Fiebre lorquiana
Reseña por Manuel Clavell Carrasquillo
ASI QUE PASEN CINCO AŇOS:
UNA PROPUESTA SURREALISTA DE LORCA
Juan Antonio RodrÃguez Pagán
San Juan, Isla Negra Editores (2003) 193 pp.
Entre los años 1929 y 1930, despechado tras la irreparable ruptura de la tempestuosa relación que sostuvo con Salvador DalÃ, el inmortal poeta granadino Federico GarcÃa Lorca deambula lleno de furia por las calles de Nueva York y La Habana. AllÃ, inclinado ante la majestuosidad monstruosa de la moderna imagen americana, contenida en la asociación del rastro de la sangre que fluye por los mataderos del sur de Manhattan que se refleja en los cristales de las enormes torres de hierro y la espesa espuma del mar Caribe que estalla contra los cuerpos negros que se pasean por el malecón cubano, su genio creador sufre una profunda transformación que desemboca en la redacción de un poemario visceral y dos comedias a todas luces irrepresentables: “Poeta en Nueva York†(1929), “El público†(1930) y “Asà que pasen cinco años†(1930).
En la Isla del Encanto, mucho tiempo después, el distinguido hispanista puertorriqueño Juan Antonio RodrÃguez Pagán, profesor de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao, explica en su libro “Asà que pasen cinco años: una propuesta surrealista de Lorca†que este viaje constituyó una especie de escandalosa salida del clóset para el autor del “Romancero gitano†(1924-1928), quien desde entonces coqueteará con reorganizar desde España las fronteras sociales y literarias que mantenÃan reprimida su expresión surrealista y homosexual.
Al respecto, RodrÃguez Pagán comenta que Lorca, con el propósito de salvaguardar su independencia creativa, se habÃa mantenido al margen de la propuesta surrealista que logró entronizarse en el arte europeo de entonces y que, inclusive, preferÃa no abordar directamente cuestiones Ãntimas en su obra pública. Sin embargo, algo impredecible y contundente le ocurrió a este lado del Atlántico y el resultado de esta metamorfosis queda plasmado sobre el papel para siempre.
Asà las cosas, el gran público que habÃa quedado rendido ante el folclorismo de Lorca, lleno de gitanillas y cante jondo, se muestra absolutamente extrañado ante el nuevo discurso del dramaturgo, que no logra llevar a escena –a pesar de múltiples esfuerzos– estas dos comedias imposibles, como han sido descritas por la crÃtica.
“Hoy sabemos que debieron transcurrir cuarenta y ocho años para que el sueño de Federico de ver esta obra (‘El público’) en escena, se hiciera realidad. La noche del 15 de febrero de 1978 sube el telón, con este propósito único, en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. Dirigió esa producción monumental la doctora Victoria Espinosa, directora también de ‘Asà que pasen cinco años’, su leyenda del tiempo, en noviembre de 1954, en el mismo lugarâ€, establece para el récord de la memoria histórica lorquiana el abarcador estudio de RodrÃguez Pagán.
Con gran acierto, Juan Antonio ha dividido su trabajo en tres grandes secciones asumiendo plenamente el importante y a veces injustamente vilipendiado rol compilador del intelectual. En la primera, logra hacer una excelente sÃntesis del debate que suscitaron los manifiestos surrealistas que más tarde adoptará y rechazará a su antojo Lorca. Utilizando pasajes de los escritos de los protagonistas del movimiento que “confrontó la existencia desde el asombro que descubre la grandeza de lo cotidianoâ€, el crÃtico le transmite al lector a través de documentos y de una forma clara qué es el surrealismo, cuáles han sido sus principales exponentes y cómo logran acercar el sueño y la realidad.
En el segundo capÃtulo, titulado “Amantes asesinados por una perdizâ€, RodrÃguez Pagán devela con guantes de seda los amorÃos de Lorca y DalÃ, presentando una sucesión de sus cartas, poemas, conferencias, fotografÃas y realizando un análisis sumamente lúcido sobre las intersecciones de ambos genios. Más allá de la anécdota, que nunca llega a ser chismográfica, el también dramaturgo expone con extremo cuidado de no faltarle a “la verdad†la cronologÃa de cómo se entrecruzan sus obras y sus vidas, cómo encausan su proyecto común y cómo la aparición de Luis Buñuel en la estancia del pintor en Cadaqués, sumada a un divorcio conceptual, provoca la ruptura final.
El último apartado es el postre del banquete que le ofrece al lector este modesto intelectual también experto en la obra de Julia de Burgos (“Julia en blanco y negroâ€, 2000). Demostrando gran maestrÃa en la utilización del verbo pedagógico y dominio no solamente del texto que ilustra, sino también de su puesta en escena, RodrÃguez Pagán logra analizar “Asà que pasen cinco años†integrando todo lo que ha planteado en los capÃtulos anteriores. De esta forma, el lector se enfrenta a una lección pertinente sobre los pormenores de una pieza dificilÃsima con la información necesaria para comenzar a comprenderla.
Hay comentarios sobre la obsesión con el tiempo que quiso abarcar Lorca y planteamientos sobre el recurso del desdoblamiento de la personalidad, eje sobre el cual gira la caracterización. “Vedado el orden cronológico, el espectador se sumerge con los personajes en una atmósfera neblinosa que no es otra cosa que un cedazo que permite acceder o no a niveles diferentes de conciencia simultáneamente; interpretación de planos que nos mantiene inmersos en varias dimensiones a la vezâ€, dice el catedrático.
De otra parte, en esta sección queda comprobado el impulso liberador de Lorca y su interés en forzar al gran público hacia una reflexión poderosa sobre la existencia a través de la “presencia de pasajeras técnicas propias del surrealismo, en armoniosa simbiosis con los elementos de la tradición hispánica más antiguaâ€.
Al proponer esta paradoja, al puntualizar que Lorca es una especie de vanguardista tradicional, RodrÃguez Pagán pone el dedo en la llaga de la discusión que divide en estos momentos no sólo a los estudiosos de la obra lorquiana a nivel internacional, sino a la que tiene lugar en la academia de las ciencias humanas boricua con consecuencias fratricidas. De un lado, la facción nacionalista empuña las bayonetas de la palabra para aferrarse al canon como si hubiese que protegerlo de alguna contaminación y, de otro, la tribu posmoderna apuesta a un ataque subversivo que lo deconstruya hasta lograr su fatal implosión.
Mientras tanto, las conclusiones de RodrÃguez Pagán demuestran que –fiel a la postura de Lorca– se puede fertilizar este impasse de la comunidad intelectual que un surrealista perspicaz como André Breton bautizarÃa como “Crónica del encuentro de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de operacionesâ€.
Su libro, sin dudas, constituye una piedra de toque para los letrados del patio; un acto afirmativo de la vieja escuela que la comunidad universitaria puede aprovechar para revisar la pertinencia de la disección historicista y la diseminación iconoclasta como métodos de conocimiento para abordar el inmenso legado que ha producido la fiebre lorquiana. Ahora que RodrÃguez Pagán repone la obra para beneficio de la nueva generación en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré, ¿será posible otro horizonte? ¿Asà que pasen cinco años?
Esta reseña se publicó el 30 de noviembre de 2003 en la Revista Domingo del periódico El Nuevo DÃa.