“La novia de Platero”: Otro cuento extraterreno de Pepe Liboy

huevo

Escribe José Liboy Erba

Mi aprendiz quería saber por qué a veces golpean a los aprendices en las calles, y yo no sabía cómo explicárselo enseguida, sino que tenía que conseguirle a otro maestro que la acompañara en lo que resolvía el espinoso problema que nos provocaba la agente Cinta Marín, quien supuestamente era maestra igual que nosotros, aunque mostraba un vivo interés por una especie de organismo con un nombre enganchado, sin antecedentes profesionales o sociales, seguramente de otra especie que la humana, pues aunque apuesto no hacía nada y por ser de otro lado, comisionaba millones en la compañía que lo tenía contratado para vender calendarios.

Cinta Marín sabía que el Departamento de Educación no veía con buenos ojos su interés por el extraterrestre, ya que no lo quería educar. Prefería tenerlo bien mimado en el trabajo, aunque en realidad lo tenía pillado, ya que a otro vendedor de la compañía le había comprado mucho dinero en calendarios, y no quería pagarlos alegando una inconsistencia en las fiestas religiosas que anunciaban. No sólo pillaba al extraterrestre por el lado político, ya que era él quien estaba llamado a resolver el problema, y ya estaba mal visto por las religiosas que lo podían educar. Cinta lo presentaba en la sociedad del pueblo donde se regalaban los calendarios como un antropólogo irresponsable, que no se ocupaba por conocer las verdaderas fiestas.

Mi aprendiz iba a salir con el extraterrestre, para ver si lo criaba, pero Cinta estaba enterada y había llamado por teléfono a una amiga suya para que me reclamaran dinero por un atraso en la entrega de unos bolígrafos. La muchacha estaba dispuesta a dejarse ver conmigo en los puestos de comida, para que el extraterrestre la invitara a salir porque era segura y amiga, pero temíamos una medida drástica de Cinta con el vendedor de los calendarios. De manera que le tuve que decir a mi aprendiz que no saliera conmigo, que se quedara con el otro maestro en lo que resolvíamos el problema con Cinta Marín.

No es fácil resolver el problema de Cinta Marín. Un etnólogo te podrá decir que su inquietud religiosa se debe a su incapacidad reproductiva, y que con darle un bebé aunque sea del elefante bastaría para calmar su reciente celo por las fiestas. Yo podría decirle a mi aprendiz que le donara un organismo obtenido con el extraterrestre, pero me siento irresponsable si entrego a una joven como yo, que a los veinte años tiene un horario de dos horas diarias y un sábado en la librería local. No quiero entregarla porque eso mismo es lo que me pasó a mí cuando joven, que tuve que mezclarme con una extraterrestre para donarle un organismo a otra celosa.

Cuando yo estudiaba en la Universidad, el maestro de Cinta me dijo que mi amiga era novia de Platero, el burro de Juan Ramón Jiménez, quizá con la idea de desalentarme un poco y no tener que comprometerme. Pero yo en vez dejé de estudiar y me puse a trabajar dos horas diarias y un sábado, pues al parecer quería a mi amiga y no quería dejarla guindando. No sabía si era este el caso de mi aprendiz, que aunque era como yo es mujer y no tenía perspectiva alguna con Cinta. No era lo mismo casarse con un extraterrestre para donar un hijo, que hacer lo que hice yo, casarme con una extraterrestre para cumplirle a mi amiga. Puede ser que por eso no la alentara a hacer lo mismo, y pensaba que el maestro de Cinta pensó lo mismo que yo, cuando me vio confundido porque mi extraterrestre fue al doctor.

Así que llamé a Cinta por teléfono y le dije que mi aprendiz quizá no podría ayudarla a cumplir con sus votos. Ella no me creía, así que retuvo los miles en calendarios que le retenía al vendedor hasta que por estas presiones cediera mi aprendiz, que me estaba viendo leer libros para ser escritor de nuevo. Lo más que tratábamos de evitar no era que naciera un bebé extraterrestre, sino tener que terminar nuestras vidas con una carrera literaria. Nos parecía que ser escritor es lo peor. Lo decía un argentino en un libro nuevo que estaba leyendo, y al parecer todo lo hacíamos para no tener que terminar escribiendo novelas.

