Escribe Sergio Gutiérrez Negrón
El cinturón cargado de dinamita le apretaba. Desde que estacionó el automóvil, el guardia de palito lo miraba de reojo. Él, no sabiendo que hacer, le sonrió y lo saludó levantando su mano.
La razón por la cual apagó su carro la desconocÃa; no planeaba regresar a él. Tal vez fue la costumbre, tal vez fue la fidelidad que le ataba a aquel viejo Celica del ’79 que jamás lo habÃa defraudado.
Ignoró la mirada del guardia, que le quemaba la nuca—ahora junto a un coro de observadores que parecÃan ver en él una amenaza. ¿Eran tan transparentes sus intenciones?
Continúa, continúa, se susurró a si mismo, y continuó hacia los interiores de la escuela.
El pedacito de metal que aguantaba en su mano izquierda latÃa.
–Ey, ey. ¿A dónde va, señor?—
Se detuvo. Intentó detener todo su sistema en ese momento, temiendo que el tamboreo de su corazón activara las toneladas de TNT que tenÃa encima.
Miró a la secretaria, y trinco, contestó.
–Voy a llevarle dinero a mi hija, Rosamarie Benitez.—
Viendo que no presentaron objeciones, continuó hasta el salón que buscaba. Todos los ojos cayeron en él. Sintió las palmas de sus manos bañándas en sudor. Forzó una sonrisa, y caminó hacia su hija.
–Hola, mi amor— Dijo, y apretó el botón.
El autor postea en su blog: Cuentos Sugar Free.