Gaika pulgosa, amenazada por un perro venéreo y varios chismes literarios

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Escribe Manuel Clavell Carrasquillo / Foto: Sequan, CC.

La muy perra hija de la gran puta me trajo pulgas a casa.

Todo comenzó un domingo por la tarde, cuando decidí bajarla para que paseara por el parque Luis Muñoz Rivera de Puerta de Tierra. Mientras me comía un hamburger suizo con papitas fritas y onion rings en el restaurante El Hamburguer, vaya pleonasmo culinario, la Gaika salvaje andaba por el paseo de los bugarrones campeando por sus respetos.

La idea me había surgido en casa: dejar al animalito vasco descargar sus malos humores mientras el yo-amo engullía carne molida a la brasa pisada con cerveza Corona. Magnífica oportunidad para que la caimana canina entrara en calor con la machodumbre maricona del Paseo de los Enamorados o Bajamar: enlechado litoral rocoso mejor conocido como “Las Uvas”; escena sexual al aire libre más caliente de la isla, lugar de encuentros para puñetas furtivas y manoseos olímpicos de apaga y vámonos en el momento en que se escuchan las sirenas policíacas o las risitas de los niños perdidos en la rutina pejeropaisajista de la vuelta del pendejo de los domingos.

Me disponía a ordenar la segunda Corona con limón en el instante en que la Gaika cabrona me ladraba desde la puerta de estacionamiento porque quería que viera un papel color amarillo neón que me había rescatado entre los incisivos para que me enterara de un chisme literario. Una editorial australiana anunciaba en el flyer chillón que dos poetas jóvenes, algunos dicen que de la generación de los novísimos, vendían sus talentos escriturales por un módico precio a aquellos que se matricularan en una cosa rara, cosa nostra, que llamaban “Campamento de Verano Poético: Sólo para Adultos”.

Del susto que pasé, se me viró la Corona agria encima de las onion rings embadurnadas con mostaza. Vaya, qué vainas tenían -y qué terremotos provocaban en mi espíritu riograndeño del Río Grande de Loíza alargado allí: a/dentro- los poetas australianos. Además de estar buenísimos, y tener pecas en sus luengas o anchas y coloradas espaldas, ponían su posmoconocimiento litarario urbano y transnacional al servicio de los “adultos” que estuviesen dispuestos a pagar unos pesitos en tiempos de crisis para escucharlos durante todo un verano. Qué chulo, pensé, un Internado conventual, un método disciplinario, justo lo que necesitan las letras australianas en este estreñido momento poético de vacas flacas.

Ea Virgen, le dije a la perra del diablo y, justo después de invocarlo, se me trepó en el cuerpo en forma de pulga bugarrona de Puerta de Tierra o vil garrapata lambona. La muy vampira lujuriosa había cogido pon en la ensortijada pelambre de mi perrita Gaika y se metamorfosiaba en el demonio Samsa.

-“Hijo mío …pródigo…, charlatán… acá Belcebú:

adelanta si me copias, 10-4”.

Les juro por lo más santo, y que venga dios y lo vea, que al escuchar al Príncipe de las Tinieblas me acordé de la canción Viernes Trece de Vico C, me cagué encima y dije con todas las fuerzas de mis cuerdas vocales afectadas por el tabaco: “ESTO SE JODIÓ, GAIKA, AHORA SÍ QUE ESTAMOS JODIDOS”.

  1. La presidenta de los poetas nacionales australianos asiste a una vista congresional en Indonesia para exigir que, en la discusión sobre la anexión estadista republicana del continente de los canguros al archipiélago necio, se considere la preservación del inglés como lengua nativa. El PEN Club isleño dixit: ENGLISH ONLY, BABY e independientes de Java.
  2. Largo llanto van llorando los cursis poetas australianos ante el toque de réquiem desde la casa de las leyes uruguaya por la muerte del viejo zorrillo perfumado y fidechavista -para colmo-, el alemancito mediometro buenagente y porteño que se dedicó a repartir rimitas escolares antiimperialistas y romanticonas en sendos Inventarios funtamentales y, por ello mismo, flojos y bobos. El mártir de los dios te salve, no te salves, descansa en paz con los gusanos pero los poetas y los periodistas compungidos se pelean los trozos del cadáver.
  3. Entre Angeles y Demonios, acumulado en una profecía vaticana vertida recientemente sobre el Muro de las Lamentaciones en la persona Prada de Benedicto XVI, roto de inventiva imaginaria y perdido en el vello púbico rojo de un poeta australiano, pataleo, luego existo, niego la transubstanciación de LOS POETAS en las colonies de vacances, en los campamentos de verano de las bandejas de comedores subvencionadas por el estado laico llenas de raviolis que se bajan con lechita con Quick. No, no y no. Imposible.
  4. La tribu repite “no te salves, Manuel, no te salves, escocótate en medio del camino” y lo pienso mientras me rasco la herida de la pulga garrapata en pleno sueño del instante -un trance cabillezco- en que se viró la Corona con limón encima de las cebollas retocadas con mostaza. No me salvo. Leo un buscapié fofito, otro wannabi crucificado en el Montparnase (la gauche divine) de la respuesta con tarja de Vidas Unicas. What the hell ahora? Condenado.
  5. El hobby, el bullchiteo, la aurora ensangrentada de la utopía no territorial y no colonial de Pierluisi con 80 congresistas coauspisiadores del proyecto de ley para encasquetar el nuevo estatus australiano; la anexión indonecia. La nueva partria liberada en espanglish y yo condenado en la antipoesía de un mal rato en Puerta de Tierra, a la sombra del camino en espera de La tregua, men, conforme con pedacitos y cantitos de ridiculeces. Hay veces en que uno necesita el teléfono rojo, el botón del Challenger, Houston We Have a Problem. Reculeo, aprieta. 
  6. Entonces recuerdo un pincho compartido por tres panas en la Avenida Universidad, un reguero de patos y nenitos en la calle. Unos besos que nos arrebataron en la cuneta del 8 de Blanco, y llega con él la reminisencia de la publicista australiana, la poeta cardenalicia en catedral viejosanjuanera, más Vidas Unicas, la filantropía absurda de los ricos cultos y, de más decir, exclucomplaciente. Zape, sacude, no te salves y chinga al borde del camimino, como Elvis Crespo a 4.000 pies de altura, en primera clase, al lado de una doña cívica.
  7. Se salta por suertudo.
  8. Chequiamos en el próximo Imago, en la próxima Autosucción, en la primavera cargada de futuro venéreo de las flores del mall, de un sonero perdido. Ay, ay, ay, ay, de la grifa negra de un poeta en Nueva York, de unas letras “femeninas” en un pote [the jar] eso, aquello que se trabaja 2666 veces y no se agota su significado explicitado, unju, en significantes lacanianos y bonitos si se compara el producto con un cactus del Bosque Seco de Guánica o un pamper sucio por la ingesta de comida Gerber. Redacto el Anti-Informe Liboy. 45 pies de eslora se estacionan en una casa en el agua de La Parguera. No te salves, sin alas de colibrí no verás las estrellitas y duendes.
  9. La esterilización de los instrumentos góticos, del melodrama inglés, de Doña Bárbara televisada por Telemundo, hacen que las canas de Santos Luzardo retundere, dice re-tun-dere, en mi cabecita poetizada y veraniega, mas por los poros de la POESÍA NACIONAL AUSTRALIANA brotan los currys rojos más picosos y los guisos de gremlins con coco más loiceños. Unos bocaditos para la señorita Elena, por favor, mientras se presentan los libros de los laureados. Unos piscolabis para la presidenta PEN ofuscada en el vernáculo ONLY. PENVERNÄCULO – El vórtice, el zoco, el simiñoco popeto o la PINGACULO de la litercuadratura en verso australiana, con ello y su planicie boliviana, con las minas de sal y de petróleo con doctorado, autorizado para el servicio redentorista. Una matrícula, un pase, los permisos de embarque, la esperanza en la pedagogía de la matrix en la ceguera del cíclope Neo. Me asechan, porque no soy salvo, le hice caso al poeta: Manuel, no te salves, entrégate a los mosntruos, me decía la pulga, el diablo, el limón de la Corona, y yo -después de condenado en un apartamento de Miramar con mi perra Gaika como única y verdadera interlocutora- preocupado por un imperativo imposible en la casa de la forma de los cobardes. !No te salves!, Qué clase de porquería, el artificio desprestigiado, bndtti, dito, la metáfora apropiada –mot juste– es una perla blanqueada por Residente y Rubén Blades, el marsupial con la barriga embolsillada, acondicionada para digerir la maleza y reventar las encimas de la malacrianza. Too Good To Be True y lo peor: ABSOLUTAMENTE PUBLICABLE.
  10. Cheka.

