Adiós al año según mongola vía

250px Genghis Khan 1

Dejad espacio en los estómagos para más.
Es preciso el almacenamiento
de víveres con fecha de expiración 2007,
comestibles para soportar hambrunas
de proyectos,
peticiones timbradas con tareas,
nuevos lazos.

Me detengo en la imagen de unas cabras
en las tierras nevadas de Mongolia,
pastoreadas por los campesinos.
Ninguno tiene IPOD,
sólo té con leche y las urgencias “típicas”
que se les suscitan
a los nómadas.

Reconozco un futuro inestable de 365.
Lo divido entre 12
y leo “Poeta en Nueva York”,
-libro de clausuras-.
García Lorca no vivió para observar las estatuas estalinistas
de la capital mongola,
pero vio Nueva York y vio sus ríos borrachos de aceite.
Los vio y dejó el recuento por escrito,
impresiones navideñas del frío,
negros de Harlem.

Así que me invento desde ahí que soy
corresponsal de esos otros mundos
-me he creído-
hay misión, sacrificios
llega el credo, el cristianismo,
el orden lírico,
el modernismo que tanto detesta Nicanor Parra.

Los salvoconductos y la permisología
se instalan en la mía consciencia:
acto de prestidigitación
que a veces burlo transportándome a la tierra de los khanes.

Jenkis Khan,
tirano de la imaginación suspensiva de razones:
ábreme la puerta de la ruta de la seda:
¡mira qué sediento,
qué afectado
y qué comprometido llego hasta tus pies
este año nuevo!

-m.c.c.

Otra farsa navideña: Episodio del trabajo

MSX052

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

La premonición se hizo cierta y Alvaro pudo asegurarlo al voltear la mirada para enfrentar el cúmulo de plásticos vulgares en forma de arreglos navideños, arbolitos de embuste recargados de porquerías, guirnaldas recubiertas de brillo barato, lucesitas innecesarias, muñecos de nieve perpetua. La estupidez se había apoderado de sus compañeros de plantilla, que de momento cantaban villancicos desafinados y plenas folklóricas anticuadas en medio de los pasillos y en el salón comedor a cualquier hora, como si el espíritu del Divino Niño se les metiera por dentro para habitarlos en forma de ruina, porque si de reminiscencias de natividades paupérrimas se trata, con pesebres apolillados y olor a mierda de vacas y asnos custodios del Salvador recién nacido, esa imagen básica y religiosa desaparecía entre banalidades sin ton ni son y mensajitos pendejos de felicidades. ¿Felicidades por el nacimiento del Salvador hace 2006 años? Nada de eso, felicidades porque sí y romper el hielo, seguir la corriente, repetir rutinas ancestrales en medio de las rutinas modernas de crueldad y distancia. La fiesta, el relajo y el desorden instalados en el trabajo con la excusa de sentimientos cristianos compartidos en una sociedad laica lo hizo reflexionar sobre la hipocresía y la ineficiencia, sobre la facilidad con que se desvía el obrero de la tarea y en las estrategias de “tolerancia” dura como el turrón del patrono. El “encendido” del árbol es una actividad corporativa, el almuerzo especial de los días de christmas, los intercambios de regalos, las parrandas internas y externas están fríamente calculadas para que funcionen como calmantes corporativos. Carne de cerdo, arroz con gandules y ron con leche de coco para las almas de los asalariados por una temporada marcada en el calendario de la falsa alegría y la falsa solidaridad y la falsa razón de ser del compañerismo forzado hasta la náusea. Entonces, ay de aquél que disienta. Los que exigen silencio en medio de la algarabía planificada quedan inmediatamente apestados por el estigma antinavideño. Se trata de la expulsión de la manada y allá fuera en el mar de los sargazos venenosos quedan los escépticos. De repente, surge la encomienda de traer a la normalidad a todos los descarriados hijos de “Scrooge”, hacerlos reconocerse como iguales en el grupo de los que han abandonado la cordura para evadirse de sus responsabilidades. Suelten, herejes, las amarras y echen al olvido su condición de sujetos atrapados por las garras del patrono. Obreros: entregadse a la desolación de un pasado remoto que refulge intermitente y sin sentido en el presente, dejadse ir corriente abajo en el río del olvido de su condición porque ha nacido el Niño Rey y hay estrella artificial que lo recuerda en pleno vestíbulo de la oficina o la fábrica, transformadse en baile y contentura, en bobería verde y roja con pasteles y maracas y gozadse en el Señor mientras dure la borrachera con pitorro, que después del seis de enero volveremos a ponchar a la entrada y a la salida sin el consuelo del disfraz del “todos a una” más falso: ¡Feliz nuevo año!

