De la Redacción de Estruendomudo
Las mismas bombas –esta vez cargadas con fósforo, clavos y gas– se proponen envejecer a fuerza de fuego y metralla las carnes de los niños mediorientales desde las últimas invasiones hasta esta media noche de observación obsesiva de los telediarios. Hoy la masacre me sorprendió en pose cleopatresca: soporÃfero sobre el sofá, remojando de vez en cuando una galletita Cameo en leche frÃa, para espantar el mal humor.
Escena repetitiva, a veces en rewind: el secretario general sale de la celebración nuyorkina del aniversario de la república islámica mientras el señor presidente se queja de que en esa gala tan gris y desprovista de música bailable no sirven alcohol. Siempre lo supe, una vez consiguieran los salvoconductos y los aparatos de comunicación (más los carros de lujo) se olvidarÃan de la reorganización comunitaria. Votamos por ellos, es cierto, pero ellos son los mismos que tienen derecho a gobernar.
Otro vistazo más allá de las paredes que decoro con reproducciones paisajistas me lleva a observar el principio del horizonte de la fe, también a escuchar mejor el sonido de los altoparlantes. Un solo dios para tanta gente, con razón. Gritos de aquà y de allá, yo inamovible, ellos sepultados bajo los sótanos, pasando frÃo y aferrados a un radio que está por quedarse sin energÃa. El quiso salir primero y enfrentar el otro cuerpo. Pisó el brazo derecho cercenado, no quiso ver el muñón. Ella, la otra cuerpo: combatiente enemiga.
El viento interrumpió las hostilidades porque arrastró arenas sagradas hasta las suelas de las botas que mantenÃan calientes esos pies. El momento de pausa permitió que unos cuerpos escucharan el termoagite, los movimientos de mÃrame, aquà voy, ululando memorias pasadas de tráfico en esta calle, soy el viento, vengo a decirte adiós para siempre, compatriota ensangrentado, adiós.
Entre las piedras el paño, la silla de ruedas, la cuchara de plata para servir el arroz. La pestilencia tiene que ser imaginada por mà porque no viene vÃa digital. Un corresponsal español hace un gesto de grima mientras escribe una historia sobre el olfato medioriental y la envÃa por Internet pero esa historia se cruza con un mensaje letal de un jamasino que no se arrepiente al hacerse explotar. Escucho un rap judÃo echo con silbatos del ejército reciclados de la epoca de Golda Meir. Las alarmas de las ambulancias sonaron y no las olÃ, creo que el rojo de esa iluminación de ambulancia lo que hace en realidad es que me nubla las ganas de apoyar cualquier orquestación nacional: soy esto ra ra ra ra rra rrra.
Odio lo demás.
Mañana lo mismo, pero con galletitas Oreo.
“Hamm: ¿No crees que esto ha durado demasiado?
Clov: SÃ. (Pausa.) ¿Qué?
Hamm (melancólico): Entonces, es un dÃa como otro cualquiera”.
-Beckett, 1906-2006.