Desprestigio del antro y del New Wave

Bienes raíces
Réquiem por el CBGB

 

Las deudas atenazan a la meca del punk neoyorquino, a punto de convertirse en un comedor para indigentes. Pero al grito de "no nos moverán", Hilly Kristal se atrinchera en la sala que dirige desde 1973
En el local nacieron grupos como los Ramones, Blondie y Talking Heads y Patti Smith leyó sus poesías

BRUNO GALINDO – 16/11/2005
La Vanguardia

La cultura pop está sujeta a las implacables leyes de la longevidad de sus protagonistas. Referentes que hasta hace poco formaban parte de nuestra contemporaneidad -los Ramones, Hunter S. Thompson, Nirvana, el sesenta y ocho, el LSD, el periodismo cultural- se han convertido, en pocos años, en ideas del tardío siglo XX, en señales protomodernistas, en batallitas del abuelo: en carne de museo. Apunten otra entrañable referencia: el club neoyorquino CBGB.

El infame garito en el que nació la nueva ola neoyorquina está a punto de desaparecer si no ha desaparecido ya. El arrendador -una asociación benéfica consagrada a alimentar a los pobres, el Bowery Residents´Committee- se ha hartado de reclamarle al arrendatario -Hilly Kristal, gerente de la sala desde su apertura en 1973- el pago de alquileres atrasados por valor de 90.000 dólares. Hilly (nacido hace ya casi 70 años de una pareja de granjeros de Nueva Jersey) se ha pasado el verano reclamando la solidaridad de público.

Seguramente no ha ocurrido ninguna otra vez en la historia de Occidente que un puñado de punks haya elevado el rango de un barrio. Con todo, cuesta creer que ese haya sido uno de los lugares históricos del mapamundi musical desde hace casi 32 años. Imagínese el más infecto local posible, una covacha oscura ubicada en el barrio yonqui del Bowery, escenario de mil borracheras de Edgar Allan Poe. Cada centímetro cuadrado de la sala, pintarrajeado. El mobiliario: destrozadas sillas de instituto. El sudor, condensado en una gruesa capa negra en el techo. ¡El que tenga que limpiar todo eso! Atentos a eBay: no sería de extrañar que se pagaran miles de dólares por el váter donde vomitó Debbie Harry, el taburete donde se metió un pico Dee Dee Ramone oun trozo del escenario donde debutó David Byrne. Para el que sabe qué pasó allí, cada milímetro del local es historia, y cada trocito de pared se cotiza más caro que el kilo de muro de Berlín. Ni siquiera el punk británico tuvo una sede tan importante como el CBGB, ya una especie de Cavern Club de la nueva ola.

Yeso que Kristal empezó con la ambición de hacer… un clásico del country. El reclamo inicial del CBGB -acrónimo de Country, Bluegrass, Blues- era poder tomarse unos huevos fritos a partir de las 6 de la mañana viendo a un crooner con sombrero plañir su nostalgia ranchera encima de un escenario. La idea de las matinés vaqueras, horrible, duró un mes. A Kristal se le ocurrió probar con el rock. Tenía en contra que la escena artística anidaba en la otra punta de la ciudad, en el Soho, donde los lofts y las fábricas desmanteladas eran abundantes y baratos. El público de rock no tenía grandes motivos para internarse en el Bowery, a no ser que uno quisiera llevarse un navajazo. Pero se dieron circunstancias clave a su favor. Una de ellas fue el cierre del Mercer Arts Center, donde solían actuar los New York Dolls. El otro favorito, el Max´s Kansas City, era la clase de sitio fino donde sólo podían moverse libremente los llamados Bowie, Lou o Mick. También estaba el Electric Circus, donde Warhol echó a andar el Exploding Plastic Inevitable, posterior Velvet Underground. O el Ondine´s, donde debutaron los Doors. Pero todo era demasiado exclusivo para una generación que quería tocar y aún no sabía qué. Los chicos empezaron a ir al CBGB, proletario y macarra -el portal de al lado era la sede de los Hell´s Angels- porque allí podían tocar. Y lo hacían… hasta seis veces por semana. Una de las características del local era su norma de meter ocho grupos por noche (media hora cada uno) o de hacer varios pases. Siempre lo hicieron así.

Un día, en 1974, entró allí un chico llamado Tom Verlaine. Convenció a Hilly de que podía tocar lo que fuera y le pidió una oportunidad. No, su grupo no cantaba sobre la vida desde un caballo ensillado. Pero Television tenían algo. Y allí se quedaron. Verlaine trajo al guitarrista Lenny Kaye, y este a Patti Smith, y ella a Mink De Ville. Blondie telonearon a los Ramones, que invitaron poco después a tocar a unos debutantes Talking Heads. Después llegaron Dictators, Plasmatics, Dead Boys. Y más adelante Pere Ubu, Devo, B52´s, The Cars o Tom Petty. Todos tenían veintipocos años, originalidad, ganas y amigos que hacían bulto en los conciertos. Poco importaba que el escenario estuviera agujereado: los músicos más veteranos se llevaban sus propios trozos de madera para no irse abajo. Aquellos fueron los años buenos, los mismos en que el Reino Unido hervía de punk. De hecho, el CBGB se hizo de visita obligada para los que daban el salto desde las Islas (The Police y The Jam fueron los más asiduos).

Pronto los grupos de la casa se hicieron grandes, ficharon por multinacionales y ampliaron sus públicos. Y llegaron los 80, con su soundtrack discotequero y el gran momento de salas como el Ritz, Danceteria, Palladium y Peppermint Lounge. Truman Capote bailando encocado a Donna Summer en Studio 54 entre un Warhol hierático y una Grace Jones medio desnuda: esa es un poco la imagen de la época. Está claro que los tiempos pedían ahora algo distinto a lo que el CBGB tenía que ofrecer. Algunos años más tarde la sala del Bowery repuntó algo con los inicios de bandas locales como Living Colour, Butthole Surfers, They Might Be Giants, Pussy Galore o Sonic Youth, pero algo había cambiado. Pero después, en los 90, la atención se desplazaba hacia Seattle -el grunge- y California -el hardcore- y el club del Bowery, aunque siguiera abriendo siete noches por semana, cayó definitivamente en el olvido y las deudas. Hasta hoy.

Las vueltas de la vida han llevado a Paul Collins, miembro de aquella generación CBGB (y componente de los históricos The Beat) a vivir en Madrid, donde trabaja preparando cócteles para gente que sabe o no sabe que el barman es una leyenda de aquella new wave. Él mismo tocó mil veces en la sala, y ahora no se sorprende de la decadencia y la ruina. "Hilly es un tío muy listo a quien siempre le han importado un pito los grupos. Ganó mucha pasta. Vivió de la leyenda, no se ha molestado en limpiar el garito en 20 años, y ahora tiene que hacerse la víctima. Ni él ni el CBGB hubieran sido nadie si un tipo llamado Tom Verlaine hubiera entrado por esa puerta". Duele, en todo caso, encajar un final tan malo para la leyenda del CBGB – y del sueño punk americano- cuando sólo es cuestión de 90.000 dólares. ¿Tan difícil sería conseguir que un alma caritativa y punk hiciera un préstamo a un interés bajo? ¿Quizás uno de los jóvenes deudores del sonido del 77? ¿No deberían poner el dinero los Strokes?

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