Gaika ladra a su amo, que se hace invisible al final de la cola: Un micro protagonizado por la famosa perra salvaje

La perra miró mis Kroggs color violeta y lanzó una carcajada.

Ladró. Me dijo ridículo.

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La fiebre porcina me perturaba la temperatura interna mientras tiraba la puerta tras su ladrido. Casi la dejo sorda, pero no torné a consolarla. Bastante tenía con la realidad inminente que suponía hacer la fila del dispensario para que me dieran las medicinas. El gobierno había racionado el Tamiflu y los antivirales de última hora. No estaba en la lista de prioridades, así que me tocaba la larga vía. Traté de sobornar al dependiente vestido de enfermero socarrón tan pronto lo divisé en la puerta, donde se aglomeraba tanta gente infectada. El tipo ladraba: “Señor, parece mentira, póngase a hacer la fila”. Salí de su vista haciéndome el loco, ignorándolo, como si no hubiese hecho la propuesta nunca. Me puse en fila. Sólo en el fin de la cola volví a lo invisible.

–mcc

Ganejo en el altar de la patria o las ganas de joder de Sonia Marcus Gaia

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Presentación del libro La casa en el agua de Jacqueline Rivera.

 28 de abril de 2009.

Sala Federico de Onís, Facultad de Humanidades, UPR.

Por Manuel Clavell Carrasquillo

Me ha tocado presentar La casa en el agua de la profesora y escritora Jacqueline Rivera después de haber sido el editor de una tal Sonia Marcus Gaia (su seudónimo literario) durante diez meses en el periódico Diálogo de esta universidad. A lo largo de esa relación, mayormente telefónica y epistolar a través de la Internet, tuve la oportunidad de reafirmar que Jacqueline Rivera es una escritora disciplinada y rigurosa, sumamente culta, y al mismo tiempo jodedora, amante de las letras latinoamericanas y la mejor poesía del Cono Sur, al tiempo que una experta en la cultura popular rockera y pop, tanto charra como revolucionaria.

Sus diez columnas en Diálogo supusieron uno de los mayores retos de la nueva revista cultural Desafío. Nos propusimos llevarles a los lectores universitarios diez análisis críticos de diez poemas escritos por poetas latinoamericanos, no muy conocidos en la isla, de manera que las provocaciones de la crítica los sedujeran para que leyeran los textos íntegros de las piezas incluidas en cada página Quebrantahuesos.

Ahora que lo menciono, es necesario aclarar que, precisamente ese título que Sonia le robó a Nicanor Parra para darles nombre a sus columnas de periódico, Quebrantahuesos, es la palabra fina que mejor describe el proyecto literario que celebramos hoy. A mi juicio, con la publicación de esta colección de cuentos llamada La casa en el agua, la escritora ha inventado otro artefacto poético con el propósito de romperles el espinazo a los lectores en cuatro o cinco cantos.

Como ella misma explica, ya desde la portada, diagramada por la escritora y artista gráfico Zuleyka Pagán, de Sótano Editores, la columna vertebral de los lectores comienza a salirse de sitio. Allí vemos una foto en blanco y negro que plasma una bella estampa boricua. Cuatro mujeres del pasado sesentoso semifeliz se encuentran metidas en un bote varado en la orilla con intenciones de echarse a la mar. Incluso, una de ellas empuña un remo. Sin embargo, aunque tanto añoran la salida no van a salir jamás de la isla.

Ese rompecabezas, que no es otra cosa que un sinónimo de quebrantahuesos, comienza en la portada y se extiende por todos y cada uno de los cuentos del libro. Los lectores se preguntan cuál es el orden de ese desorden femenino, cuál es la pieza clave en ese andamiaje literario que oculta unos cuantos traumas psiquiátricos y malas jugadas de poder.

La narradora, sin embargo, una niña negra llamada Aimee, se niega a dar respuestas fáciles. Por el contrario, la negrita voluntariosa y preguntona, la única verdaderamente rebelde de la pandilla, no tiene intenciones de explicar cómo fue que la casa de todos nosotros se construyó sobre el agua y casi nadie ha tenido las agallas o los cojones para lanzarse al mar después de la construcción.

En ese sentido, la narradora tiene las mismas ganas de joder que tiene la autora, según ella misma me ha confesado. Para ella, la estrategia de seducción de los lectores en una situación poscolonial como la nuestra es muy sencilla. La escritora piensa que a los habitantes frustrados de un rompecabezas que contiene la imagen de una casa con el “agua hasta el cuello” sólo los convocaría al juego de la libertad la mala leche que significa no poderlo armar.

Esa mala leche, esa forma de narrar sin necesariamente dar explicaciones a lo cartilla fonética de la especie portorricencis que llegó a la juventud en los últimos diez años del siglo veinte, no es otra cosa que un tipo de elctroshock hecho de historias costumbristas directamente dirigido al sistema nervioso central de los lectores.

Digo esto porque las costumbres que se retratan en esa foto de portada, y en cada uno de los cuentos del libro, son las de las mujeres jóvenes que pertenecen o se identifican con la izquierda nacionalista e independentista de este país. Hacer eso, en el seno mismo de dicho movimiento paternalista y patriótico, deja mucho que desear. Deja mucho que desear, sobre todo, y no hay que confundirse aquí, porque está comprobado en las tesis del anarquismo ideológico que el acto de la autocrítica más despiadada y antisentimental es el más revolucionario y profundo de los actos de amor.

Mi teoría es que el acto de amor que es el regalo de La casa en el agua, está precedido por diversos actos de amor de la misma naturaleza realizados por los académicos que pensaron la condición nacional durante esos últimos diez años del siglo veinte. Lo que Jacqueline Rivera hace en este libro es darle vida ficticia a través de un acto literario a la gente que está detrás de la ideología izquierdosa que tanto han analizado los llamados posmodernos.

Si los trabajos de los profesores Arturo Torrecilla, Carlos Pabón, Miriam Muñiz, Carlos Gil, Juan Duchesne Winter, entre los de tantos otros, dibujan el pacto de la izquierda melona con la capitalización y comercialización de la ideología revolucionaria boricua hasta tornarla en inofensiva y parte del discurso del establishment, este libro de Jacqueline Rivera es un intento absolutamente bien logrado de plasmar ese mismo dibujo pero en las letras nacionales tal como si fuera un Terrazo de Abelardo Díaz Alfaro o un Cuentos para fomentar el turismo de Emilio S. Belaval.

De ahí que todas las chamacas de los cuentos pertenezcan a la tribu de jóvenes noventosos que nos lanzamos hacia la Peregrinación de Bayoán para rendir nuestros respetos a los próceres y los mártires de la causa independentista haciendo paradas en cada una de las estaciones que marcan los altares del viacrucis de la patria cautiva y crucificada como si viviéramos las canciones Salimos de aquí y El wanabi del grupo musical Fiel a La Vega.

