Guerra del estáblishment contra lo fascinante y aterrador o Museografía y geriatría cultural en los medios del Estado Libre Asociado (Segunda Parte)

Por Manuel Clavell Carrasquillo
De la Redacción de Estruendomudo

Si el problema del arte en Puerto Rico es de contenido, entonces ni soñar que algún día será representado de forma seria y sostenida en los medios tradicionales del Estado Libre Asociado, dominados por la agenda cultural de las generaciones del 60 y el 70 más sus esbirros de las del 80 y el 90. ¿Habrá que conformarse con migajas?

Todo el arte puertorriqueño que se está produciendo en el contexto del trabajo sobre el tema de lo urbano, lo capitalista, lo postcolonial y lo posmoderno queda absolutamente degradado a un segundo o tercer plano –más bien a la invisibilidad– según lo que se percibe de los medios tradicionales del Estado Libre Asociado, transformados hoy día en instituciones geriátricas y museográficas.

Si bien se produce un descubrimiento diario de las tensiones políticas a nivel estatal y municipal, un panorama de tensiones deportivas y un explaye de tensiones faranduleras, los medios del estáblishment cultural del Estado Libre Asociado manejan con guantes de seda todos los contenidos artísticos que tengan que ver con lo fascinante y aterrador de los tiempos que corren y los espacios transformados de esta isla.

Pareciera que en este país tan pequeño todos estamos de acuerdo en que los gringos y su cultura constituyen el infierno y sus demonios, que aquí nadie ve televisión por cable, que nadie va al cine a ver lo que ofrece Hollywood, que nadie escucha otra cosa que no sea salsa o reggaetón, que nadie lee otra cosa que no sea referente a nuestra tierra, que nadie está influenciado por otra cosa que no sea la bomba, la plena, las alcapurrias y los bacalaitos fritos. Parecería que una población de cuatro millones y pico de personas continúa pendiente a las costumbres de los jíbaros, los hacendados y los ñames que cultivaban los esclavos libertos en el siglo XIX.

Según se presenta el arte nuestro en los medios del Estado Libre Asociado, este arte nuestro, autóctono, nacional y propio –nadie se confunda– de nosotros, d’aquí como el coquí, parecería ser la última trinchera de lo que “¿somos?” frente a la penetración del maldito jincho americano que nos quiere dominar a toda costa para robarnos el alma, que quiere decir flamboyán, abecedario hispano con eñe más che y el refranero popular que todos llevamos dentro.

Consultando los medios del Estado Libre Asociado uno puede llevarse la impresión de que aquí nunca tuvo lugar un proceso de modernización revolucionario -fascinante y aterrador-, que la isla no está absolutamente urbanizada, que la influencia mundial (globalizada) no penetra en todos los hogares, que no vivimos en un sistema capitalista vinculado por miles de maneras a los Estados Unidos, que esa relación política multifacética de Puerto Rico con los Estados Unidos es exactamente la misma que en 1952 y que necesariamente las cosas importantes que ocurren en el país tienen que discutirlas o representarlas a través del arte única y exclusivamente los hijos y herederos directos de ese momento histórico.

Veamos un ejemplo del teatro.

El pasado fin de semana subieron a escena en San Juan dos propuestas teatrales: una, en el contexto del Festival de Teatro del Tercer Amor (que no puede llamarse Festival de Teatro Gay por escrúpulos y pudores de los organizadores, para no herir algún endeble sentimiento) y otra en el contexto de la Casa Cruz de la Luna; una compañía vinculada al arte del performance. La primera obra se llama, nada más y nada menos que, El beso de la mujer araña (1976). La segunda fue titulada simplemente La biblioteca (2006). El beso de la mujer araña (repito, 1976) fue dirigida por la veterana directora Victoria Espinosa. La biblioteca (2006) fue dirigida por Aravind Enrique Adyanthaya.

Desde el punto de vista de los contenidos, El beso de la mujer araña (repito, 1976) es una obra absolutamente inofensiva hoy para el publico boricua; presenta una problemática que nada tiene que ver con el Puerto Rico contemporáneo. No menosprecio el valor de un clásico, pero me pregunto qué relevancia puede tener en una isla donde hay un marica suelto en cada esquina viviendo experiencias urbanas, de libertad política, de convivencia, comunitarias, etc., una cárcel tremebunda típica de dictadura latinoamericana en la que comparten celda una loca lumpen y perdida y un bugarrón revolucionario. Las cárceles boricuas tienen aire acondicionado, Jesús, están privatizadas, Jesús, y allí las locas pertenecen también a la mafia. Las locas cortacaras, Jesús, tienen poder.

