“Silverio pide perdónâ€, leyó Manuel en el periódico del jueves mientras pensaba: “Carajo, yo también tendré que pedir perdón. Reconozco mi dinosaurio. Se jodió el teatroâ€.
“A Piss Poor Job†(9no Microrrelato Paranoico)
Al entrar en la oficina del Sr. Shabazz, Mauricio Rivera intentó realizar un inventario de todos los artefactos que pudiese utilizar para intimar con el entrevistador: fotos con gente famosa, bolÃgrafos finos, textos incunables y hasta el color de la corbata. El manual que su tÃo le habÃa hecho memorizar era claro; sólo tenÃa 45 segundos para dominar el tono de la conversación. Si esto fallaba, deberÃa intentar contestar concisamente. HabÃa practicado todas las posibles contestaciones a las preguntas que le habÃan relevado sus compatriotas y colegas del almacén. A pesar de su inglés rudimentario, dominaba el acento nuyorquino y utilizaba frases coloquiales. Tomó asiento donde le indicaron. Según lo aprendido, esperó a que ambos estuviesen sentados para hablar. Intentó proyectar calma y confianza. Desvió su mirada por un segundo y se dio cuenta de que tenÃa una mancha en el pantalón. Se habÃa meado un poco luego de usar el urinal de la cafeterÃa. No podÃa dejar de mirarse la bragueta. SonreÃa incesantemente y sin razón alguna. La entrevista duró apenas 4 minutos. No encontraba la forma de despedirse con un apretón de manos y esconder el lunar elÃptico. Al regresar al apartamento le mintió a su tÃo. En una semana llegó la carta en un sobre pequeño: su solicitud habÃa sido denegada.
Waterloo o mis amigos imaginarios (8vo Microrrelato Paranoico)
No se oye ningún ruido, los vecinos piensan que por taladrar las paredes, van a conseguir desconcentrarme. Usted no sabe que no pienso, que no escucho, que vago como un tÃtere. ¡Me encantan los tÃteres! Usted y yo, parecemos titeritos de caserÃo también. Venga acá, escúcheme, para que me juzgue, para que barra el piso conmigo y me llame loca, envidiosa, diosa, nydiosa, nyodiosa. Todas las diosas, las diosas que son todas, que se confunden en mÃ, que son las mismas que se confunden con usted. ¡Boom! Es sólo una página, y usted no sabe lo que he viajado para llegar hasta aquà detrás de este trineo, de este Rosebud, del color de aquel momento, de aquellos ojos y ritmos cardiacos que llenaban aquella misa de gallo con mi suit rosita y zapatos blancos de Pignataro. Usted amigo, era usted amigo imaginario. Usted, que todavÃa me mira, se embizca, me respeta y lo asaltan, y le roban el ego y ya está usted comprándose uno nuevo. ¿Sabrá su novia que escuchamos Morrisey? No se preocupe amigo, mejor escuchemos música del Itunes, ¿no le molesta todo este bombardeo de consejos y razones? Queme todo su dinero y vámonos a un bosque a fotocopiar los libros, las fotos, porque si las pegamos unas encima de otras, ellas crecerán como los frijoles de Juanito, y nos llevarán allá arriba. Para mà es la forma más segura de llegar, la imposible. Le prometo que si sobrevivimos a esto, venderemos más pulseritas que don Amstrong. Busquemos nuestras bicicletas ahora que no viene nadie. Lo qué usted y yo necesitamos es subir en bicicleta, por la Luna de Moonriver, y dejar una sombra de abandonado extraterrestre en ese espejo. Para entenderme, usted tiene que sintonizarme. Abrázeme.
Foto suministrada por la autora tomada por Alberto Juan RodrÃguez
Acúsame (7mo Microrrelato Paranoico)
Cuando a las paredes le brotaron ojos, oscuros y góticos con el delineador marcando más aún ese blanco que envuelve las pupilas, te pusiste a temblar. Las cuatro paredes observaban, junto al piso, junto al techo. Doce ojos. Te miran. Te ignoran. Vibran. Lagrimean. Sus cercanÃas te hacen explorar sus imperfecciones, que son a la vez sus perfecciones. Las cristalinidades de los iris. Las estelas de colores como las vetas de las canicas. Un ojo tiene una pajita, y parpadea; las pestañas agitan el aire. Te soplan. De pronto huele a revelador. Pones un pie en el piso; sientes la frágil acuosidad, y sientes el párpado capturarte el pie. Los ejes de visión es tornaron directos a ti. En aquella cámara oscura te aÃslan. RadiografÃan. TopografÃan. SonografÃan. FotografÃan. Te hurgan los huesos. La sangre. El oxÃgeno que traes dentro. Observan tus neuronas y la electricidad que se desplaza por tus pelos. Tu cuerpo te sacude. Te ven tus pensamientos. ¿Qué ocultas? Te preguntan. ¿Qué ocultas? Y en un lapso mÃnimo de lúcida inteligencia, guardas silencio, sonrÃes y los señalas.
Ilustración del ojo de una mosca Drosophilia melanogaster.
