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Nada importante que hacer

asistir a un funeral
contestar los e-mails
dejar de fumar
ver un documental sobre las Olimpiadas de Munich
revisar estadísticas
invitar a las chicas a comer.

Perrera

No me he vacunado contra la rabia.
Por eso pongo en riesgo
a los demás inquilinos.
Típica situación de perrera.

Decálogo del rompehuelgas

  1. No asumirás causas panfleteras.
  2. No gritaras consignas.
  3. No negociarás con turbas incendiarias.
  4. No aspirarás a salvar la patria imponiendo cadenas.
  5. No representarás a nadie.
  6. No serás cómplice de protagonismos politiqueros.
  7. No impedirás la expresión democrática.
  8. No te convertirás en vocero de la nostalgia decimonónica.
  9. No robarás cámara.
  10. No levantarás ídolos de piedra donde sólo debe haber discusión de ideas.

-M.C.C.

Muñecas nuyorkas o el regreso del Glam en inglés y en español

IRVING PLAZA 17 Irving Pl., at 15th St. (212-777-6800)—Thirty years ago, the New York Dolls paired the seedy downtown vibe of the Velvet Underground with a glam aesthetic and played a gloriously dishevelled high-volume rock. It was a sweaty, sexy combination, and it helped spawn, inadvertently, punk rock and hair metal, but it was all over too quickly. Then, last June, the ex-Smiths front man, Morrissey, a longtime fan, convinced the Dolls to get back together for a show. The death of the bassist Arthur (Killer) Kane a month later put the reunion in doubt, but the group played Randall’s Island last summer, and they return for three shows April 28-30. (The New Yorker)

Nos besamos en público, un arrebato de lengua y pedacitos de LSD frente al indio de bronce que preside la Placita del Indio en el waterfront de El condado, valga la redundancia, vestidos con tacas plásticas azul turquesa y pantaloncitos color del vino rojo y verde chatré, a la luz de la luna tropical y con la brisa del mar que acariciaba nuestras greñas laqueadas con escarcha bizarra tuttifruti y nuestras orejas perforadas con los tapones del I-pod color blanco impecable sintonizado oportunamente en la música de Bjork y cortes de T.Rex, Marc Bolan, Sweet, Slade, David Bowie, Alice Cooper,Roxy Music, Mott The Hoople, Gary Glitter, and more, según Google, por aquello de que no se haga público nuestro dolor y que no nos acusen los vecinos del síndrome del retropanick, esa sensación que le viene encima a la mayoría de los que odiamos al fake colombian music revolutionary llamado Juanes cuando nos acordamos lo bellos que éramos cuando nos tomábamos de las manos y salíamos a pasear por las calles de Londres con trajecitos de velvet, bien abrigaditos en imitation mink aunque dabajo luciéramos un tubo de spandex, porque nosotras las cholas funkeras de la orilla americana no estábamos tan acostumbradas a sobrevivir los cantazos eléctricos de las guitarras de las dragas rockeras en pleno sótano de refugio antinuclear sin calefacción, un sacrificio de medias nylon con boquetes a la altura de los muslos y una penitencia de bondo de tonos pastel en la cara (no hay que descartar el retoque ochentoso con lipstick a la altura de la comisura violada por la nota punk) que servía de máscara protectora si no de sunblock de esa ventolera heladísima que proviene del Atlántico norte (The Queen is English) y que nos ponía de pose en pose de vuelta y media, zas, zas, a caminar viraditas (uno, dos, uno, dos) de plena conciencia escandalosa por los antros gemelos de Nueva York (England is an island), a los que acudíamos como dignas representantes mormonas del evangelio según la decadencia chic y el degenere hard core del proletariado rockero postsesentoso (Manhattan is an island), con aspiraciones de chusma de Hollywood pero con síntomas de erupciones virulentas en la piel de yunky de brownstone suburbano cruzado con la escena de pastizal y jeringuillas sucias lavadas con agua de clorox encontradas en crack house de arrabal. Punto y aparte: El canto de pelo era un detalle de importancia capital. Allí era que se separaba el estirón del afrosheen y el empleado de beauty casero e improvisado que nos atendía en el momento previo a la exhibición de la adversidá. La fila, gran pasarela previa a la homilía del glamour, era la prueba de fuego que todas, tarde o temprano, quisimos rebasar. Rojo metálico Clairol, mi favorito, bleached, visto en los otros amigos queridos del alma borracha de pink champagne porque en mí, en mí no. Imposible. En mí no se veía bien el esteiment del pelo malo de negro fuera de grupo tinteado de colorao y envuelto en moñitos groovie del material de la nostalgia de hacer el ridículo como gruppie y fan que se masturba con los posters por las noches, que es también la sustancia controlada que se usa para aplanar las arrugas que con los años le salen al papel celofán.

