Virgen de la Altagracia hace negocio en el Metropol

 
José María Lima dice que “// aquí vive una sombra, / aquí vive un recuerdo, / aquí vive un abismo. / pasen, señores, pasen / les aguarda un cadáver / con ojos en la carne, / les espera una tumba / con niños plegadizos acurrucados, / les espera un silencio de túnel / amarrado a un ombligo.//”

 

Lo siento por el espíritu comunista de Lima, que provocaba huelgas en el Departamento de Matemáticas de la Facultad de Ciencias Naturales cuando explicaba el concepto del infinito en los sesenta, pero mientras almorzaba en el restaurante cubano Metropol, en Isla Verde, confirmé todo eso que dice su poema.

La revelación llegó instantáneamente, cuando pasé por la caja registradora a pagar la cuenta. Allí encima, en una tablilla de madera, descansa una vela encendida, la imagen de San Judas Tadeo y un cuadro de Cutty Sark.

Sacaba la tarjeta plástica, tarareaba la novena al santo, sentía en la imaginación de la lengua el sabor del guisky barato con agua de coco y recordaba la escena de putero chic que me había tocao presenciar.

La barra del Metropol de Isla Verde -a la derecha una vez se pasa el pasillito de entrada- es un santuario de dinosaurios cubanos exiliados en Puerto Rico. Bien vestidos, ataviados con camisas de algodón en colores y pantalones de vestir, estrictamente prohibidos los vulgares mahones, los hombres sexagenarios y septuagenarios que componen este semiexclusivo Mens Club se dan cita entre elegantes botellas para compartir sus derrotas y reconstruir el pasado cabrón mientras ven el juego de temporada; es decir, para hacer lo más que les gusta: sin dudas, cogerse un break de las mujeres y los hijos, sentarse a fumar pitillos tranquilos y hablar mierda una vez más.

Repasan supuestas y verdaderas glorias pasadas, se burlan de la muerte entre trago y trago y ven pasar el tiempo sin que caiga Fidel, suprema fantasía de todos ellos, que vienen acá para verse contentos después de apostar a los caballos, confesarse con el barbero y ponerse la guayabera con olor a Paco Rabanne o Chanel.

Pero en lo que les toca su turno al bate en el cuadrángulo del cementerio -mientras discuten sobre política local boricua, negocios, mujeres y otras vainas relacionadas con la lotería de Miami- uno de ellos, uno de los miembros más viejos de la Respetable Logia Larga Caravana de Recuerdos de La Habana Posthormonal, come papitas fritas hechas como en casa en una de las mesas de atrás.

No está solo, ingiere bocado de croquetas junto a la divina presencia de una puta dominicana a quien llamaremos, sólo por joder a los devotos de la Caridad del Cobre, Virgen de la Altagracia; Bestia Regia Hecha Mujer.

Es evidente, la negra del vestidito de espandex amarillo, cuarentona de culo firme, rimbombante, y boquita bien respingá, Virgen de la Altagracia; Bestia Regia Hecha Mujer, ha sido contratada como escolta del señor más afortunado de la barra del comedor oficial -con perdón de los puristas- de la “gusanera” exiliá.

Digamos que tenemos en foco a todo un caballero desarrollador de urbanizaciones en terreno inundable de Levittown, que nada en billetes ahora que se terminó la octogésimoquinta sección de Levitthomes, pero que a pesar de los certificados de depósito con tantas cifras y ceros y bonos y acciones y contratos que deja en herencia a sus nietos para la posteridad, se está muriendo irremediablemente solo, porque todos ellos están ocupados con los bisnietos y las lanchas “allá”. Le queda poco al viejo socio del Bankers Club, posiblemente viudo, y, mientras tanto, tiene que aprovechar.

La cuestión es que hoy se nos va a atragantar con una papa frita y vamos a tener que observar cómo reacciona la puta, cómo se comportan los fieles meseros de blanco y negro de siempre en este momento traumático, cómo hacemos todos nosotros los machos que los hemos visto cogerse de manos allí, darse un besito de toque en las bembitas allí, el septuagenario y la cuarentona, la Virgen de la Altagracia; Bestia Regia Hecha Mujer, que le dijo al oído al cubano proveedor lo siguiente, que escuché tan pronto me senté en la mesa de al lao: “Los nenes míos te mandan saludos y las gracias por el regalo de la semana pasá”.