En una nueva movida, Cinta no solo dejó de pagar los calendarios alegando la inconsistencia en las fiestas religiosas. También averiguamos que los repartió en el pueblo vecino, donde las fiestas del que habíamos impreso funcionaban perfectamente. De modo que se estaba haciendo promoción a costa nuestra, sin pagar, lo que preocupaba a los ejecutivos de la corporación, que sabían que Cinta era una mujer esencialmente buena que tenía necesidades perfectamente comprensibles. Lo único que le reprochaban era que le gustara el extraterrestre para procrear. Habrían querido que fuera yo, pero aunque buena, Cinta nunca me amó y eso tenían que tenerlo en cuenta los corporativos. Poco antes de que me reuniera de nuevo con mi aprendiz, supe que mi nueva cliente tampoco me quería pagar a mí. Se estaba brevando una especie de protesta solidaria por Cinta, creyendo que era yo quien me oponía a que acabara viviendo con el joven extraterrestre. Yo sencillamente me reuní con mi aprendiz y su nuevo maestro, que iba a seguir enseñándole cuando yo estuviera ausente, ya que sin remedio iba a estar diez años trabajando en ventas para pagar la deuda impaga. Mi aprendiz se conmovió un poco al saber que acaso no me viera más. Le dí la mano.

-Pronto te mando unos cuentos- me dijo.
-Está bien- le dije. –Los espero.

Tercer sobresalto: Nuevo capítulo de la novela por entregas “Hardboiled se llama el género”, de JC Quiñones

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Escribe Juan Carlos Quiñones

Todo lo que pueda arreglar hoy lo dejaré para mañana
-Babasónicos

Hoy llueve y es de noche. Este es el resumen de una novela linda y terrible de la cual no quiero acordarme. Hoy es el día de las reparaciones. Ajustes. De cuentas. Hoy llueve y es de noche y un cigarrillo y ya vamos cayendo en personaje. Llueve hoy y es todas las noches y ya es demasiado. Demasiada literatura. Hoy hace pum.

Buscaba como me toca y como apuesto que le toca a todo el mundo que vive así, con una espina entre el homoplato y el espinazo, el origen de un resentimiento. Detrás de los ojos. Cuentas. Por cobrar. En esos lugares donde uno nunca alcanza a rascarse. Un nombre, que ya siempre es una deuda. Un peluche. Adelaida. Digamos, escribamos que desperté y era de noche y llovía y ya aburre el tema. Aburre hasta el fondo del alma. Pero no debe aburrir el peligro que viene ocurriendo, que ocurre cuando viene exactamente el ¡pum!

Pum.

Lejano hoy, en esta noche, como el rugido roar de una cierta bestia indecisa en la selva verde y muy oscura donde lo más lejano felino se te acuesta encima con sus zarpas acariciándote el pecho o las sirenas de los carros policíacos uaua o los bomberos slush apagando un fuego o las ambulancias uaua que se dirigen directo a recoger a los desvalidos, a los rotos, a las Adelaidas retorcidas del mundo siempre lejanas. Siempre heridas. A los muertos, las Adelaidas, por eso ¿Por qué tengo que ir tan lejos? 911. Son como una pesadilla, las sirenas. Los zarpazos. Algunas pesadillas. Siempre se alejan. Lo lejano tiene la tendencia de acercarse. Inminente. Tú. A oídas. Un panorama hecho de ruidos, hecho de la materia intangible y sonora de lo que se sospecha. Causa pavor. Es hermoso.

¿Qué día es hoy? Es la gran pregunta del día. Me volteo. En la cama de este cuartucho que se voltea en el mundo que se voltea. El vértigo. Sacudo algún miembro de este cuerpo. ¡Pum!, ese tiro me despierta del sueño, si es que la naturaleza de las sirenas y otras cosas que no voy a nombrar no tienen ya la naturaleza de la pesadilla. El tiro viene del futuro y yo lo sé, y ya es saber mucho. Milisecundariamente, todo disparo viene del futuro. Depende a quién se le pregunte. En certeza depende del dato fijo de quién tiene la pistola por el mango. ¿No podría yo desenvolver estos entuertos mañana? Mañana suena bien. Sé que huyo hoy, y mañana siempre suena bien para el que huye.

¿Pero qué carajos pasa cuando uno huye precisamente del mañana, mientras se abalanza uno, él, tercamente, como un peso muerto, un pescado, una masa de harina cruda, directamente hacia él, hacia uno?.

Adelaida, o la venganza de ella me espera allá, precisamente al fondo del caño, al borde de los zarpazos, en la punta de los dientes, a los dos lados del cañón de una pistola nueve milímetros milisecudarios, al otro lado de los ojos que se cierran para siempre o ya cerrados, para siempre.

