Retrato de Pussy: La más infiel / XXV Microrrelato Erótico Nuestra Señora de las Infidelidades

Por Juan Carlos Quiñones
Especial para Estruendomudo

Coño. Digo coño y digo su coño, como dicen los españoles, su vulva salibante, silvante, fluida, infinita, dentada, muscular, peluda, viscosa, alucinogénica, enloquecedora, morbosa, dulce, olorosa, caracola. Letal. Me costó la vida, que se sepa. Coño que se fue, al menos hasta hoy, y yo no sé. Que me las pegue pero que no me deje. Canción terrible. El venao. Cancion letal como el coño coño antes descrito. Porque se fué con otro, o con los otros, los que no soy yo.

No más.

¿Quién es el más cabrón de esta película? ¿El o yo? Yo te resuelvo esto rapidito. Un sablazo ¡zas¡ y mira la cabeza volando tibia todavía, y ¡splash, splash! Esos chorros de sangre manchando todo el lugar. Ahora es fácil, ahora corto la genitalia (es más facil de lo que suena) y me alimento. Después, voy y me busco una puta de verdad con la que le pego cuernos a Pussy, la mas infiel. Esta se llama Bollo.

Coño. Descubro que esta también tiene un coño. ¿Me las pega esta también?

¿Empezamos otra vez?

 

El autor, puertorriqueño y colaborador de la página Trasmano del semanario Claridad, publicó los relatos del "Breviario" con Isla Negra Editores. Además, sus libros para chicos "La pandilla bajo el árbol" y "La pandilla y el libro más grande del mundo" forman parte de la colección bibliográfica de Ediciones Santillana: Alfaguara Literatura Infantil y Juvenil. Su primera novela, un texto delirante titulado "Todos los nombres el nombre", aparecerá pronto.

La última historia de amor y En el baño: XXIII y XXIV Microrrelatos Eróticos Nuestra Senora de las Infidelidades

Por SetarcoS
Especial para Estruendomudo

 

Escancia delicado, reteniendo el momento…, el té tibio sobre su cuerpo femenino, desnudo. En su rostro, el líquido se distribuye, acomodándose a recovecos, haciendo un molde a la belleza: los ojos azules, metálicos, los labios morados, ingrávidos… Al llegar parsimonioso a los versátiles pezones, éstos, aflorando, se caramelizan instantáneamente junto con las aureolas, reinventando el azúcar. El río desciende luminoso con la claridad del hielo, buscando el valle más hermoso; el cabello rubicundo del pubis…, oyendo venir el agua transformada, se mece augurando bienvenidas. Aun temblándole sus lágrimas danzarinas…, el amante entra suave. El té está tibio, ella está fría.

EN EL BAÑO

Me llamo Alicia Martínez y esto que cuento aunque no lo crean me pasó en el baño. Estaba sola en casa y sin perspectivas de compañía familiar en la próxima hora: sin niños, colgando los problemas del trabajo en una percha como si fueran un albornoz. Decidí darme una autosatisfacción relajante que me hiciera olvidar del mundo. Había preparado la bañera con agua tibia y un cocktail de sales de baño con olor a maracuyá, a banana, a kiwi, a bauxita. Encendí una varita de sándalo y dos cirios color sepia, apagando los escrutadores ojos de buey. Me desprendí del sujetador ahuecando el estómago. Dejé que mis voluptuosos senos se desplegasen en libertad. Deslicé las braguitas por mis muslos con suavidad y ternura, resbalándose como por un tobogán. Corrí la cortina exterior de hilo con motivos burgueses del Neoclásico al mismo tiempo que la cortina interior de plástico blanco, monótono y aséptico. El vapor, como una bata, me envolvió el cuerpo desnudo. Miré la bañera y en la superficie del agua vi unas ondas concéntricas que me desconcertaron. Introduje la mano hasta el codo y removí con la excusa de la inquietud las sales para recobrar la confianza. Me introduje en la bañera de porcelana recostándome con serenidad. El olor del sándalo y la penumbra de los cirios me adormecían. En medio de la paz el líquido se arremolinó con olas espumosas hasta perfilarse en una transparente forma humana. Un hombre de agua me abrazó con ternura; sus manos de agua me acariciaron las mejillas, los galardones de mis hombros y los costados de mi pecho; y sus labios de agua me besaron siendo correspondidos por los míos. Sentí un cosquilleo en el pubis rojizo. Luego, con una dulzura infinita, se introdujo dentro de mí un fuego acuoso, un pene de agua y fuego, amable, denso, una delicia de Afrodita. Salí de la bañera indignada, sorprendida por mi displicencia, asustada por mi micro infidelidad, preocupada por mi veleidad. Encendí los ojos de buey clavándose su luz en mi cuerpo, ya desértico; sin apagar las velas vi como un pie de agua se perdía por el sumidero que yo no había destapado. Me llamo Alicia Martínez y esto que cuento aunque no lo crean me pasó en el baño.

