“Cuánto daría por gritarles nuestro amor…”
-Amanda Miguel
“La memoria del mundo no la recordará”.
-Juan Carlos Quiñónez
Queridísimo amor amante; queridísimo Juan:
Pongo en el congelador un six-pack de Coronas, que nos vamos a tomar esta noche con limón, en ocasión de la celebración de la aprobación del matrimonio homosexual por parte del Congreso de los Diputados español, casa de las leyes que custodian dos leones, hasta ahora de espaldas al decadente barrio de Chueca en Madrid.
Voy a esperar que les salga escarcha a las botellas de cristal para quitarles las tapas de metal. Te advierto que hay que empinarlas bien frías, mira que hace calor. Además, hay que pisar con alcohol esta circunstancia que nos marca, porque sobrios, mi amor, sobrios como el Arzobispo, sobrios ni pa Dios.
Ahora resulta que tenemos tres destinos para ir a soñar: Dinamarca, Holanda y España. Pronto podremos comprar pasajes también para Canadá. Sin embargo, el motivo del brindis no tiene que ver con la huida de esta bendita islita de Puerto Rico. Tiene que ver con la posibilidad de querernos más.
Brindo por el desvanecimiento de la consistencia de tus labios cuando me besas. Brindo por la firmeza que asumen tus manos cuando me tocas. Brindo por nuestras mentes concentradas en el esfuerzo mutuo por darnos placer. Brindo por la lujuria y la solidaridad, por las caricias que ocurren en medio del silencio, la enfermedad y el bienestar. Brindo por cuatro años de compañía, de gritos e insultos, traiciones y pingas ajenas exploradas y por explorar. Brindo por la red de amistades que nos apoya. Brindo también por los hipócritas. Brindo por las familias que ayudamos a mantener y que nos mantienen en pie. Brindo por los deseos mutuos de que esto no termine -después de cuatro años de verte dormir a mi lado y escucharte roncar- como el periódico de ayer.
Recuerdo cuando enterramos a José, mi ex amante sidoso. Recuerdo cómo llovía en el cementerio. Recuerdo a su madre observándote, pidiéndome permiso para que lo enterráramos como le hubiese gustado a él. Recuerdo cómo me colocabas la sombrilla para evitar el desastre, cómo estuviste a mi lado a pesar que sabías cuánto significaba mi desprendimiento, mi espanto, porque ya no estaba él.
Repaso el momento en que me ofreciste una esquina de tu almohada en tu apartamento de soltero. Vuelvo al momento de nuestra primera mudanza, de la independencia como consumidores con dólares gay. Si estuviésemos en España ya tendríamos hipoteca consolidada, pero estamos aquí, a dos pasos del momento en que abuela aceptaba tus cuidos en el lecho de muerte, a tres horas de las visitas que le has hecho, tú solo, a mi madre en El Bronx. No hay forma sencilla de describir cuánto significado hay en el momento en que toman la cocina ustedes dos para ustedes, ella de pie, tú sentado en el desayunador, y conversan sobre no sé qué. Ustedes solos conspirando y construyendo, olvidándome a mí.
Amanezco borracho, y apareces tú con un vaso de agua en las manos más dos Tylenol. Me acuesto abrumado, y tú estás acostado también, arropado hasta el cuello, tratando de animarme para que esté mejor. Es la hora de sumar las cuentas, de ir al banco, de comprar la cena, de limpiar la bañera y tus ojos me guiñan: un momentito, por favor, dame par de minutos, ¿cómo sobrellevar a este tipo?, aquí estoy.
Me has escuchado cada palabra, me has leído cada ridiculez, me has corregido cada problema de acentuación. Me has escrito con tu semen la piel y yo, receptivo, jugando al qué dirán social, ofuscado por el quién es quién; quién da menos y quien mama más. Te he leído los suspiros, he escrito con saliva tu piel, y tú velándome, soportándome la cara inocente y el descaro del yo no fui. Hemos leído y escrito las vainas de los otros, públicamente, cuando salimos de casa a bregar con la mierda propia y la ajena, cuando nos vestimos de lo que sea para subir a la tarima del Gay Freak Fashion Show de nuestras consciencias adulteradas y de la homofobia de nuestro país.
Una institución civil entre un hombre y una mujer (dice el Código Civil), que no incluye nuestros sueños, y Zapatero que dice que Hoy, compatriotas, ciudadanos, hoy España pasa a ser un país mejor. Vergüenza me da nuestro tercermundismo cobarde, nuestra cobardía de tantos años de clóset y nuestra crisálida burguesa con techo de cristal. Cecilia La Luz pide cordura, que los travestís se cohíban de usar lentejuelas en la próxima parada de orgullo gay. Yo vuelvo y alzo mi copa de nuevo, brindo por el reggaetón del desorden de la cafrería maricona de los negros que van los miércoles a la discoteca Eros. Brindo por el manejo de pinga con pinga en plena pista de baile mientras mi tía se las arregla solita con la artritis en su casa de Río Grande. Brindo por ella, que te mima, te cocina, te quiere y siempre pregunta por ti cuando no puedes ir.
Brindo porque esos sueños de comunidad legalizada incluyan mayores grados de confianza y libertad. Que me puedas decir que me odias, cuando el odio nuble tu interpretación de la buena voluntad del ser. Brindo por la no certificación de nuestra unión ilegítima, por esta pega Yoohoo espiritual que nos mantiene a flote, frente a frente, culo con culo, con dos Coronas y dos limones por beber, exprimir y olvidar.
Quisiera que tu sobrina nos observe al crecer y nos juzgue, que mi sobrina nos vea crecer y nos juzgue también. Que los niños vengan a mí para que les hable de ti y tus detalles ochentosos, de las manías que aportas cuando tienes hambre y no hay forma de que en las próximas horas puedas comer. Les voy a explicar la procedencia de tu impaciencia y mi inseguridad. Les voy a hablar de la bola entre tres y la complicación de los celos. Les voy a plantear que en la vida que llevamos, o que nos lleva, el trabajo de cada cual es más importante que la ignorancia nacional; que la escritura al viento y a la nada es nuestra respiración mutua, nuestra pasión.
Saco más Coronas del congelador y lo pienso dos veces: Juan, yo no te amo como dice la postalita de Hallmark. Yo no te amo como indica nuestro Código Civil. Yo te amo según los preceptos que hemos discutido, las fronteras que nos hemos impuesto tú y yo. Allá los que crean en los amores de bolero latinoamericano. Nosotros nos amamos de acuerdo al mood y lo buena o lo mala que esté la conversación, la agenda del viernes que viene y la ternura de los abrazos que nos damos en la oscuridad.
Por último, quisiera entregarte esta sortija de compromiso, símbolo supremo de la cancelación y el maquillaje de la identidad. Te la ofrezco con el propósito de que muchos años nos queden de este baile de contradicción, de este mirarnos extrañados cada vez que nos cruzamos en el apartamento -yo con un mapo en la mano, tú con el jabón de lavar. Metal redondo y dorado para el dedo anular y más cerveza, para la cabeza, ahora que hemos convenido seguir jodiendo juntos hasta que nos cansemos de querernos. Todo ese rollo empalagoso, melodramático y tan serio a la misma vez mientras encerramos y dejamos libres los huevos para que transformen como les dé la gana una nueva extraña relación con el azar.
Besos negros hasta el amanecer. Queer power, Borinken. Long live the sacred matrimony between me and Juan.
Manuel