Escribe Juan Carlos Quiñones
Todo lo que pueda arreglar hoy lo dejaré para mañana
-Babasónicos
Hoy llueve y es de noche. Este es el resumen de una novela linda y terrible de la cual no quiero acordarme. Hoy es el dÃa de las reparaciones. Ajustes. De cuentas. Hoy llueve y es de noche y un cigarrillo y ya vamos cayendo en personaje. Llueve hoy y es todas las noches y ya es demasiado. Demasiada literatura. Hoy hace pum.
Buscaba como me toca y como apuesto que le toca a todo el mundo que vive asÃ, con una espina entre el homoplato y el espinazo, el origen de un resentimiento. Detrás de los ojos. Cuentas. Por cobrar. En esos lugares donde uno nunca alcanza a rascarse. Un nombre, que ya siempre es una deuda. Un peluche. Adelaida. Digamos, escribamos que desperté y era de noche y llovÃa y ya aburre el tema. Aburre hasta el fondo del alma. Pero no debe aburrir el peligro que viene ocurriendo, que ocurre cuando viene exactamente el ¡pum!
Pum.
Lejano hoy, en esta noche, como el rugido roar de una cierta bestia indecisa en la selva verde y muy oscura donde lo más lejano felino se te acuesta encima con sus zarpas acariciándote el pecho o las sirenas de los carros policÃacos uaua o los bomberos slush apagando un fuego o las ambulancias uaua que se dirigen directo a recoger a los desvalidos, a los rotos, a las Adelaidas retorcidas del mundo siempre lejanas. Siempre heridas. A los muertos, las Adelaidas, por eso ¿Por qué tengo que ir tan lejos? 911. Son como una pesadilla, las sirenas. Los zarpazos. Algunas pesadillas. Siempre se alejan. Lo lejano tiene la tendencia de acercarse. Inminente. Tú. A oÃdas. Un panorama hecho de ruidos, hecho de la materia intangible y sonora de lo que se sospecha. Causa pavor. Es hermoso.
¿Qué dÃa es hoy? Es la gran pregunta del dÃa. Me volteo. En la cama de este cuartucho que se voltea en el mundo que se voltea. El vértigo. Sacudo algún miembro de este cuerpo. ¡Pum!, ese tiro me despierta del sueño, si es que la naturaleza de las sirenas y otras cosas que no voy a nombrar no tienen ya la naturaleza de la pesadilla. El tiro viene del futuro y yo lo sé, y ya es saber mucho. Milisecundariamente, todo disparo viene del futuro. Depende a quién se le pregunte. En certeza depende del dato fijo de quién tiene la pistola por el mango. ¿No podrÃa yo desenvolver estos entuertos mañana? Mañana suena bien. Sé que huyo hoy, y mañana siempre suena bien para el que huye.
¿Pero qué carajos pasa cuando uno huye precisamente del mañana, mientras se abalanza uno, él, tercamente, como un peso muerto, un pescado, una masa de harina cruda, directamente hacia él, hacia uno?.
Adelaida, o la venganza de ella me espera allá, precisamente al fondo del caño, al borde de los zarpazos, en la punta de los dientes, a los dos lados del cañón de una pistola nueve milÃmetros milisecudarios, al otro lado de los ojos que se cierran para siempre o ya cerrados, para siempre.
Hoy eres hermosa. Por eso el odio.
Hoy es de noche y la pesadilla no tiene problemas con presentarse, desfachatada, a joderme la vida si es que es tal, si es que hay tal. Sirenas. Dientes. Cigarrillos sin posibilidad de encendedor, o viceversa. ¡Huy! No es exactamente de noche porque me paso la mano por la boca, asÃ, y encuentro la baba seca de una noche reciente y sórdida anterior. Una noche donde pasó una atrocidad o donde tuve que descifrar una atrocidad y no lo hice, o no lo logré a cabalidad. Un nombre, una cifra me espera, y no soy ciego pero no veo claro. ¡Zas! Encuentro, en ese ¡zas! la memoria de lo que precisamente no quiero recordar. Un peluche. Hay que ir. Ese tiro, esa boca de ruido es exactamente a lo que voy, y voy. Pantalones. Error. Mano izquierda estirada hasta el paraÃso de los cigarrillos, no tan error. Mano derecha pasando por el pelo, James Dean. Error. Mano derecha abriendo la nevera de este cuarto mustio otra vez, otro error, más cabrón. Porque allà no hay nada. Un segundo. Hay nada excepto un peluche rojo en el cajón de los vegetales a punto de desabrirse y que no están y toda la lluvia ahà adentro. ¿DesvarÃo? Meto la mano. Descubro lo increÃble. Lo que no dicen los espejos ni el sentir de los demás. Percibo con mis ojos grandes y atónitos tres rayas en la mano izquierda, la derecha. ¿Nadie ve? Descubro un conocimiento mojado y retorcido y siguiente:
Soy hermoso.