Gaika, ausente, mientras su amo reposa en el diván

SantaAnnaPortrait largeEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Tenía que volver al psicólogo. Necesitaba desahogarme. Me agobiaba la oscuridad del futuro y la necesidad constante de hacer planes para alumbrarlo. En el recorrido hacia ese camino, me especializo en la poda de obstáculos y en la construcción de trampas para volver a caer y, de esa forma tan extraña y tan masoquista, poder descansar.

El costo de la estrategia me mataba. Méndez me atendió como siempre, seguro de sí mismo en su oficina de la avenida Ashford y, cuando lo saludé, me di cuenta por la dirección de su mirada que echaba de menos a Gaika.

Inmediatamente me acomodé en el diván sin dar explicaciones por la insólita ausencia de la perra. Doctor, estoy soñando dos noches sí y una no con mis antepasados, y eso me preocupa. No quiero asistir a ninguna fiesta navideña pero voy a tener que asistir, quiero desaparecer del panorama pero es imposible. Ya estoy comprometido con varias causas, eso me pasa, doctor.

A ver, a ver, vamos por partes, me dijo, como si quisiera traer a mi mente el chistecito de Jack el Destripador. En ese momento pensé en cuánto le costaba al plan médico aquella hora de despojos. Pensé también en cuánto me costaba a mí, que todos los meses aportaba a la prima sin darme cuenta. Pero llegó el momento, bastaba de dilaciones, me tenía que relajar.

Había incienso sobre una mesita pequeña en la esquina después de la butaca y ninguna botella a la vista, pero indagué. Doctor, ¿no tendrá usted escondido entre las gavetas de su escritorio algún Brandy que se pueda beber? Sin embargo, no me atreví a hacer la pregunta, sólo murmuré alguna incoherencia, quizás por no hacerlo romper alguna regla recóndita de ética profesional.

De todas maneras, tuve que relajarme a la brava, había sacado el día para contarle que buscaba y buscaba, pero que no alcanzaba a encontrar rastros en ninguna parte. Que había tratado de dejar todos los legados posibles a través de la escritura y la conversación, los gestos y las acciones de buena y mala gana, pero que nada lograba al final de las expediciones al otro mundo y a todos los mundos de los demás, los míos ya infinitos, los había intentado dejar de contar pero no podía, porque seguían allí en los abismos de mi (in)consciencia, intermitentes, aullando desesperaciones tristes después de las tres de la mañana, y me despertaba, a veces, refortalecido en una camita de hilos verde esperanza, haciendo planes de reconquista, de formas y más formas de seducir sólo para caer a los precipicios vencido y volver a traicionar.

La mañana estaba como para representar el papel de mariscal de campo que acaba de perder el control de las huestes en plena batalla, porque inclusive en la guerra llega el momento de la improvisación. Me imaginaba como mariscal inglés a punto de perder el comando, pero perfectamente ataviado de uniforme con pantalones kaki planchado al vapor y con botas lustrosas que el barro iba a tener que manchar; como si se tratara de una cábala irreprimible o una mandatoria cuestión de honor.

Le pedía otra copa de Brandy a algún subalterno allí mismo, montado sobre un enorme caballo percherón, y sentía el frío de la madrugada sobre la piel mientras observaba el rocío que invadía la grama de Hyde Park. Los drogadictos invadían el parque -no había enemigos de peso-, mi cerebro militar se extendía sobre esa grama, que era yo, menos más multiplicado por todos mis miedos juntos en forma de diminutas agujas vegetales. Podía palpar el pánico que se apoderaba de mis preceptos napoleónicos, verme en la distancia de los desmadres de la guerrilla de los narcómanos y reconocerme capaz de firmar mi nombre y mis dos apellidos en cada una de las cartas de defunción de mis soldados en regimiento con el humo de un cigarro encendido apuntando hacia el cielo, que no era más que la inmensidad nebulosa que no terminaba tan siquiera después de cerrar los ojos y desear que cesasen y desistiesen de parpadear.