La hora del turbado: XXII Microrrelato Erótico Nuestra Señora de las Infidelidades


Por Paco Gerte
Especial para Estruendomudo

Sado, a quien llamaban El Griego precisamente porque era griego, era un empleado modelo. Eficiente, disciplinado, atento, el primero en llegar y el último en irse. En fin, una joya para la empresa. Pero Sado padecía de un problema, una situación embarazosa que hasta el momento no había embarazado, afortunadamente, a ninguna empleada: tenía una erección diaria. Firme, rotunda, contundente, la masa que tenía entre sus piernas se erguía una hora despues del almuerzo, exactamente a las dos de la tarde. La única forma de combatir al guerrero era, lo sabemos, acariciarlo para dominarlo; de modo que Sado llevaba su mano izquierda debajo del escritorio, bajaba su cremallera mientras fijaba la vista en la pantalla de la computadora simulando la atención extrema al trabajo que todos le reconocían, y comenzaba el asalto al monstruo. Con los años, Sado convirtió la masturbación diaria en la oficina en un arte, en una estética cotidiana que lo hacía sonreir cuando la humedad se convertía en torrente. Hasta aquella fatídica tarde de agosto.

 

El jefe lo llamó en un solo grito desde la puerta de su escritorio. ¡Sado! y Sado, justo en el momento en que comenzaba su tarea clandestina, dio un salto con esa inconsciencia del acto reflejo, ese en el que un par de segundos son vitales para no equivocarse. Allí estaba Sado de pie, con el voluminoso socotroco en su mano izquierda, frente a todos y todas que lo miraron brevemente azorados a la cara para inmediatamente fijar sus ojos, jefe incluido, en el gigantesco chipote. Como un relámpago, Sado recuperó los segundos perdidos, y con su mano derecha aplicó dos, tres, varias bofetadas en la cabeza del gigante mientras gritaba:

¡Que sea la última vez que te paras sin mi permiso!

El autor es un ex militante de los grafittis en los baños públicos.

Probeta: XXI Microrrelato Erótico Nuestra Señora de las Infidelidades

Por Mara Pastor
Especial para Estruendomudo

The fox condemns the trap, not himself
-The Marriage of Heaven and Hell, William Blake