Hoy eres hermosa. Por eso el odio.

Hoy es de noche y la pesadilla no tiene problemas con presentarse, desfachatada, a joderme la vida si es que es tal, si es que hay tal. Sirenas. Dientes. Cigarrillos sin posibilidad de encendedor, o viceversa. ¡Huy! No es exactamente de noche porque me paso la mano por la boca, así, y encuentro la baba seca de una noche reciente y sórdida anterior. Una noche donde pasó una atrocidad o donde tuve que descifrar una atrocidad y no lo hice, o no lo logré a cabalidad. Un nombre, una cifra me espera, y no soy ciego pero no veo claro. ¡Zas! Encuentro, en ese ¡zas! la memoria de lo que precisamente no quiero recordar. Un peluche. Hay que ir. Ese tiro, esa boca de ruido es exactamente a lo que voy, y voy. Pantalones. Error. Mano izquierda estirada hasta el paraíso de los cigarrillos, no tan error. Mano derecha pasando por el pelo, James Dean. Error. Mano derecha abriendo la nevera de este cuarto mustio otra vez, otro error, más cabrón. Porque allí no hay nada. Un segundo. Hay nada excepto un peluche rojo en el cajón de los vegetales a punto de desabrirse y que no están y toda la lluvia ahí adentro. ¿Desvarío? Meto la mano. Descubro lo increíble. Lo que no dicen los espejos ni el sentir de los demás. Percibo con mis ojos grandes y atónitos tres rayas en la mano izquierda, la derecha. ¿Nadie ve? Descubro un conocimiento mojado y retorcido y siguiente:

Soy hermoso.

Periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico lanza nueva revista cultural: “Desafío”

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Escribe Perla Sofía Curbelo

Nuevo “Desafío” cultural para el periódico Diálogo

A un lado quedaron las reseñas culturales a las que está acostumbrado a recibir el público lector en los medios tradicionales. Ahora la intención es ‘revolver el hormiguero’, proponer en vez de recoger; provocar en vez de apaciguar. Estos son algunos de los retos pricipales de Desafío, el nuevo suplemento cultural del periódico Diálogo de la Universidad de Puerto Rico (UPR).

De acuerdo con su editor, Manuel Clavell Carrasquillo, el nombre Desafío surgió precisamente de los retos que encarará el mensuario de la UPR con este proyecto cultural, que por muchos años se conoció como Zona Cultural. “Queremos presentar una identidad fuerte y que a su vez el nombre tenga relación con el contenido”, explicó el periodista, quien fue nombrado en mayo a esta posición. “Es un desafío presentar un material cultural desde la escritura crítica y la opinión periodística que refleje un poco lo que está pasando en el mundo”, abundo Clavell. “Esto no significa que vamos a aceptar cualquier cosa que te llegue, pues no somos un tablón de expresión pública”, destacó. “Tiene que haber un proyecto editorial que guíe esa publicación…tenemos un criterio editorial, una misión”, añadió.

Aparte del reportaje central, Desafío cuenta con cinco columnas fijas: Fetiches, Quebrantahuesos, Las vainas de San Juan, Música Anyone? y Fuera de la sombra. Por las próximas diez ediciones, las columnas se utilizarán para presentar contenidos con la intención de desafiar y provocar a los lectores para que participen, refuten o regañen.

Según Clavell, los colaboradores seleccionados son “puntiagudos”, no tienen problema en herir sentimientos, reconocen que tienen un trabajo serio entre sus manos y no les molesta que una persona difiera de ellos. “Hemos menospreciado el periodismo de opinión”, señala Clavell. “No podemos tolerar que una persona opine distinto a nosotros, porque de lo contrario la callamos y se acabó”, añadió. “Queremos que la gente entienda que la provocación no sólo se logra desde el Hard News, sino también desde las secciones culturales”, abundó.

Asimismo, el nuevo editor cultural está enfocado en presentar una voz homogénea a través de las páginas de Desafío. “La homogeneidad no significa aburrimiento o tedio, sino que vamos a tener una sola voz para que el lector reconozca el producto”, indicó. “Que se ame u odie a nuestros columnistas porque una columna ‘terrible’ es una buena columna que se va a leer”, acotó.

Manuel Clavell recomienda prestar atención a:

1. El fenómeno de los “reality shows” como Objetivo Fama. “Por más que querramos negarlo, la televisión cambia la forma en que el público se relaciona con la cultura y el que quiera negar eso está enajenado”.

