Un reclamo
dos reclamos
tres
mcc
Segunda Epoca
Un reclamo
dos reclamos
tres
mcc
Si pudiera decir
y fuese cierto
“basta de objetos”
-por hoy
mcc
Razonaba sobre la profundidad del desbarrancadero
tomando té verde con pedacitos de arroz tostado
Puro lujo asiático
-mcc
DÃjome él:
Séase de nuevo la culpa
Y fue hasta más no joder
mcc
The State Adopts New Rules for LGBT Youths in Juvenile Detention
But mum’s the word on the good treatment of transgendered kids
by Maria Luisa Tucker
The Village Voice
June 3rd, 2008 12:00 AM
A year and a half after paying a $25,000 settlement to a male-to-female transgirl, the agency that runs the state’s juvenile-detention centers has quietly adopted a host of new rules to accommodate lesbian, gay, bisexual, and transgender youth in its custody.
The new rules, adopted in March by the Office of Children and Family Services, now allow transgender youth to request special housing, wear their hair however they want, be called by their chosen name rather than their legal name, and shower privately. The new guidelines even allow biological males to wear girls’ panties and bras if they prefer. The agency has also included transgender kids in its anti-discrimination policy—a first for any New York state agency, according to OCFS spokesman Edward Borges.
The policy shift and new rules—quietly hailed by transgender advocates who say that transkids often get harassed by staff and peers at detention centers—were approved without fanfare or even a press release.
“We were concerned about the Post—what their headline would be, you know? Twisting it and making it sensational,” says Mishi Faruqee, the director of youth-justice programs at the Children’s Defense Fund and co-chair of the working group that created the guidelines. As the OCSF trains its staff on the new guidelines this month, the agency has continued its strategy of easing into what it admits, for some, is uncomfortable new territory. “There are a lot of staff, especially in upstate facilities, [for whom] this is a whole new world,” says Borges.
The policy shift comes after a 2006 lawsuit that received little attention outside the gay media, but that created big waves inside the OCFS.
Alyssa—formerly Andrew—Rodriguez was born male, but identified and dressed as a girl. She had been diagnosed with gender-identity disorder, a common psychiatric diagnosis for transgender people, and has prescribed feminizing hormones at age 12 or 13. Rodriguez was regularly taking the hormones to develop breasts and suppress facial-hair growth when she was arrested and placed in a juvenile-detention facility at age 15. Once in juvie, her hormones were taken away for months at a time, and the staff was directed to call her Andrew. Worse, she was transferred back and forth between the regular boys’ facilities and special facilities for the two years she remained in state custody.
In a civil complaint alleging sex and disability discrimination, Rodriguez reported that she developed hot spells, headaches, a more masculine voice, depression, and suicidal thoughts as a result of being abruptly taken off hormones, and was punished simply for insisting that she was female.
Her experience wasn’t all that unusual. Although no agency has numbers on how many transgender youth are in custody, the Urban Justice Center estimates that lesbian, gay, and transgender youths constitute between 4 and 10 percent of New York’s juvenile-detention population. Advocacy groups say those youths often come out of detention with stories of verbal and even physical harassment.
As part of the 2006 settlement between Rodriguez and the OCFS, the state paid her $25,000 and agreed to change its policies for transkids. However, the original guidelines that came out of those first meetings contained language that was offensive to transgenders, says Faruqee—and even with the imperfect guidelines, there was no training to implement them inside the detention centers.
After Governor Eliot Spitzer appointed Gladys Carrión as the new commissioner of the OCFS last year, the guidelines were revised. The more substantive rules allow transgender youths to request placement at a facility where transkids won’t have to share sleeping quarters with anyone else. The policy also allows them to dress and groom themselves however they like. Biological males housed in the boys’ facilities are even allowed to use makeup, shave their legs, and wear their hair long.
The new guidelines aim to create better staff interactions with transgender youth—directing staff members not to use terms like “homosexual” or “transvestite,” and also to call transgender kids by the name (and pronoun) that they prefer. The rules also direct the OCFS to continue hormone therapy for kids who are already receiving it at the time of admission, at least until a proper evaluation can be given. The agency will now even consider requests from transgender youths to begin hormone therapy while in its custody.
Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Este domingo Babelia publica la columna de Muñoz Molina sobre la controversia que ocurre en España entre los escritores Juan Goytisolo y Carlos Ruiz Zafón hace varias semanas paralela a la de este blog en cuanto a las opiniones sobre la escritura y la lectura de Félix de Azúa y Mayra Santos Febres.
Usando la herramienta teórica de Umberto Eco de plantear el debate entre los intelectuales apocalÃpticos y los integrados, en un libro del mismo nombre, Muñoz Molina tercia planteando los argumentos más débiles de cada extremo y concluyendo hacia la incertidumbre.
Asumiendo el papel del apocalÃptico, Goytisolo anuncia que detesta la literatura popular banal y que el verdadero artista es el revolucionario que resiste a las supuestas tentaciones del mercado produciendo una obra pesada, de difÃcil proceso gástrico, de cuidados pormenores estéticos apolÃneos o dionisiacos, en fin; ácida como el lÃquido de baterÃa, que corte el moho del falso sentimiento de bienestar general y estremezca a los lectores con los horrores locales o mundiales.
Ruiz Zafón, por el contrario, se pone la máscara integrada al despotricar contra los mundillos literarios y propone que el verdadero artista es el que está en contacto con la masa y presenta una obra sencillamente clara y directa -a la usanza del cine y la televisión-, que entretenga, en la que los personajes se distinguen por sus palabras y sus acciones mas no por las peroratas lacrimógenas o sermoneras del creador vengador de silencios.
Muñoz Molina acusa el narcisimo de ambas posiciones extremas y concluye que “cada uno haga su trabajo, pues, según pedÃa Camus, como sepa o como pueda, porque más allá de la página y del gusto o el desaliento de escribir no hay nada seguro, ni la calidad de lo que hacemos, ni la resonancia que tendrá”.
El problema con dicha posición o tercera vÃa muñozmolinesca-camuseana “que se joda” es que promueve cierto fin del debate. HabrÃa que analizar si en efecto eso es lo que se desea. A mà me parece seductora dicha tercera vÃa en la medida en que dispararÃa la cuestión de la escritura y la lectura hacia otras dimensiones, tal y como ocurre a chispazos en las discusiones a las que he asistido en la Fundación Hernández Colón y en algunos comments de este blog. La mayorÃa de las veces parecemos estar en los frÃos polos, pero también existen ecuadores cálidos.
“Que no haya nada seguro”, según la teorÃa muñozmolinesca-camuseana puede apuntar hacia la mutación de los dos ranchos -el apocalÃptico y el integrado- (oh, iluso!) para entrar en una pradera donde la conversación fluya en cuanto a sacarle punta por escrito al material cultural, sea cual sea: el concepto de la moda en la lucha libre gringa o las meditaciones de Cioran sobre la estupidez humana. (No hay que olvidar que Cioran, a pesar de todo lo duro y despiadado, fue un gran ciclista).
Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Para Léster Jiménez, creador de deambulantes imaginarios.