Su nombre era común. Trabajaba en una oficina de ventas que recibía a menudo promociones de distintas compañías. En una ocasión, recibió un regalo de parte de una farmacéutica del área noroeste de la Isla. Era una probeta gigante llena de dulces. Muy original, pensó su jefe. La probeta no tenía otra función que no fuera la de promocionar a la farmacéutica y comerle los dulces que llevaba dentro. Era una probeta de cristal transparente. Ella se la llevó para su casa. Una noche junto a su amante dormido, pensó en la probeta, en el grosor del cristal que le daba la forma de probeta, pensó que la probeta podía cambiar de temparatura con facilidad, y que podía hacer experimentos con ella, después de todo, era una probeta. Se levantó de la cama, fue a la cocina y rellenó la probeta con agua caliente. El vidrio de la probeta se calentó, como era de suponer. ¿Qué es eso? Una probeta de cristal gigante. La llené con agua caliente.Y le pegó la probeta a su amante en la espalda para que corroborara la temperatura. Estaba tibia. Ambos se miraron. Ella besó la superficie de la probeta y sintió la textura lisa del cristal y la superficie cálida en sus labios. Él la imitó. Se volvió una costubre tibia besar juntos la probeta, su superficie. A veces, mientras ella yacía bocabajo y el la cabalgaba, éste le murmaraba al oído, “Invita a la probeta”. Ella abría la mesita de noche, y ahí estaba, transparente y firme. Les gustaba besarse con la probeta en medio, porque podían verse los rostros a través del cristal, maximizados. Una tarde, mientras ella se duchaba, él tuvo curiosidad y quizo besar la probeta a solas. Abrió la mesita de noche, y ahí estaba, un poco opaca, porque la noche anterior a él se le había ocurrido que en vez de agua la rellenaran con té verde, para dormir mejor. La tomó entre sus manos y la llevó hasta la cocina, la sumergió en agua tibia y la lavó por dentro y por fuera. Cogió el detergente para limpiar cristales y la brilló con el papel toalla. Ella había salido de la ducha. De repente, él sintió que si llevaba la probeta al cuarto y ella descubría que la había limpiado él a solas podían discutir. Después de todo, la idea de incluir la probeta en sus vidas había sido de ella. Así que se metió la probeta firme y con la superficie aún cálida por dentro del pantalón. Mientras ella se vestía, él aprovechó y delicadamente volvió a poner la probeta dentro de la mesita de noche. Así pasaron los días, haciendo el amor, besando la probeta, trabajando, caléntandose las mejillas al contacto con la probeta llena de agua caliente, probando la temperatura de la probeta. El desarrolló una dinámica especial con la probeta. A diario mientras su amante trabajaba en la oficina de promociones, él pasaba tiempo a solas con la probeta, la rellenaba de distintas sustancias, café, té de manzanilla, gelatina, y la besaba a solas. Había descubierto que un kit especial para limpiar lentes de fotografía era lo mejor para mantener la probeta en óptimas condiciones. Siempre mientras ella no estaba. Un día, él llegó a la casa con unas ganas tremendas de limpiar la probeta y volver con ella entre los pantalones hasta el cuarto. Al llegar a la habitación y abrir la gaveta de la mesita de noche, no la encontró. Pensó que quizá se había quedado entre las sábanas la noche antes y verificó con cuidado, para no tirarla y que se quebrase por un descuido, pero nada. Al abrir el clóset, notó que faltaban varias piezas del guardarropa de ella. Corrió hasta la cocina, abrió la gaveta en la que guardaba el kit de limpieza de la probeta y encontró una nota. Me voy. No lo soporto más. Me llevé a la probeta.

Mara Pastor, mejor conocida como la Diva Estructuralista, acaba de publicar su primer poemario, "Alabalacera", con Ediciones Terranova. Su segundo poemario, "Oxido", espera ver la luz muy pronto. La prosa de la diva puede ser leída una vez al mes en el semanario del nacionalismo puertorriqueño: Claridad.

 

Cuerpos: XX Microrrelato Erótico Nuestra Señora de las Infidelidades

María de L. Javier
Especial para Estruendomudo

 

Tus labios arroparon mi pene. Cerré los ojos al sentir las cosquillas de tu lengua juguetona.

Nunca me lo habían chupado así, te dije vergonzosamente.
Te reíste un poco ante mi comentario.
Me viraste con fuerza y colocaste mi cabeza sobre la almohada.