En pleno ahoguillo el viejo se lleva las manos al cuello. Ésa es la señal universal. La negra se para, y pregunta: “¿Qué es lo que te pasa, papi?”. Cuestiona bajito, porque ella es puta, pero con vergüenza, y tiene muy claro en la mente el mapa social de dónde es que ella está.

El viejo se para, dice que eso no es na, se dirige al baño. El mesero fiel le pregunta si todo está bien, el viejo contesta que sí, que fue susto de La Pelona y nada más.

La puta, sola en el bar mientras el viejo se recompone, enfrenta las miradas de los demás, que le reclaman con los ojos y los gestos mudos y el mensaje telepático unánime aquél descarado “Oye mamita, si sigues así, poniéndole al viejo el tetaje a disposición tan seguido, nos lo vas a matar”.

Todos la quieren para ellos. “Pa mí es que te quiero negrita chula, suelta a ese viejo y vente conmigo pa que veas cómo te pongo a gozar”.

Virgen de la Altagracia; Bestia Regia Hecha Mujer, que es puta, pero no pendeja, sabe que en estos bísness hay que hacerse una misma la publicidá. En eso, ella acaba de sacar A. Consta públicamente que lo cuidó y le limpió las babas con sumo cuidado erótico-enfermeril cuando el deber llamaba; en la terrible hora de la adversidá.

Uno a uno, par de amigotes del viejo pasa por la mesa a presentar sus respetos y solidaridad. “¿Vaya, asere, to está bien por aquí?”. “Sigue comiendo, muchacho, que lo mejor está por venir”. “Bébete otro Sambuca, que nos vas a durar pa largo, viejo, pero no hagas tanto desarreglo con los tostones, papote, pórtate bien”.

La ceremonia del despelote, la de la despedida, me tomó por sorpresa. No me esperaba la apoteosis de la Bella y la Bestia en el Metropol, un ajiaco para empezar el almuerzo lo deseaba pero, eso, jamás. No estábamos en tiempo de carnaval. Ellos sí, ellos estaban loquitos por verla pará, arreglándose el traje amarillo de espandex apretao, recogiendo la cartera de plástico blanco de la mesa y esperando a que el viejo la dejara pasar. “Las damas primero, asere, ella es la única y verdadera, vamos a comérnosla viva juntos mientras la vemos caminar”.

Ay Lima, tú que profetizaste (“// aquí vive una sombra, / aquí vive un recuerdo, / aquí vive un abismo. / pasen, señores, pasen / les aguarda un cadáver / con ojos en la carne…”) sin saber de esta puta cuarentona en pasarela de restaurant, ayúdame ahora, que no encuentro forma apropiada de contar el final.

La diva de pelo negro alisado, la negra cruzada con sangre taína tantas veces maldita por las mujeres de estos señores feudales con pleitos de reivindicación de las cuerdas expropiadas de Bacardí en las cortes celestiales, venidos a menos en esta tierra ajena al significado Mambí, abandonaba el salón triunfante; serena ahora, pero con posibilidades futuras de crica alborotá.

A su paso, llovían tarjetitas de presentación, servilletas con número telefónico, resucitaban vergas flácidas en ese segundo, paralizado por la majestad irresistible, "asere, aquí, con nosotros esta tarde de sábado Metropol Isla Verde, al lado de la Gallera de San Juan, cerca del Hotel Intercontinental, lista para el cockfight imposible: Miss Viagra Natural".

"Oh Virgen de la Altagracia; Bestia Regia Hecha Mujer, apiádate de nosotros, el resto de los cubanazos mortales, mañana, cuando se muera el viejo de turno y tengas que volver a escoger. Jurao que te vamos a rendir honores como tú te mereces a pesar de que tenemos promesa con otra, porque somos los hijos de tu madre la gran puta pero por ahora, si te sigues portando bien, no te vamos a deportar.