El mundo está jodido, lo sé. Dos millones de personas agonizan en un gran charco de sangre putrefacta en Darfur, el petróleo se acaba rápidamente y no hay alternativas energéticas para mover aviones ni barcos más la ciudad de Nápoles insiste en proteger su supuesto derecho de propiedad intelectual sobre la receta de las pizzas Margarita y Napolitana. La muy perra cabrona Gaika escucha esas noticias de la BBC echada en su cojÃn de la sala y empieza a ladrarme como canina desquiciada justo cuando el presentador termina de narrar la sucesión de tragedias y comienzo a quejarme en voz alta al entrar en pánico. Entiendo su preocupación y sus regaños, piensa que voy cada vez más hacia la izquierda y que, acto seguido comenzaré a bajarle una retahÃla de soluciones socialistoides light a los problemas del orbe, que evocaré principios básicos de derechos humanos y jurisdicciones universales que activen el desembarco de más y mejor entrenados Cascos Azules en las regiones más deprimidas de Sudán, Villa Cañona, Burma, Haità a pesar de que violen mujeres y niños (nada puede hacerse contra ciertos daños colaterales alimentados por la libido). Ella, como es de esperarse, está absolutamente en contra de la Corte Internacional Penal y lo que pase con la negrada bruta y salvaje le roza el trasero. Le digo, Gaika de mi corazón, querida, calma coño, calma. Entonces se me ocurre cambiarle el canal al azar para que se tranquilice y encuentro la retransmisión del concierto de Justin Timberlake. Mi propósito queda frustrado tan pronto la muy perra empieza a protestar por los graves desafinados del chamaquito bailarÃn maravilla. Le digo que no se fije en eso, que se concentre en las coreografÃas y en la resistencia del muchacho. Tres horas de bailes ininterrumpidos no logran cansarlo. Ella me vira el hocico y decide meterse en la guarida mullida que le tengo en el cuarto luego de lanzarme una mirada terrible que me estremeció el tuétano del cóxis con esos ojos lechosos de fascia. Acto seguido, henchido de cólera y sin el pote de Xanax semivacÃo a la vista, me puse los pantalones largos en sueños y salà solo a la calle a comprar cigarrillos. Mi mente estaba cargada con las imágenes de los machetazos de la pelÃcula Hotel Rwanda más la última mirada perruna que me tiró la muy cabrona a pesar de que la mantengo, le sirvo sólo comida orgánica que ordeno por Internet y no puedo deducirla de la planilla que les envÃo a los pillos hijosdelagranputa de Hacienda. Necesitaba respirar aire puro y templado para bajar revoluciones. Ya afuera, auscultando el horizonte de posibilidades que me ofrecÃa la falsa noche estrellada santurcina o el Santurce Starry Night de mi screensaver de Van Gogh imaginario, me entregué a la orgÃa del leteo y del olvido. De pronto me vi sentado e incómodo en un banco de cemento de la placita funeraria de los tecatos. Un escarabajo mediano con palancas en forma de agujas negras mecánicas se me trepaba por el cuello y yo gritaba como un animal herido en un zafari del Congo pero sin pararme del sitio. Después me entraron unas ganas terribles de sacar chavos de la ATH del Banco Popular de la esquina pero no habÃa luz. Un enano socarrón que se puyaba los brazos con una jeringuilla de juguete intercalaba esa acción maniática con el lanzamiento de piedras de rÃo con jeroglÃficos taÃnos hacia la altura del poste. Tuve que permanecer sentado en el banco por esa razón y miré a la izquierda. Allà fue que vi de soslayo a dos deambulantes negros de pie contra otro banco, metiendo mano con suavidad, acariciándose por encima de la ropa sin atender pudores pequeñoburgueses y, de cuando en vez, metiéndose las enormes manos llenas de aceite de carros entre los hoyos de los harapos. Como el insecto no dejaba de morderme y yo me seguÃa sacudiendo su infernal presencia sin lograr que volara, esa visión disparatada estaba absolutamente fuera de foco. Sin embargo, me