Víctimas y malhechores

bosque

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

“El bosque de los pigmeos”, tercera entrega de la serie para preadolescentes que comenzó con “La ciudad de las bestias” y continuó con “El reino del dragón de oro”, confirma la capacidad de la escritora chilena, exiliada en California, Isabel Allende para manejar historias que entremezclan la realidad con la fantasía, la intriga detectivesca con la pedagogía historicista y las leyendas de la antigüedad con las costumbres ultratecnologizadas de la globalización.

De lectura fácil, la narración se ocupa de describir el viaje de la periodista Kate Cold, su nieto Alexander, su amiga Nadia y el resto de la tropa de aventureros a Kenia, país africano al que llegan en busca de una tribu milenaria sometida bajo el yugo de un ex militar enloquecido. En el trayecto tipo safari, sus aficiones occidentales chocan con la exuberancia de la flora y la fauna de la selva, hoy intervenida por las máquinas y el ansia de conquista de los cazadores de fortunas.

La escritora, que hace varios años abandonó las intenciones revolucionarias del realismo mágico y las sustituyó con sutiles consejos de autoayuda espiritual, ha encontrado en esta fórmula literaria la clave del éxito editorial luego del crossover. Por ello, sus personajes sufren transformaciones místicas que tienen que ver con el chamanismo nostálgico, la ecología light y la filantropía.

“Se hallaron en el centro del bosque espiritual, rodeados de millares y millares de almas vegetales y animales. Las mentes de Alexander y Nadia se expandieron de nuevo y percibieron las conexiones entre los seres, el universo entero entrelazado por corrientes de energía”, dice la narradora, experta en provocar altos vuelos de la imaginación juvenil, tal y como lo hacen las abuelas liberales cuando se sientan a rememorar las hazañas familiares o patrióticas de antaño.

Títulos de capítulos breves como “La adivina del mercado”, “Safari en elefante”, “Prisioneros en Kosongo”, “El reino del terror” y “El monstruo de tres cabezas” sugieren a los lectores una temática etnográfica muy de moda, que casi siempre incluye una mirada elitista sobre una construcción discursiva subalterna. Los extranjeros bienintencionados llegan para salvar a las tribus dominadas.

Allende logra convencer a sus lectores de que viajan a otros mundos, bajos fondos de lugares prácticamente olvidados, violentos, injustos, que invitan a los visitantes a hacer algo. Sin embargo, y a pesar de que sirve para armarse de herramientas culturales y divertirse durante la transición a la edad adulta, la novela queda desprovista de las versiones más terribles del sufrimiento humano.

*Esta reseña se publicó el 3 de octubre de 2004 en la revista Domingo del periódico El Nuevo Día, Puerto Rico.

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