2. La Comay. “Aunque nadie lo quiere aceptar, el ámbito cultural está copiando esa fórmula ganadora de comunicar”.

3. Edgardo Rodríguez Juliá. “Creo que no lo hemos leído bien; es irreverente, habla malo… molesta lo que él dice”.

4. Wisín y Yandel. “Lo que ellos han hecho con el lenguaje; el rescate lingüístico no se está pensando en términos culturales”.

5. Artes Plásticas. “(Los artistas) se han dejado contaminar positivamente por otras cosas…la representación empresarial, el mercadeo, la publicidad, ha dejado el canvas como su único interés. Contrario a los músicos, literatos que piensan que hay que dárselos todo porque lo único que tienen que hacer es crear porque sino sería una ofensa (para ellos)”.

Manuel Clavell nació en San Juan, Puerto Rico. Tiene 32 años y es el mayor de tres hermanos. Es periodista y bloguero. Su trabajo periodístico ha aparecido en diversos medios de prensa del país. Obtuvo un bachillerato en Ciencias Sociales con concentración en Ciencias Políticas y aprobó los cursos conducentes a la Maestría en Literatura Comparada de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras. Asimismo, completó un Juris Doctor de la Escuela de Derecho de la UPR. Es abogado/notario licenciado. Además de ser el editor cultural del periódico Diálogo mantiene el reconocido blog cultural Estruendomudo en www.carnadas.org/blog

Fragmento del cuento “Los hijos de Sergio Medina”. Escribe José Liboy Erba

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Escribe José Liboy Erba

Muchos años después de su oscuro nacimiento, Sergio Medina escucharía una tonada de salsa que le traería la falsa reminiscencia de una pareja que bailaba en las calles de la ciudad en la que aparentemente había nacido. Sus padres actuales eran un contable y una dietista. Ella lo había tenido del tanque en una resaca de niños sin padres. Heredaban no solamente al bebé, sino las enfermedades de los padres. Medina, pensando en padres desconocidos, miraba en la distancia la hecatombe de aquella ciudad en la que no había podido nacer. De las canciones de salsa que le llegaban de allá, de las letras que escuchaba, no le quedaban sino unos vagos recuerdos, cuando por fin tuvo tiempo para pensar que no estaba con sus padres naturales. La imagen de unos bailadores le llegaba insistentemente, pero ni de ello podía apercibirse ahora. Cuando fue a la universidad, tuvo que donar un hijo. Las muchachas con las que habría podido salir, si no se le hubieran requerido esas células, ahora lo consideraban un pobre miserable que no podía hacer nada para impedir que le pidieran hijos.

Se le encargaba ahora bregar con un lote de células de hijos, que como él no tenían padres. No había encontrado candidatas idóneas. Las familias pudientes que trataban de esconder sus embriones ya habían desaparecido también. Recordaba haber leído una novela sobre la herencia de unos niños alemanes que el Tercer Reich le dejaba al mundo. Estaba leyendo esa novela sin saber que él mismo era una herencia, sólo que sin padres. La canción de salsa le llegaba a los oídos limpiamente. Los cencerros y los timbales resonaban en su cabeza. Una descarga de piano que siempre le confiaban a un tal Palmieri, lo hacía pensar que hasta en la música hay una persona que se faja mientras los demás no hacen nada. Pensando en esto, se trepó en el carro de sus padres de crianza y decidió ir a vender algunos anuncios. Su padre de crianza lo había anunciado para los veinte años. Ya en este mundo, los que se iban a casar no conocían familias de muchachas. Todo se hacía estadísticamente. Seguir hilando palabras, que después no quedaban en nada. Pensar en el cabello rubio de los personajes de las novelas de espionaje que le había dejado su papá de crianza, ahora recientemente fallecido. Trató de imaginar una carrera de caballos, algo que lo sacara del ensimismamiento. Algo que aunque fuera un libro le llamara la atención, pero ni modo.

