“Adelaida recupera su peluche”: Una novela en cantos por Bruno Soreno (Cap. X)

menu art“Pues welcome to the club”, te respondió el hombre. Así es que la noche voluminosa da vueltas y revueltas en esta ciudad. Es una cosa para quedarse pasmado. Porque resulta que el hombre te dijo que ser apuntado por un revolver y ver la muerte a los ojos por el mero hecho de intentar ayudar al prójimo no es exactamente una delicia (cosa indudable, digo yo) y que esta experiencia no pasaría a los anales de su vida como una de las más agradables. A ti te agradó su suave ironía, en otro estado de cosas pudiera haberse dicho que te sedujo, pero fue otra cosa que tú no sabes, Adelaida, ni yo tampoco, otra cosa que dijeron aquellos ojos la que te apaciguó el miedo y te llevó un poco más allá de la vergüenza y la pena, un poco tangenciando la curva del deseo. Además, pensaste, aquel hombre -al igual que tú- había vivido su dosis de infierno aquella noche. Aquel hombre había sentido el miedo, igual que tú. Eso de cierto modo los aunaba. ¡Estás loca! ¡Mami debe estar arrancándose los pelos en la tumba si es que le quedan a la pobre, bendito, que ya en vida estaba casi calva! ¡La vas a rematar!, te gritó Adelaida cuando te tiraste sin coger impulso y le dijiste a aquel desconocido que, ya que ambos habían visto a la muerte de cerca aquella noche, no estaría mal que intercambiaran historias. Además, era caso indudable el hecho de que, luego de los torbellinos acaecidos, un trago no les vendría nada mal a ninguno de los dos. Vete al carajo, le dijo Adelaida a Adelaida. Mami está muerta, y si ya una vez la maté, que la remate no le hace. Era la zona-alma de tu animal, Adelaida, tu alma maltrecha pero en la lucha, Adelaida, ansiosa de lo cotidiano de unas palabras, de contar para sanar, cara Adelaida. Era la transparencia de aquellos ojos.

La noche

Ya he dicho que la noche es un travesti vertiginoso, un camaleón, un kaleidoscopio. Es un carnaval polifacético, una galería confusa de rostros aveces siniestros, aveces beatos. Todo es lo que parece, o se le parece. Su sinceridad es su mayor engaño.Su capacidad de transformación, la rapidez con que cambia de antifaz, sin embargo, es algo que no deja de asombrarme. La noche de esta ciudad padece de deficiencia de litio, cambia sus moods de un modo antojadizo como una montaña rusa, ahora arriba, ahora abajo, ahora al derredor, y uno nunca sabe dónde está parado ni adonde irá uno a parar en el próximo momento.

Como por ejemplo que te fuiste con aquel hombre (¡quién lo iba a decir!) hasta el Aquí se puede, que pidieron un trago, intercambiaron nombres sin apellidos y se contaron historias. No, tú le contaste tu historia, la de esa noche, y contársela tuvo el efecto de contar hasta cero en retroceso desde el número cincuenta y seis. O como contar ovejas entre las sábanas, porque ya lo contado se parecía a la materia de los sueños y el alivio de descargar la zona-memoria de tu alma en los oídos interesados de aquel desconocido te permitía casi practicar el borrón y cuenta nueva, dejar atrás, trasladar el recuerdo a otro apartado de la zona-memoria de tu alma, porque aquellos ojos. Hasta aquí todo iba pasando como en las películas.

/Yo me llamo Adelaida, le dijiste.

/Bruno, te dijo él. Yo Bruno.

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