di cuenta enseguida de que los dos deambulantes negros se besaban con pasión suavecita a pesar de que tenÃan los bigotes manchados de tabaco, las monederas vacÃas y las bocas sucias olorosas a alcohol y sobras de empanadillas de pizza. Lo impresionante del caso es que verlos como si fueran dos personajes de Univisión amándose en un basurero salvadoreño no me dio asco, sino que me teletransporté a una escena trashy de la novela argentina “El mendigo chupapijas” y tuve un momento erótico inesperado e inenarrable. Quizás fue el impacto de verlos en un arrebato de ternura en medio de la desolación y la inmundicia más cruel administrada por el alcalde Santini y la secretaria de salud Rosa Pérez Perdomo. Pero la paz aparente de los machos en crispación rosita duró poco. El más grande de los negros sacó lentamente un canto de tubo PVC del carrito de compras que tenÃa allà parquiado sin que el otro se diera cuenta y le propinó un soberano tubazo en la cabeza al otro. En ese momento me paré del asiento, suspendà la lucha contra el escarabajo y empecé a gritarle al agresor que lo dejara, que lo dejara quieto y se fuera para otra plaza. Parece que mi alterado tono de voz también alteró al escarabajo picapica y su reacción nerviosa se tradujo en un mordisco que me sacó sangre en la tetilla derecha. Esa profanación de mi templo erógeno nunca se la perdoné al escarabajo del diablo y lo aplasté sin misericordia católica o protestante haciendo la señal de la cruz y con la palma abierta. Enseguida escuché las sirenas azules de la policÃa histéricas y me escondà detrás de unos arbustos de guayabo. Vi como llegaban en la patrulla y esposaban a los deambulantes y los obligaban a mantener las vergas tiesas sin importarles el susto con la intención (presumida o presupuesta; en fin, premeditada) de chupárselas. La confusión morbosa del momento me llevó a mirar al piso, donde encontré una bolsita semivacÃa con un polvo raro color chocolate justo al lado de un rastro de semen verde fosforescente. Me la tragué con todo y plástico sin consideraciones ulteriores sobre el HIV o la pintura posmoderna holandesa y lo próximo que supe cuando volvà a abrir los ojos aún dentro de ese sueño es que estaba en el CDT de la calle Hoare convulsando bocarriba y que uno de los enfermeros me habÃa afeitado el cuerpo completo, incluyendo las cejas. TenÃan que intervenirme o meterme cuchilla amolada en el área lumbar sin piedad, o ambas. No tenÃa movimiento en las piernas y, cuando lo supe, exigà drogas opiáceas directamente a las venas y pegué un grito supermegadurÃsimo que traspasó la sala de emergencia del Gualberto Rabell (CDT Hoare, se ha dicho) viajó por encima de los tanques en forma de huevos prehistóricos de pterodáctilo de la San Juan Gas y rebotó contra las paredes de El Morro. Más tarde, par minutos después, hacÃa un frÃo tipo Wisconsin y una vecina del condominio me dijo que logré ponerles los pelos de punta a varios gatos que hacÃan el amor sin complejos en el Paseo la Princesa. Gaika, gracias a su oÃdo agudo de perra biónica, pudo escucharlo en su guarida mullida. Mientras el enfermero se reÃa de mi nueva calvicie y me tomaba la presión arterial tocándome la entrepierna desprovista de vellos, la muy fresca se estiraba contra las losetas de terrazo recién pulidas y se reacomodaba la indiferencia vasca de ultraderecha entre cuero y carne. Cuando desperté a su lado sudado y temblando luego de la pesadilla, me di cuenta de que la muy cabrona roncaba como un lirón y no tenÃa señas (ni pie ni pisada) de haberse enterado del viaje infernal que habÃa experimentado su amo luego de haberse quedado dormido en el sofá después de haber visto el noticiero.
Todo lo que nos decepciona al principio, termina decepcionándonos más adelante, dice.
Todo lo que permanece largamente sin decepcionarnos también termina decepcionándonos al final, dice.
Tomado de “Porque sÔ, de Sergi Puertas.
