Duelo a muerte en el Cuartel de Ballajá después de la aceptación de las culpas

K cavalleria“Lo so che il torto è mio” -Turiddu.

Este sábado, 19 de agosto, sube a escena la ópera Cavallería Rusticana en el Cuartel de Ballajá del Viejo San Juan. El tenor Antonio Barasorda explica desde esa plataforma patriótica incólume llamada El Ateneo en tu Hogar que la obra será representada al aire libre o “al fresco” y que la entrada es gratis.

Vamos a transportarnos al campo entonces, como si esta isla fuese toda una aldea, a observar a los caballeros luchando por la posesión de las damas. Habrá honores mancillados, culpas repartidas, responsabilidades asumidas a pesar del precio alto y mucha sangre para todos.

Fundamentalismos del mismo tipo: YA BASTA

GettinSomeMadRAssEscribe Manuel Clavell Carrasquillo
Para Estruendomudo

Un anuncio de página completa en el periódico de mayor circulación de la isla, pagado por un pastor evangélico de denominación bautista, explica claramente la posición del fundamentalismo cristiano en contra de los homosexuales puertorriqueños: la escoria inmoral de nuestro pueblo toca a las puertas de la Narcolegislatura reclamando sus derechos constitucionales y nosotros nos oponemos porque son humanos, sí, pero distintos a los demás seres humanos normales y corrientes.

El mensaje convida a la comunidad homosexual a abandonar sus prácticas sodomitas y canjearlas por las apropiadas de acuerdo a su literal interpretación bíblica: si tuvieran piedras en vez de palabras para llevar su mensaje, nos lapidarían.

La derecha cristiana funadamentalista reacciona con la más burda violencia imaginable a un proyecto de ley disparatado propuesto en solitario ante la Narcolegislatura por el autoproclamado representante y activista de la comunidad Pedro Julio Serrano. Dicho proyecto de ley está redactado de forma abarcadora, sí, excesivamente abarcadora, e incluye llamadas de atención sobre asuntos que atañen a la ciudadanía de segunda clase que disfrutan los homosexuales del país. Va abriendo brechas desde los ámbitos políticos, antidiscriminatorios, laborales, patrimoniales, identatarios y hasta incluye disposiciones en cuanto a la divulgación de insultos contra los gays puertorriqueños publicados en los medios de comunicación masiva como la radio y la televisión. Mixta con todo, eso tenemos. Sambumbia, mondongo.

A pesar de la existencia del adjetivo loable, que se le puede adjudicar al propuesto proyecto de ley y su auspiciador unipersonal, que provoca una reacción tan virulenta de parte de la derecha cristiana fundamentalista, se trata de un documento sumamente ambicioso y con visos incosntitucionales que desvía la atención de problemas graves de la comunidad en minucias ridículas. Hemos visto que la Narcolegislatura está poblada de asnos y, peor aún, de asnos con iniciativa que responden a hordas fundamentalistas como las que constituyen los grupos religiosos de extrema derecha: los lapidarios talibanes nuestros, a esos me refiero. Por lo tanto, presentar ante ese cuerpo de mamíferos subdesarrolados en busca de establo fijo y lucrativo una iniciativa unipersonal, producto de un ego inflado y una consciencia vociferante y parejera, definitivamente no es estrategia digna de aplauso.

La comunidad gay puertorriqueña está compuesta por grupos numerosos de personas apáticas al proceso político, que detestan marchas, concentraciones, mítines, reuniones aburridas e interminables donde lo que se disputa es el tamaño de los egos de los líderes y no una agenda coherente, detallada, bien planificada para superar el déficit numérico con argumentos razonables, correctos en derecho y profundos en términos de desarrollo social y económico de una minoría desorganizada y al garete como la que nos abarca.

No es temerario, entonces, predecir el estrepitoso fracaso de la propuesta de Pedro Julio tal y como ha sido sometida; sin contar con un proceso democrático de crítica seria, depuración o purga que la haga viable en la Narcolegislatura, sí, pero antes de eso en la comunidad misma, pues la mayoría de sus miembros ni se ha enterado. Es más, la mayoría de los miembros de la comunidad homosexual puertorriqueña desconoce que en este país el discrimen por razón de orientación sexual no puede ser reclamado en los tribunales estatales o federales. Land of the free and home of the brave, así les dicen los gringos a eso que nos rige y permanetemente asumimos o enfrentamos.

Por tanto, es hora de asumir responsabilidades políticas en cuanto a este desastre y promover una discusión amplia sobre el proyecto del niño protagonista de esta lucha autocrática. YO, yo, yo… y el resto rezagado en los tiempos del lema universal: “No child left behind”, pura verguenza e irresponsabilidad política de unos pocos que se tiraron al ruedo antes de que la controversia madurara. Habría que sumarse, entonces, a las filas de las organizaciones no gubernamentales, a las filas de organizaciones gubernamentales que han estudiado la problemática gay como la Oficina de la Procuradora de las Mujeres, la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, la Facultad de Ciencias Sociales, el Colegio de Abogados, la Comisión de Derechos Civiles, la Hermandad de Empleados Excentos No Docentes, el Departamento de Salud, Fundación Sida, Aché, el Center For Desease Control, amplios sectores sindicales del país, los comercios donde consume la comunidad homosexual y otras instancias de poder y resistencia que no esposible mencionar sin marear a los lectores. Todo ello, me parece, sólo para enmendar las fallas de una acción política amorfa, desenfocada y mal dirigida por un grupete de sabelotodos con ínfulas de treparse a toda costa en la palestra pública. ¿Cuál será el costo de este junte? Pues habrá que calcularlo y lanzarse.

De otra parte, la izquierda supuestamente revoltosa, perdón, revolucionaria del país, diríamos el sector heterosexual más comprometido con las causas históricas del movimiento gay puertorriqueño, está muy ocupada resolviendo los detalles del funeral de Fidel Castro. Allá en el semanario de los ex-marxistas leninistas con vocación melona o colaboracionista con el régimen colonial que dicen atacar se explaya el líder de los tirapiedras trasnochados, Carlos Gallisá, en una cruzada de fe y esperanza -dije cruzada de fe y esperanza cual si vivieramos en la Edad Media y lucháramos contra los moros- por el pronto reestablecimiento de la salud quebrantada del Máximo Líder caribeño, ahora vocero de ADIDAS. El artículo, títulado “El Comandante”, comienza de la siguiente manera: “En una fortaleza asediada toda disidencia es traición”. ¿No me diga, señor demócrata, no me diga? La frase es nada más y nada menos que extraída del fundamentalista máximo, de la pluma de otro Comandante de las fuerzas izquierdosas que aún aspiran a dominar nuestra Narcolegislatura: San Ignacio De Loyola.