Un amante mejor que Jude Law

Regreso al fondo aceitoso del quinqué de casa, una cuevita de vidrio rellena con semillitas rojinegras que no flotarán nunca, como yo, que ando exhibiendo mis mejores galas de ambos lados de la frontera de la maldá. Una empieza en la portada de Magic seeds, la nueva novela de Naipul que ahora devoro, justo al salir del cine de Plaza, donde no pude resistir las ganas de comerme a un actor inglés peludo que se grajeaba disimuladamente con Jude Law, un renacuajo rubio fabricado por Hollywood que lo mismo se eleva con pantaloncitos blancos de jugar golf en la cubierta de un velero en Venecia postoturistal o se anuda la corbata Armani frente al espejo de su desolada perfección. No hay cara más bella. Pero el que me lo para en el carro de vuelta a casa mientras lo pienso dos veces antes de devolver es el otro, un grandulón que no tiene problemas en gritarle a la Julia Robert que le diga la verdá, Closer, porque en el fondo de la botella repleta de peronías negrirrojas lo que se observa es un salvaje macharrán. Dermatólogo al fin, según el guionista, alardea de destripador, ¿cómo es que se dice?; de experto deshollinador de pieles sumisas, que se le van entregando poco a poco en el nacimiento del poro sudoroso para complacer su morbo de tacto Azrael. ¿Quién fuera diablo entonces, ángel caído, un torero venido a menos criatura del Loco afán apodado Pedro Lemebel?

¿Quién pudiera comprar pasaje ahora mismo de San Juan a Londres para meterse debajo de las bombillas de película, más allá de las sábanas blancas -más cerca- en la mentira de la segunda frontera de la maldá, sólo para entregársele a él?

Un medio género llamado BLOG

DEL BLOG
Por Rafael Lemus
Bondad del blog: publicita nuestras fantasías más delirantes. Éste asegura escribir mejor que aquél; aquél se jura artista. Uno presume una vida sexual ficticia; otro se inventa un cerebro al instante. Mundo de fantasía: somos lo que decimos ser. Ése es el problema de publicar nuestros exabruptos privados.No deja de ser insolente que algunos utilicemos el blog para excretar nuestras heces mientras otros cuidan de él como de sus jardines.Algunos no hablamos de libros, revistas y artículos por pedantería. Hablamos de ello porque ése es nuestro trabajo. Otros escriben con la misma naturalidad de, por ejemplo, escritorios o ladrillos.Mundo de niños malos. Todos critican a la inventada República de las Letras y se sienten terroristas. No resisten, sin embargo, la crítica de su propio submundo. Se defienden infantilmente: aseguran ir a la vanguardia y acusan a sus críticos de desconocer el futuro. El antiintelectualismo está de moda. Tacha de solemne al inteligente, de pretencioso al original, de insoportable al legible. Sólo tú y tus faltas de ortografía son plausibles. No hay nada malo en elogiar a nuestros amigos. El mal estriba en tener amigos indignos de todo elogio.

