No se oye ningún ruido, los vecinos piensan que por taladrar las paredes, van a conseguir desconcentrarme. Usted no sabe que no pienso, que no escucho, que vago como un tÃtere. ¡Me encantan los tÃteres! Usted y yo, parecemos titeritos de caserÃo también. Venga acá, escúcheme, para que me juzgue, para que barra el piso conmigo y me llame loca, envidiosa, diosa, nydiosa, nyodiosa. Todas las diosas, las diosas que son todas, que se confunden en mÃ, que son las mismas que se confunden con usted. ¡Boom! Es sólo una página, y usted no sabe lo que he viajado para llegar hasta aquà detrás de este trineo, de este Rosebud, del color de aquel momento, de aquellos ojos y ritmos cardiacos que llenaban aquella misa de gallo con mi suit rosita y zapatos blancos de Pignataro. Usted amigo, era usted amigo imaginario. Usted, que todavÃa me mira, se embizca, me respeta y lo asaltan, y le roban el ego y ya está usted comprándose uno nuevo. ¿Sabrá su novia que escuchamos Morrisey? No se preocupe amigo, mejor escuchemos música del Itunes, ¿no le molesta todo este bombardeo de consejos y razones? Queme todo su dinero y vámonos a un bosque a fotocopiar los libros, las fotos, porque si las pegamos unas encima de otras, ellas crecerán como los frijoles de Juanito, y nos llevarán allá arriba. Para mà es la forma más segura de llegar, la imposible. Le prometo que si sobrevivimos a esto, venderemos más pulseritas que don Amstrong. Busquemos nuestras bicicletas ahora que no viene nadie. Lo qué usted y yo necesitamos es subir en bicicleta, por la Luna de Moonriver, y dejar una sombra de abandonado extraterrestre en ese espejo. Para entenderme, usted tiene que sintonizarme. Abrázeme.
Foto suministrada por la autora tomada por Alberto Juan RodrÃguez