Escribe Manuel Clavell Carrasquillo
Abriste las dos hojas metálicas del celular y te dispusiste a hablar sobre el romance. Un desahogo momentáneo con oÃdos familiares del otro lado del aparato te parecÃa lo correcto en momentos de tribulación y diarreas mentales. Mencionaste ventajas y desventajas del amor correspondido y sus dificultades, sobre todo en la mismÃsima lÃnea recta con puntas de flecha (plano cartesiano necesitado de libreta cuadriculada) de los primeros dÃas de una relación ambigua. Nadie conoce a nadie mejor que nadie y el reto consiste en tratar de conocerse preservando cierta distancia del desconocimiento que provoca el morbo y requiere -a veces- alcohol, platillos de dim-sum o pastillas tranquilizantes. No es lo mismo observar en cámara lenta cómo un extraño abre la boca con la intención de que abras la tuya para que te acerques para comérsela a besos que coordinar durante años en fast forward una pose de aberturas y cerraduras labiales en una especie de róster calendariado: a la hora tal, rápido, chan-chan y estruje. Se iba la señal y, mientras le dabas al send verde para llamar para atrás, balbuceabas maldiciones contra la ansiedad de no saber cómo reaccionarÃa el tipo ante el rapeo, qué pensarÃa él -tan supuestamente liberado- de tus traqueteos extracurriculares, cuál de todos tus sofisticados complejos de nomenclatura griega se notarÃa primero. VolvÃa, por ahora, la señal del plan ilimitado de los $99.99 mensuales, además de la voz lejana que asentÃa unjú en las pausas mientras reanudabas el esquema verbal que le daba cierto sentido estúpido y cursilón a tu reguero: ¿Lo llamo o no lo llamo?, ¿le gustaré lo suficiente? Esos, y dos o tres adivinanzas lanzadas al vacÃo pasional, eran los extremos. Montabas un caso imaginario en que lo sentabas en el banquillo de los acusados para que respondiera penalmente por cada uno de sus pequeños desplantes inconscientes, aquellos desencuentros cotidianos que ya se asentaban en tu corazoncito débil a pesar de las tres o cuatro semanas de historia hilada a base de mensajes esculpidos con atrevimiento bellaco en textos digitales y máquinas contestadoras. Un interrogatorio seguido de más preguntas sobre su estatus mental en cuanto a tu presencia, si no le ofendÃa la panza cervecera y los tucos mal afeitados de la barba, si estaba o no de acuerdo con tus posiciones en torno a los lugares de jangueo, los sitios de comida… si aún, por ejemplo, concordaba contigo en cuanto a la idea empalagosa que acariciabas desde hace meses: no estarÃa nada mal, decÃas en monólogo, embarrase en público las bocas tratando de sacarle el juguito rosado a una fresa cubierta de chocolate. Pero del autotripeo del cuestionamiento sólo sacabas conclusiones cómodas para tu ego demandante. Me quiere. Y con esa afirmación en la punta de la lengua, sin nada más que añadir para beneficio de los oÃdos amigos de tu fiel alcahuete, enganchabas.
Un homme qui aimait la femme
LE MONDE | 02.06.08 | 09h36 • Mis à jour le 02.06.08 | 09h36
Les femmes qui suivent de trop près la mode, prévenait Yves Saint Laurent, courent un grand danger. Celui de perdre leur nature profonde, leur style, leur élégance naturelle.” L’élégance, c’est une façon de se mouvoir, de savoir s’adapter à toutes les circonstances de la vie : “Sans élégance de cÅ“ur, il n’y a pas d’élégance”, affirmait-il sans détour. Les modes passent, le style est éternel, la mode est futile, le style pas. Ajoutant : “Quand on se sent bien dans un vêtement, tout peut arriver. Un bon vêtement, c’est un passeport pour le bonheur.”
Celui qui se disait non pas couturier mais “artisan, fabricant de bonheur”, a inventé le style Saint Laurent, intemporel, une élégance Rive Gauche très parisienne reconnaissable entre toutes. C’est la sobriété et l’allure d’un tailleur-pantalon noir, à la coupe impeccable, porté avec une blouse à nÅ“ud lavallière en voile transparent et des talons aiguilles. Un subtil mariage masculin-féminin qui exacerbe la sensualité et suggère le mystère.
“L’idée d’une femme en costume d’homme n’a cessé de grandir, de s’approfondir, de s’imposer comme la marque même d’une femme d’aujourd’hui, raconte-t-il. Je pense que, s’il fallait représenter la femme des années 1970 un jour dans le temps, c’est une femme en pantalon qui s’imposerait car… le pantalon est devenu une des pièces maîtresses de la garde-robe de la femme moderne.”