Sentí cómo te deslizabas dentro de mi cuerpo. Me sujetabas con tus manos y me empujabas hacia ti. Dentro, dentro… cada vez más adentro.
En ese momento se esfumaron las viejas preocupaciones. Lo único que existía era tu cuerpo entremezclándose con el mío. Sangre. Semen. Saliva. Sudor. Sólo estábamos tú y yo, anestesiados por el placer.
Al rato sentí que estremecías y caíste rendido sobre mi espalda.
Salí de aquel motel sin aliento. Tu olor permaneció conmigo mientras guiaba de regreso. Entré a mi casa. Mis labios todavía me sabían a ti. Me duché y aún así mi piel retuvo tu humedad. Fui hacia la cama. Allí estaba ella, plácida y serena. Me acosté cuidadosamente para no despertarla. El aire insistía en entrar y salir por mis pulmones. Mi corazón continuaba latiendo. Eran indicios de la vida que pulsaba dentro de mí. Racionalmente lo sabía, pero removido de tu calor yo no era más que un cadáver: frío, inútil e inerte. Lo único que me salvaba era la promesa de nuestro próximo encuentro. Mientras tanto, mi cuerpo se desgastaría al compás de esta insulsa existencia.

 

La autora es estudiante.

Un calentón adolescente: 19no Microrrelato Erótico Nuestra Señora de las Infidelidades

Por Nicole Cecilia Delgado
Especial para Estruendomudo

 

se conocían de la high. ella no se explicaba por qué él la seguía llamando esporádicamente aunque pasaran años. habían sido jevitos, pero la verdad era que ella lo había dejado con las ganas. muy niña, decía él, yo soy un hombre grande. serías la única mujer con quien se las pegaría a una novia mía, le dijo en otra ocasión. las nenas se babeaban por él. les gustaba, sobre todo, ganando una pelea con algún chamaco de la trina junto a los portones de la escuela.

te llamo porque me voy a casar, le dijo él un día cualquiera. quiero verte. se encontraron en una panadería de río piedras. ella pidió café. él le pidió que fuera a su apartamento. hablaron poco. no tenían nada en común. él quería ser policía y su prometida era virgen. intercambiaron un par de frases obscenas, por aquello de. era innecesario. los dos sabían bien a lo que iban. fueron al cuarto, se desvistieron. él puso una música que ella consideró espantosa, grave. el jevito de la adolescencia no sabía ser amante. tanto músculo pa qué. se vino a los dos minutos, y para colmo, se quitó el condón antes de venirse. qué falta de respeto, qué pérdida de tiempo.

si a tu novia le haces esto, tu matrimonio va a ser una mierda, sentenció ella antes de irse pal carajo.

Nicole Cecilia Delgado es la que postea en Rabietario. Además en Derivas. Su primer libro de poesía es Inventario secreto de recetas / para enrolar las greñas / con cilindro0s de colores (Palabra Viva, 2004). Vive en Nueva York, pero es de la isla. Pronto aparecerá su segundo libro, dedicado a las cosas del hogar y el peso de la sangre.

Mojada: 18vo Microrrelato Erótico Nuestra Señora de las Infidelidades

Por Karina Claudio
Especial para Estruendomudo

 

