Cuando a las paredes le brotaron ojos, oscuros y góticos con el delineador marcando más aún ese blanco que envuelve las pupilas, te pusiste a temblar. Las cuatro paredes observaban, junto al piso, junto al techo. Doce ojos. Te miran. Te ignoran. Vibran. Lagrimean. Sus cercanÃas te hacen explorar sus imperfecciones, que son a la vez sus perfecciones. Las cristalinidades de los iris. Las estelas de colores como las vetas de las canicas. Un ojo tiene una pajita, y parpadea; las pestañas agitan el aire. Te soplan. De pronto huele a revelador. Pones un pie en el piso; sientes la frágil acuosidad, y sientes el párpado capturarte el pie. Los ejes de visión es tornaron directos a ti. En aquella cámara oscura te aÃslan. RadiografÃan. TopografÃan. SonografÃan. FotografÃan. Te hurgan los huesos. La sangre. El oxÃgeno que traes dentro. Observan tus neuronas y la electricidad que se desplaza por tus pelos. Tu cuerpo te sacude. Te ven tus pensamientos. ¿Qué ocultas? Te preguntan. ¿Qué ocultas? Y en un lapso mÃnimo de lúcida inteligencia, guardas silencio, sonrÃes y los señalas.
Ilustración del ojo de una mosca Drosophilia melanogaster.