Todo ese peso apabullante que el nacionalismo cultural le imprime a la literatura de don Enrique Laguerre, maestro puertorriqueño fallecido ayer en Isla Verde, la convierte en la lectura más insoportable y antipática de todas las obligatorias del sistema de educación nacional.
Por esa razón, nunca he leído una novela de Laguerre, todavía, a mis 29 años, persiste el rechazo. Mi profesora del curso de español avanzado del cuarto año del Colegio Espíritu Santo, en Hato Rey, sustituyó sus textos por los de René Marqués y Méndez Ballester, de ahí mi conocimiento del tema literario agrario y mi afición por el melodrama.
Sin embargo, recuerdo claramente el desprecio hacia la literatura que desarrollaron mis compañeros del curso de español regular a partir de la lectura de la novela “La resaca”. Lamentablemente, ese novelón histórico interminable había que leerlo para contestar varios exámenes de comprobación de lectura, con llena blancos y ejercicios para decir si las premisas eran ciertas o falsas.
No se trataba de un proceso de discusión grupal o individual a través de la redacción de ensayos, informes orales o representaciones teatrales. Tampoco de un esfuerzo de exégesis bíblica con el propósito de que los estudiantes se convirtieran en mejores ciudadanos cristianos. El acercamiento escolar de la obra del maestro don Enrique Laguerre ha sido y seguirá siendo el acercamiento del atragantamiento cultural de papilla con grandes dosis de aceite de ricino.
Si el aceite de ricino se utilizaba para purgar el cuerpo de alimañas parasitarias y virus desconocidos, “La resaca” se ha leído y seguirá leyéndose en Puerto Rico con el propósito de exorcizar a los estudiantes colonizados de las malas mañas de su conciencia asimilada por los programas del invasor: “No Te Duermas” y MTV.
De esta forma, la reacción mayoritaria ante “La resaca” es precisamente la de la diarrea cultural. Los muchachos y las muchachas criados con líricas de reggaetón se sentarán -obligados- en sus pupitres con el propósito de “vaciar” todo lo que saben de Laguerre en un examen de comprobación de lectura. Abajo el placer de leer. Espacio libre habrá, entonces, forjado a golpes de centella, para los valores de la patria secuestrada por la voluntad mercenaria de los Estados Unidos, amor hacia el terruño borincano, loas a la bandera monoestrellada. Heil Hitler, jalda arriba va la isla esclavizada y el sacrosanto Partido Popular.
De esta forma, el nacionalismo cultural que impera en las altas esferas del gobierno del Estado Libre Asociado y sus esbirros intelectuales fabrica en masa y al por mayor todo lo contrario de lo que predica: mentes anticríticas de los procesos históricos del país, abrumadas por un pasado cañero-cafetalero que es imposible de digerir de esta forma fascista-estalinista, como si se tratara de un catecismo que hay que memorizar y reverenciar para purgar culpas colectivas.
La lectura -obligada- de la obra de Enrique Laguerre es el triunfo de la mediocridad del ejercicio de la interpretación literaria en el contexto postcolonial.
Una acción tan antipática como la lectura de la novela de la tierra tiene que ser abordada de otra forma. Quizás es tiempo de aceptar que no tiene que ser abordada de ninguna forma y que sólo se justifica su lectura en términos complementarios. Una sociedad que todavía depende tanto de la transmisión oral de su pasado, donde tantos abuelos transmiten sus experiencias de la caña y el café, el hambre, la explotación y el desastre colonial no necesita que la obra de Enrique Laguerre hable por ellos. En todo caso, la obra de Laguerre los complementa a ellos, añade chispa a sus relatos inconexos, a la casualidá del cuento de caminos en medio de transportación pública, en referencias y abrazos que sellan historias de funeraria.
Amargo café y bagazo es lo que hay en la obra de Laguerre. Sudor, barro, traición, ultraje, asesinato. ¿Por qué esa y no otra? ¿Por qué ese centralismo democrático? Hay miles de vías para llegar a la discusión en las aulas de la misma encrucijada. En la escuela superior lo que nos estamos jugando no es el levantamiento de la conciencia nacional dormida a través de la obra de Laguerre. En la escuela superior lo que nos estamos jugando es que los chamacos lean. No en balde estamos jodidos: les hemos presentado la lectura más antipática como el mejor de los manjares. Les hemos entregado a Laguerre crudo, como un castigo, como un yugo, como un obstáculo, como un ladrillo, en vez de lo que podría ser y no es.
Descanse en paz don Enrique. No importan mis palabras, su obra seguirá siendo reina del canon puertorriqueño. Su sitial celestial está asegurado en el Parnaso. Sin embargo, algunos de nosotros -siguiendo sus prédicas independentistas- lo vamos a molestar un poco. Su obra la vamos a leer, si acaso, no como usted quiso, sino de manera tal que nos provoque más ganas de leer. Para eso, señor escritor, disculpe mi atrevimiento, va a haber que desmentir a unos cuantos aduladores y bajarlo por un ratito de su cómodo pedestal.
A las filas del Tío Sam a través del videojuego
PD / AgenciasEstá orientado a jóvenes de 14 años, su objetivo es transmitir la esencia de lo que significa "ser soldado", es "realista" y, como en el ejército, fomenta el "trabajo en equipo". El coronel Casey Wardynski es la mente detrás de la última iniciativa del Ejército de Estados Unidos para reclutar jóvenes, America’s Army, un juego ’online’ lanzado en 2002 y que hoy cuenta con más de cinco millones de usuarios.
America’s Army está concebido como un verdadero campo de entrenamiento, con distintas fases de formación, castigos, promociones, misiones… Wardynski se enfrascó en este proyecto en 1999, buscaba una forma barata de reclutamiento y, según relata el coronel en The Washington Post, diseñó un juego serio y que reflejase la realidad del soldado. "Queremos que los jóvenes vean que pueden triunfar en el Ejército", cuenta Wardynski, con el juego, al que se accede en www.americasarmy.com, "no hace falta que se lo imaginen, pueden ver de lo que son capaces." ¿Funciona? Sí y no.
No hay cifras sobre los fichajes que han ido a parar al Ejército gracias al juego. Cuenta un sargento al diario estadounidense que de un encuentro reciente de jugadores salió un nuevo futuro soldado. Poco más. Lo que sí parece claro es que es, más allá de su función de captación, el juego se ha convertido en un relativo éxito comercial. Veinte actualizaciones, dos millones de copias en CD, veinte millones de descargas. Son algunas de las cifras que ofrece el padre del proyecto, unas cifras que seguro aumentarán: el Ejercito ya ha concedido licencias a las consolas Xbox de Microsoft y Playstation de Sony.