“Lo dicho”: Una conversación ciberpostal entre Bruno Soreno y Ariel Frieda. Segunda Parte

From: Bruno Soreno
To: Ariel Frieda
Subject: Conversation of eiros and charmion

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“Then, there came a shouting and pervading sound, as if from the mouth itself of HIM; while the whole incumbent mass of ether in which we existed, burst at once into a species of intense flame, for whose surpassing brilliancy and all-fervid heat even the angels in high Heaven of pure knowledge have no name”.

Partir de Poe.

Devolverte la jugada es como partir de un abismo hacia lo innombrable. Como contar un cuento desde el último punto que lo decapita.

El sonido inefable del tiempo decapitado, la interrupción del elan vital, la paralización inaudita de las manos del reloj y de las culebras revoltosas que merodean tus sienes.

Después del cataclismo, de la catástrofe inminente del tiempo, tu nombre será Charmion. “So henceforward will you always be called”.

Yo seré Eiros.

Porque ya somos otros, negados del éter sustancioso que una vez nos alimentó, el aire que nos igualó a los de la especie en ventajas y carencias.

Has devenido cabeza en esta catastrófica metamorfosis universal. Me exiges la escritura lineal de tus contornos como la tiza que rodea al difunto asesinado en el suelo de la escena del crimen.

Tu naturaleza es toda ojos, ahora, como la noche.

Escribirte, ya que no tienes cuerpo, es una tarea de castración. Para escribirte ahora debo prescindir del sexo. ¿Será posible semejante maniobra?

Mejor seré tu verdugo, tu llaga, me inventaré tu cuerpo rebosado de curvas, voluptuoso como una fruta podrida, y te sacaré los jugos, los gemidos, te haré en el cuerpo cicatrices imponderables, machacaré tus dedos en el pilote verde de la palabra, te arrancaré los dientes y las culebras del pelo, te haré tragar plata a borbotones hasta que revientes, hasta lanzarte rauda al infierno del silencio.

Yo perseguiré tu rastro, tus migajas de pan, cuerpo de Cristo, hasta llegarte, hasta alcanzar el espectro detrás del péndulo, hasta merodear infalible cada uno de tus péndulos que te habitan, las manadas de arañas que atraviesan tus tuétanos. Yo seré el estruendo, la trompeta, el ruido del tiempo rompiéndose y destrozando de un zarpazo todos los péndulos y las agujas del universo. Yo, lunar, manejaré tus menstruaciones, me esconderé como un duende con colmillos detrás de tu lámpara azul para espiarte el sexo, para atrapar el grito ajeno y lanzarlo cual martillo al cielo, al lugar cóncavo, al laberinto circular de los tormentos, de donde nunca regresará.

Otra vez Poe: “Vivo te fui funesto, muerto seré tu muerte”.

Así me olvido de mí. De la asfixia. De la marea moribunda de la noche, la ausencia espantosa del sopor, la sospecha de un coloso oscuro acechando más allá del horizonte con mi nombre en la frente. Del hueco infinito que rodea mi falo hambriento, envuelto en fuego, en brillo indescriptible.

Porque yo estoy hecho de tinajas, aunque tenga la apariencia momentánea de acarrear dedos de plata. Yo estoy hecho de ajenjo, de libros escritos en lenguas malditas, y ocultos en las barrigas trémolas de bibliotecas pertenecientes a herejes y a alquimistas, yo estoy hecho de tus ojos de medusa. Yo sopesé que ya era piedra, que ya habías realizado no sé qué maleficio de sal, pero yo no conté con la multitud de agujas milenarias, con mi capacidad de decapitarme los dedos y guardarlos, resguardarlos de la tormenta en unas gavetas de plata que ya nadie puede abrir, unas gavetas vigiladas por relojes de arena.

Detrás de los ojos habita la memoria, un animal amenazante, amenazado, que acecha y araña y muerde cuando lo perturban, que lastima la mano que le da de comer.

Pero yo guardo la mía, o la mía se guarda en las gavetas de mis dedos, detrás de la plata que recuerda tu piel, aquella piel que te cubría cuando eras Frieda, cuando tus curvas y tus manzanas y tus dientes me eran asequibles y yo tenía boca en el pecho para comer.

Mi tarea, entre marea y marea y vértigo, será la investigación minuciosa de tu crimen, recuperar la arqueología de tu muerte, determinar con certeza los golpes, las heridas minuciosas que te propiné de lejos, detectar a tu criminal, escondido en un espejo.

Tengo un cigarrillo entre la plata, tengo una boca llena de humo. Yo debo transmitirte ese humo, debo llenarte del aliento mortal, carcinógeno, que permitirá (a costa tuya) la recuperación de la carne, el conjuro que producirá tu golem, el terrorífico despertar de tus serpientes.

