Otra farsa navideña: Episodio del trabajo

MSX052

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

La premonición se hizo cierta y Alvaro pudo asegurarlo al voltear la mirada para enfrentar el cúmulo de plásticos vulgares en forma de arreglos navideños, arbolitos de embuste recargados de porquerías, guirnaldas recubiertas de brillo barato, lucesitas innecesarias, muñecos de nieve perpetua. La estupidez se había apoderado de sus compañeros de plantilla, que de momento cantaban villancicos desafinados y plenas folklóricas anticuadas en medio de los pasillos y en el salón comedor a cualquier hora, como si el espíritu del Divino Niño se les metiera por dentro para habitarlos en forma de ruina, porque si de reminiscencias de natividades paupérrimas se trata, con pesebres apolillados y olor a mierda de vacas y asnos custodios del Salvador recién nacido, esa imagen básica y religiosa desaparecía entre banalidades sin ton ni son y mensajitos pendejos de felicidades. ¿Felicidades por el nacimiento del Salvador hace 2006 años? Nada de eso, felicidades porque sí y romper el hielo, seguir la corriente, repetir rutinas ancestrales en medio de las rutinas modernas de crueldad y distancia. La fiesta, el relajo y el desorden instalados en el trabajo con la excusa de sentimientos cristianos compartidos en una sociedad laica lo hizo reflexionar sobre la hipocresía y la ineficiencia, sobre la facilidad con que se desvía el obrero de la tarea y en las estrategias de “tolerancia” dura como el turrón del patrono. El “encendido” del árbol es una actividad corporativa, el almuerzo especial de los días de christmas, los intercambios de regalos, las parrandas internas y externas están fríamente calculadas para que funcionen como calmantes corporativos. Carne de cerdo, arroz con gandules y ron con leche de coco para las almas de los asalariados por una temporada marcada en el calendario de la falsa alegría y la falsa solidaridad y la falsa razón de ser del compañerismo forzado hasta la náusea. Entonces, ay de aquél que disienta. Los que exigen silencio en medio de la algarabía planificada quedan inmediatamente apestados por el estigma antinavideño. Se trata de la expulsión de la manada y allá fuera en el mar de los sargazos venenosos quedan los escépticos. De repente, surge la encomienda de traer a la normalidad a todos los descarriados hijos de “Scrooge”, hacerlos reconocerse como iguales en el grupo de los que han abandonado la cordura para evadirse de sus responsabilidades. Suelten, herejes, las amarras y echen al olvido su condición de sujetos atrapados por las garras del patrono. Obreros: entregadse a la desolación de un pasado remoto que refulge intermitente y sin sentido en el presente, dejadse ir corriente abajo en el río del olvido de su condición porque ha nacido el Niño Rey y hay estrella artificial que lo recuerda en pleno vestíbulo de la oficina o la fábrica, transformadse en baile y contentura, en bobería verde y roja con pasteles y maracas y gozadse en el Señor mientras dure la borrachera con pitorro, que después del seis de enero volveremos a ponchar a la entrada y a la salida sin el consuelo del disfraz del “todos a una” más falso: ¡Feliz nuevo año!

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