Asimismo, el tercer periódico en términos de circulación publica un artículo de opinión del Contralor de Puerto Rico, Manuel Díaz Saldaña, explicando una vez más la política moralista del Gobierno: si se trata de publicaciones gubernamentales, incluyendo las que contienen propuestas de arte de vanguardia como las de la Trienal Poligráfica del Instituto de Cultura Puertorriqueña, las expresiones inmorales no pasarán de esta raya. Lo sentimos por aquellos que incluyen el cuerpo con sus orificios y pedazos de carne en sus exposiciones, no serán subvencionados por el Estado. Esta práctica de censura ha sido condenada, sí, pero el discurso fundamentalista imperante la aprueba, la sella, la rubrica y la avala.

Así es que todo queda encerrado en el intercambio de símbolos que es el gran Congreso de la Familia que es el estado Libre y Asociado de Puerto Rico, lo que pretenden atosigarnos estas personalidades mencionadas como si también fuésemos asnos y estuviésemos de acuerdo en que sólo existe una manera digna de organizar una familia, que no es otra cosa -creo- que un junte de voluntades adultas en proceso de descargar nuestros derechos y obligaciones cívicas tal y como manda la santa madre iglesia y sus respectivas instituciones de castigo y vigilancia. ¿Era eso? Queda demostrado que los homosexuales somos traidores de la religión y de la patria sólo por expresar nuestra sexualidad libremente en público y en privado; por ser quienes somos. La derecha fundamentalista cristiana y la izquierda seudorrevolucionaria persiguen juntitas, agarraditas de las manos, esa traición gravísima que profesamos como credo, o como actitud ante la vida, o como riesgo para condicionar la respiración mínima, o como manera de ser en el mundo y punto. Es sumamente sencillo: Queremos construir hogares con parejas del mismo sexo o no construirlos si no nos da la gana y disfrutar de los mismos beneficios y penalidades que el resto de las parejas y el resto de los ciudadanos. Como eso es así, pues traidores somos y, lo dice Loyola en boca de Gallisá para resumir el argumento de todos los esbirros anteriores: como esta fortaleza llamada Puerto Rico está asediada, pues a la hoguera. Los disidentes serán excluidos primero y luego apedreados.

Ante semejante desolación del panorama político liberal, porque aquí todos somos liberales (eufemismo de progre wannabi, queda claro): de un lado un líder egomaniaco que presenta lo primero que le viene en gana en el foro equivocado, de otro un líder egomaniaco que decreta políticas culturales desde su expertise como contable a sueldo del Estado y, de otro, un líder egomaniaco que no tiene reparos en eliminar de golpe y porrazo a los disidentes gusanos de su agenda: Vamos por mal camino. Se ha sembrado un discurso fundamentalista, anticrítico, intolerante en todos los flancos y eso mismito estamos cosechando.

Sin embargo, las batallas siguen dándose en el microcosmos familiar todos los días y en los entornos laborales y en las vías de circulación y en los medios de comunicación masiva, en las discotecas y en las paradas y en los cultos que les hacen las ovejas del otro rebaño al Altísimo. Eso ocurre mientras tanto. Hay un sinnúmero de homosexuales y hetorosexuales que no estamos dispuestos a pensar que sólo existe la vía fundamentalista chapucera que nos muestran todos estos exponentes de la poca cosa insularista para adelantar causas libertarias. Habrá que seguir discutiendo, opinando, besándonos frente a los extraños, escribiendo, debatiendo, pensando y actuando para que avencen. Habrá que seguir explorando otras avenidas menos pretensiosas y menos retrógradas aunque más efectivas para que aceleren a buen paso. Habrá que pararse en una esquina, en esa misma esquina que tanto añoran para sí Fidel Castro, Pedro Julio Serrano, Manuel Díaz Saldaña y Carlos Gallisá, para gritarles a todos YA BASTA de hablar por nosotros. Engreídos que rigen el vocabulario y los actos, escuchen bien, les decimos YA BASTA. Nosotros tenemos otras voces, son más potentes que sus zumbidos conservadores aunque sigan siendo mudas y -gústenles o no- vamos a seguir proyectándolas.

Amarras

amarraoEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

Los colocaba sistemáticamente uno sobre los otros todas las noches que podía, mientras escapaba la vigilancia policíaca y vencía el morbo de encontrarse en el lugar equivocado, donde nadie lo esperaba, con ninguna de las de la ley y toda una misión de cambios radicales de la realidad urdida en su cerebro; una misión secreta y admirable, si eso puede ser posible en los tiempos del self-advertisement.

Pasaba los días durmiendo hasta que lo despertaba la urgencia de pagar las cuentas vía Internet. Verificaba los mensajes. Comía. Unas llamaditas de rigor a los conocidos bastaban para justificar sus relaciones comunitarias, pero básicamente se había pensado desde adolescente como un ser antisocial, institucionalizado, que escapaba de su violencia interna cortándose de vez en cuando con una navaja. Los tajos se referían, sobre todo, al pedazo de piel que constituye el lado derecho y el lado izquierdo de la ingle. La sangre, contenida inmediatamente por gasitas alcoholizadas, permitía el flujo de los recuerdos necesarios para mantenerse no solamente vivo para los demás sino para él mismo conectado.