En horas exactas leerte sin cuerpo es como una orgía al revés, cuando resucitan las agujas no ponderar tus ángulos, tus extremidades de araña, pensarte toda letra y palabra y lejos y Charmion es ciertamente insoportable, como cargar un tizón de plata o lanzarse al mar. En horas exactas debo hacerme inexacto, debo desgarrar algunos velos que me cubren, extirpar mis testículos y comérmelos con mermelada, agarrar fuertemente la mano izquierda con la mano derecha y arrancarla de cuajo con cuidado de no salpicar la maquinilla, el papel de hierro donde grabo unos signos destinados a ser carimbo de tu piel sin alcanzarla nunca. Ese es el sueño de la maquinilla, la mecánica inmediatez de poder escribirte ruidosamente, realmente, la posibilidad de incendiar tu cama con la colilla de un cigarrillo, mejor aun, incendiarte toda, como en el cuento.

Pero tú conoces mejor que nadie la peripecia, el vericueto líquido de la palabra, tú has escrito en piel y letra cosas indecibles, tú has manejado con competencia infiernos diminutos, tú me has atosigado pesadillas y decapitamientos, tú te mutilas, me mutilas como un papel incendiado, como un ruido intrusivo, una trepanación craneal en búsqueda de un tumor que ya se ha ido, que nunca estuvo, o que habita tranquilo otros aposentos buscando a quién devorar.

Tú has visto mi noche, mi espanto. Tú has imitado mi gesto grotesco, yo tu palabra fluida. Tú te has escondido en mis ataúdes, y yo te he matado a dentelladas mil y una noches. Tú has sido Sheherezada, y en la mil y dos noches te has quedado sin historias y yo, implacable, he ordenado tu cimitarra. ¿O cada historia era un pequeño asesinato, una petit mort, un orgasmo cegador y redentor? Ciertamente muchas noches lo fue, lo es, ciertamente una luz inefable ha brillado de vez en cuando en la psicodelia y el autolvido, en el vientre henchido y relleno de ojos de la noche.
Metafísica del terror, no poder imaginarse el color blanco, o aplicarlo a todo el universo para borrar tu nombre.

Si, para entretener el espanto, dedicaras tus agujas, tus arcos de metal a dibujarme allí, detrás del vidrio, donde pasto con mi mano sangrante entre las bestias, ¿qué formas me darías?

El péndulo que precariamente viajamos ha practicado una vez más el arco. Ahora se aleja, de mí hacia ti, algo de mi piel se va con él, algo de mi hambre. Estoy embarrado de tu carnicería. El péndulo es una espada, con el mango en tu dirección y la navaja en la mía. En ese filo, si eres capaz, se mezclará nuestra sangre.

From: Ariel Frieda
To: Bruno Soreno
Subject: Continúa…

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“After this I call to mind flatness and dampness, and then all is madness — the madness of a memory which busies itself among forbidden things”.

Ya sabes de la manía de acudir a Poe. En horas exactas mi cabeza se llena de péndulos y como Medusa convierto al tiempo en una gran orgía. El reflejo de un cuerpo que se detiene frente al reloj, tu cuerpo detenido, parado como una manecilla inservible que acoge al seis por efecto de gravedad. Tus ojos que de la nada ahora son blandos frente a mis péndulos espejos. Mil movimientos colman mi cabeza. Demasiados péndulos cuelgan frente a ti, tú que me miras decapitada, renunciada a mi cuerpo, mi memoria harta del tic tac terrible que hace el reloj a estas horas, que te detienes ahí, inmenso, casi infinito, alargando los colores sobre mis filamentos de plata que marcan ciertas cosas que sólo tú puedes contar, testigo ocular, culpable, diséctame.

Escríbeme llena de péndulos que danzan tambores en mi nuca, pende la sangre de un animal sacrificado, penden miles de caras entre mis filamentos intentando ir de oreja en oreja, acudiendo a esas chorreras resbaladizas que no pueden ser más que eso, por dentro, siempre por dentro, usted me pende.

Veamos, le decía que era Medusa yo que dejaba extenderme en largos hilos de plata que cuentan el paseo del tiempo. Porque cuando mi tiempo sale a pasear se detiene frente a una ventana y en esa ventana yacen tus dos ojos, como esferas esperando golpear contra el cristal, y luego quién pagará ese vidrio, te preguntas sin darte contestaciones porque ahora me ves rodar.

A tu salud un cigarrillo, mírame, como dejo ir mis partes, como te ofrezco una línea, una ruta o un caminito de cuentos de hadas, no te busques, sólo amontónate, desmenuza tu gravedad.

Mi cabeza rodando y miles de campanas, péndulos que me chocan por adentro, se me incrustan en las paredes, en los límites, ruido de tu maquinilla. No sé por qué… Siempre te imagino escribiendo en una maquinilla. Suenan más, despiertan a la gente; en cambio este ruido que oyes rodar sólo puede pertenecerte. Déjame ser tu personaje. Ahora frente a la guillotina, yo Medusa, sola, sin cuerpo, como sólo una Medusa puede ser, soy condenada a la guillotina. Escríbeme el final, decapítame de nuevo, yo que sin cuerpo ando, y apago este cigarrillo dando una vuelta más.

¿Qué esperas?

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