Pues bien, ninguna. ¿Entonces a qué se debe el despampanante despliegue anticrítico y antintelectual de los medios del Estado Libre Asociado al cubrir este evento geriátrico y museográfico de 1976, repito? Sencillo: El beso de la mujer araña (repito, 1976) no representa ninguna espina enterrada en el tejido social de la isla. Todo lo contrario, El beso de la mujer araña (repito, 1976) desvía la atención (arroja una cortina de humo y rocía una cremita suavizante a los cuerpos de las masas) de la celebración del Día de Orgullo Gay (4 de junio) en las calles de la capital, todo un despliegue del poder económico y de convocatoria de la comunidad gay en Puerto Rico, fuerte, sólida y central (hace tiempo que se movió el margen de sitio) en cuanto a la industria del entretenimiento y el consumo se refiere. Otro cantar es el poder electoral y el del reconocimiento de sus plenos derechos civiles.

Entonces, ¿qué tienen que ver con esta realidad urbana, capitalista, postcolonial y posmoderna de la comunidad gay isleña de 2006 la loca lumpen y perdida del gran escritor argentino Manuel Puig y su bugarrón revolucionario, los tres de 1976? Pues nada, que son burdos paliativos contra lo fascinante y aterrador de la complejidad cultural de la verdadera comunidad gay que ocupa las calles de Puerto Rico en drag.

Esa complejidad es la que no aparece ni en la obra ni en los medios que la cubren y ese –precisamente- es el problema. Si se cubriera esa omisión de una manera crítica y no ascéptica, o sin el ay bendito de siempre, tan infantil, yo no estaría escribiendo este ensayo contra el estáblishment y entonces asistiríamos a la relevante puesta en escena de un clásico hecho y derecho o queer, escoja usted. Los clásicos se reponen con un motivo de peso, no a última hora, porque resulta que ningún dramaturgo boricua ha escrito algo que valga la pena subir a un Festival del Tercer Amor (puro eufemismo) en los últimos cinco años.

La otra obra, la que no recibió cobertura despampanante de los medios del Estado Libre Asociado, la que sólo fue mencionada de paso en los calendarios de actividades culturales, La biblioteca (repito, 2006), esa tuvo lugar en el Cementerio Santa María Magdalena de Pazzi en el Viejo San Juan. ¿Cuántos han asistido últimamente a una obra de teatro en un cementerio? Bueno, pues una cobertura seria por ahí empezaría. ¡Teatro en el cementerio, vaya ironía de la cuestión artística nacional! Esta es una obra que hiere todas las sensibilidades del público, que inserta espinas por todos los ángulos y que simbólicamente hace sangrar. Está basada en un cuento de Jorge Luis Borges (La biblioteca de Babel, 1941), así que también está basada en un clásico.

Sin embargo, el director Adyanthaya hace de ese clásico un experimento de alto riesgo perturbando a los espectadores en cuanto a sus convicciones sobre el dinero, la prosperidad, la seguridad, la certeza, la complejidad de la vida urbana, capitalista, posmoderna y postcolonial. Inserta heridas en el raciocinio invocando excentricidades y esoterías, convocando al público a que participe activamente de la puesta en escena, eliminando fronteras entre él y sus cocelebrantes, cuestionando precisamente el carácter sagrado de esa celebración artística. El público tiene que interactuar entre sí para resolver problemas, para enfrentar el miedo al vacío, para consolarse sin infantilismos en medio del absurdo. Surgen entonces iniciativas individualistas y comunitarias, líderes y seguidores que terminan trazando planes y obedeciendo para poder sobrevivir en la escena que ellos mismos han creado.

Entonces, es evidente el por qué del silenciamiento de este proyecto cultural antigeriátrico y antimuseográfico en los medios del Estado Libre Asociado.

A pesar de ello, las dos funciones de La biblioteca (2006, repito) fueron exitosas. ¿Por qué? Pues porque les hemos adjudicado demasiada importancia a los medios del Estado Libre Asociado y hemos subestimado los esfuerzos independientes que llevan mensajes de boca en boca a pesar de la exclusión, que por supuesto es deliberada y no casual. Existe una tendencia de los jóvenes de las generaciones del 80 y el 90 a depender de los medios para ver legitimado un producto cultural pero, al mismo tiempo, existe un movimiento fuerte y paralelo que excede clasificaciones generacionales que simplemente está dispuesto a lanzarse por el túnel centenario que separa el fortín de El Morro del cementerio de Santa María Magdalena de los Locos para llegar a la obra de Aravind. Para llegar a sumarse a cualquier iniciativa cultural desconcertante del estáblishment y el statu quo.

Para ello no se necesitan artículos, reportajes televisivos, reportajes radiales, entrevistas con el performero y director. Para ello se necesita tener voluntad de romper con la idea del arte promovida por los medios de la museificación y la geriatrización de lo que está ocurriendo en Puerto Rico. Para ello se requiere romper con el antiguo paradigma de lo que es una autoridad cultural y lo que no lo es. No hay duda, para muchos, los medios del estáblishment del Estado Libre Asociado no lo son.

¿Que las espinas de la cultura no pueden contra la “tiranía” ineludible de las ondas radiales, televisivas y el papel? Pues otros medios (se) hincarán.

-m.c.c.

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