Por Manuel Clavell Carrasquillo
Cuatro horas -más o menos- necesitará el lector curioso para devorar El Zahir, la nueva novela del escritor brasileño Paulo Coelho, prÃncipe internacional de las letras latinoamericanas, consejero de almas descarriadas, “performer” mediático multimillonario, psiquiatra y académico de la lengua portuguesa.
Cuatro horas serán suficientes para comprender que el propósito de la vida tiene que ver con la búsqueda de la “energÃa”, emprendida por un “guerrero de la luz”. Si el “guerrero” en cuestión alcanza la felicidad, después de haber sido traspasado por la “energÃa”, entonces el resto alcanzará la dicha también por ese medio. Es una acción colectiva. De esta forma, la literatura se convierte en una experiencia “pedagógica” unidimensional en la que el autor les da las claves a los lectores -a través de las historias que cuentan sus personajes- sobre cómo emprender el viaje del mejoramiento personal de la manera menos dolorosa.
Asà que, tras el “estudio” de esta obra, los lectores tendrán las herramientas necesarias para superar la “guerra” que enfrentan allá afuera y aquà adentro, porque Coelho siempre ha señalado que la batalla tiene que empezar por casa. Quizás por ello es que afirma que la función de la literatura es la de reunir a los “guerreros de la luz” alrededor del fuego primitivo de los ancestros para que se cuenten cuentos. Una vez allÃ, todos reprimiendo el poder destructivo de los arcos y las flechas, los “guerreros” aprenderán a mirarse las entrañas y a compartir sus historias para construir la memoria colectiva de cómo es que la tradición oral sirve para enmendar errores y sanar heridas.
Perfecto. Estoy convencido. Entiendo las instrucciones. Me someto al rito que ha prescrito el maestro Coelho y comienzo a leer la novela. Me doy cuenta que El Zahir es un concepto islámico reutilizado por el escritor argentino Jorge Luis Borges y que tiene que ver con la condición de lo obsesivo, esa sensación de que alguien o algo nos hace falta para sobrevivir; “que no puede pasar desapercibido”. Empezamos bien. El personaje principal es un escritor de libros de autoayuda (qué tema más arriesgado) cuya mujer -una periodista especializada en conflictos bélicos- lo ha abandonado en ParÃs, presumiblemente porque se ha escapado con otro. El escritor “sufre”. No entiende lo que ha pasado. Sin embargo, durante dos años no hace ni una sola gestión para encontrarla. Aún asÃ, la periodista fugitiva es su Zahir, la presencia espiritual que le da sentido a su vida y lo inspira a la hora de dedicarse a la escritura. Habrá que buscarla.
Estoy ante una historia detectivesca de primera categorÃa, un thriller interesantÃsimo en el que pronto habrá pistas que le indicarán al protagonista cómo recuperar a su esposa, encuentros y desencuentros entre las complejas fuerzas del bien y del mal, enlaces y desenlaces múltiples entre misterios y revelaciones, monólogos en los que se verá la tensión psicológica de los personajes, descripciones detalladas del laberinto de sus mentes y las ciudades que recorren, suspenso, mucho suspenso, que me llevará a un final impactante mientras se va transformando mi alma en un reflejo de la virtud y la sabidurÃa. No hay duda, luego de confirmar que esta novela es mucho mejor que Once minutos, donde Coelho fue incapaz de manejar con soltura la conciencia de una prostituta brasileña esclavizada en Suiza, el universo está conspirando a favor mÃo.
Sin embargo, pronto descubro que casi todo en El Zahir es mediocre. Si estuviese en crisis, sediento de palabras que consolaran mis traumas, este libro los empeorarÃa. Los narradores de Paulo Coelho pisan y no arrancan. Las promesas del género autobiográfico, detectivesco, la novela de aventuras, el thriller policiaco, el texto filosófico, el relato neobÃblico, todas quedan suspendidas inmediatamente por una sucesión de intervenciones abruptas de un discurso santurrón, incoherente y contradictorio que va reproduciendo cientos de clichés sin ton ni son a medida que se desarrollan los párrafos. Es un homenaje a la derrota de la profundidad de los antiguos textos esotéricos.
