Escribe: Juan Carlos Quintero Herencia
*Tomado del libro “Fulguración del espacio: Letras e imaginario institucional de la Revolución Cubana (1960-1971)”
Hay un decisivo juego de manos en este imaginario moral, según fue ensamblado por la oficialidad cubana. Tras la saturación épica, y con los reclamos de buena voluntad y fe en las instituciones revolucionarias, se produce un silencio discursivo que paulatinamente neutraliza los afanes y las matizaciones crÃticas de intelectuales como Lezama, Arrufat, Cortázar, Rama, Moreno, Dalton o Desnoes. Aún cuando las poéticas y polÃticas de estos y otros autores no eran idénticas al sistema de jerarquÃas que prescribÃa la polÃtica cultural revolucionaria, su efectividad crÃtica era desactivada a partir del momento en que se le “concedÃa” al epos y al ethos guerrero la primacÃa en el orden de las representaciones. Las buenas intenciones del carisma y la proclamación emocionada de la no intervención institucional en el territorio artÃstico fueron convirtiéndose en falsos talismanes de legitimidad a los que se confió el buen proceder de las “autoridades” culturales en la Isla. Pero en las proclamas de los lÃderes revolucionarios se articulaba una concepción del sujeto y la territorialidad pública en las que yacÃan fundidas la cubanidad y el proyecto estatal revolucionario. Colocarse “fuera” del territorio revolucionario no era, simplemente, un “acto voluntario”, tampoco se reduce al abandono fÃsico del paÃs o a la aparición de un nombre en documentos de la CIA; el discurso polÃtico revolucionario en el momento que interpela a sus sujetos, simultáneamente los producÃa como hijos, deudores o hacedores ineluctables del futuro nacional. Salir de esa emplanada moral era traicionar el hogar; desoÃr la palabra fundacional del Padre que atisbaba la aurora del Futuro era sumirse en la “oscuridad” del anonimato donde vagaban los que no saludaban la genealogÃa que refundÃa la muerte del Héroe; salir o escapar de allà era no reconocerse en el espejo nacional: el “nosotros” nacional.