Manuel Clavell Carrasquillo
Redacción de Estruendomudo
La ex directora de la sección de música del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Brenda Hopkins, plantea desde las páginas de La Revista de El Nuevo DÃa una de las verdades más terribles de la gestión cultural puertorriqueña:
En Puerto Rico, el gobierno interviene, o al menos asà lo intenta, en la producción de productos culturales a través de las prácticas de sus instituciones culturales y proyectos legislativos que procuran influir directamente sobre la distribución y el consumo de dichos productos. En su Ãmpetu por usar la legislación como instrumento cultural, el gobierno logra el opuesto de su propósito inicial, una real y necesaria democratización de la cultura. Contrario a su intención original, la legislación cultural nos acerca cada dÃa más a una especie de imperialismo cultural que supone una hegemonÃa conservadora neoclásica empeñada en forzar artificialmente la apariencia de pureza, permanencia y coherencia dentro de un organismo tan dinámico como la cultura.
Sin embargo, difiero de la percepción de Hopkins en cuanto a que el gobierno del Estado Libre Asociado de Puerto Rico (ELA) tiene como propósito inicial e inocente la democratización de la cultura.
El discurso oficial de las instituciones culturales de la isla apunta de forma unánime al elitismo de la función pedagógica (o desinfectante de diferencias) que se le adscribe al arte. Se utilizan constantemente alusiones a esa “hegemonÃa conservadora neoclásica empeñada en forzar artificialmente la apariencia de pureza, permanencia y coherencia”, como bien teoriza Hopkins, para financiar proyectos culturales con el dinero del Estado, pero de forma absolutamente consciente y deliberada.
No es casualidad que sólo las empresas privadas sean las que produzcan la literatura, la música, la pintura, el teatro y la danza que excede las expectativas de salvación nacional de una ideologÃa folklorizante y nacionalistoide boba que trivializa toda manifestación crÃtica o problemática. La mala fe en cuanto a la posible producción y divulgación de estos otros discursos es la orden del dÃa no sólo en el Instituto de Cultura Puertorriqueña sino que se repite en el Ateneo Puertorriqueño, la Editorial de la Universidad de Puerto Rico, la Corporación para la Difución Pública y las oficinas de arte y cultura de los municipios, por mencionar sólo algunos ejemplos.
Aquellos artistas que reciben subsidios del ELA han suavizado sus proyectos o los han colado en las listas de donativos de manera tal que no molesten el “desarrollo moral de la juventud puertorriqueña”, “los valores patrios más excelsos de nuestros patriotas artistas del pasado”, “el afán de búsqueda de arte para el pueblo”, “Código de DaVinci para tod@s”.
Estas consignas huecas animan la permanencia del statu quo que perpetúa ciertos intereses de no intervención y no confrontación en casas de la cultura tan monumentales, huecas e inservibles como los elefantes blancos de la era soviética: inaccesibilidad, lentitud, rechazo, improvisación y producción ad náuseam de propaganda oficialista o clichés inofensivos.
Una prensa -papel, radio, televisión, internet- que aplaude cualquier estupidez que produzca uno de los nuestros y que no ejerce función fiscalizadora alguna, una comunidad artÃstica que le huye a la crÃtica como el diablo a la cruz, departamentos de Humanidades que dan pena, una piña de intereses politiqueros que pide más pan, tierra y libertad sin rendir cuentas de calidad o de compromiso serio, un afán de fama, nombre y sello o las mieles del reconocimiento artÃstico de copas elevadas y champán coloca las actividades culturales financiadas por el ELA en las sepulcros blanqueados de la cultureta.
El Colegio de Arquitectos de Puerto Rico produce la mejor revista cultural del paÃs mientras que la División de Publicaciones del ICP se cuece en su propio caldo de notables hispanófilos anticuados y el periódico Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico se corona como el mejor cómic de la Ãnsula. Las galerÃas de artes plásticas exponen las piezas más relevantes del paÃs mientras que los museos del ELA sirven sólo para comer mierda en galas benéficas. Las editoriales privadas han publicado las obras de dos generaciones de escritores del paÃs mientras que las editoriales del ELA siguen cultivando telarañas. El Taller Cé de RÃo Piedras, Area en Caguas y las barras del paÃs presentan mejor teatro, mejor cine, mejor fotografÃa, mejor performance, mejor música, mejor de todo que las capillitas al ego borincano administradas por la eterna alternancia en el poder de los funcionarios del Partido Popular Democrático y el Partido Nuevo Progresista (no hay que olvidar a los melones o pseudoindependentistas, que guisan con ambos).
Eso no quiere decir que dichas iniciativas no hayan sido financiadas parcialmente por el ELA o que ese financiamiento esporádico y espúreo sea rechazado de plano. Lo que quiere decir es que ese financiamiento es insuficiente, caprichoso, y que conlleva el costo del lavatorio de los pies a los discÃpulos del maestro. Ese financiamiento es excepción y no regla. Ese financiamiento es producto de la entropÃa, de lo que se coló por la insistencia y negociación de sus productores (como la Casa Cruz de la Luna en San Germán, Andanza en Santurce), no de un proyecto serio y de continuidad, excento de chantajes; de compromiso incondicional con el arte de vanguardia. El gobernador de la isla, AnÃbal Acevedo Vilá, y sus asesores de cultura las prefieren calladitas, católicas y rubias.
Queda descartada, entonces, cualquier posibilidad de inocencia o neutralidad del ELA en este desastre. Todo lo contrario, el discurso del ELA, defendido hasta la saciedad por una generación de intelectuales abocados al melonismo de izquierda pasada por agua formada al calor del marxismo lite y el antiamericanismo insularista setentoso, tiene la función moralizante de cercenar toda protuberancia molestosa, toda diferencia profunda, toda intervención de cinismo, humor, ironÃa, fluidos corporales, malas palabras, cuestiones urbanas, pestes, ambiguedades y costras. Nunca ha tenido aspiraciones democráticas, sino populacheras. Afuera las cosas raras, el experimento, el minimalismo, los retos, la reiterpretación de los clásicos, la contaminación con el extranjero, la extrañeza, la crueldad de la sociedad en que vivimos.
Entonces los subsidiados son representados en las propuestas estatales, federales y municipales -por arte del chequecito- como asexuales, negritos en vÃas de superación, apolÃticos, progres, antiamericanos, reverendos, taÃnos congelados en tratamientos de preservación de la sangre, educadores, gente buena y bella: el artista esbirro mendicante del Estado Libre Asociado no puede ser otro que el romanticón con visión paternalista contra todos los males que asechan a la Isla del Encanto. ¡Ay, ay, ay, qué chulerÃa en pote: Dios, el Rey y la Patria en favor de nuestros artistas superhéroes!