Me refiero a que la acción se desarrolla de marcha en marcha y de piquete en piquete en lugares como los terrenos ocupados por la Marina en Vieques, la Plaza de la Revolución en Lares, la Plaza del Quinto Centenario en el Viejo San Juan, el Cerro Maravilla y la Plaza de la Invasión de 1898 en Guánica.

Resulta significativo la inserción de las chamacas en el fashionismo revolucionario de los puños elevados y el alcohol, en las ceremonias de galanteo de la izquierda divina y burguesa, en el junte hormonal que las convoca no a morir necesariamente por la patria sino a seguir las palabras bonitas del hombre barbudo que está en el centro de sus deseos mojados.

Esa persecución del barbudo en todas las estaciones del viacrucis revolucionario boricua es precisamente lo que las mantiene ancladas en aquel bote de la portada que sigue anclado en la orilla aunque ellas piensan que se mueven al ritmo de Boricua en la Luna de Juan Antonio Corretjer y Roy Brown. Como si aún estuvieran atrapadas en La charca de Zeno Gandía, pero vestiditas de Gap o Marshalls y bien alimentaditas de Pueblo Supermarket, las chamacas de los cuentos se emborrachan escuchando a Silvio y a Pablo, se pierden en los meandros del estéitment político hueco y terminan arrodilladas ante el falo de ese hombre ideal que la autora identifica como el macharrán que es la ideología independentista isleña.

La niña narradora Aimee presencia los culipandeos reguetoniles de sus madrinas desde la plataforma de cuestionamiento anarcogrunge que provee la consciencia infantil y también desde la escritura, porque mientras las demás quedan envueltas en la fantasía roja del Subcomandante Marcos que todas quieren llevarse a la cama, ella garabatea sus impresiones en sus cuadernos. De ahí que las chamacas le adviertan que no le permitirán que se convierta en una escritora posmoderna y pajera. A esa identificación de los garabatos de la niña, del surrealismo infantil de sus palabras posmodernas y pajeras, es a lo que más le temen estas mujeres estancadas en la marea baja o el agua pasada de la revolución nacionalista.

Como he dicho antes, la autora me confesó que este libro se escribió con muchas ganas de joder, tarea que en la narración recae sobre la niña narradora. Luego de la confesión, le dije a Jackie que si ella jodía la única reacción posible de los lectores iba a ser precisamente joder pal ante, como yo estoy haciendo aquí esta tarde.

Habría que comprender que la estrategia política de la autora es precisamente provocar ese efecto de molestia infinita en los lectores, al igual que la niña narradora lo hace con sus madrinas wanabi. Para Jacqueline, esa es la única salida del laberinto, del rompecabezas, de la casa en el agua en la que se ha convertido el cuerpo izquierdista de la nación puertorriqueña.

En ese sentido, este libro es una recuperación posmoderna de los valores hostosianos, zenogandísticos, pedrerianos y renemarquezcos pero con la diferencia de que Jackie no pretende curar a nadie de enfermedades parasitarias importadas del imperio ni dar lecciones cientificistas sobre el efecto psicológico del colonialismo en el colonizado.

A mi entender, Jackie lo que quiere es joderte la cabeza, como Breton y Dalí, como Nicanor Parra, como la niña voluntariosa y preguntona que nombra como narradora, para que, a través de ese ejercicio quebrantahuesos, se parta en cuatro o cinco cantos la fantasía roja que te mantiene anclado a que la culpa es de los americanos, saques el barco de tu complicidad melona de la orilla autocomplaciente y lo botes hacia nuevos horizontes anarquistas y libertarios.

Ojo, sin embargo, ya es sabido que los autores antinsularistas y críticos de los trapitos al sol de su propio bonche de izquierdosos son todos malditos y no hay que hacerles mucho caso.

Muchas gracias.

-mcc

Drag Race in Puerto Rico: Miss Krash Extravaganza 2009

Manuel Clavell Carrasquillo

Aquí una muestra en vídeo de la noche del jueves pasado a las dos de la madrugada en la discoteca Krash de Santurce.

Como decía esa gran filósofa del draguismo mundial: “Lipsinck for your life”, and remember: “Don’t fuck it up”.

Más detalles en mi libro: “Dragas: performeros de género en Puerto Rico”, próximamente asomando la punta en las librerías del país.

Pulse aquí si el video no se ve abajo.

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=zXR-uRF5Ymc[/youtube]

Peach Schnapps en Cape Rouge

del-precipicio

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Otra vez el insomnio
anteponiéndose imperial al ruido de un descubrimiento anterior
Uno viejo que regresa
como zumbido antiguo fabricado por el “crack” –
traído por los pelos
de las dos patas de un grillo

Ahora se estipula que es proustiano, ciertamente
y recuerdo el tropezón:

I] Caminata

Hay que apearse del auto
para echar a andar el inevitable ‘de dos en dos’
y llegar enchancletado
al faro de Cape Rouge

Marca el trillo
una sincronía de morivivís en líneas curvas
con arcilla pedrisca en la punta más occidental:
En primer lugar / dos cantos de cemento mal ligao
En segundo lugar / unas pajitas amarillezcas
o una pradera seca como la sherry de los acantilados carmesí
Oséase: Así se topa con el Top
y él mismo lo programa para ver

II] Contemplación

Entre la altura de las olas
y el filo de las lajas
se interpone una sensación
de astillas contra la piel
de viento en descontrol
de ataque con vértigo
Se lanza una guerra de sapos y culebras
contra el oído perforado por el aire macharrán
y cobra caro el desbalance de la entrada forzosa:
Arruina la vacación

Así de malo uno
la pausa es imposible
no se puede contemplar

III] Playa sucia

Un sonido robótico anuncia heladitos de coco y de piña
desde la bahía de abajo
Destruye
junto con el sargazo del gentío
cualquier recuerdo niño
de la playa virgen anterior

Tres encuentros poco edificantes: Un escrito inédito de Cezanne Cardona Morales

Escribe Cezanne Cardona Morales

Especial para Estruendomudo

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1. Joyce y Proust

 

El 18 de mayo de 1922, mientras París -todavía capital del siglo XIX- se recuperaba de la Gran Guerra e insistía en  armarse de restaurantes, cafés, generaciones perdidas y fiestas movibles, Marcel Proust y James Joyce, quizá los dos novelistas más influyentes de la primera mitad del siglo XX, compartieron sus afinidades enfermizas, mas no literarias. Según el poeta William Carlos Williams, testigo del áulico pero procaz encuentro, Joyce, en medio del bullicio, le dijo a Proust: “Tengo dolores de cabeza todos los días. Mis ojos son terribles.”, a lo que Proust respondió, “Mi pobre estómago. ¿Qué voy a hacer? Me está matando. De hecho, tengo que irme enseguida.” Joyce contesta: “Yo me encuentro en la misma situación, me iré tan pronto encuentre a alguien que me lleve del brazo.” “Charmé”, le dijo Proust”.

Estos dos ácratas de las reuniones burguesas se conocieron en una fiesta en honor al compositor Stravinski, luego de la primera representación de sus ballets, en París.[1] Según el biógrafo de James Joyce, Richard Ellmann, existen varias versiones de tan ominoso encuentro que los lleva desde hablar sobre duquesas y truchas, hasta montarse juntos en un taxi y discutir por el viento y el cristal de una ventana.