Para escapar del terrible calor tropical y del teclado de la computadora en la que escribía su historia, pensó ir a la librería. Pero ya los libros no le decían nada. Su hermano le regaló una tarjeta para celebrar que era padre, aunque su hijo había nacido del tanque también, aunque él quisiera ser un padre que no olvidaba a su hijo. La verdad es que ni con el hijo vivía. Las mujeres estaban tan acostumbradas a parir esos hijos anónimos, que el hecho de que un padre fuera la excepción, no le permitía a nuestro amigo cambiar el signo de los tiempos. Así que entes de ir a la librería, fue a la universidad y encontró que la librería de la institución, en la que compraba libros baratos, ya no estaba abierta y que el periódico de izquierdas que de cuando en vez auscultaba, estaba por cerrar por falta de lectores. Un comienzo de vanidad le hacía pensar que podía, si quería, publicar sus cuentos. Pero a nadie le interesaba realmente la historia de un embrión perdido como él. Pensó, como es de esperar, que su padre de crianza lo había sido todo en la vida y que ya no le quedaba un sitio a donde ir, ni una meseta a la que subirse, ni una fonda en la que pudiera comer siquiera una comida caliente.

Recordaba ahora a la muchacha estéril que le había pedido el bebé de regalo. Era una mujer bonita a la que él fue a ver como si le celebrara un cumpleaños. No es que quisiera salir del bebé, pues le encantaban, pero quería hacerle ese regalo a la muchacha impedida. Recordaba que ella estaba de lo más contenta y con la esperanza de ser madre, aunque le decía para disimular el traspaso, que en realidad se quería casar con él. Sergio sabía que ella no quería casarse realmente, sino que estaba esperando el regalito de la célula. ¿Era esto una recesión? ¿Por qué, si él mismo era un embrión descartado, había tenido que encargarse del nacimiento de su hijo, igualmente descartado por la mujer que estaba con él? Pensaba en esas mujeres de Nueva York que no sueltan prenda nunca y que le dejaban esos huevos en la isla para que se defendiera. Especialmente en esta última década, las muchachas de Nueva York habían tapado el banco de tantos hijos que habían dejado sin nacer.

El lote de células había crecido muchísimo desde entonces y había que liquidar el banco injertando algunas células. El problema eran las candidatas que no era tan fácil conseguir, sobre todo porque los padres no se ocupaban de que nacieran sus hijos como debía ser. Estaba leyendo ahora una novela donde la protagonista hablaba de los sombreros que tenían que conseguir los padres cuando se casaban con una muchacha pobre, pero apenas le quedaba memoria de esa novela. Así que ahora estaba por emborracharse en alguna barra de ciudad, porque el trabajo que le tocaba era harto impopular. Tener que ponerse a conseguir padres era la peor encomienda. Llamó por teléfono a un muchacho que también era un embrión descartado, aunque no era tan infeliz como él.

El muchacho le dijo que fuera a buscarlo a su casa, pues pensaba aliviarle la tarea llevándolo a una feria. Especie de circo itinerante y feria, guardaba algunas monstruosidades biológicas. El muchacho descartado lo llevaba para que se diera cuenta de que por lo menos no eran personas deformes. Le hacía ver que pensar en la legitimidad de su ascendecia era como pensar en el oro de una pulsera de reloj. Poco importaba que una madre desfavorecida lo hubiera dado a luz. Lo que importaba era el amor que le pudieran dar los padres escogidos. Pero Sergio tenía esa estúpida reminiscencia de una pareja de bailadores, y al parecer, como estaba empeñado en visitar la ciudad de Nueva York, donde se había obtenido la cepa que le había dado la vida, el muchacho que era como él nada había podido hacer para sacarlo de esa nostalgia falsa.

Falsa porque a Nueva York no había ido nunca. ¿Cómo podía recordar unos padres con los que nunca había estado? ¿Cómo imaginaba una pareja de bailadores que se querían, pero que no podrían estar toda la vida juntos? Y ahora que había tenido que donar un hijo él mismo, se le acrecentaba esa idea. Esto ya estaba quedando como un viejo cuento de los de su país. Un poco agobiado por el peso del calor, y sin maña de hacer mejor, le invitó una cerveza a su amigo. Pasearon por la feria un buen rato y no encontraron nada feo. Se lo habían llevado todo para otra parte. No había nada feo que ver, así que viraron sobre sus talones. Tamaño trabajo le esperaba ahora, que tenían que visitar varias parejas sin hijos. Ya no era lo mismo que celebrarle una fiesta de cumpleaños a una muchacha bonita, aunque desfavorecida.