Tanti auguri, Pidoki, y mucha felicidá

Nadie se atrevió a cortarle la maranta el día de su cumpleaños, pero se lo habían recomendado detrás del set, por aquello de que portaban encima el brochure de la más reciente campaña de salubridá nacional. Ella, una damita superhéroe con las greñas pintadas de rosa, acabadita de salir de un cuadro Pepto Bismol pintado por Marimater O’Neill, igual que las paredes de su casa virtual, decidió no hacerles caso a los avisos y tirarse a la calle a buscar follón. Fueron tres los tequilazos que se le ofrecieron con sus respectivos pase usté: Guille, Mara y Manuel, cada uno brindó con jugo de uvas blancas, porque los mayores decían que el White Zinfandel, en versión alemana original, daba vómitos y acidez. A ella no le importaba, Pidoki pidió uno de esos también. De madrugada, hicieron zerrucho, le pagaron el g-stro de espandex al estriper y se entregaron todas las divas -una peluda, que conste, había una bestia peluda lo más aquél- a la maldá. La música de fondo era cortesía de Radio Universidad, un homenaje retro que de seguro la tipa se merecía desde el año pasado, porque una pinga alquilada no viene mal en tiempos de escasez. Aquellos tiempos eran de disolusión salina también, según el anuncio publicitario que repartió a final del semestre pasado en la universidad el Taller del Discurso Analítico, con sede en La Puntilla, Viejo San Juan; una cofradía postemplaria con ascendencia rosacruz que se dedicaba a subrayar en magic marker amarillo las obras ocultas de los estudiantes amaestrados por Lacan; unos panfletos mecanografiados y tachados con Liquid Paper que vendían a dos por peso en la librería La Tertulia. Cuando "El Buki" cantó lo suyo, aquél bugarrónico y profético "No hay nada más difícil que vivir sin ti", a través de la vellonera de onda corta de Yahaira, todas estábamos locas de contentas, borrachas de fraternidá, porque éramos reinas batuteras con botas de cuero blancas y Pidoki podía, ahora, esooooo, perra, garabatear el release que la autorizaba a casarse otra vez. Sin embargo, envidiosas que somos, tacas de Frívola en mano, exhibiendo camisitas en seda blanca de cuello chino que le robamos a la institutriz (M.C.P. Diane Keaton), ataviadas con los collares de Millie Gil, nos disputábamos el padrinazgo del segundo bebé. No importa, al final, descorchamos par de cajas de latas de Coca Cola partimos en rajas limón y gritamos Viva Cuba Libre. Mara se encargó de los sándwiches de mezcla de espárragos y creme cheese porque los pimientos morrones no la dejaban toser bien. Yo puse música country que saqué del I-pod, una compilación exquisita de bachatas de Fernandito Villalona que me había recomendado por internet una usuaria de Messenger que conocí ayer: Rita Indiana la llamaban los fans, "La Larga Esa", le decían a esta otra tipa que habían arrestado hace tres meses en el Nevado del Ruiz por estar predicando ernúa en aquella frialdá que la salvación llegaría en vasitos de foam repletos de Tres Pasitos con Kool Aid. En la novela Papi, donde queda constancia de todo esto para la posteridad de los tataranietos de todos nosotros, pero sin piñata en forma de unicornio corcel, había un sustituto del curare que nos tomamos a sabiendas; una de Cielito Rosado muy facsímil razonable. Allí, en aquel novelón clandestino transcrito en Nueva York, el polvillo que los unía a los panas hasta el último viaje hacia la eternidad era color chinita; era un pote de plástico grande con tapa verde-merienda lleno de cristalitos de Orange Tang. Después deso, cansados ya, retratamos para el álbum aquel amarnos al alba, aquel tirarnos un eructo colectivo, aquella cosa de vivir el momento Playero cogidos de las manos renegando de las superficialidades voceadas del ser y el a veces no querer estar.

Las llaves, Pac Man, ¿no oyes que están tocando ahí?

La mucosa le nublaba la sien, que le latía en desorden porque, según le había explicado el otorinolaringólogo, las válvulas que impulsaban pa fuera el gel blancuscoverdoso se le trancaron un día, rompieron el mecanismo que lo protegía del flu, se enchismaron con él y, para completar, se negaban a abrir. Nena, busca las llaves, traeme las Comtrex. ¿No oyes que están tocando ahí? Es una pena que le bajaran los mocos de repente, justo en el momento solemne en que le tomaban la declaración, porque entonces no pudo responder honestamente el interrogatorio del Inspector de Notarías, un tal Papi, dominicano residente y metrosexual, que había llegado a la oficina temprano para que rindiera cuentas por el desmadre. Nada de simulacros, tenía que ser él mismo frente al tribunal, y no había pelucas blancas. Nena, busca las llaves, traeme la Benadryl, ¿no oyes que están tocando ahí? Había aceptado el caso de Rita Indiana Hernández, una intervención pro bono per se para complacer a una madre soltera larguísima que huía de Papi y se hacía pasar de madrugada, cuando se atragantaba con drones de aceite de oliva y mangú, por el representante de ventas automovilísticas: el señor Clavell. Las llaves. Hay que buscarlas, nena, traeme el vaso de agua fría y la Benadryl. El inspector, con fronte de Papi, hay que recordar, se colocó en la butaca del medio, sacó el Código de Ética y comenzó a recitar de memoria los papeles del copyright: "Pa, pe pi, po, pu". Eso se deduce, murmuraba, después de pensarlo dos veces, Rey Emmanuel. Papi, yo te lo dije con tiempo, yo te avisé que me las trajeras a las diez en punto porque ya era evidente que la tipa clienta "tenía a la azafata amenazada contra la puerta del baño dándole piquetitos con un cuchillito de plástico azul celeste y luego se abría paso con un cortauñas hacia la cabina". Papá, ya era vox populi, en la cabina del capitán ya se sabía lo de las llaves y lo del clóset, y ya era trés tard para calentar la cera del sello, pegarle el membrete judicial y proceder a firmar. Ahora, nena, te jodiste, dijo Santa Morrónica Volonterry, la cortaguevos encapuchada, porque cuando regresen los monstruos de la infancia en caravana a reclamarnos lo suyo, y no tengamos la pistola control remoto en la mano para dispararles, Pac Man podría resucitar y la división crítica de sus dibujantes se va a encargar de que se trague una a una todas las Comtrex genéricas negriblancas que se hacen pasar por Benadryl. Acho Papi, men, reacciona: sin llaves, fuera del clóset y con estos mocos saliendo a propulsión a chorro; ¿qué carajos vamos a hacer?

