Cada cual en su propio paraíso

cccp jogger make out 442Escribe Manuel Clavell Carrasquillo

Desaparecida la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), y consolidado el Nuevo Orden Mundial o el neoliberalismo globalizado que proclamó el primer presidente Bush de los Estados Unidos, habría que preguntarse cómo se manifiesta hoy la preocupación sobre aquel binomio simbólico que dividió el mundo en dos amplios campos irreconciliables durante todo el siglo XX. De un lado, los llamados “egoístas” (defensores de la libre empresa junto con el capital) y, de otro, los supuestos “colectivistas” (propulsores del régimen económico socialista y la dictadura del proletariado), afianzaron sus respectivas posiciones hasta provocar el subestimado “daño colateral” que al menos reveló que sus roles en ese peligroso juego de ajedrez internacional eran perfectamente intercambiables y confundibles, ya que sus únicos principios rectores fueron la falsedad y la corrupción.

El escritor mexicano Jorge Volpi (n. 1968), acaba de publicar la última parte de una trilogía de novelas dedicadas a la revisión de la historia de este conflicto terrible y llega a una conclusión que coincide con el título de la obra: así las cosas, “No será la Tierra”. El primer volumen, “En busca de Klingsor”, que obtuvo el prestigioso Premio Biblioteca Breve de la Editorial Seix Barral en 1999, ha sido traducido a más de 20 idiomas y trata sobre las conspiraciones entre el poder totalitario y las ciencias para diseminar la oscuridad. Por eso, comienza con la frase “Basta de luz”. El segundo, “El fin de la locura”, llegó a las librerías en el 2004 y muestra con cinismo –y a manera de psicoanálisis– el fracaso de la ruidosa alternativa revolucionaria a dichas sombras. Por eso, se inaugura con la frase “Basta de ruido”.

Sin embrago, no es necesario leer los tomos que preceden a “No será la Tierra” como si fuese requisito sine qua non para adentrarse en la “ficción social” de Volpi porque, aunque definitivamente están conectados por magníficos hilos, la grandeza de este escritor licenciado primero en Derecho por la UNAM y luego en Letras por Salamanca se demuestra en que sus mamotretos funcionan como unidades independientes. De hecho, inclusive sus textos “menores” (“La imaginación y el poder”, “Una historia intelectual de 1968” y “La guerra y las palabras: Una historia del alzamiento zapatista”, entre otros), sobre los que ha dicho que surgen entre sus dedos como “divertimentos” ligeros y breves entre los libros gordos y fuertes (igual que los del norteamericano Graham Green), constituyen piezas clave para el desarrollo de su proyecto creativo; siempre interesado en denunciar los renglones más torcidos de las relaciones humanas.

El nuevo “bestseller” comienza con un “Basta de podredumbre”, pronunciadosoviet segundos antes de que se cometiera el “error” que desembocó en el desastre nuclear de Chernobil en 1986, y culmina con la revelación de un rastro de sangre producto de otro “accidente” fatal no relacionado con el virus de computadoras Y2K la noche del 31 de diciembre de 2000. Esta obsesión de marcar los acontecimientos como si se tratara de la recopilación del Almanaque Mundial queda complementada por un esbozo muy preciso y muy imaginativo de las características de los personajes. De esta forma, los “hechos” y las “subjetividades” que los viven quedan aunados en una fórmula infalible que se traduce en ventas millonarias: Volpi dictamina a través de un lenguaje en exceso simple y plano que la receta de la ruina apocalíptica de la humanidad, tal y como se presenta el tablero de fin de siglo, ha sido “una gota de descuido, otra improvisación y una pizca de soberbia”, mezcladas por hombres poderosos sometidos a la opinión pública y mujeres no tan poderosas ocultas tras bastidores.

En esta ocasión, sin embargo, las mujeres son presentadas en primera fila. Las tragedias de Irina (bióloga soviética, esposa abnegada), Éva (húngara nómada experta en cibernética, ninfómana) y Jennifer (fría economista norteamericana del Fondo Monetario Internacional, madre frustrada) conforman un triángulo equilátero cuyas puntas van a tocar momentos impresionantes como la muerte de Stalin, las prisiones de presos políticos en Siberia, el secreto derrame de Ántrax en la URSS, la primera guerra de Afganistán, el escalamiento de las tensiones nucleares durante el proyecto Star Wars, el secuestro de Gorbachov, la caída del Muro de Berlín, las privatizaciones rusas de Boris Yeltsin, el despegue de la nave espacial Challenger, el hundimiento del Rainbow Warrior de Greenpeace en el Pacífico, las protestas antiglobalización en Seattle, la subida de las acciones de la industria de la biotecnología, y, sobre todo, el desciframiento del genoma humano.