Se le activaron las alarmas mientras hacía sus ejercicios de colocación, uno tras otro todas las noches que podía, pero no quiso que ese incidente premeditado, mas llevado hasta el olvido por la represión de la energía, interrumpiera la rutina. Como no amanecía aún, el fin no fue presentido. Entonces…

De pronto el cazador se le metió entre ceja y ceja y su mente quiso reproducir esa última película. Eso fue lo que llevó al silenciamiento de las alarmas. Los otros filmes con relojeros y relojitos de muñeca pasaron a ser historia y el cazador sudaba con más intensidad que en las repeticiones anteriores. Se hubiese podido escuchar la gota que le caía del pelo a ese indio cherokee en cuclillas si se aguantaba la respiración por varios segundos. El olor a tierra mojada se confundía con el olor a pizza recalentada que emanaba del horno de microondas. El cherokee observaba cada movimiento del cervantillo y, de pronto, la escena fue invadida por los gestos agresivos de las convulsiones. Alas de mariposas en pleno vuelo, chasquidos de dientes de lobeznos, una confusión silvestre enroscada en el mismo centro de la urbe, más gotas de sudor, cambio de canales, una presa en la mirilla, el cuerpo aquel dando saltos en el piso y el pelo largo del indio transformándose en obstáculo para el cálculo preciso de la dirección de los tiros.

Como era diabético, salió del trance en medio de sudores y se comió otro dulce prohibido. Lo primero que hizo al regresar del acto de transgresión fue verificar los tonos de cada uno de los tatuajes. Sabía que cada viaje con cantazos podía repetirse y que sólo los pequeños desvanecimientos del verde y el negro de los tatuajes –los del pecho, sobre todo– podían prevenirlo. Total, esas premoniciones del otro lado de la piel no le servían para nada, porque a pesar de que desde que tenía uso de razón lo visitaban cada día los demonios, aún no había encontrado el mecanismo para desviarlos. Hubo épocas en las que quiso arrancarse con las manos los tatuajes y se cortaba más el lado izquierdo que el derecho. Días como esos eran típicos, y hasta deambulaba por la ciudad a oscuras sin curarse, que era lo usual, manchándose el pantalón con sangre pero con la esperanza de que esas manchas, como los tatuajes, también fuesen instrumentos útiles en su cruzada para darle fin a las guerras contra los vaivenes del azúcar.

La cita con el tatuador fue muy extraña. Tuvo que pedirle permiso, levantarse de la silla y pasar al baño. Frente al espejo se dio cuenta de que tenía que pronunciarse las ojeras y hacer algo con las líneas de sus labios: Estaban ultrapálidas. Se vio cuatro años más viejo, cambiando de colores mientras convulsaba sobre el piso de su único cuarto. En ese momento volvieron a sonar las alarmas y tuvo que vomitar lo más rápido que pudo. El tatuador lo esperaba afuera, con la aguja en la mano. Btzzzttzbutzttzzztbuzttzztt. Btzzzttzbutzttzzztbuzttzztt. Enseguida pudo darse cuenta de que ese sonido se le parecía a la hermosa música que producía la lengüita del cervantillo mientras bebía plácidamente las orillas de su lago. Se sabe que bebía haciendo así porque el cherokee no lo dejaba sólo ni un segundo, ello a pesar de que su mayor frustración consistía en no cazarlo, y luego se lo comentaba en sueños: “Nuca lo dejaré sólo. Btzzzttzbutzttzzztbuzttzztt. Nunca. Btzzzttzbutzttzzztbuzttzztt”. Eso le profería el indio al oído con lengua lasciva mientras el otro, cazado en el más allá dónde, mojaba las sábanas aunque se hubiese quedado dormido con las manos amarradas.

Lo que sí logró estremecerme es que permitiera la primera embestida del tatuador con naturalidad pasmosa. En algún momento del recuento del relato confesó que, mientras eso pasaba, distraía su mente enfocando el guante de latex. Se imaginaba al tatuador mordiéndolo en el cuello mientras él permanecía amarrado. Esa noche quiso salir de casa a divertirse; olvidó el trabajo. Quiso excepcionarse. Calibró la jeringuilla con la cantidad exacta de insulina y después de sentir el contacto del líquido con su blandita sangre decidió encontrarlo, colocándolos sistemáticamente uno sobre los otros, para pedírselo directamente. Pudo hacerlo, por fin, y mirándolo con los ojos inundados de agua salada fugándose de los bordes del último tatuaje -que terminaba en ojeras falsas- le pidió que lo mordiera. “Ahora, muérdeme cabrón. Ahora”.

Fair Trade

mickeymaoEscribe Tomás Redd™
Especial para Estruendomudo

Dos noticias aparentemente inconexas se han juntado en mi mente y casi providencialmente me han servido para armar un complejo rompecabezas. Por un lado, en las páginas iniciales de los diarios locales (no era para menos) aparecen crónicas redactadas por nuestros periodistas enviados especiales, “embedded with the troops”, sobre la última gran osadía de nuestra gobierno con mirada de futuro, en la tierra de Mao. Una de las estampas memorables retrataba al Secretario de Estado Bonilla y otro lugarteniente de la administración del ELA sentados en unas motoras peposas y aniqueladas, mirando hacia el horizonte y casi simulando una escena del filme de culto Easy Rider. Según las epopeyas periodísticas, la República Popular se transformó en el Disneylandia de nuestros especialistas de desarrollo económico: el lugar donde las fantasías se materializan y los deseos dejan de ser inalcanzables. Aquí llegarán con un portafolio repleto de proclamas y acuerdos de cooperación listos para anunciar, tan pronto arriben al aeropuerto internacional (en la salita que muy cuidadosamente habilitará la Autoridad de los Puertos), que en los mercados de Beijing, Xian y quizás Shangai pronto se estará vendiendo mabí-champán, jugosas quenepas, chicharrón volao, calentadores solares y la discografía completa de los Hermanos Cepeda. De más está decir que esos documentos, firmados probablemente por un oficial chino que es ayudante ejecutivo del secretario auxiliar de la oficina de acuerdos comerciales secundarios, sirven para lo mismo que medio rollo de Charmin pues los únicos acuerdos que valen, aún en estos tiempos globalizados, son las facturas por cobrar y los cheques con fondos.