El tierno riel de la vida que a todos nos acoje, se lo llevó de la feria ese día porque tenía mucho trabajo que hacer. Ya para empezar, vio en la portada del periódico que iba a cerrar, una pareja que pedía cien mil dólares por dar a su bebé. Ella era como una maestrita del sistema público, y él aunque había sido campeón de natación, estaba ahora con una venerable barba blanca. Recordaba que él no le había cobrado nada a la muchacha que tuvo a su hijo, por el hecho de no ser únicamente un embrión descartado el que le regalaba, sino por el hecho de que tuviera un defecto en la mano que le impedía, como los otros, vender a sus hijos. Eso pensaba este señor, cuando una nueva pareja se les apareció. Ella estaba con medicamentos porque no quería tener hijos con defectos y prefería pagarle a la pareja del nadador y la maestrita. Pero no podía pagar cien mil dólares, así que estaba con medicamentos. El cuento perfecto que pensaba escribir Sergio, no podía hacerlo ahora. Nada encajaba bien, todo se iba por la borda, con recuerdos y todo. Pensó en los cuentos imperfectos que había visto publicados en una revista de Carolina, pero ni modo. ¿Cómo convencer a la pareja de que tuviera uno de los embriones sobrantes? El plan médico podía proveer la cepa, y ellos serían como sus padres, que tendrían un hijo que aunque imperfecto, no sería mala persona y quizá hasta le iría bien en la escuela.

Como estaba en la casa con su madre, ahora que su papá de crianza había fallecido, ella le dijo que rebuscara entre los libros viejos de su papá para ver si podía aprender nociones de economía. Con su mamá, vendía paraguas y calendarios, y todo el mundo lo conocía como una persona que iba a ser escritor, pero que por haber tenido que donar un hijo, se habían tenido que retirar de la literatura, pues la gente literaria al parecer no creía en eso. Encontró entre los libros que había leído en la adolescencia, cuando pensaba en sus padres verdaderos, los bailadores, el famoso libro de la herencia del Tercer Reich. Las pájinas ya ajadas por los años, y la sensación de que la ilusión no era la misma, ahora que sabía que la pareja de bailadores en la que pensaba era una reminiscencia de su familia original. Pero ahora ni por nada del mundo estaría con esa gente de Nueva York. La sola idea de tener que bregar con una madre orgullosa que no lo aceptaba lo tenía lejos de buscar la verdad. La novelita de espías de su papá, aunque ya leída y masticada en otros tiempos, le trajo dulces recuerdos de cuando pensaba convertirse en un intelectual, antes de que le pidieran el bebé en la universidad. Había sido bueno querer ser intelectual, es decir, todo el mundo debe soñar con ser inteligente y tener un trabajo inteligente. Volvió a repasar las páginas de la novela. En el primer capítulo, un submarino alemán que iba a llevar la herencia nazi perfecta por todas partes, con fuertes y rollizas enfermeras. Pensaba que él no podía ser personaje de una novela de personajes perfectos, y pensaba que el chicle no le daba para mascar el tiempo de leerla otra vez.

No obstante todo esto, pensó en el recuerdo de las novelas de espionaje, Hay quien imagina que los cuentos se recuerdan mejor cuando no se tienen a la mano, que tener de nuevo el cuento y volverlo a leer no tiene gracia. La literatura que leíamos cuando éramos adolescentes, ya se quedan pequeños como las casas de las abuelas que visitamos en la isla. Ahora que todo le parece postizo, padres y relaciones, aunque no sea cierto, pues esas novelas o los recuerdos de esas novelas de espías son como la pareja de bailadores. Es verdad que le gustaron las novelas sobre la herencia alemana perfecta, pero no pensaría ni aunque fuera perfecto, ser una herencia metida en un submarino. Ahora estaba leyando una nueva novela sobre nazis escapados. El tenderete de libros del Centro Comercial ya no estaba y allí habían leyendo Mi Lucha, de Adolf Hitler.

Segundo sobresalto. Otro capítulo de la novela “Hardboiled se llama el género”, de Juan Carlos Quiñones

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Escribe Juan Carlos Quiñones

El hombre mira hacia abajo, hacia las rayas de su mano izquierda, como se mira hacia el horizonte lejano. Un mándala destruido, hecho de arenas de colores que el viento voló dejando rastros a descifrar, su mano. Izquierda. Tres rayas, tres navajazos trazos que se cruzan. Esas marcas, intrauterinas, elucubran una historia. Y este hombre es todo historia. Allá, en ese horizonte lejano donde se cruzan las líneas, está oculto lo que se busca, lo que ruega ser revelado. Buscando la historia que le pertenecería (¿el final de la historia que le pertenecería?) él descubre que todos los caminos hoy conducen a Roma. ¿Eran igual ayer? ¿Las rayas? ¿Un destino que se tuerce? ¿O sigue igual? ¿Cómo saberlo? Anoche llovía. ¿Hay una gota de lluvia en esa mano? ¿Hay una noche escondida en los surcos de esa mano?

