Después de hallar el oasis de semen en el mismo corazón del desierto, la mujer vestida de novia (no usa ropa interior) baila alrededor de un cofre de bronce durante 28 días y 28 noches.
Ya en el vigésimo-noveno día y a la sombra de una palmera, un sombrero de gorriones cruza por el costado de su memoria tatuada de naufragios. Al fin logra olvidar el té de ruda en ayunas y el rostro de hiena burlona pisoteando las indefensas amapolas.
Exhausta pero decidida, comienza a bañar con leche de cabra su piel suave y morada como las ciruelas. Bosqueja la nostalgia ensimismada en el rosal pensante derramado sobre la almohada verde rellena con plumas de arcángeles. En la mierda de brujas que abonaba la esquina de la casa y el mosquitero atestado de jueyes de tierna mirada. Suaviza su odio palpando el lecho de anémonas. Las manchas de alcoholado en la caoba. Introduce un búho en las semillas de guanábana que engalanan sus grandes ojos y comienza a saborear la victoria con un placer casi sexual.
El Sol se sabe derrotado. Al fin hunde sus mástiles y sus trapos de aceite en la arena. En el caño Martín Peña, una estrella forcejea por liberar del fango sus cinco puntas luminosas. Por el sur asoma uno de sus cuernos la Luna. Mientras tanto, la mujer vestida de novia diluye su espera degustando ostiones con zumo de limón. Ahuyentando moscas y hormigas. Pintándose las uñas con una sangre espesa.
El luto lame al cuervo en lo mejor de su traje. La enorme ostia de cera sube y sube sobre las palmeras y su cabeza; crece, crece, sube y se aleja creciendo y subiendo. El olor de la noche es dulce.
No bien la Luna ha alcanzado su nido, el cielo de papel se pone morado y una capa de abejas muertas cubre todo el oasis. Es entonces cuando ella saca del cofre las tijeras del desamor, descubre sus labios secretos y, con el cable de un teléfono extrañamente desaparecido de un hotel en El Condado, se cose la vulva, temeraria como un escorpión en un cerco de fuego.
El vino blanco del oasis riela bajo un chorro de luz.
izquierdosreservadosΘedgardonievesmieles
Ilustración: Max Ernst, "El vestido de novia", 1940.