Invitación al ridículo/Declaración de principios

Mircea Eliade, según se dice en "Invitación al ridículo":
  1. "Todo lo que no es ridículo, es caduco."
  2. "Evitar el ridículo significa rechazar la única posibilidad de inmortalidad."
  3. "Todo acto que no sea ridículo, en mayor o menor medida, es un acto muerto."
  4. "El ridículo se resume en esto: vivir tu vida, desnuda, inmediata, rechazando las supersticiones, las convenciones y los dogmas. Cuanto más personales somos, más nos identificamos con nuestras intenciones, más coinciden nuestros actos con nuestras ideas, y más ridículos somos."
  5. "Con los libros sucede algo extraño: no afectan del mismo modo que un hecho social ridículo, porque los leemos en la soledad, cuyos valores no son los mismos que los de la colectividad. Somos más sinceros cuando estamos solos, puesto que no echamos el cerrojo a nuestra sensibilidad ni a nuestra inteligencia en aras del buen sentido y de la lógica."
  6. "Sólo el ridículo merece ser imitado. Pues sólo imitando el ridículo imitamos la vida; entraña, en efecto, la absoluta y completa sinceridad de la vida, y no las ideas fijas y convenciones que son la cara de la muerte. Y en cuanto a la muerte, bien sabe Dios que ya bastante la encontramos en todos nosotros."

Aquí o allá abajo

Hace tiempo que la idea de que el mar reunía desperdicios para liberarse de ellos, que había leído de prisa en una novela granada de fragmentación de Antonio Lobo Antunes, le daba vueltas en la cabeza. Tantos libros que leer parecidos a Buenas tardes a las cosas de aquí abajo, y paseos por inventar en la Ashford invadida por el mal gusto de la estética Starbucks, lo mantenían ansioso. A pesar de las distracciones masculinas que rondaban el bulevar con la excusa de sacar a pasear perros insignificantes, era mucho más proclive a la estupidez de sentarse a ver el espectáculo del vaivén de las olas en la terraza del hotelito Atlantic Beach, ceremonia para la que esperaba la aparición invariable de las seis de la tarde, hora exacta del toque de campana para el Happy Hour. Cerveza Corona en mano, ubicado en la mesa que le daba acceso directo al panorama de la pasarela de machos extranjeros que se reunía a observar el paso de garza de los bugarrones del patio, se acordó de la última discusión con El Psicoanalista, su hermano: "¿Pingas rosadas?, ¿que a mí sólo me interesan las pingas rosadas?, imposible, tú, mejor que nadie, sabes que yo no discrimino a la hora de llevármelos a la cama". No tenía claro que se engañaba. Hundió el limón partido en la botella, preparó el cigarrillo de turno y volvió a la carga mientras se fijaba en el señorito cuajado de ébano y con uñas largas: "A ver, pendejo, ¿con que te fascinan sólo las pingas rosadas, con que ese es tu trauma?". "Pues no, imposible, vas a probarle al espejo que a ti también te caen bien al estómago las vergas apestosas a negro, las trancas amoratadas". De inmediato, escondió el lighter, el negrito de las uñas largas no había notado el truco de que no fumaba. El plan consistía en atajarlo de improvisto, cuando pasara por allí para ir al baño: le espetaría el discurso clásico, un "Oye, ricura, ¿me prendes el cigarrillo?". No pudo explicarse de dónde sacó valor para arrojar la pregunta cuando se completó el pacto imaginario, pero al tirarla al medio, en abrir y cerrar de labios mamones sincronizado, sólo se oían las letras de la novela que lo habían taladrado. El negrito de las uñas largas hace la llama "y el mar a la izquierda, el mar allá abajo siempre a nuestra izquierda, con un alfanje, un cuchillo, una escopeta de caza antigua", y zas, El Psicoanalista que lo vuelve marisco enlatado listo para ser desangrado de tinta, descuartizado él -cabeza de pulpo- por las uñas largas aquí mismo o allá; un poco más abajo.