Para aquel tiempo James Joyce se encontraba en París celebrando la controversial publicación del Ulysses luego de que éste, resignado a no ver jamás su obra publicada debido a la censura, aceptara que Silvia Beach, dueña de la librería parisina Shakespeare & Company, en la rue del’Odeon,  publicara su novela. Bien era sabido que para Gertrude Stein si alguien mencionaba dos veces a Joyce, cuenta Hemingway, no se le invitaba nunca más a su casa. No obstante, aquel 18 de mayo, y a pesar de sus continuos dolores de cabeza, decidió ir a la fiesta que su amigo y escrior Schiff (Stephen Hudson) lo había invitado. Joyce, llegó tarde y tuvo que excusarse por no llevar traje formal, pero no fue el único en llegar tarde y mal vestido; también lo hizo Marcel Proust, que llevaba un horrendo abrigo de piel. Según Margaret Anderson, en su libro My thirty Year’s War, Proust le comentó a Joyce lo siguiente: “Lamento no conocer la obra de Mr. Joyce.” James Joyce, con petulancia y melancolía, repuso: “Nunca he leído a Mr. Proust.” y, abruptamente, se terminó la conversación, despidiéndose, así, sin más.

Después de aquella enigmática despedida la salud de Proust empeoró y no logró salir más de su habitación forrada de corcho. El 18 de noviembre de 1922, seis meses después de aquel encuentro, Proust murió a causa de una larga neumonía. Joyce, sorprendentemente, acudió al funeral. Aunque, en aquel encuentro del gélido 10 de mayo, aparentemente James Joyce no había leído la obra de Proust, tiempo después, el autor del Ulysses, escribió en su cuaderno de notas: “Proust, bodegón analítico. El lector termina la frase antes que él.”

 

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2. Bertold Brecht y Walter Benjamin

 

 

El 17 de octubre de 1940, una novela policial a cuatro manos quedaba inconclusa. Quizás fue mucho antes o unos días después. Pero lo cierto fue que durante años de amistad, de bibliotecas movibles, juegos de ajedrez y una colección de ciudades asediadas por huestes fascistas, el pensador Walter Benjamin y el dramaturgo Bertold Brecht se reunieron para no escribir una novela juntos. Prefirieron, en su lugar, convocar algunos exilios, discordancias literarias, reírse de nombres o términos como aura, narrador, violencia, testigo, comunismo, capitalismo, “teatro épico”, Hitler, Stalin, burguesía, ciudad, “gesto metafórico”, Baudelaire, Kafka, París, Berlín. De los nueve años que duró el proyecto, seis de ellos la pasaron probando la suerte con una mejor derrota: imaginar, frente a un tablero de ajedrez o una mano de cartas al poker, las escenas de esa novela que jamás podrían escribir.

El proyecto pudo haber comenzado en el otoño de 1933, el mismo año en que Brecht le pide a Benjamin que le cuide su biblioteca en Skovsbostrand, luego de exiliarse juntos ante la subida al poder de Hitler a la Cancillería. Pero ya la “idea para escribir un drama policial” había fracasado desde antes. Habían intercambiado ideas en junio de 1931 frente a un grupo de intelectuales en Le Lavandou. Pero dos años después Benjamin se reúne con Brecht para compartir algunas ideas vagas. Entre éstas estaba definir el propósito del drama: pasar de la teoría de la representación policial de la violencia a la práctica literaria. El lugar de la novela se lo daría la ciudad que nunca fue escogida. La trama ya la tenían: un juez jubilado, que se hace detective, detecta a un pequeño accionista extorsionador. El accionista engaña además a su mujer, que lo descubre. Ella le pide el divorcio. Un día el extorsionador, que regresa a su antiguo trabajo de corredor, va a su oficina y es asesinado por una secretaria. Ella, cuando ve la oportunidad lo empuja por el agujero de un ascensor averiado. Aunque las anotaciones de Brecht y Benjamin son un poco confusas, existen dos cosas en las coinciden. En primer lugar, algunos elementos de la trama como “muestrario, paraguas, florería, papelito con la anotación “me marcho”, cámara, despertador, la fábrica de galletitas, la imprenta, el asesinato sin móvil para ocultar un asesinato con móvil.” En segundo lugar, el desarrollo del detective: “hombre  escéptico que no tiene interés en ninguna construcción jurídica o de concepción del mundo y dedica toda su energía a observar la realidad” Erdmut Wizisla, quien revisó los legajos y anotaciones de Brecht y de Benjamin, encontró que a ambos les interesaba desarrollar una visión particular de la modernidad, un detective que, más que otear la pura maldad  de los sujetos culpables, investigara la causa o el ambiente que motiva la violencia. De esta forma, anota Brecht, las experiencias en el ámbito  jurídico llevan tanto al detective como al lector a “reconocer que en muchos casos las consecuencias de una sentencia  son más nocivas que el acto para cuya expiación se ha dictado la sentencia.”  Tiempo después, huyendo de la Gestapo y habiendo cruzado los Pirineos para llegar a EE. UU., Benjamin se suicida con morfina en un hotel de la frontera entre Cataluña y Francia, Port-Bou, y encunetran un maletín con apuntes sueltos en los que Brecht nunca encontró la novela que ambos querían publicar juntos.

 

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3. Thomas Mann y Theodor W. Adorno

 

 

La historia guarda dos versiones del filósofo y musicólogo Theodor W. Adorno en el caluroso invierno de 1947. La primera lo sitúa como un audaz visitador de sombras y con la sabiduría del abismo frente al reflejo oblongo de un piano de cola, tocando piezas de Verdi, Wagner y Mozart en la casa de Charlie Chaplin, mientras éste lo acompañaba con aquellas genuflexiones que lo habían hecho célebre. Adorno y su esposa habían sido invitados por Chaplin a su casa solariega cerca de Malibú, California, luego de que el filósofo alemán mostrara interés en la película Monsier Verdoux, la cual el también sociólogo utilizó como referencia para ilustrar el abismo entre la individualidad y el carácter social que circundaba la obra de Franz Kafka. Fue en aquella casa que Adorno concibió la siguiente sentencia: “Tan cerca del horror está la risa que el horror provoca, que sólo en esa cercanía adquiere su legitimidad y su poder de salvación.”[2] La otra versión, quizá la más áulica y procaz, sitúa a Theodor W. Adorno en el capítulo XXV de la novela de Thomas Mann, publicada en 1947 con el título de Doctor Faustus, ejerciendo la segunda metamorfosis del diablo frente al protagonista Adrian Leverkühn, sentado en el ángulo de un sofá, con cuello blanco, corbata de nudo; “lentes con aros de concha cabalgaban sobre su nariz aguileña; detrás de los cristales, rebrillaban unos ojos húmedos y sombríos, algo enrojecidos; su rostro ofrecía una mezcla de rasgos puntiagudos y blandos […] en suma, un intelectual de esos que en los periódicos escriben sobre arte y música; una  figura de teorizante y crítico, también compositor en la medida en que se lo permite el trabajo de su pensamiento.”

