“Lo dicho”: Una conversación ciberpostal entre Bruno Soreno y Ariel Frieda (Primera Parte)

Escriben Bruno Soreno y Ariel Frieda

(Nota del Editor: El título de un cuento del maestro Poe es un pretexto para que el escritor puertorriqueño Bruno Soreno comparta espacios electrónicos con su coterránea Ariel Frieda. Los dos mensajes que reproducimos a continuación conforman la primera parte de un diálogo ciberpostal que es erótico pero es también literario, que se afirma en sudores pero también en Poe, y que indiscretamente se cuela hasta la Tierra de Letras para deleite de sus lectores).

osiris

From: Bruno Soreno
To: Ariel Frieda
Subject: Decapitaciones

Un ciego soñó una vez a fuerza de palabras un laberinto recto, y no es despreciable dicho laberinto, sino solamente árido y limpio, sepulcro piramidal como aquel otro laberinto que el otro, el mismo ciego soñó plagado de arenas. De un salto de ojos grandes y videntes sueño yo un laberinto intermedio, circular, igual de limpio y de árido pero quizás más económico y atroz, una vuelta perpetua en el plano, un círculo interminable y vacuo, un gemelo atroz del primero, pero peor, porque agobiado de memoria el que se pierde en dicho laberinto recordará para siempre haber pisado cada punto de la circunferencia, y su boca escupitará pesadilla. Un tercer laberinto yo propongo, uno informe, húmedo, fluido y subcutáneo: el cuerpo, laberinto infinito. Un degollamiento, una demolición sistemática del cuerpo dividido es anatema, es multiplicar el dominio del cuerpo, es proponer un diálogo y traer a colación una cuestión de poder. El poder toma la forma de la recta, el deseo la de lo curvo. Recta es la guillotina, curvo es labio, el seno, el dulce pezón atravesado por telarañas frutales, el destilador inútil de grasas fuertes, el centro del laberinto circular.

Tecnología de la mutilación, la palabra. Forma de desformarse, de asegurar la imposibilidad de encarar los rostros, el rostro, si es que encarar significa en este caso una prestidigitación, un gesto mántico, de coordinarse la cabeza y el cuerpo en su separación para contener la geografía sinuosa del deseo, del rostro elusivo y deseado.

Un espejo.

¡Mira, y que desnudar los dedos! ¿Y qué del frío? ¿Y qué del remeneo incesante del viento bailando el baile de San Vito entre las costillas de la osamenta? Tu metamorfosis es una vestimenta, un rizoma proliferante que te viste, que te cubre, que ansía materias de contacto, de protección ante lo inclemente (aunque no dudo de su capacidad erotizante, su uso del éxtasis como moneda de trueque, como interacción entrópica, termodinámica, de estabilización del sistema). Las sortijas de hielo son un guarecerse, son una hoz práctica que se encargará en su momento de desgarrar los filamentos, rellenar el hueso de lo húmedo, asediar lo chamuscado, encarar la desnudez atroz, rasgar la piel, provocar el grito, el aullido, el jadeo y el orgasmo de ser necesario.

En cada dedo una palabra, como una muerte. Pequeña.

Una pérdida en el laberinto, sin alas, sin minotauro, sin círculos ni rayas ni arenas, un meterse al cuerpo por la boca, por el recto, por el embudo del ombligo deteniéndose sólo para presentir el exacto momento de la penetración. Una sortija de ángel extraviada en una boca. Dientes devorando metales, como truco de freakshow, tragadura de espadas. Un blowjob. Una sombrilla dorada bajo la cual guarecerse de la llovizna fría de palabras heladas, donde poder estar desnudo, caliente, desvariado de sí, casi mecánico.

De cierto modo, un deseo que es una desafiante sinceridad.

Porque la piel es a la carne como la cabeza al cuerpo, es una sinceridad insólita admitir el cuerpo no como burbuja del aire sacro sino como un laberinto infinito, como una capacidad de pieles infinitas, y debajo sólo huesos, laberintillos blancos donde anidan y se reafirman los filamentos, las protuberancias ectoplásmicas que se cuelan por los ojos, los oídos, la boca de las bellas brujas, las madejas de las medusas irresistibles.