Flash, y es anoche.

Esa mano, ayudada por la otra, la del otro lado del mundo (otro horizonte, otra historia que contar) aprieta el cuello de un cisne. Eso es lo que dicen las líneas de esas manos.

Drip. Una gota. Esta es roja. Como un peluche. Como un cierto peluche perdido, encontrado, reencontrado.

Zoom a los ojos. Grandes. Grandes. Abiertos como galaxias inmensas. Los ojos son espejos del alma, y eso es un clisé. No es tan clisé que ocultan y revelan gotas, son la lluvia del alma, y son capaces de reflejar la atrocidad y llorarla. ¿De quién son estos ojos que miran con tanto empeño esa mano-horizonte-destino de sí y de otros? ¿Soreno? ¿Quiñones? ¿Hay diferencia? Hay que preguntarle a aquel, aquel que le habla a Galliano, aquel que Galliano convoca como un talismán de aire en sus momentos de zozobra. Ese viaje se hará. Quiñones irá. Pero no hoy.

Cualquier noche. La noche de la atrocidad o la noche del descubrimiento posterior de la atrocidad o aun la noche de la resolución terrible de la atrocidad. En esas mil noches más una, en todas ellas, llueve. En una de ellas se oculta Adelaida y en Adelaida se oculta su peluche y en el peluche se oculta un secreto que esta escritura intenta descifrar. Por ahora, baste con escribir que esos ojos repletos de agua y de asombro reflejan a Adelaida, que está muerta. ¿Qué mano la zozobró? De eso se trata. Si sabemos, si podemos saber que en su mano derecha, ya tiesa, se oculta un peluche como un pajarito cobijado en su nido. Esta imagen es tierna. El cuerpo malogrado de Adelaida no lo es. Por eso la grandeza de aquellos ojos.

Zoom.

Un camaleón al asecho de Galliano o aquí el reptador es otro. La Ponka asesina capítulo 4.

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Especial para Estruendomudo

I’m a man with conviction
I’m a man who doesn’t know
How to sell a contradiction
You come and go
You come and go

-Karma Chameleon, Boy George

Será esto la eternidad
que aún estamos como estábamos.

-Gabriela Mistral, 1948.

Tras el estremecimiento de la última fibra cardiaca que te causó la mirada de la Ponka, te hiciste el loco –!qué mal te iba, macho!-, fuiste dejando el bailoteo con disimulo y te acomodaste subrepticiamente, como reptil burdo con sorpresivo ataque de cortesía, recostado contra una columna. Ya posicionado como estatua barroca, específicamente como el Cristo del Expolio, empezaste a trabajar con tus complejos y tus dudas. ¿Estará pidiendo cacao el chamaquito este?

Bailar con él después de la señal que te hizo con los ojos, pegártele con malicia y bellaquera, posiblemente no sería percibido por el resto de la concurrencia. Entonces, Gallianito, ¿qué te pasaba? ¿Por qué la retraída?

Es posible que la droga no te permita recordar el titubeo, los movimientos peristálticos acelerados repentinos y el toqueteo directo imposible de tus partes (te lo impedía el pantalón del traje y el algodón del boxer) para avisarle desde lejos que no te estabas rajando, sino que posponías.

Tuviste ganas de ver su respuesta después que te agarraras. Querías comértelo allí mismo, a base de su respuesta al capeo, y de explorar la forma dura de su culo bello rozándole la tela de los mahones negros con tus manos abiertas, luego flexionadas como garras en gesto de sujetar la presa sin joderla, pero en el ínterin hubo una comunicación de pudor en tu cerebro pedófilo que no quiso que lo hicieras.

A tu lado, un moro acicalado en sus cuarenta, supuestamente demasiado viejo para ese trote chic discotequero, encendió un Djarum Black. Le pediste uno, te contestó que sí con acento palestino, que no había problem. Muy agradecido, volviste a tu faena pero echando bocanadas sensuales al ritmo de la música. La Ponka lo notó enseguida y siguió bailándote directamente, como si lo acompañaras en medio de la pista; sin bajar la guardia nunca.

