las demás fachadas

no tiene rejas

no tiene segunda planta

no se ha techado el espacio de la marquesina posible
el garaje está en la parte de atrás.

Pienso en cómo sería este vecindario en los setenta

en cómo la gente blanca iba a la misa de Perpetuo Socorro a cierta hora

y cómo la servidumbre negra iba a la misma iglesia pero a otra hora. Ambas pedían Perpetuo Socorro, ¿eso es lo que importa, no?
Veo cómo el municipio expropió un estorbo público y lo convirtió en parque

Veo cómo le tiraron una torta de cemento que ahora llamamos el piso y cómo sembraron cuatro arbilitos aquí y allá. Veo un intento de mural artístico.
Pero veo también que la gente no le hace caso a la chapucería del alcalde y que lleva a sus hijos allí a jugar a pesar de la torta mal hecha
Veo cómo las madres y las titis y los padres y los abuelitos

juegan con los niños de Miramar

que gritan, sí

pero menos duro que los niños del Head Start de la calle Hoare, en medio de Tumbuctú.

No escuché a nadie hablando malo cerca del restaurante comunitario Delirio.

Más bien, vi a una enfermera trigueña que iba bajando la acera de enfrente a donde se sirve la carne de bisón en pleno trópico a pie y, cuando llegué a la gasolinera Esso que queda a esa altura de la Ponce de León, también vi cómo una chamaca insignificante se despedía de su novio mesero, un indio argentino hermoso de pelo largo que no llegaba a los 20 y que le decía cosas bellas al oído que no alcancé a entender.

Gaika estaba bien rara esa tarde después de haberme visto memorizar durante horas secciones enteras del Código Civil. Bien rara y callada, con intención de joder y restregarme en la cara el intento leguleyo de salto malabarista profesional.

Su cara tenía un rigor mortis parecido al de Noelia la de Yolandita antes de que se lo metiera Yamil a pasar de la novedad de la continuidad de ese parquecito y sus burguesitos usufructuarios.

Quizás por eso fue que, a pesar de que se lo pedí con insistencia literaria, la muy perra no quiso opinar.

Otro proletario oloroso a su propio meao (fábula laboral)

Habría que contar un cuento para soportar desvelos que diga más o menos cómo comenzó la escalada hacia el triunfo de los obreros que permanecían en sus puestos para beneficio y mejoramiento del país. Trepó, siguió recomendaciones, buscó aliento en los supervisores y, a cambio de su firma aprobatoria en la hoja de evaluación, reveló nombres de defectos, dueños de causas de suspensión. Fue premiado con una reclasificación y oficina con vista a la bahía. Condicionó su mente a un estado de necesidad ficticio que le permitía sentirse excluido de responsabilidad porque causaba un mal menor que el “peligro inminente” que venía aparejado de la certeza de permanecer en la misma y baja escala salarial.

Marcó varios números telefónicos de gente conectada y les habló de la necesidad que tenía de cambiar su nivel de conexión. Invitó a algunos a tomar café. Se fijó en la consistencia del líquido en cada restaurant, en el parpadeo de sus interlocutores cada vez que les espetaba la petición de auxilio jurisdiccional y siempre, antes de comenzar a hablar, les lanzaba la miradita particular de los sanbernardos a punto de congelación en los Alpes suizoz, como queriendo comunicar que el rescatador de momento se convertía en sujeto necesitado de rescatación.

Cuando pasó lo que pasó, que fue un crimen digital que involucraba cierto fraude bancario, Jeremy alegó que lo hizo, sí, pero que obedecía órdenes de arriba que, de lo contrario, su osadía le hubiese costado el trabajo. “Con el trabajo que me dio conseguir este trabajo”, le dijo al procurador.

El jefe, a su vez, alegó que los trámites se hicieron por el libro y que el libro tenía un error. Los procedimientos descritos no conducían al resultado de la compraventa lícita sino a un traspaso de propiedad no permitido por la ley. Ahí fue que se le nubló el entendimiento a Jeremy, porque jamás pensó que su jefe fuera capaz de mentir con tanta precisión y convicción, tanta que logró convencer de su inocencia al juez.

Jeremy fue negligente esa noche, no llamó a su mujer al enterarse de la exculpación de su queridísimo ex-jefe y, por lo tanto, no le avisó que era libre antes de que fuera perdiendo la noción del tiempo mientras bebía con los panas en el bar. Un anuncio en el baño del Departamento de la Familia lo convidaba a dejarlo todo, es decir, soltar el aparato mientras lo aguantaba en la posición correcta para mear, sólo para pensar en los hijos. “¿Sabes que están haciendo ahora tus hijos?”, cuestionaba la publicidad látigo a los meones del local.

Jeremy lo soltó y -cuando llegó a su casa- su mujer le reclamó no por la tardanza ni por el tufo a alcohol sino por la peste a meao.

Penúltima oración sin terminar

Scrbe: MCC

No he podido pronunciarme. Trato de concentrarme en el silencio para pensar.

es inútil. Todo es ruido.
Cuento números hasta que me canso.
Defino.
Busco maravillas debajo de un pote.
Niego lo anterior.
Recaigo, besándote en la boca y aligerando un fin erótico. Una falta de respeto antipolite.
Creo que me cambian de sito los objetos que me los hago cambiar y me los saco en sistema; a ver.
Ese ataque de marx a todos los apriori (lea suave), ese apego al pensamiento crítico de marx, esa guerra sin fin contra la ideología alemana que luego se transformó en materialismo dialéctico.
La oración precedente está sin terminar.