La otra pieza de información importante apareció en los diarios de hoy. Resulta que agentes federales interceptaron una embarcación en la islita de Culebra con unos cuantos sujetos orientales (la nota dice chinos, pues todos los orientales en este país son chinos -asumamos pues que son lo que se les denomina-) que intentaban entrar ilegalmente al país. El titular no era nada novel en esta isla, que se ha convertido en puente hacia una visa para un sueño: “Detienen 24 inmigrantes indocumentados”. A primera vista pensé en los compañeros de la hermana república pero, para mi sorpresa, los tripulantes de la embarcación eran de lejos e incluían a dos franceses. No es difícil descifrar por qué deseaban llegar hasta acá; ellos tendrán sus rutas y buenas razones. Lo que me inquietaba era la coincidencia: nosotros enviamos a 5 o 6 de los nuestros a tratar de echar hacia delante las cosas en este batatal y de allá venían 13 mujeres y 11 hombres listos a hacer lo que fuese, a doblar el lomo, sudar la gota gorda y pagar un nuevo sales tax. Los nuestros gastaron sobre $300,000 en su “misión comercial” al magic kingdom; los que llegaron de allá trabajarán (idealmente en un buen taller con buena paga), consumirán, enviarán remesas, posiblemente abrirán negocios y ojalá echarán pa’ lante sus deseos y el de sus familias. Parece que el trueque ha comenzado. No me cabe la menor duda, en esta transacción salimos ganando. Que se queden por allá los achichincles del ELA, nosotros nos quedamos con los orientales. Eso es lo que llaman por ahí Fair Trade.

El Gabo, príncipe de los intelectuales marxistas y ateos, pide la urgente canonización de Fidel Castro

santo fidelNota: La Redacción de Estruendomudo reproduce con fervor católico un escrito que circula por la Internet enviado por el ex sacrosanto presbítero del marxismo y el ateísmo latinoamericano, Gabriel García Márquez, al papa Ratzinger. Este es el primer paso para la petición de canonización del prócer cubano Fidel Castro Ruz, que por supuesto cuenta con un corrillo amplísimo de fieles Siervos de Fidel en Borinquen, ala de la palomita blanca caribeña que calló al mar y no pudo volar, según el bardo. A través de este servicio público, la Redacción E. hace un llamado a firmar en la sección de comentarios para que el Papa sepa que el Gabo no está solo. ¡Todo intelectual progre: rezad, rezad, a los pies de nuestro santo!

El Fidel Castro que yo conozco
POR GABRIEL GARCIA MARQUEZ

SU devoción por la palabra. Su poder de seducción. Va a buscar los problemas donde estén. Los ímpetus de la inspiración son propios de su estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Dejó de fumar para tener la autoridad moral para combatir el tabaquismo. Le gusta preparar las recetas de cocina con una especie de fervor científico. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente. Paciencia invencible. Disciplina férrea. La fuerza de la imaginación lo arrastra a los imprevistos. Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar.

Fatigado de conversar, descansa conversando. Escribe bien y le gusta hacerlo. El mayor estímulo de su vida es la emoción al riesgo. La tribuna de improvisador parece ser su medio ecológico perfecto. Empieza siempre con voz casi inaudible, con un rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno, palmo a palmo, hasta que da una especie de gran zarpazo y se apodera de la audiencia. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo. Es el antidogmático por excelencia.

José Martí es su autor de cabecera y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista. La esencia de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los individuos.

Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Tiene un idioma para cada ocasión y un modo distinto de persuasión según los distintos interlocutores. Sabe situarse en el nivel de cada uno y dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier medio. Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. Su actitud ante la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Nadie puede ser más obsesivo que él cuando se ha propuesto llegar a fondo a cualquier cosa. No hay un proyecto colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor talante, de mejor humor. Alguien que cree conocerlo bien le dijo: Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante.

Las reiteraciones son uno de sus modos de trabajar. Ej.: El tema de la deuda externa de América Latina, había aparecido por primera vez en sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando, ramificándose, profundizándose. Lo primero que dijo, como una simple conclusión aritmética, era que la deuda era impagable. Después aparecieron los hallazgos escalonados: Las repercusiones de la deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia providencial para una política unitaria de América Latina… hasta lograr una visión totalizadora, la que expuso en una reunión internacional convocada al efecto y que el tiempo se ha encargado de demostrar.

Su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas… pero esa facultad no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Su auxiliar supremo es la memoria y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble.

Requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su tarea de acumulación informativa principia desde que despierta. Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo entero. Durante el día le hacen llegar informaciones urgentes donde esté, calcula que cada día tiene que leer unos 50 documentos, a eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita.

Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de descubrir la mínima contradicción de una frase casual. Otra fuente de vital información son los libros. Es un lector voraz. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez, aunque él insiste en que no tiene ninguno en especial. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y a la mañana siguiente lo comenta. Lee el inglés pero no lo habla. Prefiere leer en castellano y a cualquier hora está dispuesto a leer un papel con letra que le caiga en las manos. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención.

Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos. Preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el por qué del por qué del por qué final. Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo sus cálculos mentales y dijo: Qué raro, que cada uno se come cuatro libras de arroz al día. Su táctica maestra es preguntar sobre cosas que sabe, para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia.

No pierde ocasión de informarse. Durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato que hizo de la captura y asesinato del Che, el que hizo del asalto de la Moneda y de la muerte de Salvador Allende o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes reportajes hablados.
Su visión de América Latina en el porvenir, es la misma de Bolívar y Martí, una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo. El país del cual sabe más después de Cuba, es Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo.

En una entrevista de varias horas, se detiene en cada tema, se aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión, consciente de que una sola palabra mal usada puede causar estragos irreparables. Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. Sobre los que le escamotean la verdad por no causarle más preocupaciones de las que tiene: El lo sabe. A un funcionario que lo hizo le dijo: Me ocultan verdades por no inquietarme, pero cuando por fin las descubra me moriré por la impresión de enfrentarme a tantas verdades que han dejado de decirme. Las más graves, sin embargo, son las verdades que se le ocultan para encubrir deficiencias, pues al lado de los enormes logros que sustentan la Revolución los logros políticos, científicos, deportivos, culturales, hay una incompetencia burocrática colosal que afecta a casi todos los órdenes de la vida diaria, y en especial a la felicidad doméstica.

Cuando habla con la gente de la calle, la conversación recobra la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. Lo llaman: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces que se descubre al ser humano insólito, que el resplandor de su propia imagen no deja ver. Este es el Fidel Castro que creo conocer: Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal.

Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer y ha creado una política exterior de potencia mundial, en una isla 84 veces más pequeña que su enemigo principal. Tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.

Lo he oído en sus escasas horas de añoranza a la vida, evocar las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Al verlo muy abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: pararme en una esquina.

