-Tony Soprano
Seguí las instrucciones de la carta al pie de la letra. Con la recompensa pude viajar por segunda y última vez a Italia. En este viaje debería ignorar los templos; ni hablar del Vaticano: la abrumadora presencia de las imágenes católicas (llenas de tensión y aguda expresividad) podrían influir en la pobreza de mi espíritu. He preferido bordear Toscana, ignorando Siena y empezando por Arezzo. Es domingo en Cortona en una gran casa donde todo dice “The Shining”. Corro a tomarme un capucho y la gente rebosa las tratorias. Un tour operador es perseguido por un grupo de japoneses en atención murmurando asombro, el mismo violinista en la plaza y de frac. Asco súbito: un fuetazo de miedo. Bajo caminando a la estación muerta de Camucia, donde, mientras espero el próximo tren para Nápoles, cerveceo con una alemana que ha venido buscando un curso de cocina. El tren por fin. Vacilo y leo despacio: E VIETATO ATRAVESSARE IL BINARI. Golpe contundente. Cuando lo que ahora soy, libre de aquel estropajo de sangre, carne y pelos, se confunde con la mortecina luz de las cuatro, escucho a la alemana tratando de hacerse entender entre la gente del forense y los Carabinieri: Él me dijo, en perfecto italiano, que estaba muy triste, pero nunca imaginé que era un suicida.