¿No es acaso un cuerpo lo que ansían asir tus filamentos? Ciertamente. Lo incierto, lo difuso, es el conocimiento de ese cuerpo, su calificación bajo la lápida de un nombre, de un género, darle cierta geografía y cierta pertenencia. ¿Un muerto? ¿Un Otro? ¿Un Yo? ¿Acaso la radical desavenencia de la cabeza, de su insistencia y sus advertencias no es esconder el sol sin tener manos, desaparecer de la memoria el tajante recuerdo de que ella se inventó al cuerpo, de que el cuerpo fue un tejido carnoso que ella pacientemente bordó en las noches sin luna? ¿Acaso no era Ulises un simple diseño en la tela perpetua que tejía Penélope? ¿Acaso tus tentáculos, tus oculares, auditivos y bucales filamentos no se entretienen realmente en tejerte un cuerpo, no en buscarlo en un afuera sino construirlo alrededor de los huesos, allí en el hueco debajo del mentón?

Ingenierías prodigias de tu suculenta carne.

En cuyo caso, pedazos míos, esquinas afiladas mías quedarán atrapadas en tu red, despojos de mi carne y mi piel igualmente inventada (¿por mí? ¿por ti?) se enredarán en esa nasa, esa planta enredadera que puebla tus curvas, los cuchillos de los dedos quedarán entonces incrustados en esa nebulosa húmeda y palpitante y atestada de dientes y uñas y hormonas y epitafios que hemos concedido en llamar “tú”.

Un sofisma entonces, la diferencia.

¿Dónde termina la piel y dónde comienza la carne? ¿Dónde el dedo y dónde el metal? ¿A qué boca pertenece una lengua capaz de ocupar cuatro labios al unísono? ¿Puede el falo de Onán pararse al encarar su propia cabeza desmembrada?

La palabra, la piel es una estrategia contra el humo, como lo es el olvido. El humo es lo que ocupa la insaciable boca de la carencia, la boca que besa sin dejar aliento, la boca mantis religiosa, el cuerpo muere y eyacula instantáneamente. Quizás, de pasadita piensa en su madre, en una sortija, un cuervo, una canica, un libro de Cortázar, una hecatombe.

La caricia implica al cuerpo, lo compromete. La caricia asortijada lo rasguña, pone a funcionar la geometría de modos no euclidianos, sin importar en qué punto de la masa se actúe, se alerta a la cabeza.

Efecto a distancia. Del lado allá al lado acá de la guillotina.

Este instante que “es repentinamente y sólo vuelve a ser en la memoria”, ese punto donde tangencian la recta y el círculo, esa zona intensa que puebla cementerios enteros de nombres (muerte, orgasmo, palabra, piel, nombre, guillotina, caricia, bala, decapitación, soledad), no es otra cosa (o es todas las otras cosas) que esa puesta en alerta de la cabeza, de ese contacto entro-metido de la carne con la carne o la masa con la carne. Es la caricia de la cuchilla en la nuca. Tanto la cabeza de la víctima como la del verdugo son puestas en alerta: una en alerta de la otredad de su cuerpo, la otra de su futura separación (por eso el muerto queda “convertido en verdugo”). Todo entonces una inmensa despedida, un terror y un estremecimiento ante la inminencia de la catástrofe que es la separación de la piel, el regreso a la carencia de la que nunca se salió.

Noches oscuras y alucinadas, el cuerpo y sus fluidos atestados del elixir de la muerte, balbuceando, rodando por el aire pesado del suelo, gritando, chingando cuerpos sin nombres en camino al pozo, ocupando no dos sino mil ataúdes simultáneamente, cagándome en la boca de mi propia cabeza, haciendo mal las sumas y bien las restas, mutilando mi cuerpo (templo del espíritu santo, que pronto me desahuciará seguramente) practicando rituales ignominiosos y olvidadizos que preparan a uno para el desnucamiento, el degüello que implica el alba, la despedida de la verdad y el regreso a la mentira de que uno es uno y no diez mil, a la mentira despiadada de que yo no soy tú, de que nunca seré tú.

Quedas invitada cordialmente a la próxima función.

Esta es mi aportación al epistolario electrónico que sin duda alguna conformará una de las literaturas más alucinantes e interesantes de este paisito. Dime pronto lo que opinas. Y el chiste de todo es que ni siquiera es literatura sino algo más visceral y siniestro, sospecho, aun con todos los bosques oscuros que lo pueblan y todos los fantasmas, algo más real. Espero la próxima y me entusiasma mucho este intercambio, este diálogo de ataúd a ataúd. Considera que si sigue así de bueno, esto es publicable, además de que es un modo, al menos para mí, de decirte tantas cosas de la única verdadera forma en que es posible escribirlas. Quizás este es nuestro idioma verdadero.