Doctor, el problema es que veo doble y que por eso tuve que dejar a la perra en casa. Temía que no la pudiera manejar. Doctor, el problema es que he hecho compromisos que no puedo cumplir, promesas vanas que quedan vacantes como los cuartos de hotel en temporada baja, cambios abruptos de habitación y que, a pesar de las advertencias, sigo contratando más personal, meseros, mucamas, compañeros de jornal que me animen la fiesta en el ball room. Doctor, el problema es que salgo de paseo y quiero regresar, como si en el trayecto no hubiese nada y no hubiese mapas ni carreteras ni vehículos de tránsito ni pares o señales. Como si no fuese yo, punto, eso es.

Doctor, estoy sumamente confundido, ayer encendí el televisor y no paré de ver películas de John Malkovich, me impresiona su fina postura y su uniforme con pantalones kaki de mariscal, el tono de su voz, el manejo de sus labios cada vez que se para frente a Juliette Binoche y la forma en que le habla, a pesar de las cámaras y las instrucciones del regidor de escena. El problema es que he descubierto que me gustaría ser él, pero soy yo.

De niño soñaba con una varita de Harry Potter para cambiar los sets a mi antojo, acomodar muebles en la sala y el comedor de los vecinos sin que se dieran cuanta, colocarles una maldad en medio de la mesa para que cuando se sentaran a comer explotara y saliera triturado en confetti un muñequito superhéroe que los fuese a rescatar de su miseria acompasada y de su rutina burguesa; esa que incluye lavar autos, correrlos a través de la polvoreda de la isla y regresar para seguir reponiendo las hieleras llenas de agua en el congelador. Doctor, estoy hecho cantos, ¿no ve?

Aquel hombre era todo un oído sin pelos, pero una oreja que me quería decir: No vires a la izquierda, hermanito, piénsalo bien. No sigas dando vueltas en los desperdicios y concéntrate en la jardinería japonesa. Pero esa oreja sabe mejor que nadie que no tengo la paciencia ni el adiestramiento ni la intención de bregar con los caracoles que se comen con lentitud cada una de las plantas que con tanto trabajo el esteta japonés va sembrando en jarrones decorados con motivos imperiales, amarillos, preferiblemente, el color del oro resplandeciente extraído de las mimas del rey Salomón.

Doctor, la otra noche me travestí como el rey Salomón -con corona y fragancia de mirra, me puse una falda de tafetán-, recité salmos yo solo, aún en contra de las negativas de Gaika, que ladraba como si hubiese visto al diablo venir. “Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas… Alaben el nombre de Jehová”.

Revisé mis contratos en la consulta, las conexiones con el mundo de los adultos y las ganancias que me jugué. Aprendí que los porcientos no me favorecen. Necesito fondos mutuos, planes de retiro, cuentas de ahorro, ingresos fijos en los que se pueda confiar. Hablé de las ofertas con el doctor. Hablé de la falta de hombres disponibles para tener una noche de lujuria sin compromisos, sin que medie conversación. Hablé de las enfermedades de la próstata, de las calenturas, de los pronósticos del tiempo, de los problemas de las mujeres casadas y de los viajes que planifico a la corteza exterior.

Hablé de la espesura de la Selva Negra a las afueras de Bruselas, creo, y de los mantos de los beduinos y de los vientos de la Patagonia que también eran yo, dividido entre menos pero eran yo. Unos vientos con fuerza de muerte que condenaban las cosas vivas a la parálisis corporal, petrificaciones anónimas en medio de las blancas planicies -era yo transformado en Mr. Cold- sin posibilidad de que la base de los chilenos mandase algún SOS a Neruda a Borges, Jorge Negrete a Juan Gabriel. Le confesé nuevamente mi cansancio y mi insomnio, mis vicios toditos, el chantaje al que sometía a los farmacéuticos que no querían renovarme la prescripción que él me entregaba después de acabar.

Por cierto, se acabó su tiempo hasta la semana que viene, dijo, estoico, y en ese momento salté del diván y le pedí permiso en tono bajo -o en perfecta jerga psicoanalítica- para llamar a Gaika por teléfono. Quería dejarle un mensaje en el contestador: “Gaika, mi vida, te tengo una noticia terrible: veo doble. El doctor quiso disgnosticarme relación mente-cuerpo, psicosomosis, vainas de esas que dicen los loqueros, pero se limitó a decirme que mi problema no estaba allá afuera donde lo estaba buscando drogado y que nadie es culpable de su proliferación anormal; que la locura en sí misma y redonda soy yo. Voy para casa, espérame ahí tranquilita, que voy para casa ahora mismo, mi amor”.

