Reseña: “No quiero quedarme sola y vacía”, nueva novela de Angel Lozada

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

No quiero quedarme sola y vacía
Ángel Lozada
San Juan, Isla Negra Editores (2006) 145 pp.

“Muchas de las mejores cosas que me han pasado en la vida no me han pasado sino que las he leído”. –Javier Cercas en entrevista con Justo Serna.

yolandita mongeLa nueva novela de Ángel Lozada, titulada “No quiero quedarme sola y vacía”, comienza con una definición del ser: “Ese performance, un pastiche caótico de desplazamientos y clichés, siempre mutante, jamás fijo”. Los lectores quedamos advertidos, entonces, de la hecatombe que se nos viene encima mientras leemos.

Al pasar la página inicial, sobresale este título: “Desquiciada y fuera de base, la loca no quería quedarse sola y vacía”. A pesar de estos anuncios, todavía es difícil creer que la chismografía literaria puertorriqueña haya recogido una caricatura que pretende relocalizar el texto de Lozada en categorías ajenas a lo evidente: en esta novela el que dice hablar es nada más y nada menos que un homosexual nuyorrican que se concibe a sí mismo como una loca desquiciada y que ha sido sorprendida fuera de base. Por ello es que teme, como en efecto, le ha ocurrido a muchísimas locas de nuestra historia insularista, quedarse precisamente sola y vacía.

Los chismógrafos literarios de la patria quizás no han entendido el valor de esta representación artística y por eso despotrican como “becerras intelectualoides”, tal y como la loca los describe en su discurso, contra un texto como éste: caótico, desenfrenado, escopetero, nada condescendiente, amanerado y cruel. A mí no me preocupa que despotriquen, porque becerras son y pasto comen. Sin embargo, sí me preocupa que no se discutan las razones de la molestia –molestia racionalistoide, excluyente y macharrana– que ese rumiar chismográfico desvela en cierto tipo de lectores vis a vis el contenido de la novela.

Lozada construye pequeños esketches para ir presentándonos poco a poco a su loca, perdida y desquiciada. Esos esketches inauguran en la estreñida tradición literaria insularista una nueva forma de delimitar los contornos de la consciencia de un personaje porque uno puede leerlos en voz alta y recitarlos como si uno fuese invadido en varios instantes por la locura de la loca perdida y desquiciada. En Puerto Rico, a este gesto mariconil se le llama “acción y efecto de partirse”, situación que no sólo provoca carcajadas sino que también invoca espanto.

Así que partido como una loca desquiciada queda sin remedio el lector racionalistoide, excluyente y macharrán que comienza a leer y recitar el texto de Lozada. O puede quedar patidifuso si es que no se lanza al procedimiento que acaba de describir y entonces repele el rebote del discurso de la loca que no quiere quedarse sola y vacía pensando en todas las locas que conoce y desprecia precisamente por ser locas despreciables, desquiciadas y partías. De esta forma, el lector racionalistoide, excluyente y macharrán queda atrapado en la telaraña de la viuda negra que ha tejido con maestría infalible Ángel Lozada. Quien no quiera contaminarse con lo “desconocido” que ha reprimido para evitar el roce y las molestias del caos, simplemente, no debe leerla.

Ahora bien, ¿para qué se lee si no es para conectarse con toda la complejidad humana, incluyendo su vertiente más monstruosa y partía? Eso también lo propone el autor del epígrafe, el reverenciado escritor español Javier Cercas.

Veamos entonces mi lectura del monstruo de Lozada, que por poco es silenciada por causas ajenas a la voluntad de no uno sino casi una decena de editores y profesores con doctorado en humanidades:

“Si tan siquiera tuviera un momento de verdadera fama: sólo así sería hermosa, para que todos me adoraran y me dejaran entrar de gratis a Eros y a Splash, y a Monster y a las barras de Queens. Sólo así me respetarían y me invitarían a cócteles de non profits en los hoteles más caros y la prensa me haría preguntas. Si esos momentos duraran.

Pero en la próxima vida regresaré hermoso, mil veces más musculoso y famoso. Escogeré una familia sin problemas y rica que me lo dé todo y que me mande a estudiar a una escuela privada y a Oxford, en un país que no sea colonia, en Europa y seré bisexual para sí poder tirarme a quien me dé la gana.

Ser esa Isla insatisfecha por dentro, con tuberías y subways, ratones, basura, y muertos que te perforan. Ser ese ser que con su subway te condena a vivir en ultratumba. Ser ese ser que suena y anda borracha por ahí en la Roosevelt, después que cierran Atlantis, con esperanzas de levantarse un negro en Music Box y no llegar a casa sola. Y al otro día bañarme e irme a comulgar a Francisco Xavier y a las tres irme para un tambor de fundamento y pasar hambre hasta las ocho de la noche…”

Como ven, la loca tiene un revolú mental, por supuesto, la loca es loca, no se le va a exigir claridad en sus circunstancias de envidia a los que llevan puestos vestidos de Hugo Boss o los que viven las vidas de las que cantan las merengueras más naive y sufridas del Caribe. La loca vive del cuento día a día y va de su apartamento en barrio de latinos a Manhattan a gastar lo que tiene en las mil y una tarjetas de crédito para no sentirse tan sola y vacía a pesar de que se está tirando machos desde que empieza el relato hasta que se acaba. La loca está confundida, es una sinvergüenza descará, una lujuriosa que le gusta coger por el culo y que lo dice y lo vuelve a decir y que grita mientras le están dando por el culo; como todas las locas, no faltaba más. La loca es tramposa, malamañosa, presentá, caprichosa y se mete drogas, sí señores, se mete drogas para aflojar los esfínteres y tiene sexo sin protección cada vez que puede, como toda las locas. No faltaba más carajo, no faltaba más.