Hacia el abismo: cristianos, musulmanes y judíos

guerra israelEscribe Manuel Clavell Carrasquillo
Redacción de Estruendomudo

A un mes de la guerra entre Israel, Hezbolá, El Líbano, Estados Unidos, Siria e Irán –al menos– se puede hacer un análisis más irresponsable de la percepción televisiva y noticiosa que al inicio del conflicto. Califico el análisis como irresponsable, porque definitivamente poco sabemos de lo que ocurre en el Medio Oriente, como en todas partes del globo, incluyendo el propio barrio, gracias a la distancia (que es el olvido) y el desquiciante bombardeo informativo que hay que desenmarañar para asumir posiciones como observadores de este desastre. La guerra, irremediablemente, ocurre allá lejos, así que desde este acá también lejano sólo podemos balbucear algunos planteamientos éticos, sí; políticos, sí; pero demasiado generales.

David Horovitz, columnista del Jerusalem Post, explica en el artículo “Ethical dilemmas for Israel at War” que Israel se ha encontrado con unos enemigos más poderosos que lo que creía. Esta afirmación hay que matizarla, como pide Mario Vargas Llosa desde su tribuna “Israel y los matices” en La Revista de El Nuevo Día. No es que Israel se haya encontrado con enemigos más poderosos de lo que creía, sino que el precio que tiene que pagar para llevar a “feliz” término la guerra es demasiado alto.

Horovitz alega que la ayuda militar que le brindan Irán y Siria a Hezbolá ha sido lo suficientemente poderosa como para que se hayan mantenido durante 30 días lanzando cohetes hacia el territorio israelí sin que los judíos hayan sido capaces de detenerlos. Dice, además, que ello se debe a una cuestión de relaciones públicas: si Israel, que evidentemente posee un andamiaje militar ultrapoderoso, utiliza todo lo que tiene contra sus enemigos, la destrucción y la mortandad (tanto fuera como dentro de “su” territorio) serían tan devastadoras que la comunidad internacional –ya escéptica de la justicia de esta guerra– no lo toleraría y se volcaría en contra del Estado judío.

Más grave aún es la teoría de Horovitz en cuanto a que Israel no ha podido convencer a nadie, excepto quizás a los Estados Unidos, de que las consecuencias nefastas de su argumento de legítima defensa son distintas al argumento de legítima defensa que esgrime la guerrilla pro palestina: “[Israel] has failed, at the most basic level, to help a watching world differentiate between a guerrilla-terrorist aggressor subjugating Lebanon to its Iranian patron’s will and an embattled sovereign nation attempting to protect itself”, escribe el articulista. Para él, esto ha dejado a Israel y los valores judíos en una encrucijada inaceptable: “Matar o ser matados”, que no es otra que en la que se pronuncia la máxima antipolítica, el fin de la civitas, o el Estado suspendido por un “estado de excepción” que permite la sustitución de todas las instituciones civiles por una máquina guerrera.

El sociólogo Arturo Torrecilla alega en su libro “La ansiedad de ser puertorriqueño: Etnoespectáculo e hiperviolencia en la modernidad líquida” (Ediciones Vértigo, San Juan, 2004) que la obsesión por la reivindicación étnica ha convertido “el nacional-soberanismo en la terrible violencia fratricida posmoderna”. Esto quiere decir que, para él, hay que volver a pensar el lugar que ocupan el Soberano (que casi siempre vinculamos con Israel & Co.) y el extraño (que casi siempre vinculamos con Hezbolá & Co.). Si palestinos y judíos se están matando frente a todos nosotros bajo esa consigna de “matar o ser matados”, con esa crueldad que nadie parece poder detener, ¿qué es lo que ha exacerbado la violencia étnica, a qué obedece su atractivo seductor y cuáles son los lugares ocupados?

Torrecilla se aventura a opinar que: “Carente de protección divina o humana, producir inseguridad mediante la violencia étnico-nacional es, simultáneamente, producir seguridad para uno. Lo que el Estado hubiera hecho lo hace la propia identidad étnica en el ejercicio de su violencia. La identificación con el crimen en contra de su propia humanidad posibilita la construcción de una identidad sobrevalorada por lo étnico-nacional. Distinto a la política de la vida de la era moderna, la escena del crimen étnico nacionalista descansa en la simultaneidad de hacer vivir y hacer morir, pero signado esta vez por el alto precio de la sobrevivencia. La vida como riesgo extremo lanzada al abismo de su sobrevivencia”.

A partir de ese esquema, asistimos vía digital a la puesta en escena del deseo de aniquilamiento de palestinos y judíos en el momento de la sobrevaloración absoluta de sus identidades, que en este punto de la guerra son irreductibles. Nadie está dispuesto a ser acariciado por el otro. El precio de ese endurecimiento de las relaciones internacionales es entonces el descenso a los confines del abismo: “Point of no return”, diríamos.

Los campos de refugiados, precisamente los terrenos ocupados por Hezbolá en el sur del Líbano y por Israel también en el sur del Líbano, son los espacios donde mejor puede observarse la operación de estos cambios. Mejor dicho, si se lleva la teoría de Torrecilla hasta el límite, los campos de refugiados son los lugares que se van invisivilizando aún más en estas batallas con intenciones de exterminio étnico en medio de la justificación de la sobrevivencia. Allí, en el pedazo de tierra que existe y que no existe, donde nadie es ciudadano de ningún lado, es donde ocurre la devastación invisible: no hay memoria de los desaparecidos, ni registros de bajas, ni huellas digitales porque no hay humanos y por lo tanto no hay cadáveres. No los vemos, sólo nos llegan reminiscencias a través de CNN, BBC, TVE de unas ruinas; una secuencia fija de nubes de polvo. Ello es lo que Torrecilla llama “el crimen perfecto”.

Horovitz profetiza que la única forma de evitar que Israel se salga con la suya en la comisión de ese “crimen perfecto” es revaluando los valores judíos que desembocaron en la fundación del Estado de Israel. Es decir, al calor del pensamiento de Torrecilla, el crítico reclama un autoanálisis de la violencia intrínseca de los valores del nacionalismo para entonces proceder a darle otro rumbo a la máquina de la guerra: “But in this hostile Middle East, in this ruthless and hypocritical era, Israel increasingly faces the question of whether it can cling to those values and still survive – or perhaps more accurately, whether it needs to reinterpret what those Jewish standards require it to do in order to survive. Sooner or later, Israel will have to decide how far it is prepared to use the devastating force it has at its disposal in order to maintain its right to national life in this vicious part of the world”, concluye.