Estruendomudo bitácora de la semana en “Libro de Notas”: Lets Celebrate!

holiday 03Los invito a un paseo por Libro de Notas, bitácora que recoge los mejores contenidos de la red en español, y les agradezco a todos los colaboradores de la Redacción por estos dos años de ininterrumpida labor. Estruendomudo ha sido seleccionada “bitácora de la semana” gracias a ti desocupado lector-colaborador y a nuestra desordenada conversación. Los dejo con Madonna, que lo ha escrito mejor que yo, por supuesto:

“Holiday”

Holiday Celebrate
Holiday Celebrate

[Chorus:]

If we took a holiday
Took some time to celebrate
Just one day out of life
It would be, it would be so nice

Everybody spread the word
We’re gonna have a celebration
All across the world
In every nation
It’s time for the good times
Forget about the bad times, oh yeah
One day to come together
To release the pressure
We need a holiday

[chorus]

You can turn this world around
And bring back all of those happy days
Put your troubles down
It’s time to celebrate
Let love shine
And we will find
A way to come together
And make things better
We need a holiday

[chorus]

Holiday Celebrate
Holiday Celebrate

[chorus]

Holiday Celebrate
Holiday Celebrate

Holiday, Celebration
Come together in every nation

Segmento de la estrella

roberto bola  oEscribe Roberto Bolaño
De la novela 2666

En realidad, cuando uno habla de estrellas, lo hace en sentido figurado. Eso se llama metáfora. Uno dice: es una estrella de cine. Uno está hablando con una metáfora. Uno dice: el cielo está cubierto de estrellas. Más metáforas. Si a uno le pegan un derechazo en la mandíbula y lo dejan knock out, se dice que ha visto las estrellas. Otra metáfora. Las metáforas son nuestra manera de perdernos en las apariencias o de quedarnos inmóviles en el mar de las apariencias. En este sentido una metáfora es como un salvavidas. Y no hay que olvidar que hay salvavidas que flotan y salvavidas que caen a plomo hacia el fondo. Eso conviene no olvidarlo jamás. La verdad es que sólo hay una estrella y esa estrella no es ninguna apariencia ni es una metáfora ni surge de ningún sueño o pesadilla. La tenemos ahí afuera. Es el sol. Esa es, para nuestra desgracia, la única estrella. Cuando yo era joven vi una película de ciencia ficción. Una nave pierde el rumbo y se aproxima al sol. Los astronautas empiezan a sentir dolores de cabeza, eso lo primero. Después todos sudan copiosamente y se sacan sus trajes espaciales y aún así no pueden dejar de sudar como locos y deshidratarse. La gravedad del sol los atrae implacablemente. El sol empieza a derretir el revestimiento de la nave. El espectador no puede evitar sentir, sentado en su butaca, un calor insufrible. Ya no recuerdo el final. Creo que se salvan en el último minuto y corrigen el rumbo de la nave, otra vez con destino a la Tierra, y atrás queda el sol, enorme, una estrella enloquecida en la inmensidad del espacio.

Ante la muerte natural del acusado y detenido General Augusto Pinochet

garzon 1Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Nunca imaginó el dictador chileno que el brazo largo de la ley lo tocaría en Londres, mientras convalecía de una operación quirúrgica y era felicitado por su protectora la Tatcher. Baltasar Garzón, juez de la Audiencia Nacional española, había activado una orden de captura internacional para que compareciera al proceso en su contra incoado por el Estado en favor de los ciudadanos españoles detenidos-desaparecidos bajo su siniestro mandato, que duró 17 años infames. Existe responsabilidad penal internacional, pero el sátrapa logró esquivarla argumentando una condición de insanidad mental.

El juez Garzón, con su acción firme ultramarina, que aplica de igual modo contra los responsables del terrorismo del nacionalismo vasco de izquierdas, desencadenó el principio del fin del manto de impunidad que muchos trataron de utilizar para encubrir al terco hombre de las gafas oscuras, el traidor (no hay que olvidar que traicionó la delegación militar que le hiciera el Presidente Allende) asesino general Augusto Pinochet. ¿Cuánto puede castigar a un autócrata un proceso judicial, sus onerosas citaciones, comparecencias e interrogatorios? No mucho, quizás. Sin embargo, para las Madres de la Plaza Mayo en Argentina, por ejemplo, el sometimiento se trata de gran cosa.