“Te agarra por los hombros y te la resbala suavemente. Sientes un enorme placer que te toca y lo que sigue son tus palabras fuck me, papi, fuck, im leaving you my ass, im leaving you my ass, y todo se intercala con un pensamiento de intenso miedo tendré que hacerme el examen de HIV mañana y dentro de seis meses exactos para determinar si este es el que me pegará el SIDA que se intercala con otro que es de intensa culpa mami sufriría mucho si a mí me da SIDA que se intercala con otro que es de intenso placer de no tener que ser intervenida por el plástico que le oprime la vena del bicho del negro y que se la baja del plástico que la interrumpe que la protege y que a la misma vez la desnaturaliza. Y el negro la trostea suave, todo ocurre bien rápido, la Loca se viene rápido y se lo saca rápido.”

Si se regresa al epígrafe del reverenciado Javier Cercas, entonces las mejores cosas que me han pasado en mi existencia como loca perdida y desquiciada no me han pasado, sino que las he leído. A eso tengo que añadir que muchas de ellas las he leído en las dos novelas de Ángel Lozada. Por supuesto que eso no es importante para el público en general sino que es importante para mí y por eso estoy escribiendo esta reseña. Ángel Lozada, en su primera novela, titulada “La patografía” (Editorial Planeta, para el sufrimiento de las harpías insularistas) retrata de forma magistral la consciencia perturbada de un niño homosexual que crece entre los pueblos borincanos de Mayagüez y Santurce. Por el contrario, en “No quiero quedarme sola y vacía”, Ángel Lozada se ocupa de retratar la consciencia perturbada de un adulto boricua en el exilio nuyorkino. Pero decir que el autor “retrata” es un decir porque Ángel Lozada no sólo retrata; eso lo hago yo con una Polaroid si me tomo fotos de mí mismo. Ángel Lozada experimenta con el lenguaje, que es la materia prima de su oficio, y a través de ese experimento provoca que yo vuelva a las reminiscencias de mi construcción de la homosexualidad como maricón puertorriqueño.

Poca cosa ha hecho este “escritor insoportable” –ya lo sabemos, pero quién ha dicho que los escritores escriben para hacerse soportar– que ha sido censurado en múltiples ocasiones pero censura no es precisamente la palabra favorita de los editores del patio porque censura es lo que ocurre no con los escritores homosexuales de esta tolerante isla de mierda sino que censura es lo que ocurre con los escritores homosexuales del mundo musulmán. Lamentablemente, el análisis de las “becerras intelectualoides”, como el personaje en cuestión llama –con una razón alucinante y no por ello antiparódica– a la fauna macharrana que abunda en el ambiente de la chismografía literaria puertorriqueña no tiene intención alguna de apuntarse en el viaje que tanto ha hecho gozar al reverenciado escritor Javier Cercas y que he añadido aquí como epígrafe precisamente para llamar la atención sobre dicha contradicción antiliteraria que, aunque uno la evite, no es posible evitar.

Una novela tan poderosa como esta contiene las catacumbas más monstruosas del ser. Eso quedó advertido desde el principio. Reina el caos de la homofobia interna y la externa, la miseria de la inconformidad con el cuerpo masculino, el atrevimiento de mirarle los huevos a otro hombre sin que medie autorización en una isla en lo que eso es un acto ultracensurado a pesar del desafío de los maricones puertorriqueños. Hay que distanciar entonces producciones literarias que no molestan ni le hacen daño a nadie (las mosquitas muertas), como la novela puertorriqueña “El filo de tu piel”, de José Ignacio Valenzuela, publicada también este año pero por Ediciones Vértigo. Enfrentado al supuesto “filo” de esa otra piel de ese otro personaje maricón que se presenta en la novela de Valenzuela, el lector racionalistoide, excluyente y macharrán no siente molestia porque lo que lee es un cuento de hadas gay que sirve como contrapunto al cuento de horror que ha escrito Lozada.

Lectores maricones como yo, que concebimos la vida como un cuento de horror, y no precisamente de hadas, nos sentimos convocados precisamente por la novela de Lozada y no por la de Valenzuela por razones obvias: La obra de Lozada nace del riesgo de la pose del escritor insoportable; la de Valenzuela proviene de la pose del escritor que destila puro amor. El personaje de Valenzuela, en su cursilería arrebatada, que dura 260 páginas, no hay que olvidar la extensión de la tortura, dice: “Estoy cometiendo un error, fue lo único que pensé cuando la peluquera me cortó el primer mechón de cabello”. El personaje de Lozada, en su diarrea mental dice: “Mas este episodio amerita que me ponga de pie y me convierta en Yolandita”.

Yo soy de las segundas, de las que cuando nos joden y nos vuelven a joder como joden las “becerras intelectualoides” que rigen el comentario chismográfico literario de Puerto Rico nos ponemos de pie y nos convertimos en Yolandita. Ahora bien, también compro y leo las novelas de las primeras, y a Javier Cercas también lo leo, aunque acepten que han cometido un error cuando se dan cuenta de que la peluquera les ha cortado el primer mechón de cabello. Oh My God, ¡el primer mechón de cabello!

Las novelas están disponibles en la Librería Mágica y La Tertulia de Río Piedras y del Viejo San Juan.

En la foto, la diva puertorriqueña Yolandita Monge.

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