Adiós definitivo al magnífico escritor Terenci Moix

ESPEJISMOS DE ORIENTE
Terenci de Alejandría

TOMÁS ALCOVERRO – 20/12/2005 – 16.15 horas
La Vanguardia, Barcelona

Con parsimonia, recitando fragmentos del "Viaje sentimental a Egipto", de poemas de Kavafis, Ana Maria, Inés, Núria, Maruja, hermana y amigas de Terenci, Josep Maria, Romà, Sergi y Juan Ramón, amigos de Terenci, iban esparciendo sus cenizas, sus finísimas cenizas, en la mar. Inés extrajo de una mochilla roja que había traido de El Cairo una pequeña vasija, una escarlata cerámica egipcia recién comprada, que puso en el borde del pequeño embarcadero y que contenía este polvo de la creación y de la vida. A los amigos de Terenci del Nil, se les emblanquecían las manos con sus cenizas, mientras iban pronunciando estas palabras esenciales en el tiempo. A Josep Maria le quedaron, por un momento, las mejillas sombreadas con las purísimas cenizas, al pasarse las manos por la cara. A Nuria le oí decir: "Jamás me lavaré estas manos". Las amigas, los amigos de Terenci se abrazaron en el pequeño embarcadero de la "Corniche", entre el fuerte de Quait Bey, erigido sobre los vestigios del mítico Faro de Alejandría, y la plaza de Zaglul, en una de cuyas esquinas está el "Hotel Cecil", el hotel de las amorosas aventuras de Justine, la protagonista del cosmopolita mundo alejandrino creado por Lawrence Durrell en el pasado siglo.

Tal como querían Ana Maria Moix e Inés González Lázaro, este sencillo acto fue tan breve como el atardecer de Alejandría y tan íntimo que, además de Xavier Albertí, sólo un invitado de última hora, el cónsul general de España, Pablo de Jevenois, compartió el momento de la fusión de las cenizas con la mar.

Como si todos los muecines de la egipcia metrópoli mediterránea lo hubiesen acordado, prorrumpieron, al unísono, en sus voces a la llamada a la plegaria, en la oración del Magreb, en el apogeo de la tarde pero a punto ya de desfallecer el día. Alejandría, la Alejandría que vive más allá de los mitos literarios, resonaba con el ‘Allah ua Akbar’ -el Dios es grande- de los musulmanes.

Terenci Moix llegó por vez primera a Egipto después de la guerra de 1967 cuando pocos turistas se atrevían a viajar a la tierra por antonomasia del Nilo. Su primera visión, nacida en sus años solitarios de niño de Barcelona, cuando pasaba sus mejores horas en un cine de barriada de cinesmascope o de pantalla normal, fascinado por el mundo de los faraones, por la reina Cleopatra, es la visión del que cumple ilusionadamente un sueño de adolescencia.

Terenci del Nil llegó a Egipto en pos de un sueño místico pero supo narrar en su precioso y fresco libro de viajes "Terenci del Nil" la amarga y brutal realidad de la vida de sus habitantes. Identificado con sus personajes remotos en medio de estas majestuosas ruinas, elaboró una obra que le permitiese salvar en el efímero día la belleza antigua, excavando el tiempo y encontrando las raíces de su propia vida. "Si quiero tanto a las tierras del Nilo -escribió- es porque tengo la mágica teoría de que yo nací aquí hace muchos siglos".

Aquí en Alejandría, al fondo de las olas de la mar, se ha cumplido su voluntad última. Su hermana, Núria Espert, Josep Maria Benet i Jornet, Romà Gubern, Maruja Torres leyeron fragmentos de sus textos escritos en castellano y en catalán, cabe una mesa en la que se exhibían algunas de sus obras donadas. Para mi, que no lo traté en vida, pero que tanto he leído su obra y tan pronto supe de él a traves de Pere Gimferrer, mediada la década de los sesenta, ha sido la predestinada hora final del encuentro que trasciende el tiempo. Maruja Torres leyó emocionadamente unos parrafos del "Sueño de Alejandría", aquellos que dicen "porque es cierto que ya no quedan sueños, todos los sueños han sido ya soñados".

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