Al entrar en la oficina del Sr. Shabazz, Mauricio Rivera intentó realizar un inventario de todos los artefactos que pudiese utilizar para intimar con el entrevistador: fotos con gente famosa, bolÃgrafos finos, textos incunables y hasta el color de la corbata. El manual que su tÃo le habÃa hecho memorizar era claro; sólo tenÃa 45 segundos para dominar el tono de la conversación. Si esto fallaba, deberÃa intentar contestar concisamente. HabÃa practicado todas las posibles contestaciones a las preguntas que le habÃan relevado sus compatriotas y colegas del almacén. A pesar de su inglés rudimentario, dominaba el acento nuyorquino y utilizaba frases coloquiales. Tomó asiento donde le indicaron. Según lo aprendido, esperó a que ambos estuviesen sentados para hablar. Intentó proyectar calma y confianza. Desvió su mirada por un segundo y se dio cuenta de que tenÃa una mancha en el pantalón. Se habÃa meado un poco luego de usar el urinal de la cafeterÃa. No podÃa dejar de mirarse la bragueta. SonreÃa incesantemente y sin razón alguna. La entrevista duró apenas 4 minutos. No encontraba la forma de despedirse con un apretón de manos y esconder el lunar elÃptico. Al regresar al apartamento le mintió a su tÃo. En una semana llegó la carta en un sobre pequeño: su solicitud habÃa sido denegada.