Escribe Samuel L. Medina
Miguel intentó sacárselo del cuello, pero sus once años no le fueron suficientes para escaparse. El sudor tampoco le permitió un mejor agarre en la piel del animal. Sólo pudo, de vez en cuando, declinar la cabeza para los lados. Desafortunadamente, esto facilitaba aún más la penetración de los colmillos; le llegaron hasta la garganta.
El acto continuó. El animal de boca babosa restregó su espuma en la cara del diminuto. Miguel la tragó, escupió sangre y sintió miedo. No fue al instante, que se oyeron las campanas de la iglesia. Asustado por la profunda resonancia, el predador huyó; y con el cuerpo carcomido, Miguel, acompañó la melodÃa con un grito parsimonioso.
Más tarde, en la misa de noche, Padre Tomás le puso las cadenas al perro.
El autor postea en su blog: Perspectivas Inciertas