Las demás máquinas de guerra que participan en esta guerra tendrían que cuestionarse eso que plantea Horowitz, ¿cuán lejos están dispuestos a llegar para mantener su derecho a una vida nacional en esa cruel parte del mundo?

A pesar del discurso suicida de los islamistas y el discurso heroico del ejército judío, también suicida, que es lo que los lleva derechito hacia el abismo, las condiciones regionales (junto con el juego de los múltiples interventores) no permite aún el holocausto. Eso es así, lo sabemos, pero nadie parece ni siquiera atisbar la posibilidad de evitarlo. Lo peor es que, posiblemente, y aunque estemos acá-tan-lejos, por ese roto nos vamos todos. Creo que con esta última declaración se confirma el carácter irresponsable de este análisis: ¿En serio nos vamos todos?

Ilustración de David Reeb.

Pedro Lemebel homenajeado en la Semana del Autor de Casa de las Américas (La Habana)

lemebel2Escribe Casa de las Américas
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Pedro Mardones nació en Santiago de Chile en algún momento de la década del cincuenta. Con ese nombre obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Cuento Javier Carrera, en 1982. Cuatro años después publicaría su primer libro de relatos: Los incontables. “El Lemebel”, confesaría tiempo después, “es un gesto de alianza con lo femenino, inscribir un apellido materno, reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti”. En 1987 fundó junto con Francisco Casas el colectivo de arte Yeguas del Apocalipsis, cuyo trabajo con el performance, el travestismo, la fotografía, el video y la instalación, significó, más que un desafío estético, una toma de partido política desde una posición excéntrica. Poco antes, había presentado credenciales con su ahora célebre “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)”. Desde su fundación hasta su desaparición formal en 1995, las Yeguas del Apocalipsis realizaron más de una decena de eventos públicos. En cierta ocasión Lemebel aseguró que la experiencia con las Yeguas… lo impulsó a cambiar de género literario; abandonaría el cuento, pues, por otro que le permitiera expresar sus obsesiones. No es casual que en el propio 1995 apareciera su primer volumen de crónicas: La esquina es mi corazón. Desde entonces se sucederían varios libros que recogen sus crónicas radiadas o aparecidas en publicaciones de amplia circulación, así como una novela. Autor de textos en que se mezclan el humor y la desolación, la beligerancia y la ternura, el barroquismo y la sencillez, Lemebel ha ido penetrando en el imaginario latinoamericano y, en el lapso de muy pocos años, se ha ido convirtiendo en un icono de la narrativa latinoamericana actual.
Atendiendo a su labor plástica, en diciembre de 2004 fue el artista invitado del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), donde se presentó la “Retrospectiva Lemebel. Con guerrillero ardor y emplumado cariño”. Al anunciarlo, el MALBA consideró: “Incisivo cuestionador de la dictadura pinochetista pero también de las neo-democracias globalizadas (“globalocracias”), Lemebel llama a la reflexión y a la acción; tal como sucede en su obra, acto y palabra van de la mano, y su escritura es un lugar donde se pone el cuerpo.”

LIBROS
Los incontables. Santiago: Editorial Ergo Sum, 1986.

La esquina de mi corazón. Crónica urbana. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1995.

Loco afán. Crónicas de Sidario. Santiago: Editorial LOM, 1996.

De perlas y cicatrices. Crónicas radiales. Santiago: Editorial LOM, 1998.

Tengo miedo torero (novela). Santiago: Editorial Planeta Chile, 2001.

Zanjón de la Aguada. Santiago: Editorial Seix Barral, 2003.

Adiós mariquita linda. Santiago: Editorial Sudamericana, 2004.

Obras de las Yeguas del Apocalipsis
Refundación Universidad de Chile, intervención, Facultad de Arte, Universidad de Chile, 1988.

Tiananmen, performance, Sala de Arte Garage Matucana, Santiago, 1989.

¿De qué se ríe Presidente?, intervención en espacio publico, Sala Carlos Cariola, Santiago, 1989.

La conquista de América, instalación y performance, baile nacional descalzo en mapa y vidrios, Comisión Chilena de Derechos Humanos, Santiago, 1989.

Lo que el sida se llevó, instalación, fotografía y performance, Instituto Chileno-Francés de Cultura, 1989.

Estrellada, intervención de espacio público, zona de prostitución, calle San Camilo, Santiago, 1989.

Suda América, instalación y performance en la Obra Gruesa del Hospital del Trabajador, Proyecto de salud pública del gobierno de Salvador Allende, Santiago, 1989.

Cuerpos contingentes, performance y exposición colectiva, Galeria de Arte CESOC, Santiago, 1990.

Las dos Fridas, instalación y performance, Galería Bucci, Santiago, 1990.

Museo abierto, exposición colectiva, instalación y performance, Museo Nacional de Bellas Artes, 1990.

De la nostalgia, instalación y performance, Cine Arte Normandí, Santiago, 1991.

Homenaje por Sebastián Acevedo, instalación, video y performance, Facultad de Periodismo, Universidad de Concepción, 1993.

Tu dolor dice minado, instalación, video y performance, Facultad de Periodismo, Universidad de Chile, 1993.

La mirada oculta, exposición colectiva, fotografía, Museo de Arte Contemporáneo, Universidad de Chile, Santiago, 1994.

N.N., instalación y video, Universidad de Talca, 1995.

Yeguas del Apocalipsis, Bienal de la Habana, 1997.

Reseña: “No quiero quedarme sola y vacía”, nueva novela de Angel Lozada

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

No quiero quedarme sola y vacía
Ángel Lozada
San Juan, Isla Negra Editores (2006) 145 pp.

“Muchas de las mejores cosas que me han pasado en la vida no me han pasado sino que las he leído”. –Javier Cercas en entrevista con Justo Serna.

yolandita mongeLa nueva novela de Ángel Lozada, titulada “No quiero quedarme sola y vacía”, comienza con una definición del ser: “Ese performance, un pastiche caótico de desplazamientos y clichés, siempre mutante, jamás fijo”. Los lectores quedamos advertidos, entonces, de la hecatombe que se nos viene encima mientras leemos.