En junio de 1943, cuatro años antes de que aquella descripción quedara plasmada, Theodor W. Adorno y Thomas Mann, ambos exiliados en Los Ángeles, California, se conocieron en una fiesta que tuvo lugar en Santa Mónica, la casa de Max y Maidon Horkheimer.[3] Allí, cada uno habló sobre sus proyectos; Adorno de La filosofía de la nueva música y Mann sobre la novela que escribía, en la cual pensaba narrar la vida del compositor Adrian Leverkühn y, a su vez, realizar una arqueología del fascismo. Ese mismo año Adorno aceptó, como un Fausto ajado, ser el mentor secreto de Thomas Mann y, sin saberlo, también de Leverkühn, protagonista de la novela y quien, descontento con las manifestaciones musicales que van desde las postrimerías del siglo XIX hasta  el advenimiento del Tercer Reich, realiza un pacto con el diablo con el propósito de superar cualquier limitación artística. En una carta, fechada el 30 de diciembre de 1945, Thomas Mann le pregunta a Adorno lo siguiente:“¿Querría reflexionar usted acerca de cómo se podría poner manos a la obra en el caso de esta obra –me refiero a la obra de Leverkühn-?; ¿qué haría usted si tuviera un pacto con el diablo?; ¿pondría en mis manos tal o cual rasgo musical para favorecer la ilusión? Revolotea en mi mente algo satánico religioso, demoníaco piadoso, a la vez fuertemente ligado y que suene criminal, que se burle una y otra vez del arte, también que retome a lo primitivo elemental…”

Después de varios años y de largas conversaciones sobre filosofía y música, en 1947 Mann le envía un ejemplar de la novela, Doctor Faustus, a Adorno con la siguiente dedicatoria: “al verdadero consejero secreto.” A raíz de una polémica creada por el crítico literario alemán Hans Mayer, Adorno -ahora como visitante absorto en la Alemania de la posguerra y realizando los apuntes para lo que será su Dialéctica Negativa- le escribe una carta a Mann, fechada el 6 de julio de 1950, comentando, con la risa que el horror provoca,  su nuevo retrato en el capítulo XXV de Doctor Faustus como la figura del demonio: “El hecho de que el bueno de Hans Mayer me haya elevado en un libro sobre usted a la categoría de modelo físico de su diablo, con el cual tengo en común apenas algo más que los anteojos de carey, seguramente no lo sorprendió a usted algo más que a mí, que no soy precisamente consciente de tener rasgos diabólicos.”

La respuesta de Mann no se hizo esperar y con un tono irónicamente rapaz negó que aquel retrato fuera el de Adorno: “¿Acaso usa usted anteojos de carey?”[4]¿Llegaría a aceptar Mann que usó los espejuelos de carey para camuflar aquella perversa descripción de quien fuera su mentor fáustico, o simplemente fue una casualidad literaria? Nunca lo sabremos, pero queda el encuentro poco edificante.

        

 

Bibliografía

 

 

Adorno, Theodor W., Mann,Thomas, Correspondencia 1943-1955: , Trad de Nicolás

Gelormini, Fondo de Cultura Económica: Buenos Aires, 2006.

 

Diesbach, de Ghilain. Marcel Proust. Trad. Javier Albiñana. Editorial Anagrama:

Barcelona, 1996.

 

Ellmann, Richard. James Joyce. Trad. Enrique Castro y Beatriz Blanco. Editorial

Anagrama: Barcelona, 2002.

 

Mann,Thomas. Doctor Faustus, Trad. J. Farrán y Mayoral, Plaza Janés: Barcelona, 1965.

 

Müler-Doohm, Stefan. En tierra de nadie, Theodor W. Adorno: una biografía intelectual,

Trad. Roberto H. Bernet y Raúl Gabás, Herder Editorial, Barcelona: 2003.

 

Wizisla, Erdmut. Benjamin y Brecht: Historia de una amistad. Editorial Paidós:    

Barcelona, 2007.

 

 

 

 

 


[1] El novelista inglés Sindney Schiff (Stephen Hudson) había invitado a su amigo James Joyce y a Marcel Proust a la fiesta, aunque sabía que éste último no asistiría, dado su afinidad a las ausencias. Schiff los conocía a ambos, pero sentía una gran devoción por Proust a quien le había dedicado su novela Richard Kurt, en 1919. (Ellman 565-6)

[2] En en su libro Mínima Moralia Adorno dice: “Uno de los invitados se despidió más temprano, estando Chaplin a mi lado. A diferencia de éste, le tendí la mano distraídamente y la retiré de inmediato casi con brusquedad. El que se despedía era uno de los protagonistas de la película The Best Years of Our Life, que había perdido la mano en la guerra y, en lugar de la mano, tenía un aparato de hierro con el que sabía manejarse. Cuando estreché su diestra y él respondió con la suya a mi saludo, me asusté enormemente, pero me di cuenta de inmediato que no debía mostrarlo en modo alguno al mutilado, de manera que, en una fracción de segundos, cambié mi rostro de espanto por una mueca de compromiso, que debía de ser mucho más espantosa todavía. Apenas se marchó el actor, Chaplin imitó la escena. Tan cerca del horror está la risa que el horror provoca, que sólo en esa cercanía adquiere su legitimidad y su poder de salvación. Citado de Stefan Müler-Doohm, En tierra de nadie, Theodor W. Adorno: una biografía intelectua, pag 468.

[3] Desde niño Adorno soñaba con conocer a Mann, ventiocho años mayor, y hasta llegó a perseguirlo en la isla del Sylt para hablar con él, pero no obtuvo los resultados esperados. Circunstancias de exilios llevaron, veintidós años después, a que éstos se encontraran: “Tuve la sensación –escribía Adorno, al cumplir Mann sus setenta años- de encontrarme por primera y única vez en persona con aquella tradición alemana de la que yo lo había recibido todo: incluso la fuerza para resistirme a la tradición.”

[4] “Hay muchas cosas ingeniosas [en los planteamiento de Mayer], pero también muchas desacertadas o erróneas, y que el diablo en tano erudito musical estaría diseñado según su aspecto es absurdo. ¿Acaso usa usted anteojos de carey? Sea como fuere, ahí no hay ningún rasgo suyo. Es así, siempre se quieren “descubrir” tantas cosas como sea posible.” Carta fechada el 11 de julio de 1950, Correspondencia 1943-1955, pag 79.

Exeunt

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=fjj32CavzU0[/youtube]

Escribe Juan Carlos Quiñones

Especial para Estruendomudo

Entra un pájaro.

Estoy escribiendo. Digamos, escribamos que entra un pájaro. Especie desconocida. Una fuga. O un atrape. Entra un pájaro, irrumpe, digamos, y digamos esa verdad de que entra un pájaro y digamos que es verdad que un pájaro es una música. La ventana. Por la que entra. El pájaro. Especie desconocida. Aleteo, una música. Una fuga. Volando. Flap flap, suena. ?Quién describe el sonido? ?De un pájaro chocando? Una música de alas, un aleteo, un aleteo.

El pájaro no puede salir. Puede entrar, él entra, pero no puede salir. Ventana. Digamos ventana. Escribamos ventana. Choca. Pam pam. Pum pum. Pájaro chocando con las paredes, con las ventanas, agotado, aire buscando salir. Una mancha en el paisaje de una pared, Hitchcock, The Birds, se deshace mancha para hacerse pájaro, Zizek, choca con la cabeza de alguien en la película. Un avión se deshace mancha para hacerse avión, para reventarse contundente contra la ventana de una torre, atraviesa, casi atraviesa, y realmente nos atraviesa una barrera. Un pájaro loco. Pasa de un lado al otro del mundo. ?Otro mundo? Este mismo otro.

Yo estoy escribiendo. Yo.

Yo estoy chocando con algunas cosas, menos sólidas que las cosas con las que choca un pájaro. Menos duras que con las que choca un avión, en vuelo loco. Pero se choca. El pájaro atraviesa, en su choque y en su accidente, una barrera. Alado, él atraviesa. Llega desde el mundo de las alas y de los picos y de las plumas y del viento, al universo de estas palabras. Los pájaros son artefactos de carne y pluma diseñados para atravesar. Yo escribo, estas palabras, y quiero esa sensación de viento.

Quiero atravesar. Loco. Yo no soy un pájaro. No me parezco a ese animal. Yo quiero fugarme, quiero entender lo que es una fuga, quisiera entender el vuelo. Yo escribo. Es pobre, ?es pobre? esta imitación del vuelo, del traspaso. Los pájaros se parecen más a la música que a los humanos. Pero sólo los humanos, alados, perciben la música. Sus alas, aquellas las de los pájaros, no sus picos, sus alas. Algo se destruye, y algo se oye. Música. Yo estoy escribiendo digo, escribo, y volar no es una opción, como no es una opción para el pájaro volar ahora. Ahora. Ya, ahora, el pájaro se agota, se le agota algo a su maquinaria. Se aniquila, se sangra, queda ala, queda la fuga del ala y de la pluma. Queda. Yo estoy escribiendo, y hay una música que no se escucha. Un edificio (!tanta gente volando!), dos edificios (!tanta gente bajando hechos plumeros, polvo!), ambos besan cada uno un pájaro,  y se derrumban.