Se trata de una avalancha de pensamientos amogollados que arrasa el interés por la historia principal de la novela, revelando la urgencia fanatizada del autor por transmitir a las “masas ignorantes” un compendio de lo que se sabe sobre la tradición peregrina medieval del Camino de Santiago, la mitologÃa de las planicies de Mongolia, las máximas compasivas de Buda, el misticismo de los bailes de meditación musulmana, la intervención de los médium orientales en tierras occidentales y un rosario interminable de referencias light a la historia universal de la iluminación de las mentes abusadas.
Un constante escopeteo de frases melodramáticas termina por frustrar cualquier avance. Página tras página, los personajes despliegan un discurso cursi, moralista, exento de ironÃa, humor o malas mañas. Parece que son autómatas programados para “hacer el bien sin mirar a quién”, no humanos representados en novela. “Cuando alguien parte es porque otro alguien va a llegar -encontraré nuevamente el amor”, dice el narrador. “Digo que basta, nuestra relación ha llegado al final, no se trata de lo que ella crea que me harÃa feliz, se trata de amor”, alega el narrador en plena explicación ridÃcula de un concepto tan escurridizo como Eros. “Qué bien, el universo se encarga de corregir nuestros errores”, balbucea el narrador en un arrebato de consolación superlativa. “Después de permitir que la energÃa pase por mi cuerpo, sé la razón de todo. Sé la razón del amor y de la guerra. Sé la razón por la que un hombre busca a la mujer que ama”, fanfarronea el narrador, que no se cansa de empalagarnos con sus parlamentos botos.
Queda claro, entonces, que los lectores de Paulo Coelho nos conformamos con la mitad. Lo que pudo haber sido, y no fue, ése parece nuestro lema. Llegamos a la librerÃa, vemos la impresionante montaña de libros y nos inclinamos ante la imagen de la codicia de prosperidad, de la elevación mÃstica que supone leer a un gurú que anuncia que tiene buenas intenciones al reciclar una amalgama de doctrinas perfumadas. “Cualquiera puede ayudarme, basta con ayudar a que la EnergÃa del Amor se expanda por el mundo”, remata el narrador, ofuscado por la mediocridad de su convocatoria, que se traduce en millones de libros vendidos pero que no apunta a ningún sitio. Conformarnos con la mitad también quiere decir que no le exigimos resonancia al objeto cultural que compramos, que sólo vamos a leer con grÃngolas este tipo de libros. Como Coelho cree que hay razón en esto, y que con cada tomo vendido gana un adepto, El Zahir -por desgracia- es también un largo lamento anticrÃtico en donde los que no “entienden”, y señalan sin tapujos sus defectos, son los enemigos de la luz y la verdad del proyecto único.
Según este autoanálisis condescendiente, salpicado de lágrimas y golpes de pecho, el autor justifica que sólo ofrece lo que le piden. Nos toma, no por seres rehabilitables, sino por ingenuos entes pasivos. Un libro sin intervención o crÃtica de sus lectores es un Ãdolo de piedra. Un libro concebido como manual que encierra la última palabra sobre la existencia no busca lectores vivos. Un libro que hace un llamado universal a que la gente se conforme con la mitad no es un libro; es un escudo protector contra los riesgos que trae consigo el libre ejercicio del intelecto.
Coelho debe saber que no nos conformamos con la mitad. Su falso prestigio lo obliga a entregarnos una obra de arte, no un panfleto tan mal diseñado y tan mal hecho. Si vamos a subir (¿no es éste el propósito de la autoayuda?), subamos más allá del medio.
*Esta reseña fue publicada el 25 de junio de 2005 en la revista Letras del periódico El Nuevo DÃa, Puerto Rico.