Regresiones: 9no Microrrelato Espiritista Allan Kardec 2005

Por Maribel R. Ortiz

A Jill Dent

Mariana se acuesta con sueño y se despierta con sueño. Yo legitimo su cansancio y las noches desveladas convertidas en círculos negros debajo de los ojos. El niño que ya no es tan chico (va a cumplir nueve), hace dos años que la despierta en la madrugada aunque vive en un mundo protector que ella erigió para él con una casa hermosa dentro de un patio enorme, unos abuelos amorosos, dos perras labradoras y una comitiva de guías espirituales. Cuando cumplió los siete, quiso de regalo un libro de encuadernación bellísima sobre la cultura egipcia. Luego fueron los afiches de pirámides y un séquito nilótico de estatuillas y otras deidades. En la clase de caligrafía dibujaba jeroglíficos que luego traducía intuitivamente y con toda naturalidad a sus compañeros de clase.

El viernes de Halloween se disfrazó de Faraón, el sábado y al día siguiente. El lunes hubo llanto, pero ella de ninguna manera iba a permitirlo. Desde entonces, como dije antes, hace dos años que la despierta en la madrugada, febril, aunque duerme en acondicionador de aire. Yo legitimo su cansancio y las noches desveladas convertidas en círculos negros debajo de los ojos. Trae el libro de los egipcios consigo, abierto en una página particular. “Mamá, éste es quien entra a mi cuarto por la noche”.

Sara le ha dicho que el niño es vidente. En el Centro Kardec se siente bien después del magnetismo. El chico muy inteligente, está calmado. Parece que descansara con los ojos abiertos, fijos en el rostro de la médium que ahora dirige hacia la luz a la entidad egipcia quien ya, no estará errante.

-Tiene el don de Papito, Mariana -dice Elsa.

A ella se le humedecen los ojos porque la presencia de ese abuelo desencarnado es notoria. Se lo confirman la risita nerviosa y el cosquilleo en las manos cada vez que se le acerca.

“Ricardo, todo lo que le recuerde a Egipto, lo va a atraer hacia ti. Ya escuchaste que él juró que te encontraría para protegerte siempre, vamos a guardar bien los adornos”.

El que acarrea el título de progenitor, no sabe nada de la virtud del niño, ni le importaría. Es un cupido farsante que no cumple promesas. A veces, ella se aflige de la soltería y se lanza al ciberespacio a pulular por los cuartos de chats infestados de varones depredadores, pero es sólo a veces, cuando el espejo grande devela una mujer bonita que desea ser deseada.

Es lunes y el niño anda disgustado. “Algunos adultos son crueles mamá”, le ha dicho y le muestra la frase: “Debo humillarme ante el Señor” escrita cincuenta y seis veces en la libreta. Ha sentido la reprobación de la maestra de religión del colegio por atreverse a creer en algo distinto.

-¿Tú crees en qué?

– En la reencarnación.

– ¿Quién te enseñó “eso”?

– Mi mamá, mi tía y también mi abuela. Se llama espiritismo científico.

Cuando Papito presintió su viaje, le dijo a Mamita que no iba a comer, le dio un beso, dijo hasta luego y salió por la puerta de la cocina. Siempre me dijo que sabría, cuando se acercara el momento de desencarnar. Pedro fue quien lo encontró en la finca, mirando hacia el poniente, recostadito en el árbol de guamá, como un vigilante del cielo. Los años que Mamita vivió los alimentó de resentimiento hacia él porque la dejó. Cuando tú tenías dos añitos, me dijiste de dos viejitos que te sonreían. Yo detuve la guagua y te pregunté si tenías miedo. Me dijiste, no mamá y les sonreíste durante todo el trayecto. Los espíritus te buscan porque creen que los puedes ayudar. Cuando vuelvas a ver, sólo cierra los ojos y en voz alta repite, no puedo ayudarlos todavía”.

La suntuosa recámara está adornada de pintorescos cuadros de ninfas y sátiros. El lecho, ataviado de lienzos sedosos, finos tafetanes y plumas de pavos reales. Las velas crean sombras chinescas con las figurillas de traviesas posiciones sexuales y el incienso de especias balsámicas aromatiza los doseles que adornan el ajimez. Una melena reluciente adornada de joyas cubre un poco su desnudez. Aguarda por él mientras escribe versos epicúreos y tararea una sensual melodía. Se ha quedado absorta. La mano de Sara le sacude el brazo y la vuelve en sí.

-¿Estás bien Mariana? Te fuiste.

-Irrumpí en la otra existencia, abrí una bilocación, Sara.

– Primera vez que me voy en el trance despierta y en el Museo Metropolitano.

– Yo puedo ver varias siluetas Mariana. Nos sonríen. Están felices de que los pueda ver. Los objetos de su época los mantienen aquí. Ahora nos saludan…

Ella tiene la certeza de haber sido una meretriz. La regresión que percibió en aquel museo de Nueva York es la misma que la desvela siempre y la levanta para que se mire otra vez en el espejo, para corroborar que está allí con el mismo rostro de mujer bonita, que le gusta “la poesía y la música”. Yo legitimo su cansancio y las noches desveladas convertidas en círculos negros debajo de los ojos. Yo sé de sus gustos y abominaciones. Conozco el ojo que se revela con el pretexto de ojear universos paralelos en la silueta de su pupila.

Notable paradoja

la de este ojo pretérito

que me sueña a sí mismo

en las sombras circulares

de su propio reflejo

 

Porque yo soy ella y entre las dos somos una…

 

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