 

Versión de Leo Frank de otro encuentro, de otro blogger, con Lobo Antunes:

Breve y ficticio encuentro con Antonio Lobo Antunes

Entro en la noche calmada de un parque lisboeta sentándome en un banco. Junto a la luz de un farol que me cae en los hombros y suaviza mi figura, ceñida aún por el abrigo con que abotono el frío. Una luz que da claridad a mi pelo trenzado, rubio, desteñido… pero que contrasta mi frente con una boca sin color que se inclina grave en los extremos de un rostro sin expresión, ausente. Como de alguien cansado, viejo. Silueta de un flaco sin hambre cuya piel se estira en los huesos, se arruga en labios y nudillos… o alrededor de unos ojos que miran inquietos, curiosos, los pasos que se aproximan o alejan, las voces de sílabas aisladas que me llegan y cubren poco a poco el cielo de la noche. Unas voces que saben tal vez que todo está perdido para quien, como yo, se siente más de este otro lado… Y lejos, irremediablemente lejos de los hombres. De quienes huyo como si fueran sombras extrañas. Ajenas a mí. Desconocidas. Cuerpos alargados, dispuestos en curva, que salen de la oscuridad nada más que para volver a entrar en ella otra vez. Algunos fumando un cigarrillo, otros arrastrando un perfume repugnante, pegajoso, que extienden sobre el olor del siguiente cuerpo. Mientras yo, sobresaltado, retrepo un poco más la espalda en el banco y señalo a alguno. A éste, por ejemplo, que al pasar me mira de reojo pero que al ver mi brazo extendido se detiene un momento y pregunta: "¿Fuma?" "Si tiene usted…" "Naturalmente". Y extrae de la arrugada cajetilla el filtro del cigarro que yo tomo con dos dedos. "¿Fuego?" "No, ya tengo. Gracias". Y el hombre me dice que sí con la cabeza y se sienta él también. Y fuma de su cigarro. Una calada, dos… Y me mira, gordo, más gordo a cada mirada. Fingiendo de vez en cuando una pequeña sorpresa… como cuando ve las tapas del libro que tengo en una mano. Acomodándose una pierna en la otra, pero manteniendo una posición rígida, adusta. Fijos los ojos en mí. Arrugando una boca que parece masticar alguna palabra. Al fin, dice: "Los libros no son escritos para ser leídos, sino para ser vividos". "¿Usted escribe, verdad?" "Sí", le contesto. "Pero poco y mal. No soy constante. Me falta disciplina, método…", le aclaro. "No se explique; no hace falta. Le comprendo muy bien, créame", me matiza. Y yo pienso que esta noche el frío y el sueño deben darme cara de enigma, o de letraherido o enfant terrible de las letras porque, al rato, este hombre, añade: "Una novela es una cuestión de trabajo que no se escribe durante las noches o en los fines de semana. Una novela exige que se pase todo el tiempo con ella, sobre todo para corregirla, algo que cuesta mucho más que escribirla. Si quieres hacer prosa, no puedes hacer nada más…" Y dicho esto alza exageradamente la pierna que tiene cruzada y se pone en pie, trenza sus dedos gordos y limpios sobre la barriga, y sonríe… creo que satisfecho de sí mismo. Yo, sin embargo, lo miro con mi cara seca, gris, con algunos huesos marcándome pómulos y mentón. Sin decir nada. Sin esperar nada. Hasta que el extraño hombre me tiende una mano y dice: "Disculpe, no me presenté. Mi nombre es Antonio… Lobo Antunes".