Changos versus Plataneros

En estos lares se reanuda la temporada de voleibol masculino, uno de los deportes favoritos de la gente del campo boricua, que viaja en Jeeps cuesta tras cuesta, sube y baja, por las montañas del interior, para disfrutar de los chamacos en pantaloncitos Tiger que le pegan a la bola y kilean sudores propios y ajenos, mientras la multitud de fanáticos cafres que favorece al equipo de Naranjito (los Changos) insulta a labio partido a la horda subida de peso y de tono que le va a Corozal (los Plataneros). “Duro, duro, duro”, se gritan de banca a bleacher, de voz de trueno a pozo de letrina, y así, así pasan los días deportivos en la patria mía. De todo esto me estoy fijando ahora, que acabo de darme de baja de los grupos de discusión literaria más estériles del planeta, donde se siembra una mogolla de letras nacionalistas que va desde la República Dominicana hasta la Argentina, y cuyos máximos representantes son los bardos funerarios en busca de laurel dorado pero sembrado en tiesto tropical. Un juego de voleibol olímpico que ocurre con letras en vez de con bolas. Una amiga mía, dominicana de corazón atribulado por la charrería, me dijo a tiempo y con extrema sinceridá que participar en esos grupos literarios es una pérdida de tiempo, un agite de “bolsas” papel crepé a favor y en contra de unos escritorcitos u otros, que al fin y al cabo no mucho están aportando a que más gente lea gracias a que permanecen escabechados en la salsa de aceite y vinagre del inbreeding caballal. Ella los llama “bolsas”. –Pero bolsas de qué carajos, le pregunté la última vez que pasó a buscar dólares por esta Isla del Encanto. “Pues, mijo, cuuuáles van a ser, bolsas de cojón de viejo es lo que son”. Confieso que me quedé pasmado. ¿Cómo es posible?, esa gente de bien tiene una función pedagógica indiscutible. En esos grupos de literatos se presentan noticias de interés, cositas buenas de la escritura en español, etc, etc. Sin embargo, ya no me dan absolutamente ninguna pena, ya entendí cuán bolsa he sido durante dos años consecutivos, enviando mensajitos nimios al más allá. Hoy, necesito que mi correo esté libre de chusmas, inclusive las propias, que son bastantes. Necesito que mi correo se llene de conversaciones de embuste, de juegos de palabras, de vainas que bailen en el filo del riesgo. Necesito más gente esquizofrénica del lado de acá. Me rodea demasiada gente cuerda. Estoy aplastado cibernéticamente por un conjunto de verbos chatarra, en extremo burocráticos, donde poco espacio queda para la bachata experimental. Me refiero a la escritura de telegrama literario, dale que es tarde y seguir puliendo los malditos cinco temas básicos -patria, amor, muerte, fama y soledad-. Ya me cansé del monólogo forzado, de los forwards sin contestar, del túmbame la pajita del hombro derecho, que yo soy zurdo, de la planicie de la escritura caribeña del 2005; un intento asmático y melodramón de decir alguito en cuatro o cinco periódicos que le dedican portadas a Ramón Emeterio Betances -padre de la patria subyugada a USA, gracias a Dios- y que se diagraman en la PC del Centro Comunal de Levittown. Es momento de montarme en ese Jeep con olor a humo de lechonera corozaleña (ya que lechón he sido y ahora lo vuelvo a ser), volverme mondongo, dar una vueltecita por el monte, asistir en bermudas y chancletas al próximo encuentro de voleibol, comer hot dogs con sourkraut, cotton candy color rosado Pepto Bismol (uno de mis favoritos), ligar a par de macharranes de pelo en pecho y vozarrones de en contra y a favor, asumir la escena asqueante de la boricuada despreocupada por certamen literario hasta el tuétano de mi ser y mi corazón espinado en vías de liberación postcomplejo de crítico literario cheerleader de conferencias de escuelita superior y revisar al regreso la palabra islandesa, mezclada con la conversación bugarrona de negociación colectiva para transar el próximo polvo en la playa de Isla Verde y la última grabación Hi-fi del concierto de Dj Gulembo, que es la reencarnación multimedia de TIESTO, el mutante holandés que saca música de los platos y las consolas electrónicas, las empaca en las esferas alquímicas que controlan vía remoto los camiones que se pasean la carga de piedra caliza por la Ruta Extraterrestre que desemboca en el Municipio de Lajas y vuelven, ya después de un chapuzón hasta el fondo de la Bahía Bioluminiscente de ese mismo pueblo perdido en el sur, a recargar en la superficie del agua salada purificadora, babas de Yemayá, esas baterías mohosas que anuncian nuevas energías creativas en el momento que se introducen los nuevos consoladores con vibras digitalizadas -burned- en los aparatosos cosos esos con cabeza de cobre Duracel.