Ellas, como demócratas sin cortapisas, crecidas en términos políticos más allá de los límites izquierda-derecha que suponen las muertes de sus hijos, entienden que la manera de pagar los asesinatos no es colocando al déspota en estado de excepción a través de la bala de un francotirador. Todo lo contrario, afirman que su fortaleza estriba en que los dictadores han tenido el beneficio que sus hijos no tuvieron: juicios públicos (no militares), justos e imparciales más, siempre pidieron, cárcel junto a los presos comunes.

De esa forma, no han devuelto sangre con sangre, sino con una ceremonia indeleble: al dictador había que hacerle reconocer -aunque fuese esposado- que no está por encima de la ley y ese reconocimiento pondría fin a su larguísima dictadura simbólica, pues estamos de acuerdo en que ésa es la peor de todas las posibles: roja o fascista, ¿qué más da? 30,000 detenidos desaparecidos en Argentina son fáciles de vengar pero no así los efectos más tenebrosos de la tiranía insertada en las mentes de toda la población.

Gran respeto, entonces, para los valores cívicos del juez Garzón, las Madres y las organizaciones afines en Chile, para mí los verdaderos revolucionarios que celebran hoy. Lástima que el general haya muerto preso-domiciliario, aunque sin convicción, pero como él -en todas partes- hay muchos más.

Carta pública a mi madre, breve versión

Geeky MomQuerida Mom:

Anoche recordando, casi soñando contigo y con tus olores de pecho, leche y miel, volví al momento de la muerte de abuelo, a su locura y sus fuerzas sin límites que no se dejaban ir. El tronco del árbol. Después empecé a imaginarme cómo fue que lo cuidaste luego de la medicación y los ingresos y las prisiones medico-hospitalarias del loquero, de las mujeres que lo vestían a medias de los hombres extraños que lo aseaban de pies a cabeza de los viajes que diste hacia allá para visitarlo hasta el lecho de muerte y la tumba, las palabras de despedida de duelo, toda la ceremonia en fin.

La abuela ya es cosa aparte. Con los huesos hecho polvo, las carnes guindando. Una agonía lentísima que casi nunca asumió frente a nosotros en forma de queja ni lamento ni reclamo de por sí. Porque indirectas hubo. Señales de disgusto, recuperaciones, esta vez pude medirle el tiempo segundo a segundo al fin del sueño de la eternidad. Se apagaron los astros para siempre y nosotros en órbita viendo a ver hasta cuándo vamos a recordar para durar, ¿o es al revés?, querida mamá.

Brillo* Wharhol

Cada cual en su propio paraíso

cccp jogger make out 442Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Desaparecida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y consolidado el Nuevo Orden Mundial o el neoliberalismo globalizado que proclamó el primer presidente Bush de los Estados Unidos, habría que preguntarse cómo se manifiesta hoy la preocupación sobre aquel binomio simbólico que dividió el mundo en dos amplios campos irreconciliables durante todo el siglo XX. De un lado, los llamados “egoístas” (defensores de la libre empresa junto con el capital) y, de otro, los supuestos “colectivistas” (propulsores del régimen económico socialista y la dictadura del proletariado), afianzaron sus respectivas posiciones hasta provocar el subestimado “daño colateral” que al menos reveló que sus roles en ese peligroso juego de ajedrez internacional eran perfectamente intercambiables y confundibles, ya que sus únicos principios rectores fueron la falsedad y la corrupción.

El escritor mexicano Jorge Volpi (n. 1968), acaba de publicar la última parte de una trilogía de novelas dedicadas a la revisión de la historia de este conflicto terrible y llega a una conclusión que coincide con el título de la obra: así las cosas, “No será la Tierra”. El primer volumen, “En busca de Klingsor”, que obtuvo el prestigioso Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral en 1999, ha sido traducido a más de 20 idiomas y trata sobre las conspiraciones entre el poder totalitario y las ciencias para diseminar la oscuridad. Por eso, comienza con la frase “Basta de luz”. El segundo, “El fin de la locura”, llegó a las librerías en el 2004 y muestra con cinismo –y a manera de psicoanálisis– el fracaso de la ruidosa alternativa revolucionaria a dichas sombras. Por eso, se inaugura con la frase “Basta de ruido”.

