Cada vez que uso la tarjeta de crédito, les digo dónde he estado (uso efectivo en El Boricua; no quiero ser terrorista). Saco dinero de la ATH y me ven el rostro (lejos de Lares el 23; no quiero ser radical). Compro por Amazon y les digo mis gustos literarios (nada radical; no quiero ser insurgente). Alquilo por Netflix y saben qué veo (sólo las de Hollywood; no quiero ser liberal). Uso la Pueblo Card y les informo mis hábitos nutricionales (papitas, Coca-Cola; no quiero nadar contra la corriente). Con la tarjeta de las farmacias El Amal pueden saber de qué padezco (nada de condones, ni lubricantes; no quiero ser aberrante sexual). Uso gorra, gafas y abrigo; para que no me reconozca el que vea el filme de las cámaras. No saludo a los vecinos; no quiero que sepan quién soy. Me comporto en mi habitación; no sé quién pueda observar, escuchar… averiguar. Me acuesto y, en la oscuridad, me voy al único lugar donde nadie me puede espiar; mi mente, mi imaginación. Al menos, por ahora.