Faisant écho à la radicale mutation du vestiaire initié par les “garçonnes” dans les années 1920, qui adoptèrent les codes masculins, Yves Saint Laurent a réinterprété les vêtements homme, s’amusant de l’androgynie. En 1962, quatre ans après la fameuse ligne trapèze qui le rendit célèbre chez Dior, il dessine un premier smoking porté par Catherine Deneuve, et un caban en laine à boutons dorés avec un pantalon cigarette en shantung blanc façon officier, une marinière, une tunique, une chasuble de curé acier qu’il associe à une jupe fourreau en velours noir. Suivront le trench, le blazer, la saharienne, la parka, les cuissardes.
Des pièces indémodables, d'”un classicisme qui est sans époque et de notre époque”, dira-il, et qu’il réinvente à chaque saison. Les cinquante versions de son Smoking forever (“Smoking pour toujours”, titre de l’exposition, consacrée, en 2006, aux 50 modèles à la pièce phare de la garde robe Saint Laurent), illustrent ses jeux avec ce costume d’apparat.
Pour l’étoffe, son choix se porte dès 1962 sur le grain de poudre et le satin noir. Option qu’il maintient d’année en année, avec l’alpaga, le velours et quelques variantes, pour se concentrer sur les modèles : smoking bermuda avec blouse de cigaline (1968), smoking combinaison de gabardine (1975), ou smoking spencer sur dentelle noire (1978), mais aussi robe-smoking (1983), manteau-smoking (1984), smoking-kimono (1992), smoking-knickers (1993), cape-smoking (1998), etc.
Déclinaisons surprises attendues chaque saison, qui, loin de masquer la féminité, l’électrisent. Un style androgyne qui accompagne l’émancipation des femmes, de tout âge et de tout bord, jusqu’à l’écriture de la mode du XXIe siècle, alors que se multiplient les collections uniques s’adressant aux deux sexes.
NOBLE PORT DE TÊTE
A la sobriété de ses tenues de jour, il oppose toutes les excentricités du soir, nourries d’exotisme. Puisant dans l’imaginaire poétique de l’Orient, il s’inspire du Rajasthan comme du Sud marocain, détourne les sarouels et pantalons de zouave en tourbillon de mousseline, marie gilets, nÅ“uds papillons et voiles transparents. Il voyage avec ses étoffes au gré des exotismes, brode d’or et de jais des boléros comme les vestes bijoux des toreros, dessine une collection baptisée “Ballets russes”, des Tziganes en jupes corolles, des cosaques bottées, et des mini-robes bambara piquées de plumes et de perles, en hommage à l’Afrique.
Saint Laurent adore les chapeaux qui signent une tenue, canotier, feutre, cagoule à visière, casquette, béret, turban et autres capelines. Par-dessus tout, il raffole des panamas chavirés portés avec ses tailleurs pantalons, et des petites toques calots, façon tarbouche des contreforts de l’Atlas. Pour les nuits de gala, ses longs fourreaux qui épousent les courbes, ses nuages de mousseline légers comme un souffle, sont plus que jamais d’actualité.
Sa passion pour la peinture – dont il dit, dans l’introduction du catalogue de l’exposition “Yves Saint Laurent dialogue avec l’art” (2004), “mon propos n’a pas été de me mesurer aux maîtres, tout au plus de les approcher et de tirer des leçons de leur génie” – le conduit à rendre hommage à Mondrian (1965), au pop art (1966) et à son ami Andy Warhol, à Braque (1970,1988), Picasso (1979,1988), Matisse (1980), ou encore à Bonnard, Van Gogh (1988). Quarante-deux modèles qui témoignent de sa virtuosité et de son respect pour la beauté.
Yves Saint Laurent est un homme qui aime la femme. Il parlait de son métier comme d’un “dialogue amoureux avec tous les sortilèges des enroulements de tissus”, de cette “femme nue qu’il doit habiller sans porter atteinte à la liberté de ses mouvements naturels”. Dans ses esquisses, son trait caresse la silhouette. Toujours avec respect, Saint Laurent exalte ce qui lui est propre, allonge les jambes, souligne la taille. Le port de tête est noble. L’élégance est lâchée comme un baiser secret.
Florence Evin