Sin embrago, no es necesario leer los tomos que preceden a “No será la Tierra” como si fuese requisito sine qua non para adentrarse en la “ficción social” de Volpi porque, aunque definitivamente están conectados por magníficos hilos, la grandeza de este escritor licenciado primero en Derecho por la UNAM y luego en Letras por Salamanca se demuestra en que sus mamotretos funcionan como unidades independientes. De hecho, inclusive sus textos “menores” (“La imaginación y el poder”, “Una historia intelectual de 1968” y “La guerra y las palabras: Una historia del alzamiento zapatista”, entre otros), sobre los que ha dicho que surgen entre sus dedos como “divertimentos” ligeros y breves entre los libros gordos y fuertes (igual que los del norteamericano Graham Green), constituyen piezas clave para el desarrollo de su proyecto creativo; siempre interesado en denunciar los renglones más torcidos de las relaciones humanas.

El nuevo “bestseller” comienza con un “Basta de podredumbre”, pronunciadosoviet segundos antes de que se cometiera el “error” que desembocó en el desastre nuclear de Chernobil en 1986, y culmina con la revelación de un rastro de sangre producto de otro “accidente” fatal no relacionado con el virus de computadoras Y2K la noche del 31 de diciembre de 2000. Esta obsesión de marcar los acontecimientos como si se tratara de la recopilación del Almanaque Mundial queda complementada por un esbozo muy preciso y muy imaginativo de las características de los personajes. De esta forma, los “hechos” y las “subjetividades” que los viven quedan aunados en una fórmula infalible que se traduce en ventas millonarias: Volpi dictamina a través de un lenguaje en exceso simple y plano que la receta de la ruina apocalíptica de la humanidad, tal y como se presenta el tablero de fin de siglo, ha sido “una gota de descuido, otra improvisación y una pizca de soberbia”, mezcladas por hombres poderosos sometidos a la opinión pública y mujeres no tan poderosas ocultas tras bastidores.

En esta ocasión, sin embargo, las mujeres son presentadas en primera fila. Las tragedias de Irina (bióloga soviética, esposa abnegada), Éva (húngara nómada experta en cibernética, ninfómana) y Jennifer (fría economista norteamericana del Fondo Monetario Internacional, madre frustrada) conforman un triángulo equilátero cuyas puntas van a tocar momentos impresionantes como la muerte de Stalin, las prisiones de presos políticos en Siberia, el secreto derrame de Ántrax en la URSS, la primera guerra de Afganistán, el escalamiento de las tensiones nucleares durante el proyecto Star Wars, el secuestro de Gorbachov, la caída del Muro de Berlín, las privatizaciones rusas de Boris Yeltsin, el despegue de la nave espacial Challenger, el hundimiento del Rainbow Warrior de Greenpeace en el Pacífico, las protestas antiglobalización en Seattle, la subida de las acciones de la industria de la biotecnología, y, sobre todo, el desciframiento del genoma humano.

El narrador es un periodista ruso con complejo detectivesco que ha sido encarcelado y, curiosamente, sus memorias se titulan igual que la novela. Además, una poeta rusa adolescente que hace la primera fila soportando bajas temperaturas para comprar un Big Mac en la Plaza Roja moscovita, escribe un cuaderno de líricas rockeras tan melancólicas como desgarradoras que también se llama “No será la Tierra”. Los dos tienen la tarea de llevar a las palabras la descomposición de la entrañas de los monstruos que los consumen: si bien Yuri narra conexiones “tangibles” (desembocarán en los tribunales) entre escándalos financieros en Wall Street con la economía política instaurada por los nuevos rusos del postcomunismo e intrigas de todo tipo que viajan de Nueva York a Bakú, Kinshasa, Pensilvania, Alemania Occidental, los países Bálticos y Nueva Zelanda, Oksana escribe poemas que traducen la experiencia “espiritual” (se grabará en las almas) de la putrefacción rampante. No Volpi, sino un asesino y una suicida tienen a su cargo este visceral recuento.

sov1Se descubre el origen oculto de las bases “únicas” de las particularidades humanas con el destape del genoma (¿estaremos mal programados con el germen del mal desde el inicio? ¿Podremos desactivarlo?) y, al mismo tiempo, se desvanecen en el aire las utopías de organización social del siglo señalando la incertidumbre del futuro. El capitalismo y su entropía intrínseca pronuncian el caos de la desigualdad radical y el socialismo real conlleva el caos de la uniformidad imposible. Quedan selladas, entonces, las tres máximas intelectuales de la denuncia de Volpi en la trilogía: no hay más que “oscuridad”, “ruido” y “podredumbre” y éste es el nefasto balance de nuestra búsqueda constante. Las intentonas golpistas han surgido desde cada cual atrincherado en su propio paraíso, pero con el pequeño detalle de que hemos tenido la ilusión de que todos los demás lo asuman. La amenaza suprema de este deseo, aparentemente universal, es la ambición de preservarlo a toda costa –y por los medios que sean necesarios– de la contaminación de los otros activando los escudos de la ceguera (Irina), el despotismo (Jennifer) y el desenfreno (Éva). Volpi no hace más que forzar que nos estrellemos contra nuestro propio fiasco.