Estaba bastante mojadita, cuando decidió ir a seducirla…Ella usaba una caladora para pulir su última pieza escultórica, casi su novia. Estaba en el patio. Sucia. Llena de aserrín. Con pantalones anchos y una camisa a medias. Decidió que se pondría un trajecito pequeño y un g-string. No, no , no pérate. Muy clichoso. Decidió que se pondría unas botas negras hasta las rodillas y saldría desnuda al patio. No, no , no pérate. Los putos vecinos. Decidió entonces que no haría nada fuera de normal. Que bastaba con el tongoneo de su cuerpo por enfrente del de ella. Decidió prender la manguera. Mojarla a ella. Chuparle lentamente el cuello. Las orejas. El cuello. Los labios. El entrepecho. Bajando. Decidió además tirarla en la hamaca. Olvidarse de los etcéteras del alrededor de la azotea. Ponerse el “strap-on”. Sacar el lubricante. Chuparla. Chuparla. “Strap-on” adentro. Penetrarla. Escuchar sus gemidos. Revolcarse en la hamaca. Encima. Debajo. De lado. De frente. Por detrás. Más rapidito mami, más rapidito. Hasta que lograra encharcarle toda la cara con sus jugos y hacerla venirse en su boca con la intensidad de…Hasta que en el punto climático de la artimaña el vecino gritó que él se lo metía…Que viniera pa’ ca puñeta. Que yo les enseño lo que es meter un bicho, cabronas. En el punto de aquel coito interrumpido, decidió ir a matar al vecino. Con “strap- on”puesto y todo. Ir a matarlo. Hijo de Puta. Arrancarle la pinga al mamabicho ese…Te lo juro. Homofóbico de mierda. Hasta que el vecino se le apareció en la ventana con la pinga por fuera. Jalándosela con extrema velocidad. Y bastó con tirarle una magna ‘pedrá’ con puntería para que nunca más volviese a decir ni una palabra sobre las relaciones sexuales de sus queridas vecinas.

Karina Claudio escribe poesía y narrativa irreverentes con frecuencia en el blog colectivo Derivas, nueva frontera de la literatura puertorriqueña postlibris. Además, ha sido bartender en varias barras de la capital y empleada del mes de la mejor librería del Municipio Dependiente de Río Piedras: La Tertulia.

Cuatro cuentos de cuernos: 15to al 17mo (Micro)rrelatos Eróticos Nuestra Señora de las Infidelidades

Por Elías Galarza
Especial para Estruendomudo

 

I.

Los hombres se reunían cotidianamente en La Esquina de Margot, el bar más famoso del pueblo, para jugar dominó, tomar cervezas y hablar de las últimas infidelidades desveladas por el fan club de La Comay. Casi todos burlados por sus compañeras, se complacían, sin embargo, en aquel recuento morboso –calle por calle- de las mujeres pegadoras de cuernos y de sus víctimas. Claro, cuando llegaban a sus propias calles, nunca faltaba una buena excusa para abandonar a sus compañeros de tragos y juegos. El viejo evangélico Ezequiel Santiago los miraba regresar a sus casas tambaleantes y apesadumbrados. Entonces hacía su oración diaria: “Señor, gracias porque los cabrones no cantan como gallos porque, si así cantaran, en este jodío pueblo no se podría dormir y Tú sabes que me tengo que levantar temprano todos los días”.

II.

Jorgito Álvarez se la jugó fría. Invitó a su novia de siempre, Leonor Salgado, a pasarla bien en el baile que aquella noche se celebraba en el Rotario. Luces casi apagadas. Boleros apretados. Sexos calientes. En medio de su creciente entusiasmo y al ritmo de “Bésame mucho”, Jorgito sintió que iba a estallar y apretando a Leonor contra su cuerpo, gimió: -Ay, Carmencita. La respuesta le bajó la nota: -Ay, Roberto.

III.

El viejo baturro levantó sus manos al cielo e imploró casi con lágrimas en los ojos: -Señor, concédeme que mi mujer nunca me sea infiel… -Ah, Señor, pero si algún día me es infiel, que yo no lo sepa. -Pero, si lo llego a saber, Señor, que no me esté malo.

IV.

Aquella noche, Andrés bebió, perreó y le dio fuete del bueno a cuanta girla se cruzó en su camino. Tranquilamente dormido en su apartamento, su compañero Joenel estaba seguro de su lealtad a toda prueba, de su fidelidad absoluta, de su estricto comportamiento gay. Terminada la fiesta, una joven mujer de negocios a quien Andrés había pasado por la piedra gritó a todo pulmón: “Ése sí que es un macho, carajo”.

Elías Galarza es Editor-Jefe de la Editorial El Nuevo Macharrán.