Que el tejido que fabricas con tus madejas infernales incluya, en sus fabulosos paisajes, mi osamenta.

Osiris, el conde decapitado.

PS: El primer párrafo de tu texto, entre comillas, ¿es tuyo o es de otro? Si es tuyo debes saber que está KABRON y que quiero leer el resto. Si es de otro me gustaría que me dijeras de quién es, porque me interesa. Te pregunto porque aunque todo tu texto mantiene la calidad genial de ese texto (lo que digo en el párrafo anterior no es por decirlo, va en serio) noto una diferencia entre el estilo de ese párrafo y tu incomparable estilo, que sospecho sólo yo he logrado apreciar y disfrutar a cierto nivel (que no a cabalidad). Disculpa la soberbia si me equivoco o me creo el ombligo.

bernini_medusa

From: Ariel Frieda
To: Bruno Soreno
Subject: Como todo, continúa…

“After this I call to mind flatness and dampness; and then all is madness — the madness of a memory which busies itself among forbidden things”.

Siempre acudo a Poe, ya sabe usted de esas manías. De todos modos en estos momentos sólo cosas como péndulos deshacen mi cabeza. Si fuese la Medusa yo, sería una de filos cortantes, blandos, como péndulos que se suspenden de lo que me cubre, que tienen maniobras planeadas para mis ojos, mandrágoras flotando por mi iris, mi ojo, ojo péndulo, desechando mi cabeza con un movimiento adverso que me decapita.

Pero usted también sabe leer al tiempo. Digo, cuando se inventa, cuando éste acude a su existencia, usted sabe contar horas, minutos, con su tic tac de plata en los dedos, cuchillos afilándose en la cocina, filos que danzan tambores en mi nuca, como un asesinato de imprevisto en el que usted no puede matarme si no es que antes se deshace del intento.
Medusa yo, me tuerzo los brazos, me los parto, los dejo como migajas de pan, cuento de hadas, no sin antes desafiar la luz, que, como el tiempo, en este rumbo nada tiene que ver. Así que usted seguirá olfateando, como una bestia, un perro rabioso, los trozos que se despegan de mi cuerpo, porque prescindimos de la geometría, Medusa yo, pongo a rodar mi cabeza llena de péndulos colgantes, tic
tac
                                           tic
                                                                               tac
                              tic
tac
cada vez me extiendo sobre el suelo, y allá abajo, sin luz enciende mi cabeza un cigarrillo, y yo Medusa dicto el ritmo de tus dedos que escriben sobre una maquinilla imaginada. Siempre te imagino frente a una maquinilla.

Puedo hablarte, yo fumando desde este piso frío, mientras suenas los huesos, bostezas, tú, cuerpo carente de ojos, de dientes. Insisto saborear el humo desde tu bandeja, mis péndulos surgen de mi cabeza como si fuesen monstruos marinos, rasgan el aire, la esquina fría del aire, el tiempo sabe estremecer tu sombra.

Calcino desde mi boca el aliento, cuando se escribe como tú lo haces (y sólo tú sueles hacerlo) se abren demasiado los ojos, se prescinde de los párpados y es como si hubiese un agujero colmado de reflejos, del reflejo de un cuerpo que mira un reloj, del reflejo del cuerpo que se convierte en serpiente cuando se anida en el péndulo, Medusa no tiene memoria pero tú sí… Por eso no puedes dejar de derramar palabras como mercurio, no te importa la forma, sino sólo descender en ese ir y venir, tic, tac, está de más poner aquí la palabra tiempo.

Y si yo Medusa te observo febril, me acojo a la memoria más mediocre y sólo puedo asociar de tu mercurio la fiebre… deshojo el cigarrillo, derramo las cenizas y me quemo, me dejo quemar, y un péndulo caliente es infierno para un hombre. Si me columpio, si me imagino en mi propia cabeza yendo y viniendo agarrándome de las orejas que por dentro son sólo chorreras resbaladizas, si me convierto en mano que desmembra mis propios recuerdos, y te encuentro, así convaleciendo, sudando bajo las frazadas, te desarmo, escribe encima de mí, yo fumo por ti, te condeno péndulo, métete en mis huesos y a la hora de bajar grita bien fuerte, que el reloj se oiga en todas partes.

Escribe.

Continuará… Pronto aquí se publicará la Segunda Parte…

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