El autor, que alcanzó la fama mundial a los 30 años luego del prodigio editorial de Klingsor, da explicaciones a los que nos quejamos de su estrechez a la hora de experimentar con el lenguaje. Si bien es cierto que sus textos brillan por la arquitectura de los personajes y el tratamiento de los temas históricos más sobresalientes, tambiénsov14 1 es evidente que se niega a despegar del realismo “light” que lo hace hacerse entender fácilmente por un sinnúmero de lectores a los que no les interesan las oraciones excesivamente manipuladas: aquéllas que definieron el barroquismo de la primera etapa de producción de los novelistas de la Generación del Boom. Dice que junto a un grupo de escritores, autodenominados como la Generación del Crack e interesados en rescatar la novela latinoamericana de la banalidad causada por el vacío posterior a la madurez de escritores como Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez, se lanzó a la confección de novelas que detonaran la “posibilidad del conocimiento” y no necesariamente la fuerza de la magia literaria.

“Quiero devolverle a la narrativa esa capacidad de encontrar la poesía no en el lenguaje sino en las acciones de los personajes”, argumenta Volpi en una entrevista cibernética. Para mí, se trata de un esfuerzo loable pero peligroso. Hacer apología de un lenguaje “plain” es tan mediocre como hacerla de un personaje mal dibujado y, si la novela pretende ser un gran lienzo de la “realidad” que interpretamos, tanto valen su superficie accesible como sus profundidades repletas de abismos y ambigüedades.

*Esta reseña se publicó en el número de diciembre del periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico.

Nadie dijo: “Perdone la interrupción”

jude law 1024x768 1Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Lo vio en la biblioteca por primera vez y notó la blancura hermosa de su piel, la misma condición en la dentadura. Ese objeto de deseo era empleado allí y las características citadas más su pelo lacio y negro eran el tipo de espectáculo que siempre vinculaba con la perfección.

Escuchó que alguien decía que la vanidad era el pique de la vida y siguió de largo; no reparó en conocerlo, no imaginó que lo volvería a ver. La segunda vez que se encontraron, trabajaba en una mesa lejana del escritorio del muchacho. Acumulaba montañas de libros y apuntaba sus hallazgos en la laptop. Fue a su mesa dos veces. La primera, llevaba el carrito para llevar y traer los volúmenes. Después, llegó a sus dominios sin él. Desde el inicio notó que el chico se interesaba por algo, le correspodía de alguna manera en medio del despliegue mutuo del recatado lenguaje del trámite. “De esos, ¿cuáles me puedo llevar?”. La frase le despertó una revelación que lo condujo a desvincularse de galanterías cuando abrieron las bocas por la segunda vez. Más lenguaje de trámite.

Salió del lugar, pasó frente al escritorio y tuvo que despedirse, pero la mirada no se la correspondió.

El escritor idiota

Maxfield IdiotEscribe Francisco Font Acevedo
Especial para Estruendomudo

Con demasiada frecuencia escribir, al menos en sus primeras etapas, acarrea una dosis de idiotez. Quien en su día se haya propuesto la ficción identitaria de convertirse en escritor, por más solvente que sea intelectualmente, muchas veces cae en la infatuación egocéntrica de desear de forma inmoderada visibilidad, reconocimiento, fama o éxito, esos detritos del mercado cultural que refrendan ante el ojo público la creación literaria. Para muchos escritores, sobre todo primerizos, se trata de una primera ansiedad especular: el deseo de ver en los demás la imagen del literato (en cualquiera de las versiones míticas disponibles) que se han construido sobre ellos mismos. Validar dicha imagen en el otro, desear que el otro (lector, crítico literario, académico) admire, comente y fije su autorretrato artístico se convierte en uno de los principales objetivos de su quehacer literario. Se trata en definitiva de una vanidad narcisista –para algunos un elemento consustancial de ser escritor— pero también es síntoma inequívoco de que el escritor, independientemente de sus méritos literarios, se ha convertido en un idiota.

