Hacia el abismo: cristianos, musulmanes y judíos

guerra israelEscribe Manuel Clavell Carrasquillo
Redacción de Estruendomudo

A un mes de la guerra entre Israel, Hezbolá, El Líbano, Estados Unidos, Siria e Irán –al menos– se puede hacer un análisis más irresponsable de la percepción televisiva y noticiosa que al inicio del conflicto. Califico el análisis como irresponsable, porque definitivamente poco sabemos de lo que ocurre en el Medio Oriente, como en todas partes del globo, incluyendo el propio barrio, gracias a la distancia (que es el olvido) y el desquiciante bombardeo informativo que hay que desenmarañar para asumir posiciones como observadores de este desastre. La guerra, irremediablemente, ocurre allá lejos, así que desde este acá también lejano sólo podemos balbucear algunos planteamientos éticos, sí; políticos, sí; pero demasiado generales.

David Horovitz, columnista del Jerusalem Post, explica en el artículo “Ethical dilemmas for Israel at War” que Israel se ha encontrado con unos enemigos más poderosos que lo que creía. Esta afirmación hay que matizarla, como pide Mario Vargas Llosa desde su tribuna “Israel y los matices” en La Revista de El Nuevo Día. No es que Israel se haya encontrado con enemigos más poderosos de lo que creía, sino que el precio que tiene que pagar para llevar a “feliz” término la guerra es demasiado alto.

Horovitz alega que la ayuda militar que le brindan Irán y Siria a Hezbolá ha sido lo suficientemente poderosa como para que se hayan mantenido durante 30 días lanzando cohetes hacia el territorio israelí sin que los judíos hayan sido capaces de detenerlos. Dice, además, que ello se debe a una cuestión de relaciones públicas: si Israel, que evidentemente posee un andamiaje militar ultrapoderoso, utiliza todo lo que tiene contra sus enemigos, la destrucción y la mortandad (tanto fuera como dentro de “su” territorio) serían tan devastadoras que la comunidad internacional –ya escéptica de la justicia de esta guerra– no lo toleraría y se volcaría en contra del Estado judío.

Más grave aún es la teoría de Horovitz en cuanto a que Israel no ha podido convencer a nadie, excepto quizás a los Estados Unidos, de que las consecuencias nefastas de su argumento de legítima defensa son distintas al argumento de legítima defensa que esgrime la guerrilla pro palestina: “[Israel] has failed, at the most basic level, to help a watching world differentiate between a guerrilla-terrorist aggressor subjugating Lebanon to its Iranian patron’s will and an embattled sovereign nation attempting to protect itself”, escribe el articulista. Para él, esto ha dejado a Israel y los valores judíos en una encrucijada inaceptable: “Matar o ser matados”, que no es otra que en la que se pronuncia la máxima antipolítica, el fin de la civitas, o el Estado suspendido por un “estado de excepción” que permite la sustitución de todas las instituciones civiles por una máquina guerrera.

El sociólogo Arturo Torrecilla alega en su libro “La ansiedad de ser puertorriqueño: Etnoespectáculo e hiperviolencia en la modernidad líquida” (Ediciones Vértigo, San Juan, 2004) que la obsesión por la reivindicación étnica ha convertido “el nacional-soberanismo en la terrible violencia fratricida posmoderna”. Esto quiere decir que, para él, hay que volver a pensar el lugar que ocupan el Soberano (que casi siempre vinculamos con Israel & Co.) y el extraño (que casi siempre vinculamos con Hezbolá & Co.). Si palestinos y judíos se están matando frente a todos nosotros bajo esa consigna de “matar o ser matados”, con esa crueldad que nadie parece poder detener, ¿qué es lo que ha exacerbado la violencia étnica, a qué obedece su atractivo seductor y cuáles son los lugares ocupados?

Torrecilla se aventura a opinar que: “Carente de protección divina o humana, producir inseguridad mediante la violencia étnico-nacional es, simultáneamente, producir seguridad para uno. Lo que el Estado hubiera hecho lo hace la propia identidad étnica en el ejercicio de su violencia. La identificación con el crimen en contra de su propia humanidad posibilita la construcción de una identidad sobrevalorada por lo étnico-nacional. Distinto a la política de la vida de la era moderna, la escena del crimen étnico nacionalista descansa en la simultaneidad de hacer vivir y hacer morir, pero signado esta vez por el alto precio de la sobrevivencia. La vida como riesgo extremo lanzada al abismo de su sobrevivencia”.

A partir de ese esquema, asistimos vía digital a la puesta en escena del deseo de aniquilamiento de palestinos y judíos en el momento de la sobrevaloración absoluta de sus identidades, que en este punto de la guerra son irreductibles. Nadie está dispuesto a ser acariciado por el otro. El precio de ese endurecimiento de las relaciones internacionales es entonces el descenso a los confines del abismo: “Point of no return”, diríamos.

Los campos de refugiados, precisamente los terrenos ocupados por Hezbolá en el sur del Líbano y por Israel también en el sur del Líbano, son los espacios donde mejor puede observarse la operación de estos cambios. Mejor dicho, si se lleva la teoría de Torrecilla hasta el límite, los campos de refugiados son los lugares que se van invisivilizando aún más en estas batallas con intenciones de exterminio étnico en medio de la justificación de la sobrevivencia. Allí, en el pedazo de tierra que existe y que no existe, donde nadie es ciudadano de ningún lado, es donde ocurre la devastación invisible: no hay memoria de los desaparecidos, ni registros de bajas, ni huellas digitales porque no hay humanos y por lo tanto no hay cadáveres. No los vemos, sólo nos llegan reminiscencias a través de CNN, BBC, TVE de unas ruinas; una secuencia fija de nubes de polvo. Ello es lo que Torrecilla llama “el crimen perfecto”.

Horovitz profetiza que la única forma de evitar que Israel se salga con la suya en la comisión de ese “crimen perfecto” es revaluando los valores judíos que desembocaron en la fundación del Estado de Israel. Es decir, al calor del pensamiento de Torrecilla, el crítico reclama un autoanálisis de la violencia intrínseca de los valores del nacionalismo para entonces proceder a darle otro rumbo a la máquina de la guerra: “But in this hostile Middle East, in this ruthless and hypocritical era, Israel increasingly faces the question of whether it can cling to those values and still survive – or perhaps more accurately, whether it needs to reinterpret what those Jewish standards require it to do in order to survive. Sooner or later, Israel will have to decide how far it is prepared to use the devastating force it has at its disposal in order to maintain its right to national life in this vicious part of the world”, concluye.

Las demás máquinas de guerra que participan en esta guerra tendrían que cuestionarse eso que plantea Horowitz, ¿cuán lejos están dispuestos a llegar para mantener su derecho a una vida nacional en esa cruel parte del mundo?

A pesar del discurso suicida de los islamistas y el discurso heroico del ejército judío, también suicida, que es lo que los lleva derechito hacia el abismo, las condiciones regionales (junto con el juego de los múltiples interventores) no permite aún el holocausto. Eso es así, lo sabemos, pero nadie parece ni siquiera atisbar la posibilidad de evitarlo. Lo peor es que, posiblemente, y aunque estemos acá-tan-lejos, por ese roto nos vamos todos. Creo que con esta última declaración se confirma el carácter irresponsable de este análisis: ¿En serio nos vamos todos?

Ilustración de David Reeb.

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