Paja primera

Imaginaste que te arrodillabas frente a él y que él se lo sacaba para que tú se lo mordieras suavecito (flácido) y después se lo mamaras rápido (casi erecto). Alguien tropezó contigo mientras te hacías el cerebrito con el nene y te pidió disculpas. “Thats ok, thats ok man”. Regresaste a la escena de la plegaria y te detuviste a mirarle la cara a pesar de la semipenumbra láser. Tenía la misma cara de nena que tenía la cabrona puta de Adelaida cuando la contrataste por primera vez en un callejón oscuro sanjuanero hace par de años, al hacer el semestre de intercambio. Los mismos labios finitos (lo único que estos tenían piercing), los mismos ojos achinados, las mismas pestañotas góticas. La piel (carajo, condenao, lo distinguías todo aún con el salami cento in bocca) era la misma que tenía Adelaida. Ni un solo poro brotado, ni un solo barrito, ni un solo trazo marcado en la mejilla izquierda, ni en su complementaria comisura hambrienta, del último lechazo. Ojeras: muchas. Ésas sí que siempre los delataban, y más si se las pintaban; aplicándoles más polvillos grises.

La música trataba de jalarte de vuelta a la realidad progreinternacional del Gay Palace, pero tú insistías en venirte a la manera New Age. Jalaste a la Ponca por un brazo haciendo una fuerza anormal y ello provocó que se le rompiera la camiseta cuello uve Calvin, con apariencia de baratija blanca y requeterrepuesta. En tu delirio y arrebato bellacoso, el DJ puertorro (tenía que ser mamalón, gordo y bastante pato) puso reggeatón allí y tú -a las órdenes del jefe Yankee- te lo llevaste al baño. La multitud se dio cuenta del rapto, hubo ayes y murmullos en tono chismoso, hasta tipos escandalizados falsamente con el sonsonete de La Gasolina. El colectivo agitado por el teguístico “pónmela en la bémbola” que vino luego se fijó primero en los tatuajes de pájaros del paraíso que tenía la Ponka gravados en el pecho delicado. Tú también te fijaste. Decidiste suspender por el momento el ensalivado viaje al baño y proceder a lamerle cada bicepcito flaco como si no hubiese mañana. Olía a Channel 19. Él cayó de bruces debido a tu violencia y extendió el brazo en “vogue motion”, bien maricona ella, casi como en un trance de ballet ruso, derecho hacia tu boca. Te dio un puño ralo, como si tuviese puesto un guante de terciopelo color plata, que duró un milenio, y tú se lo devolviste con tu lengua astuta, lamiéndoles los pelitos de la axila sudada, pero con un olorcillo tenue a fragancia de nena, mientras tragabas hilitos calientes de tu propia sangre perfumada.

¿Era él o era Adelaida la que aullaba de placer mientras los otros, haciendo un círculo de solidaridad ruidosa a su alrededor (hubo órdenes, peticiones y gemidos fuera de lugar; fastidiosos) suplicaban por la consumación orgiástica? Ahí fue que te pujilatiaste por el clamor general de carne contra carne en salsa de Vodka Tonic y poppers, y que se te puso con la uña del índice izquierdo el crystal dust en las entradas de los rotos de las naricitas tembluzcas al pensar en el efecto que tendría sobre los tuyos gibralteños el contacto de la pantalla de metal que le traspasaba a la Ponka la bembita de abajo.

La dificultad de salir de la incertidumbre del sabor y la huella rusty del tacto de la argolla fría llena de bacterias alargaron tu viaje. Mientras tanto, uno de los osos peludos con camisas lumberjack que estaban en el foro habló por boca de uno de los sadomasoquistas con chalequitos de cuero y declaró abierto el concurso: “Señores del cenáculo, a coger y a mamar que el mundo se va a acabar”, dijo. La Ponka se viró y te puso las nalgas prensadas en la cara. Disfrutaste de que te mangaran en vivo en esa posición sumisa. Pasó un segundo, y se separó para que le pidieras más y pudiera asegurarse de tu empalme. Al verte, te diste cuenta de que se había rapado el pelo con “la cero” y que, además de a la putonga cabrona de Adelaida, se te parecía a Sinead O’Connor; pero un tanto más firme.

“Mal te veo, Gallianito. Mal te veo”, te dije en un arrebato de cólera verídico cuando llegué hasta la columna salvadora después de que me solicitaras el enésimo rescate. Querías que te insuflara el valor necesario para despertar de “la pálida” pajera sin tenerte que echar agua fría, volver de inmediato a la pista original y hacerle un avance superserio a la Ponka Asesina.
Paja segunda

(To be continued!)