Yo estoy escribiendo.

Sale un pájaro.

Por qué no dinamitar el Colegio de Abogados de Puerto Rico

juicio-de-alicia

Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Algún anarcoimpulso mal ubicado en el laberinto de la conciencia
nos mueve a rechazar todo aquello que implique restricciones a la libertad por parte de los poderes
que regulan la vida.
 
Esas mismas fuerzas irracionales nos hacen desconfiar de las instituciones,
sobre todo una vaina rara con flamante edificio en Miramar
constituida por miles de abogados y abogadas.
 
Entonces salen a flote cerebral y a flor de labios odios masivos en contra de burócratas anónimos,
burlas y escarnio contra jurisconsultos leguleyos y oficiales colmilludos que,
mediando sotana, peluquín y sello, han fungido como esbirros
cómplices,
del orden injusto,
contrario o así idéntico, burgués y aplastante como el estado de derecho.
 
Pero más allá de esas antiguas ganas de dinamitar la casa de los abogados puertorriqueños
fundamentada en la colegiación compulsoria que quiere eliminar el gobierno del gobernador Fortuño, también licenciado,
lo que pretenden el Ejecutivo PNP y la legislatura PNP
es gobernar sin contrapesos civiles:
disparar contra todo lo que no les convenga a mansalva
sin voces en disenso,
sin oposiciones.
 
Puede entonces recuperarse otro anarcoimpulso menos infantil
que no olvide que los abogados han sido cómplices de las atrocidades humanas más terribles
que no perdone a funcionarios de la corte como Torquemada o el inquisidor que condenó a Galileo
pero que recuerde que también han sido llave
puerta
eslabón
gatillo
de causas como la defensa de los derechos civiles
escudo contra el carpeteo y la persecución política
garantes de discusión libre sobre la soberanía de los sujetos de derecho
del estado de derecho descompuesto por una facción arrebatada así en abstracto
del estado de derecho encarcelado injustamente en Guantánamo, en Las Malvinas y en concreto.
 
Aquella imagen del presidente del Colegio de Abogados de Pakistán
marchando por las calles de Islamabad en pleno golpe de estado militar
y luego arrestado
jamás ha sido vista en Puerto Rico.
El Colegio también ha sido blando/ se ha dejado seducir por politiquerías/
ha pasado por periodos bobos y
no ha hecho mea culpa suficiente de lo chapucero,
ha bailado al son del patrioterismo, la hispanofilia y la fanfarria lameculos
pero ello acusa su imperfección institucional
su carácter híbrido y falible
la verdad de su carácter contingente
y no la necesidad de su clausura.
 
Habría que convocar esa energía anarcoimpulsiva
de la incomodidad
del disidente de conciencia
de la inquietud de espíritu
del hombre justo que se opone a la aplicación de la ley injusta en la Hélade primigenia
del daemón interno que lanzó a Diógenes a caminar con linterna en pleno día por las calles de Atenas.
Habría que volver a Sócrates con riesgo de ser cursis y a aquel juicio sumario:
al de Herodes, si se quiere una referencia menos pagana,
y recuperar la cordura del loco quijotesco
del revolucionario que apoya los postulados de su revolución en el respeto del estado de derecho
para oponerse al desmantelamiento del Colegio de Abogados de Puerto Rico.
 
Habría que recuperar una náusea camuseana
una cosa mala del corazón,
la punzada esa
señalada por el pensamiento alemán, el pensamiento francés,
el pensamiento escurridizo del ciudadano jíbaro que dice unju por las líneas bochinchosas de la banda radial AM
y volcarse sobre los enemigos del poder de la pregunta
cuestionar a los enemigos del poder de la duda sagrada contracódigos y decretos ultra vires.
Habría que hacerles preguntas directas a los velaguiras de la letra
a los demoledores de los procesos de cambio de las letras,
trastocar la paz de los envalentonados por el fuego electoral que ahora pretenden volar el gran question mark
que le sirve a la dama de la justicia como espada.
 
El Príncipe quiere quedarse sin interlocutores.
Los subalternos no tienen voz audible.
 
En este juego de mediaciones absurdas no queda más remedio que “honrar la toga”
y defender en esta encrucijada de cuchillos afilados al Colegio de Abogados de Puerto Rico como morada temporera de K,
hospitalillo precadalso del personaje de El proceso de Kafka.
 
Nadie puede creer que en el momento de la ejecución el mismo K acomode bien la cabeza sobre la piedra para que el verdugo haga mejor su trabajo
 
Nadie recuerda exactamente ni puede creer la grandeza de la posición socrática y su academia antes de beber el tecito de cicuta.
 
Quién recordará tu deseo de inseminar y fundar estados de excepción al estado de derecho sin que los abogados en pleno te lleven la contraria?

III Premio de Literatura Infantil El Barco de Vapor Puerto Rico – 2009

barco-de-vapor

La Fundación SM y el Instituto de Cultura Puertorriqueña se
complacen en anunciar que, a partir del 1.o de febrero de 2009,
queda abierta la tercera convocatoria del Premio El Barco de
Vapor, que procura promover la creación de una obra literaria
destinada a las niñas y los niños, que fomente el gusto por la
lectura y que transmita, con calidad literaria, valores humanos,
sociales y culturales que ayuden a construir un mundo más digno.
El Premio se concederá de acuerdo con las siguientes BASES:

1. Podrán optar al Premio todos los escritores y las escritoras
nacidos en Puerto Rico, extranjeros residentes en Puerto
Rico por más de quince años o puertorriqueños residentes en
el extranjero, siempre que las obras se ajusten al género de
la narrativa, estén escritas en español, sean originales, estén
inéditas y no hayan sido premiadas en ningún otro concurso,
ni correspondan a autores fallecidos con anterioridad a este
anuncio. No podrá presentarse al Premio el personal de
la Fundación SM, Ediciones SM o el Instituto de Cultura
Puertorriqueña.

2. La obras estarán dirigidas a lectores de 6 a 14 años; tendrán
una extensión máxima de 150 páginas y no menor de 5. Cada
hoja tamaño carta contendrá, aproximadamente, 1 200 caracteres
(incluidos los espacios), y estará escrita a máquina o en
computadora en tipografía 12, a doble espacio y por una sola
cara. Deberán enviarse tres originales impresos, encuadernados,
engrapados o cosidos, y una copia en formato electrónico.
(No utilice el encuadernado de carpeta dura).

3. Cada original irá fi rmado con seudónimo. En sobre aparte y
sellado (rotulado con el título de la obra y el seudónimo), se hará
constar el nombre y los apellidos, la dirección, el teléfono de
contacto y el correo electrónico del autor. Además, se incluirá
en el sobre una declaración fi rmada por el autor que certifi que
que la obra enviada es original, inédita y no premiada anteriormente,
y que no está pendiente de fallo en otros certámenes ni
tiene comprometidos sus derechos con editorial alguna.
Será descalifi cada toda participación que no respete el anonimato
requerido hasta que el fallo sea emitido.

4. Cada concursante podrá presentar cuantas obras desee. Para
todas ellas utilizará el mismo seudónimo. No deben presentarse
autores que hayan ganado el premio en la edición inmediatamente
anterior.