El escritor idiota (no debe confundirse con el “idiota escritor”, concepto teorizado por Juan Duchesne Winter en su libro “Fugas incomunistas”) se refiere a una identidad tránsfuga, a una etapa incipiente, acaso germinal, de un artista de la palabra. Su idiotez se refiere a una deficiencia perceptiva del mercado editorial, a una deformación sublimada de la actividad literaria y a un imaginario mítico que asocia el proceso creativo con la marginalidad del bohemio y la excentricidad del dandy decimonónicos. En nuestra sociedad de modernidad tardía (o aguada postmodernidad) esta identidad “pastiche” es reconvertida en un producto sucedáneo más del escaparate del mercado editorial, uno de cuyos dispositivos son los concursos literarios.

Hoy existen concursos literarios para todos los temas y temperamentos literarios imaginables. Para tener una idea cuantitativa, en “Escritores.org” se reseñan más de 2,000 concursos dispersos en América Latina y España. Éstos van desde concursos de prosapia legendaria como el Premio Biblioteca Breve de novela que auspicia desde hace más de cuatro décadas la Editorial Seix Barral hasta los más anodinos como un tal Concurso de Relatos Sociales, cuyo tema es “Cartas a un gobierno”, oportunidad única para que el escritor haga gala de su genio político y sociológico mediante la descripción de un modelo de gobierno. Casi todos los concursos, ridículos o no, se autorizan con el objetivo filantrópico de fomentar el talento literario. Los alicientes: un premio en metálico y la publicación y difusión de la obra. La oferta es vasta y atractiva, y el escritor idiota tiene a su alcance el pasaporte de ensueño para llegar a sus quince minutos de fama.

Pero la fama, se sabe, es un simulacro de las sociedades del espectáculo, una vitrina de efectos especiales que camufla un sistema de inclusión y exclusión que pocas veces tiene que ver con el talento artístico. Ocurre en las industrias de la música, del cine y la televisión; ocurre en la industria editorial también. Los concursos literarios más “prestigiosos”, esto es, de mayor dotación económica (los de grupos editoriales como Planeta y Santillana, por ejemplo) funcionan en realidad como una inversión editorial. La convocatoria de sus concursos atrae a cientos de escritores cuyos manuscritos se convierten en un archivo amplísimo de donde escoger una obra rentable, de excelente, buena o mala calidad literaria pero de posibilidades de venta amplia. La dotación económica no es otra cosa que la compra de los derechos de autor. Una inversión de 175,000 euros o dólares se espera que produzca un rédito que multiplique la cifra.

Los escritores que participan en estos concursos élite someten sus obras a una lotería manipulada. Su idiotez, sin duda, no ha sido superada. O presumen que su talento es de calidad cósmica (mi manuscrito es mejor que otros 300 ó 400) o son víctimas ingenuas de la presunta filantropía editorial y su nómina de “distinguidos” miembros del jurado. Una práctica bastante común en estos concursos es que de los 300 ó 400 manuscritos sometidos, sólo le llegan al jurado una decena de éstos, previamente cribados por un comité anónimo al servicio de la editorial que auspicia el premio. Esta práctica denunciada por el escritor Gustavo Nielsen, finalista del Premio Planeta de Novela (Argentina) de 1997 y la acusación de que el premio estaba ya “comprado” para la novela Plata quemada de Ricardo Piglia, desencadenó un proceso judicial en los tribunales argentinos que recién el año pasado sentenció a Piglia, a su agente literario, Gustavo Schavelzon, y a la Editorial Planeta a pagar $10 mil cada uno a Nielsen. Al conocer el fallo del tribunal, éste comentó: “No cuestiono el valor literario de Piglia, pero creo que no es justo que hagan participar a 264 ingenuos de una gran campaña publicitaria armada como si fuera un concurso literario.” En este caso, el pasaporte de ensueño para tantos escritores eran $40 mil y la publicación de su manuscrito.

264, 300 o 403 escritores idiotas o “ingenuos”, al decir de Nielsen, avalan año tras año los dispositivos publicitarios y las inversiones camufladas de filantropía artística de editoriales e instituciones culturales en los países de habla hispana. El novelista Javier Marías, a propósito de los manejos turbios y la selección mediocre de obras en un certamen literario otorgado recientemente, comentaba: “no acabo de entender que algunos escritores participen en este tipo de historias” cuando “la turbiedad en sus mecanismos y métodos se da por descontada”. Una de las razones, no la única, ni necesariamente la más poderosa, es sin duda el síndrome del escritor idiota.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Plural. Ilustración: “The Idiot”, Maxfield Parrish, 1910.