Gastar energías nocturnas en cervezas y cigarrillos, una comida bien cara en restaurante chic de la capital, no le pareció inoportuno. Se entregó al caldo de coco con pescado, a la buena actitud de la mesera. Más tarde, le dio en propina al valet cinco dólares norteamericanos y arrancó el carro hasta la discoteca gay más cercana. Se entregó a la multitud, que perreaba, supuestamente enajenada de la inauguración del Centro de Convenciones, la confirmación del Secretario de Estado y las nuevas revelaciones de la pesquisa del vídeo 59 de la Superintendencia del Capitolio, casa de las leyes borincana. Buscó un espacio en el baño para observar el pase misín de la movida de la coca, porque le atraían tantos hombres metiéndose la blanca diosa peruana por las narices para soltar inhibiciones. Veía cómo entraban de dos en dos a los cubículos, o de tres en tres, la cosa es estar acompañado. Decidió salir a la pista para cambiar la visión psicotrópica y enfrentarse al despelote de las mamises bailando con las loquitas, y de los macharranes con las mamises. "Rácata, esta noche quiero darte…", ésa era la canción que retumbaba en las bocinas amplificadoras en las que se recostó para encender un cigarrillo mientras ligaba. Y qué ligue a esas horas de la madrugada (3:00 a.m.), qué tronco e ligue se dio el tipo cuando se le presentaban en bandeja tantos negros en camisilla con los bíceps expuestos y los mahones anchos para ocultar la erección prometida, surgida en la penumbra y -no hay que decirlo, porque es evidente- pacientemente esperada. Puro amor de parejas estables rozándose unas a las otras, pura solidaridad sin freno ni gloria en medio de la nada santurcina. Es el calor, se repetía para sus adentros; es el calor de esta isla envenenada. Mientras tanto, bebía Bacardí Apple con Seven Up y limón para refrescarse y coger la nota asquerosa del ron más malo. Ya se le subía a la cabeza el pasito marcado de la parejita de jevos chiquitos extraídos de las raíces suburbanas de Levittown. Bien suavecito que iban esos machitos filoteaos mientras en Ghana se mueren sus pares sin blinblineo como moscas erotizadas por el morbo del contagio de sida y de hambre. Pero nada de vainas represeivas de la mente aquí, que lo que importa es ese desquicie de los miércoles desenfrenados en el espacio de embuste y fantasía del nada que hacer: estamos con insomnio a mitad de semana, pero estamos gozando.
Octavio César Augusto me invita a empolvarme la nariz
le digo que no es posible
protesta
tiene derecho
él es el césar.
HBO promociona el capítulo final de la serie Rome
y él insiste
vaya, titán, una huelía en lo que nos acomodamos.
Nuevo rechazo.
Si más alante vive gente,
no necesariamente el Residente Calle 13,
de seguro conecté con el rubio amanerado:
me contó par de chistes y me invitó un trago.
Dejo testimonio de la maldá del negro de las tenzas en el pelo bien arreglado, pai,
que me ignoró,
porque es absolutamente bello e inaccesible,
por el momento,
porque, sepa usted:
el chamaco cede ante la girla de las caderas descomunales.
Despampanantes postas de carne.
Lo otro es que el bartender me fía,
porque ya estoy de local,
y ahí es que entra el papel del Visitante:
vaya, de nuevo, ¿tú bailas?
Nacarile.
Yo perreo.
Me doy cuatro percoseps y dos altanes allí mismito.
Pastillas para dormir, me digo, pisadas con Busweiser.
Me las consigue a dos por uno el bouncer.
Estoy a la espera de mañana, noche libre de raperos, reinado de las dragas.
-nótese la rima-
Poesía urbana
revista alternativa Masturbana
PEN Club de pacotilla y dos o tres autógrafos,
dos o tres epitafios al año,
que no borren los créditos de la solapa.
Gano un premio, me lo como.
La comida es mi última trinchera posmoderna:
me gusta el caviar sobre una camada de tostones.
¿Viene al caso?
¿Esto será arte?
Nadie llama al celular en este momento
está apagado o vibrando
me cansé de esperar esa comunicación aplazada.
¿Cómo estará de bien mi próstata?,
me pregunto, ipso facto, como Silverio,
macroautoayudador autor de décimas espinelas.
La tiento,
así,
dando vueltas sobre un eje de carne,
sólo por joder par de capilares.
Pero, cuidado con el culo,
ya lo dijo Rosario Ferré en su último libro,
precisamente en el ensayo que nadie quiere aceptar que escribió la sesentosa,
que nadie ha leído en Puerto Rico:
Se titula, nada más y nada menos, que
"Oda al culo".
Rácata.
Y tantos beatos
por milla cuadrada.
-Bis-
Un cliente mío se tatúa.
Le aconsejo,
como su abogado,
que no lo haga
sufrirá bastante.
Le amputarán todos los diseños puercos.
Se va a tener que tragar su propia tinta
y esta que es de embuste
recesa hasta mañana
porque
ya llega
-al fin-
el
sueño.