5. Los originales se remitirán mediante correo certifi cado o con
acuse de recibo a la siguiente dirección:
Ediciones SM
Apartado 50091
Toa Baja PR 00950-0091

En el sobre del envío se indicará claramente:
Para el Premio El Barco de Vapor
Una vez hecho público el fallo, los originales no premiados y
sus copias serán destruidos sin dar lugar a reclamación alguna.
Las entidades organizadoras no se hacen responsables de la
posible pérdida o el deterioro de los originales, ni de los retrasos
o cualquier otra circunstancia imputable a correos o a terceros
que pueda afectar el envío de las obras participantes. La Editorial
no mantendrá correspondencia sobre ningún original no
seleccionado.

6. El plazo de admisión comienza el 1.o de febrero de 2009
y termina el 31 de julio de 2009, aceptándose como fecha
la consignada en el matasellos de correo. Por el hecho de
presentarse al Premio, los autores aceptan estas bases y se
comprometen a no retirar su obra una vez presentada al concurso.
Esto implica la ausencia de compromisos editoriales
previos o simultáneos para la obra participante.

7. El jurado será nombrado por la Fundación SM y el Instituto
de Cultura Puertorriqueña; estará formado por especialistas
en Literatura, por otras personalidades del ámbito cultural
o educativo y por representantes de las entidades organizadoras.
La composición del jurado no se hará pública hasta el
día mismo del fallo del Premio.

8. El fallo del jurado será inapelable y se hará público por los
medios electrónicos y de prensa entre noviembre y diciembre
de 2009, previo a la ceremonia de entrega del Premio. El
autor premiado, así como los fi nalistas, si los hubiera, serán
contactados directamente y estarán comprometidos a asistir
al acto de premiación.

9. El jurado estará facultado para resolver toda cuestión de su
competencia que no hubiera quedado establecida de modo
explícito en estas bases.

10. Se establece un único Premio, indivisible, de doce mil dólares
($12 000). Incluye la edición —por parte de Ediciones SM—
de la obra premiada y su comercialización en Puerto Rico y
en el resto de los países en los que está implantada esta casa
editorial. El importe del Premio retribuye solo parcialmente
la cesión de derechos de autor, a modo de adelanto de la
compensación que se estipule por concepto de regalías en el
contrato de edición. Este contrato se suscribirá de acuerdo
con los términos expuestos en estas bases y en la ley vigente.
El Premio podrá ser declarado desierto.

11. El autor de la obra ganadora cede a las entidades convocantes
el derecho exclusivo de explotación de su obra en
todas sus modalidades, para todo el mundo y para el plazo
máximo de duración establecido por la legislación vigente.
Con el fi n de facilitar la lectura a la audiencia infantil, el
lenguaje de la obra se podrá adaptar al de los países donde se
comercialice el libro, sin que con ello se amenace la integridad
y el carácter de la obra.
De igual forma, el ganador se compromete a participar personalmente
en los actos de presentación y promoción de su
obra que la Editorial o el Instituto de Cultura Puertorriqueña
considere adecuados.

12. Ediciones SM o el Instituto de Cultura Puertorriqueña —en
ese orden— se reservan el derecho de opción preferente para
publicar cualquier obra presentada que no haya obtenido el
Premio y que considere de su interés, previa suscripción del
correspondiente contrato con su autor, en las condiciones
habituales.

San Juan, Puerto Rico, febrero de 2009

Consulte las bases en:
www.ediciones-smpr.com www.icp.gobierno.pr
Para consultas escriba a: consultas@ediciones-smpr.com

“La ventana”: Un cuento de Isabel Santos. Segunda Parte

hyde-park

Escribe Isabel Santos

Foto: tomaradze, cc.

Especial para estruendomudo

Nota de la Redacción: Parte 2 de 2, lea la primera abajo.

Al menos, Gonzalo me esperaba en el banco para ir a cenar, pero aquel día sucedió algo extraño. Fuimos a nuestro restaurante tailandés favorito donde un ser andrógino siempre sonreía por encima del mostrador de madera. “¿Quieren ordenar algo?”, nos preguntó cuando llegamos. Tras él, en la cocina, pequeños hombres con grandes espátulas saltaban de un lado a otro como si de una lucha marcial se tratara. Los sartenes explotaban sobre las llamas, en el momento menos esperado, liberando vapores de especias que envolvían la escena en cierto misticismo. Ordenamos pad thai y vegetales al curry y yo me levanté para buscar un baño. Cuando regresé me encontré con Gonzalo en medio de la calle, buscando a alguien. “Hola”, dije. Me miró por un segundo. “¿Viste a esa mujer?”, dijo. “¿Qué mujer?”. “¡La que estaba aquí hace un segundo!”. “No, no la vi… ¿qué pasó?”. “Vino a donde mi, de la nada, y me dijo: ¿Y si tú fueras la imagen?”. Pasaron unos momentos, lo que decía Gonzalo no tenía sentido. ¿Quién querría terminar con él? ¿Por qué? “¡Una loca, no hagas caso!”, grité y lo arrastré por el brazo hasta el pad thai humeante que esperaba sobre el mantel rojo. No se habló más del tema, pero desee con toda el alma que  no le creyera.

Mariana no llegó a la próxima cita y me pareció raro. Pasé el día sentada en nuestro banquito y no llegó. Pasó la patrulla con los dos policías y vi a la chica trotadora con sus audífonos, pero Mariana no estaba allí para comentar sobre las posibilidades de su vida sexual. La esperé el próximo mes y tampoco llegó. Esta vez me senté dentro de la oficina y observé a las personas caminando sin expresión. Traté de contar las partículas de polvo que flotaban perdidas a mi alrededor y brillaban con la luz que entraba por los ventanales. Ella no faltaría así a dos citas corridas. Me imaginé que algo le había pasado. Quise llamarla, pero no tenía su teléfono. No había tratado de encontrarme con ella fuera de aquella oficina, ni una invitación a cenar después de salir de aquel lugar, ni un trago, ni un gesto para que viniera a conocer a Gonzalo. Ella tampoco concretó nunca la invitación a tomar café a su panadería. Me asombré de mi propia inercia. Ni siquiera sabía su apellido. Es más, ella tampoco tenía cómo comunicarse conmigo.

A la tercera cita que faltó, pregunté en la oficina si Mariana, una muchacha de pelo rizo y pecas, había cambiado su cita para otro día del mes. Aunque la información sobre otros clientes es estrictamente confidencial, después de explicarles la situación, aceptaron mirar en los archivos. Me dijeron que no, que efectivamente había faltado a las tres últimas citas.

Después del incidente de la mujer en el tailandés, habíamos cambiado a un restaurante japonés mucho más tranquilo. Sobre los pedazos de pescado frío, le comenté el asunto a Gonzalo y me dijo que no le diera importancia. Era obvio que no entendía cuál era mi preocupación. No podía comprender que en realidad no éramos tantos los humanos como para perdernos por tanto tiempo. Creo que mi preocupación le pareció un poco exagerada. A lo mejor se fue de viaje, me decía, ya regresaría. Además, ¿cómo estaba tan segura de que no había cambiado de ginecólogo? Un sábado me puse las zapatillas y me tiré a buscar la panadería de Mariana en Fort Greene, Brooklyn. Pregunté a las personas del barrio: en la zapatería, en la tienda de velas para santos y en la barbería decorada como discoteca. No parecía que hubiera ninguna panadería por allí. Caminé todo el día. Pasé por el centro comercial de la Avenida Atlantic, por el instituto Pratt, por Flatbush, por el Borough Hall y nada. Ni rastro.

No sé en qué momento se me ocurrió que sería más sencillo buscarla sin los lentes puestos. Volver al mundo de los humanos y solo ver la realidad, todo iba a ser gris todo el tiempo y seguro que sería más fácil encontrar así la melena roja de Mariana. Durante semanas, salía del trabajo y caminaba por la ciudad abandonada, los edificios vacíos, las ventanas huecas. Vi algunas personas haciendo pantomimas, hablando con espectros. Había menos los humanos de lo que me había sospechado. En algunas ocasiones hablé con ellos y me parecieron tan aturdidos como yo. Todos pálidos, como dibujados a lápiz. Era difícil hablar con personas que se creían rodeadas de seres vivos que eran sombras. Cuando me acercaba a ellos parecía que estuvieran viendo un fantasma. Irónico.