El narrador es un periodista ruso con complejo detectivesco que ha sido encarcelado y, curiosamente, sus memorias se titulan igual que la novela. Además, una poeta rusa adolescente que hace la primera fila soportando bajas temperaturas para comprar un Big Mac en la Plaza Roja moscovita, escribe un cuaderno de líricas rockeras tan melancólicas como desgarradoras que también se llama “No será la Tierra”. Los dos tienen la tarea de llevar a las palabras la descomposición de la entrañas de los monstruos que los consumen: si bien Yuri narra conexiones “tangibles” (desembocarán en los tribunales) entre escándalos financieros en Wall Street con la economía política instaurada por los nuevos rusos del postcomunismo e intrigas de todo tipo que viajan de Nueva York a Bakú, Kinshasa, Pensilvania, Alemania Occidental, los países Bálticos y Nueva Zelanda, Oksana escribe poemas que traducen la experiencia “espiritual” (se grabará en las almas) de la putrefacción rampante. No Volpi, sino un asesino y una suicida tienen a su cargo este visceral recuento.

sov1Se descubre el origen oculto de las bases “únicas” de las particularidades humanas con el destape del genoma (¿estaremos mal programados con el germen del mal desde el inicio? ¿Podremos desactivarlo?) y, al mismo tiempo, se desvanecen en el aire las utopías de organización social del siglo señalando la incertidumbre del futuro. El capitalismo y su entropía intrínseca pronuncian el caos de la desigualdad radical y el socialismo real conlleva el caos de la uniformidad imposible. Quedan selladas, entonces, las tres máximas intelectuales de la denuncia de Volpi en la trilogía: no hay más que “oscuridad”, “ruido” y “podredumbre” y éste es el nefasto balance de nuestra búsqueda constante. Las intentonas golpistas han surgido desde cada cual atrincherado en su propio paraíso, pero con el pequeño detalle de que hemos tenido la ilusión de que todos los demás lo asuman. La amenaza suprema de este deseo, aparentemente universal, es la ambición de preservarlo a toda costa –y por los medios que sean necesarios– de la contaminación de los otros activando los escudos de la ceguera (Irina), el despotismo (Jennifer) y el desenfreno (Éva). Volpi no hace más que forzar que nos estrellemos contra nuestro propio fiasco.

El autor, que alcanzó la fama mundial a los 30 años luego del prodigio editorial de Klingsor, da explicaciones a los que nos quejamos de su estrechez a la hora de experimentar con el lenguaje. Si bien es cierto que sus textos brillan por la arquitectura de los personajes y el tratamiento de los temas históricos más sobresalientes, tambiénsov14 1 es evidente que se niega a despegar del realismo “light” que lo hace hacerse entender fácilmente por un sinnúmero de lectores a los que no les interesan las oraciones excesivamente manipuladas: aquéllas que definieron el barroquismo de la primera etapa de producción de los novelistas de la Generación del Boom. Dice que junto a un grupo de escritores, autodenominados como la Generación del Crack e interesados en rescatar la novela latinoamericana de la banalidad causada por el vacío posterior a la madurez de escritores como Carlos Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez, se lanzó a la confección de novelas que detonaran la “posibilidad del conocimiento” y no necesariamente la fuerza de la magia literaria.

“Quiero devolverle a la narrativa esa capacidad de encontrar la poesía no en el lenguaje sino en las acciones de los personajes”, argumenta Volpi en una entrevista cibernética. Para mí, se trata de un esfuerzo loable pero peligroso. Hacer apología de un lenguaje “plain” es tan mediocre como hacerla de un personaje mal dibujado y, si la novela pretende ser un gran lienzo de la “realidad” que interpretamos, tanto valen su superficie accesible como sus profundidades repletas de abismos y ambigüedades.

*Esta reseña se publicó en el número de diciembre del periódico Diálogo, órgano de la Universidad de Puerto Rico.

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