Hello (6to Microrrelato Paranoico)
Escribe Héctor Aponte AlequÃn
Mami en el cuarto. Fredi en la cocina:
Ring…ring…
—Hello… Hola, Papi, ¿todo bien?… ¿Con Mami? ¿Qué pasó?… … … Ah, ok, te la pongo ahora.
—Mami, Papi en el teléfono.
—¿Qué tú dices?
—Que Papi en el teléfono.
—¡Desde allá por más que grites no te oigo!
—¡Que-Pa-pi-en-el-te-lé-fo-no!
—¿Quién?
—Papi.
—¿Paty?
—No, Pa-pi, PA-PI.
—Ah, tu padre.
—Exacto.
—Pues pónmelo.
—Cógelo tú allá.
—Ok, nene, cuelga.
Cloc.
***
Fredi en el cuarto. Mami en la cocina:
Ring…ring…
—Hello… Hola, Tuti, cómo estás… … … Diache… … Pues yo estoy igual porque me pelié con Ricky.
Cloc.
—¡¡¡Fredi!!! ¿¿¿Qué tú le dijiste a Tuti???
Imagen de Giovanni Paolo Rabai
Condena (5to Microrrelato Paranoico)
Torture Act (4to Microrrelato Paranoico)
a qué juegas me preguntas juego a olvidar tu nombre y tu historia a quedarme sin palabras a no decir a impugnarme adrede a decir mentiras a olvidar mi lenguaje y aprender una lengua muerta a traicionar y ser traicionado a no detener lo que cuento para que las pausas y entonaciones no me delaten juego al embuste a decir a maldecir a esconderme del verbo a obviar los puntos y comas para no tener que detener una idea en tiempo y espacio
creoquemeentrenoparalatortura
Frente a tus divinos ojos (3er Microrrelato Paranoico)
Suena el timbre a las 12:30 p.m. como mismo sonó antes en la mañana… El olor a lápiz, a tiza y a un peo que se escapa y se seguirá escapando por lo siglos de los siglos. Pero es el sudor caracterÃstico de la hora y de las horas posteriores lo que hace que su miembro, en pleno desarrollo, fluya por el muslo como fluye un padre nuestro en la boca de una vieja. La maestra le mira y él suda, la maestra insiste y él baja disimuladamente la cabeza para ver el espectáculo que ella no deberÃa ver… Pero ese sudor… ese maldito sudor que corre el aire casi le asfixia de placer y con ligeros movimientos involuntarios, de cabeceo en cabeceo, va chocando con la mesa de su pupitre… La chica del lado le hala la camisa, él suda, se mira, la mira y ella le pide un lápiz. Pero él se fija en el ligero movimiento de los ojos de la niña. “Me está mirando, se ha dado cuentaâ€. Se vira, no se contiene, suda más, se pasa las manos por la falda y es entonces cuando: “Todos me observanâ€. Pero se toca, se acaricia, porque ya no existe aire, ya sólo huele el sexo de sus compañeros, sus entrepiernas, sudorosas todas, sus axilas… La maestra vuelve a mirarle, lo señala: “Haz el próximo ejercicio en la pizarraâ€. Suda, suda más, la maestra le mira impaciente, todos le miran, ahora sÃ, con seguridad: “Todos me observan  Sale corriendo del salón con el bulto enfrente… corre y aumenta cada vez más su velocidad como si con ello disminuyera su vergüenza… Entonces se detiene y piensa: “Para qué corro, si dios siempre me está mirando, mi madre dice que está en todos lados… soy un puercoâ€. Y llora como tratando de, con sus lágrimas, limpiar su alma tan llena de impurezas… pero, ese olor… Y mirando hacia todos lados, se halló solo y dijo: “Bueno dios, ahora sólo estamos tú y yoâ€â€¦
Imagen: Jean-Michel Basquiat
ParaÃso (2ndo Microrrelato Paranoico)
Escribe Héctor Rubén Cardona
Los ojos de Adán brillaban bajo las frondosas ramas del árbol del conocimiento. Eva, tendida en la grama paradisÃaca, mostraba la manzana con desparpajo e inusual provocación. El momento que el varón habÃa soñado. Se aproximó a la mujer con notable excitación y, a punto de penetrar los umbrales del secreto… ¡Otra vez la sombra del Omnipotente! Ya habrá tiempo de saborear el fruto prohibido.
Imagen: David Graux
Sueño de K. (Ier Microrrelato Paranoico)
No hay salida. Siento las pulsaciones huecas en esta cavidad ocre, como si paredes de sangre me acecharan. He aprendido a amar las tinieblas de mi encierro, esta celda húmeda donde floto sostenido por un cable baboso y carnoso. Escondidos en la oscuridad lÃquida veo los fogonazos de luz de los seres que me observan, sus dispositivos oculares son como chispas eléctricas bailando en la bóveda de esta habitación. Se abre un huequito tenuemente iluminado que me empieza a succionar la cabeza y al poco tiempo me apachurra el cuerpo y los huesos. Me miran, mejilla contra mejilla e inclinadas, dos criaturas azules y enmascaradas mientras otra agarra un objeto largo y filoso para cortarme el cable baboso que llevo adherido al ombligo. No he parado de llorar.