Al pasar la página inicial, sobresale este título: “Desquiciada y fuera de base, la loca no quería quedarse sola y vacía”. A pesar de estos anuncios, todavía es difícil creer que la chismografía literaria puertorriqueña haya recogido una caricatura que pretende relocalizar el texto de Lozada en categorías ajenas a lo evidente: en esta novela el que dice hablar es nada más y nada menos que un homosexual nuyorrican que se concibe a sí mismo como una loca desquiciada y que ha sido sorprendida fuera de base. Por ello es que teme, como en efecto, le ha ocurrido a muchísimas locas de nuestra historia insularista, quedarse precisamente sola y vacía.

Los chismógrafos literarios de la patria quizás no han entendido el valor de esta representación artística y por eso despotrican como “becerras intelectualoides”, tal y como la loca los describe en su discurso, contra un texto como éste: caótico, desenfrenado, escopetero, nada condescendiente, amanerado y cruel. A mí no me preocupa que despotriquen, porque becerras son y pasto comen. Sin embargo, sí me preocupa que no se discutan las razones de la molestia –molestia racionalistoide, excluyente y macharrana– que ese rumiar chismográfico desvela en cierto tipo de lectores vis a vis el contenido de la novela.

Lozada construye pequeños esketches para ir presentándonos poco a poco a su loca, perdida y desquiciada. Esos esketches inauguran en la estreñida tradición literaria insularista una nueva forma de delimitar los contornos de la consciencia de un personaje porque uno puede leerlos en voz alta y recitarlos como si uno fuese invadido en varios instantes por la locura de la loca perdida y desquiciada. En Puerto Rico, a este gesto mariconil se le llama “acción y efecto de partirse”, situación que no sólo provoca carcajadas sino que también invoca espanto.

Así que partido como una loca desquiciada queda sin remedio el lector racionalistoide, excluyente y macharrán que comienza a leer y recitar el texto de Lozada. O puede quedar patidifuso si es que no se lanza al procedimiento que acaba de describir y entonces repele el rebote del discurso de la loca que no quiere quedarse sola y vacía pensando en todas las locas que conoce y desprecia precisamente por ser locas despreciables, desquiciadas y partías. De esta forma, el lector racionalistoide, excluyente y macharrán queda atrapado en la telaraña de la viuda negra que ha tejido con maestría infalible Ángel Lozada. Quien no quiera contaminarse con lo “desconocido” que ha reprimido para evitar el roce y las molestias del caos, simplemente, no debe leerla.

Ahora bien, ¿para qué se lee si no es para conectarse con toda la complejidad humana, incluyendo su vertiente más monstruosa y partía? Eso también lo propone el autor del epígrafe, el reverenciado escritor español Javier Cercas.

Veamos entonces mi lectura del monstruo de Lozada, que por poco es silenciada por causas ajenas a la voluntad de no uno sino casi una decena de editores y profesores con doctorado en humanidades:

“Si tan siquiera tuviera un momento de verdadera fama: sólo así sería hermosa, para que todos me adoraran y me dejaran entrar de gratis a Eros y a Splash, y a Monster y a las barras de Queens. Sólo así me respetarían y me invitarían a cócteles de non profits en los hoteles más caros y la prensa me haría preguntas. Si esos momentos duraran.

Pero en la próxima vida regresaré hermoso, mil veces más musculoso y famoso. Escogeré una familia sin problemas y rica que me lo dé todo y que me mande a estudiar a una escuela privada y a Oxford, en un país que no sea colonia, en Europa y seré bisexual para sí poder tirarme a quien me dé la gana.

Ser esa Isla insatisfecha por dentro, con tuberías y subways, ratones, basura, y muertos que te perforan. Ser ese ser que con su subway te condena a vivir en ultratumba. Ser ese ser que suena y anda borracha por ahí en la Roosevelt, después que cierran Atlantis, con esperanzas de levantarse un negro en Music Box y no llegar a casa sola. Y al otro día bañarme e irme a comulgar a Francisco Xavier y a las tres irme para un tambor de fundamento y pasar hambre hasta las ocho de la noche…”

Como ven, la loca tiene un revolú mental, por supuesto, la loca es loca, no se le va a exigir claridad en sus circunstancias de envidia a los que llevan puestos vestidos de Hugo Boss o los que viven las vidas de las que cantan las merengueras más naive y sufridas del Caribe. La loca vive del cuento día a día y va de su apartamento en barrio de latinos a Manhattan a gastar lo que tiene en las mil y una tarjetas de crédito para no sentirse tan sola y vacía a pesar de que se está tirando machos desde que empieza el relato hasta que se acaba. La loca está confundida, es una sinvergüenza descará, una lujuriosa que le gusta coger por el culo y que lo dice y lo vuelve a decir y que grita mientras le están dando por el culo; como todas las locas, no faltaba más. La loca es tramposa, malamañosa, presentá, caprichosa y se mete drogas, sí señores, se mete drogas para aflojar los esfínteres y tiene sexo sin protección cada vez que puede, como toda las locas. No faltaba más carajo, no faltaba más.

“Te agarra por los hombros y te la resbala suavemente. Sientes un enorme placer que te toca y lo que sigue son tus palabras fuck me, papi, fuck, im leaving you my ass, im leaving you my ass, y todo se intercala con un pensamiento de intenso miedo tendré que hacerme el examen de HIV mañana y dentro de seis meses exactos para determinar si este es el que me pegará el SIDA que se intercala con otro que es de intensa culpa mami sufriría mucho si a mí me da SIDA que se intercala con otro que es de intenso placer de no tener que ser intervenida por el plástico que le oprime la vena del bicho del negro y que se la baja del plástico que la interrumpe que la protege y que a la misma vez la desnaturaliza. Y el negro la trostea suave, todo ocurre bien rápido, la Loca se viene rápido y se lo saca rápido.”