Fuego

Estacionó el auto en la calle de al frente, con miedo, porque acababa de dejar atrás –y en llamas– un camión de gasolina de la compañía Texaco.

 

Había explotado por su culpa, ¿quién lo empujaba desde el inconsciente a arrojar por la ventanilla las colillas de Marlboro todavía encendidas?

Subió al apartamento y se sentó a pensar la llamada telefónica. Sabía que de un momento a otro hablaría con su abogado.

El puerco espín, por Luis Andrade

Xiaoyan me limpió la frente y el entrecejo con una gasa empapada en alcohol y procedió luego a limpiarme ambos lados de la nariz, el pequeño espacio junto a mis narinas. -Uy, nunca me pusiste agujas ahí- dije. Ella sonrió y dijo: -No te preocupes, no duele.

Este cuento, reproducido con permiso escrito del autor, continúa en: http://www.sorocabana.net/bitacora/

Tríptico: Revolución de las ratas que se cansaron de roer


Viscera intestina ambulante,
el camión que recoge la basura
se estaciona frente al parabrisas
de mi crueldad sin ley.

Viene un cambio.
Los profetas se han puesto mantillas negras
para cubrir la risa
(como Condoleezza Rice).

Ahora sé
que podré observar con calma
el crecimiento paulatino
de la panza
y las operaciones
termodinámicas
de las turbinas de mi fe.

Se busca chamaco despreocupado

Me he encontrado un telescopio. Borracho y loco miro más allá de esta parcela a la que no le voy a dedicar más líneas, al menos por el momento, mientras me saboreo la presencia de un chamaco despreocupado cuando dejo las alturas de la azotea de mi "soledad". Sonrisa lujuriosa, cuerpo promedio, estatura baja, pero ese descaro del que se sabe paciente frente a la dama, que insite en acariciarla como ella manda, sin ganas de lucirse en el performance que, más que espectáculo viril frente al espejo de la violencia comunitaria de los pares, son unas ganas de agarrarla bien agarrada justo en el momento preciso que sus pupilas semivirginales se lo piden y lo arrastran hacia la complacencia del tú mandas, mamita chula, belleza, diosa bellaca que conspiras junto a las hienas para ver cómo logras que me entregue como esclavo a tu maldá. El amante perfecto, mi vida, blanquito, con pelos alrededor de los labios y la boca para complacer hasta el poro más difícil de atornillar y desenroscar.

Judas cena con nosotros

El chota está entre nosotros. Es un pájaro glotón y chapucero. No acepta críticas ni recomendaciones de los pavos reales, pero cree en la libertad de expresión de la comunidad pajarera. Es paranoico. Sin embargo, las lechuzas lo confrontan con la peor de sus frustraciones, porque tiene miedo a darse cuenta que su poder está caduco: hace tiempo que se acabó el feudalismo de los corrales forrados con caquita de pollo dominados por el férreo poder de uno solo sobre la multiplicidad de los secretos.

El sabe que yo sé que es un cobarde. Todo el mundo lo sabe.