Cuadernos de la Hermétika II

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Hallar las claves. No saber dónde buscar. Compartir la noticia del secreto por ahí, teniendo claro que los interlocutores no se desperdician, pululan, se cantan pelaos. Seguir en una especie de piloto automático por la autopista del sur, debajo de la carretera vieja del otro sueño, de la otra cara del miedo a caminar con las muletas asignadas por el rey sol, el niño prodigio de la capital de Petionville, un colegialo de caserío, el sagrado párvulo de ébano con el mensaje de los muertos encintado en el espíritu hecho barro, embarrado de corazón a corazón como si fuese una comunicación digital entre el hambre tuya de ser amado y mi necesidad, la situación especial de todos los niños emocionados del vecindario, el cuento infantil con sacarina de la muerte de un cándido, de la ingenuidad de clase y de la ignorancia colectiva, un no rotundo y permanente ante la superintendencia que vigila las conversaciones entre los calvos y los enanos, el oído mayor del estado mayor, el cuerpo exterior del oído que no escucha, nada que escuchar; otro altoparlante en off.

Un recién nacido a la cuestión del ocultismo y las capas de tela, los lienzos y las planchas de acero sin pulir que caen soldadas unas contra las otras encima de /cierta incertidumbre/ (verdadera contradicción irresolucionable, inmasticable per se), un bebito castrado con un puñal de obsidiana cruda y herrumbrosa sobre un lecho hecho de sábanas negras -ahora llenas de sangre sacrificial bovina- de tafetán, en una habitación iluminada con velas anaranjadas y decorada con miramelindas de cartón dibujadas por él: un clóset bien grande a la salida de la depre, walking space para encerrar y olvidar el caminar arrumboso, olvidado: confirman en la comisaría, según los infórmenes, que el feto pensante estaba colocadito allí de pie.

Parálisis de la brisa, suspensión inmediata de la sopanda internacional (las metáforas del relato incoherente) y tren delantero sin cambio de aceite y filtro, un salto cualitativo de lo inmaterial a lo vegetal, un viaje puñetil de lo abortista a la política de proliferación de la fe, una punzada que es una sílaba, (ño), una palabra sucia que sopla desde ti con todo el golpe que recibo de tu aliento fétido, que proviene del hueco palpitante -es más, un silencio cruel lleno de sentidos confusos, un e-mail regado con junk vertido sobre el tintero de bytes, lanzado sobre el parque de pelota que es el field day de mi soledad hipotecada en mi escritura de compraventa con intereses pactados bajo el nivel de la usura más divertida, de mi estancia en el mundo apartado postal y activao, carajo, encuclillado sobre las sobras de los jugadores y los peloteros que ganan millones de dólares a costa de la pelota mayor de mi infierno soberano, chupando la hiel de la esperanza inútil contra la muerte del niño explotado de Petionville, restrellado contra las paredes de cal mal unidas en medio de la lección de francés elemental por la missis más culiapretada de la localidad. Fue traspasado por las vigas del madero de nuestro señor en las tumbas frías del Fondo (dice Fondo, puñeta) Monetario, gracias a la refrigeración nuyorkina provista por los cascos azules, debido también a la voladura de sesos que surge como manantial evangélico en medio del barrizal de mi consciencia vencida y requetevendida al mejor postor, ¿dónde? ¿Qué?.

Más tarde, el sol hecho cantos de fuego y semen derramados sobre el abismo de tu ausencia de mi falso poder sobre ti, vi el intento de suicidio por televisión: un performance de la derrota hacía mella en mi covachita interior llena de arañas pelúas con ADD. El gran autoconsuelo, te cuento ahora, fue que comí mientras observaba el destasajo por televisión. Corpus Cristi, Carmela, Sine Die. Mastiqué ensalada de quesos de cabras azules con peste a leche cortada por otra daga de obsidiana, leche ahora contaminada con la sangre del corderito de Petionville que me habita rajada en dos por dos gotas de limón sobre su piel blanca (es un decir, porque el negrito Melodía blanco no es), una leche amarga convertida en grumos asquerosos no triturables por los dientes molares por vía del camino natural en abierta competencia con el esplendor de las almas de Petionville envenenada, penitentes, peticionarios jodidos sin que se enteren las multinacionales que administran nuestra indiferencia sexual sin acuse de recibo, sin lacras ni sellos ni confirmaciones de pagos al erario, simplemente tú menos yo con dos copas de vino malo importado de Galicia en las manos trémulas, como dos amigos que se quieren pero no se hablan transportados a las rías baixas sin menú, sin haber brindado por la paz de sus amantes de hoy y siempre (mortis causa), reciclados ya dentro de unas utopías de vergas más ajustadas a la realidad y cricas cerradas al punto, coñitos templados en las brasas avivadas por el freón enlatado como el humo seco del hielo de nuestra relación aromática y desde la izquierda moribunda, desde el lado oscuro del corazón perforado por clavos y linduras de embuste, palillitos de besos y abrazos como saludos y despedidas de una era contraria a las sagradas escrituras, los huevos míos (sunny side up) de esta escritura virtual. Probaron los olores del ron añejo vertido desde las copas de vino malo arreglado con syrop de maple, el mago que me lo metía sin piedad mientras tú te rompías el espinazo para satisfacer a los acreedores burgueses explicó la prestidigitación de las aberturas palpitantes (entren los culos, las bocas mamonas, el sentimiento de amar y ser amado) a través de un anuncio radiodifundido de exhortación a la castidad. ¿? Queridos Hijos [dicta la virgen al vidente] “Nada de látex: colocaos, hermanos, hemofílicos, hermafroditas… en la ½ de la ridiculez. Sin más preámbulo pajero, iconoclasta, hermétiko, maldición eterna a quien de ustedes se resista y no se acabe de poner el bendito condón intelectual”.

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