Si se regresa al epígrafe del reverenciado Javier Cercas, entonces las mejores cosas que me han pasado en mi existencia como loca perdida y desquiciada no me han pasado, sino que las he leído. A eso tengo que añadir que muchas de ellas las he leído en las dos novelas de Ángel Lozada. Por supuesto que eso no es importante para el público en general sino que es importante para mí y por eso estoy escribiendo esta reseña. Ángel Lozada, en su primera novela, titulada “La patografía” (Editorial Planeta, para el sufrimiento de las harpías insularistas) retrata de forma magistral la consciencia perturbada de un niño homosexual que crece entre los pueblos borincanos de Mayagüez y Santurce. Por el contrario, en “No quiero quedarme sola y vacía”, Ángel Lozada se ocupa de retratar la consciencia perturbada de un adulto boricua en el exilio nuyorkino. Pero decir que el autor “retrata” es un decir porque Ángel Lozada no sólo retrata; eso lo hago yo con una Polaroid si me tomo fotos de mí mismo. Ángel Lozada experimenta con el lenguaje, que es la materia prima de su oficio, y a través de ese experimento provoca que yo vuelva a las reminiscencias de mi construcción de la homosexualidad como maricón puertorriqueño.

Poca cosa ha hecho este “escritor insoportable” –ya lo sabemos, pero quién ha dicho que los escritores escriben para hacerse soportar– que ha sido censurado en múltiples ocasiones pero censura no es precisamente la palabra favorita de los editores del patio porque censura es lo que ocurre no con los escritores homosexuales de esta tolerante isla de mierda sino que censura es lo que ocurre con los escritores homosexuales del mundo musulmán. Lamentablemente, el análisis de las “becerras intelectualoides”, como el personaje en cuestión llama –con una razón alucinante y no por ello antiparódica– a la fauna macharrana que abunda en el ambiente de la chismografía literaria puertorriqueña no tiene intención alguna de apuntarse en el viaje que tanto ha hecho gozar al reverenciado escritor Javier Cercas y que he añadido aquí como epígrafe precisamente para llamar la atención sobre dicha contradicción antiliteraria que, aunque uno la evite, no es posible evitar.

Una novela tan poderosa como esta contiene las catacumbas más monstruosas del ser. Eso quedó advertido desde el principio. Reina el caos de la homofobia interna y la externa, la miseria de la inconformidad con el cuerpo masculino, el atrevimiento de mirarle los huevos a otro hombre sin que medie autorización en una isla en lo que eso es un acto ultracensurado a pesar del desafío de los maricones puertorriqueños. Hay que distanciar entonces producciones literarias que no molestan ni le hacen daño a nadie (las mosquitas muertas), como la novela puertorriqueña “El filo de tu piel”, de José Ignacio Valenzuela, publicada también este año pero por Ediciones Vértigo. Enfrentado al supuesto “filo” de esa otra piel de ese otro personaje maricón que se presenta en la novela de Valenzuela, el lector racionalistoide, excluyente y macharrán no siente molestia porque lo que lee es un cuento de hadas gay que sirve como contrapunto al cuento de horror que ha escrito Lozada.

Lectores maricones como yo, que concebimos la vida como un cuento de horror, y no precisamente de hadas, nos sentimos convocados precisamente por la novela de Lozada y no por la de Valenzuela por razones obvias: La obra de Lozada nace del riesgo de la pose del escritor insoportable; la de Valenzuela proviene de la pose del escritor que destila puro amor. El personaje de Valenzuela, en su cursilería arrebatada, que dura 260 páginas, no hay que olvidar la extensión de la tortura, dice: “Estoy cometiendo un error, fue lo único que pensé cuando la peluquera me cortó el primer mechón de cabello”. El personaje de Lozada, en su diarrea mental dice: “Mas este episodio amerita que me ponga de pie y me convierta en Yolandita”.

Yo soy de las segundas, de las que cuando nos joden y nos vuelven a joder como joden las “becerras intelectualoides” que rigen el comentario chismográfico literario de Puerto Rico nos ponemos de pie y nos convertimos en Yolandita. Ahora bien, también compro y leo las novelas de las primeras, y a Javier Cercas también lo leo, aunque acepten que han cometido un error cuando se dan cuenta de que la peluquera les ha cortado el primer mechón de cabello. Oh My God, ¡el primer mechón de cabello!

Las novelas están disponibles en la Librería Mágica y La Tertulia de Río Piedras y del Viejo San Juan.

En la foto, la diva puertorriqueña Yolandita Monge.

Arte y Revolución ante el anuncio del carácter mortal de Fidel Castro

vamos bien

Escribe: Juan Carlos Quintero Herencia
*Tomado del libro “Fulguración del espacio: Letras e imaginario institucional de la Revolución Cubana (1960-1971)”

Hay un decisivo juego de manos en este imaginario moral, según fue ensamblado por la oficialidad cubana. Tras la saturación épica, y con los reclamos de buena voluntad y fe en las instituciones revolucionarias, se produce un silencio discursivo que paulatinamente neutraliza los afanes y las matizaciones críticas de intelectuales como Lezama, Arrufat, Cortázar, Rama, Moreno, Dalton o Desnoes. Aún cuando las poéticas y políticas de estos y otros autores no eran idénticas al sistema de jerarquías que prescribía la política cultural revolucionaria, su efectividad crítica era desactivada a partir del momento en que se le “concedía” al epos y al ethos guerrero la primacía en el orden de las representaciones. Las buenas intenciones del carisma y la proclamación emocionada de la no intervención institucional en el territorio artístico fueron convirtiéndose en falsos talismanes de legitimidad a los que se confió el buen proceder de las “autoridades” culturales en la Isla. Pero en las proclamas de los líderes revolucionarios se articulaba una concepción del sujeto y la territorialidad pública en las que yacían fundidas la cubanidad y el proyecto estatal revolucionario. Colocarse “fuera” del territorio revolucionario no era, simplemente, un “acto voluntario”, tampoco se reduce al abandono físico del país o a la aparición de un nombre en documentos de la CIA; el discurso político revolucionario en el momento que interpela a sus sujetos, simultáneamente los producía como hijos, deudores o hacedores ineluctables del futuro nacional. Salir de esa emplanada moral era traicionar el hogar; desoír la palabra fundacional del Padre que atisbaba la aurora del Futuro era sumirse en la “oscuridad” del anonimato donde vagaban los que no saludaban la genealogía que refundía la muerte del Héroe; salir o escapar de allí era no reconocerse en el espejo nacional: el “nosotros” nacional.