Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Lo vio en la biblioteca por primera vez y notó la blancura hermosa de su piel, la misma condición en la dentadura. Ese objeto de deseo era empleado allà y las caracterÃsticas citadas más su pelo lacio y negro eran el tipo de espectáculo que siempre vinculaba con la perfección.
Escuchó que alguien decÃa que la vanidad era el pique de la vida y siguió de largo; no reparó en conocerlo, no imaginó que lo volverÃa a ver. La segunda vez que se encontraron, trabajaba en una mesa lejana del escritorio del muchacho. Acumulaba montañas de libros y apuntaba sus hallazgos en la laptop. Fue a su mesa dos veces. La primera, llevaba el carrito para llevar y traer los volúmenes. Después, llegó a sus dominios sin él. Desde el inicio notó que el chico se interesaba por algo, le correspodÃa de alguna manera en medio del despliegue mutuo del recatado lenguaje del trámite. “De esos, ¿cuáles me puedo llevar?”. La frase le despertó una revelación que lo condujo a desvincularse de galanterÃas cuando abrieron las bocas por la segunda vez. Más lenguaje de trámite.
Salió del lugar, pasó frente al escritorio y tuvo que despedirse, pero la mirada no se la correspondió.