Escrito por Leo Frank a las 21:08 ¶
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Tedium vitae

Al salir del periódico, la diva estructuralista Mara Pastor habla con uno de los prensistas, Aldo Pellegrini, siempre preocupado por la construcción de la destrucción: "Amantes de fuego, predicadores de nieve, los reflejos me preceden, las sombras me siguen. En ese largo camino en pos de las palabras me descubro habitante del sobresalto y del desorden". Comentan que los sábados, cerca del carrillón intermitente de la torre, un grupo de bloggers-to-be, entregados al culto de Dora Ricardo, que es Mita pero anglo, está discutiendo la novela retro Litoral; una que Palés Matos dejó en blanco. Cuando Marla lo sepa… Escucho la disertación, mientras descanso en el auto y pienso en la vieja, que está sola en El Yunque, limpiando las casas de los hermanos difuntos, interpretando con soltura y tristeza el papel de heredera; mudándose de cuarto en cuarto. Ahora tiene para ella, a su libre disposición, en plena calle Triunfo, una de madera y otra de bloques, más la humedad y los negros usucapientes que la entretienen. Les da pesetas a los niños para que compren dulces, y en el proceso los regaña, esconde la lata de Bud Ligth detrás del tiesto de buganvilleas (las favoritas de Juan y el primo perdido que todos desconocen como Sixto) y sale a ponerle comida al perro; siempre casera. Realiza toda tarea al compás de la música del ayer que ofrece la banda am y con eso delata que es maestra pensionada. La pone a todo volumen. Casi está sorda, pero si le dejas mensaje te contesta: al menos escucha las voces altas que le reproduce, tiempo después de las llamadas, la fiel grabadora que compró en WalMart. Riega un poco de Clorox para lavar el seto, patio de atrás, paseo real de iguanas y ratas. Manda a comprar a la tienda de la esquina un pote de salsa Criada, que también usa Gloria, para poner en su estufa petite el caldero que hace crecer el arroz con pollo. Siempre lo bautiza con cerveza antes de que se seque, despúes de agregar el jamón y sin que los comensales de siempre (la Madre Ausente, el gigante, la Contable Del Medio, el boquitas negras…) se den cuenta de que el calor evaporará los grados prueba. No me despido sin decirles que en junio 16, todos los años de sus ochenta, celebra las fiestas de la patrona del pueblo riograndeño, oh dulce Virgen del Carmen, patrona de las místicas viejas, cuídamela, no permitas que me la fracture de cabestrillo, o me la postre en la cama, la artritis reumatoidea.

El daño que hace la gen

Con la gen, tú te cortas el pellejo y le das del tajo a beber.

 

Esa es la verdadera amistá, del que soporta ver la sangre correr.

No lo dejas solo en el dolor, lloras con él.

Maldices al taxista que lo asaltó, lo acompañas a la comandancia, juras la denuncia con él.

Le pides que se vista como perra, salen a la disco y haces el ridículo con él.

Le vas a decir lo bueno que está, te va a responder una mentira, no importa, sales a cenar con él.

Te exige que lo escuches, que no apages la tele antes de que se acabe el penúltimo re-run de Friends, aplazas la ceremonia de las pijamas y te acuestas con él.

Almuerzan scalloped potatoes, postrean créme a la chantilly.

A pesar del cáncer de mama; fumas con él.

Llegar al apartamento; estar malo

Soñó con el cementerio de furgones que se ve desde la avenida Kennedy, pero vivos, unos dinosaurios en hojalata llenos de mortadella y jamonilla para los comedores escolares de los colegios del sur. Tenían las puertas de hierro llenas de moho y contra sus cuatro paredes metálicas retumbaban las chicharras de los barcos de la bahía. No podía despertar, aunque trataba, porque el caracol gigante que estaba estacionado en el Parque Central lo perseguía. Cosa extraña, pero se percató de que en San Juan, una cosa así era perfectamente posible: le habían salido antenitas de vinil y patas de pesuña. De momento, vualá, un puente de brea, una patrulla de autopistas que lo detiene y el guardia desnudo de la YMCA que lo multa. Todo le parece excesivo. Protesta, pero la nave recolectora de basuras lo atropella en plena vía, que de buenas a primeras deja de ser hija del bitumul: ahora es puerca y con complejo de marítima.

Este relato nació de una imagen bestial de un cuento porno-punko-ci-fi de David Caleb, titulado Intangible y publicado en la revista El sótano 00931: "Llego al apartamento. estoy malo".

Atravesando la Kennedy a diario para llegar a la casa de uno, ¿de qué otra forma se puede estar?