Una tarde, ya cansada de ver el mundo gris, pasó frente a mí la chica que siempre corría frente al edificio de ParaLife®. La seguí por unos minutos, primero caminando, luego trotando, más tarde corriendo, pero no paró. No miró atrás. La llamé, pero parecía que la música en sus audífonos estaba muy alta. Le toqué el brazo, pero no me sintió, era como perseguir a un robot. Trataba de recuperar el aliento cuando me dí cuenta de que estaba cerca de nuestro restaurante tailandés, pero en su lugar encontré un local vacío con cristales rotos. Parecía abandonado hacía mucho tiempo. Adentro solo había un espacio vacío que llegaba hasta el otro extremo del edificio. De las paredes colgaban largos pedazos de pintura. Fue entonces cuando pasó la patrulla de policías. Pero para mi sorpresa, eran los mismos de siempre, ella con su colita, él con sus gafas. Me sonrieron. Extraño, pensé, estábamos lejos de ParaLife®, ¿qué hacían aquí? Se me ocurrió ir a la estación de Policía y reportar la desaparición de Mariana, ya había pasado más de un mes. Me dirigí a la estación que quedaba en la calle 30, entre la quinta y la sexta avenida, pero no la encontré. La mudaron, pensé. Caminé veinte bloques y no encontré otra. Comencé a sentirme mareada, me dolían los pies, los hombros, la cabeza.

En las escaleras de un edificio de apartamentos, un chico parecía estar escuchando a su eidolo. Le interrumpí: “Hola, ¿puedo hablar contigo un momento?”. Parece que comprendió que se trataba de algo privado y aceptó. “No tengo mis lentes puestos”, le dije y respondió con un movimiento de cabeza. “¿Te has dado cuenta de que no hay policías?”. Me miró en silencio. “Estás equivocada”, dijo, “he visto a los policías pasar más de una vez hoy”. “Sí, claro, yo también, pero son los mismos una y otra y otra vez”. Otro silencio. Se abrió un abismo entre nosotros. Yo era de pronto una de esas personas traumatizadas, que no aceptan la alegría multicolor que ofrecen los lentes de ParaLife® y quiere, de paso, amargarle la vida a todo el mundo. “¿Me puedes llevar a una estación de Policía?”, pedí resignada. Caminamos unas dos cuadras, yo en mi mundo gris, él feliz. Fue un poco incómodo, no teníamos de qué hablar. De pronto, se detuvo y me dijo: “Ahí, una estación”. Sonrió triunfante y regresó sobre sus pasos. Miré el espacio y comencé a quedarme sin aire. Allí lo único que había era un edificio abandonado, sin ventanas. Se podía ver hasta el fondo vacío cubierto de grafitti. Adentro solo había metales retorcidos y mesas abandonadas oxidándose. La vista se me nubló. Traté de llenar mis pulmones con aire. Me temblaban las rodillas y tuve que sentarme en el piso para no desplomarme. Se apoderó de mí una sensación de soledad inmensa y un terrible pánico. Me levante dando tumbos, llorando, sofocada. No sé cómo encontré el camino a casa.

Cerré la puerta tras de mí como si alguien me hubiera estado persiguiendo. Traté de ponerme los lentes de nuevo. Tuve que esperar en lo que las manos me dejaban de temblar. Una vez con los lentes puestos, todo volvió a verse normal y pude respirar un poco mejor. Llamé a Gonzalo. Contestó con un grito de alivio y una pelea, llevaba días sin responder sus mensajes. Después de reclamarme por no haber dado señales de vida en todos estos días, me preguntó cómo estaba. Notó el temblor en mi voz. Propuso que nos viéramos en la cafetería de la esquina. Le dije que no podía, pero no le di razones. Lo cierto es que no podía salir a la calle. No podía ver las mentiras. Tenía miedo hasta del suelo sobre el que pisaba. Le dije que, mejor, viniera a casa. Pero él era un eidolo, él no sabía nada sobre otro mundo, sobre esa otra realidad a la que él no podía llegar. ¿Cómo decirle lo que me pasaba? Estaba absolutamente sola.

Llegó por fin, con su pelo negro balanceándose sobre sus ojos. Recordé que no lo podía besar. Comencé a sentir náuseas. Él estaba allí, ligero, sin existir. Yo existía y no podía soportar el peso de mi cuerpo. No podía controlar el temblor de mis manos. Se sentó al lado de la ventana. La luz del sol iluminaba los minúsculos bellos que cubrían su mejilla como terciopelo, y parecía tan real que el corazón estaba a punto de salírseme por la boca. “No entiendo lo que te pasa”, me dijo. “Creo que sé lo que le pasó a Mariana”, dije, pero lo cierto es que más bien intuía lo que había sucedido. De pronto alguien, que era yo misma, dijo: “¿Recuerdas la mujer que te habló en el restaurante thai hace un tiempo?”. “¿Qué? ¿De qué mujer hablas?”, contestó Gonzalo. “Aquella que te preguntó si eras tú la imagen”. Se le perdió la mirada entre las sombras de mi sala, detrás del sofá, como si hubiera otra persona allí de pie. “Ni me acuerdo”, respondió y me miró fijamente. Traté de respirar, me senté en el sofá, las piernas juntas. “No fue hace tanto”, murmuré. “No importa. Imagínate que hay un mundo alterno al nuestro”, dije tratando de mantener la calma. Él me miraba, estirado sobre la silla, sus piernas atravesando casi toda la sala. “Imagínate otra dimensión”. “¿Cómo se entra a esa otra dimensión?”, interrumpió. “Es pura casualidad”, le contesté. “Algunos pueden y otros no”. Gonzalo dejó caer su cabeza hacia la izquierda, solo un poco, lo necesario para mostrar cansancio. “No me hagas caso”, respondí cansada. “He estado un poco deprimida últimamente”. “Entiendo”, dijo. “¿Qué tal si me quedo contigo esta noche?”.

Desperté antes que él. Entré al baño y tras la puerta llamé a Arturo. Él era abogado, él debía saber mejor que yo lo que estaba sucediendo. Contestó con su tono profesional: “Oficina del Licenciado Arturo Cárdenas”. Escuchar su voz me produjo una sensación de alivio, como si todavía existiera algo claro y limpio dentro de aquella pesadilla. Comencé a contarle todo lo que había ocurrido hasta el momento, la desaparición de Mariana, mi búsqueda, que me había quitado los lentes y que el mundo real parecía hecho de cartón. Las palabras me salían de la boca a borbotones. Cuando terminé, hubo un silencio al otro lado del teléfono. Por fin, lo escuché aclararse la garganta y en un tono entre tierno y paciente,  me dijo: “Tú deberías ir a las oficinas de ParaLife®. A la 119”, hizo una pausa. “Allí te van a ayudar a aclarar algunas cosas sobre el programa”. Cuando colgué, Gonzalo estaba a mi lado y me miraba. No sé cuánto de la conversación había escuchado. “¿Con quién hablabas?”, preguntó con los ojos hinchados de sueño. “Con Cárdenas. Dice que él conoce a alguien que me puede ayudar”. Miró al piso y sus hombros colgaron como dos grandes papayas. “No vayas”, susurró. Entendí que sabía más de lo que parecía. Pero, de ser así, ¿cómo era posible que siguiera funcionando? Le iba a preguntar exactamente qué era lo que sabía cuando lo vi todo claramente. “Simplemente, deja de pensar, ¿sí?”, me dijo y yo obedecí.