Koff Manifesto (1978)

hippie

The Artists. They abandon the world on your doorstep. They show you the things you live among so you may know yourself. They cough in your face. They spit by your elbow. The artists. They leave their garbage in your hallway. They throw their hearts in front of the train. Disease is love transformed. They are high. They spit in your silent museums. They hurl their souls in your direction like a stone through polished glass. They die in your landscape. They mess up your banquets. You can’t turn away. The artists.

Hillary for President

Hillary

She’s IN!

Una visita a Hillaryland

Por Manuel Clavell Carrasquillo

LIVING HISTORY
Hillary Rodham Clinton
New York, Simon & Shuster (2003) 562 pp.

La primera decisión administrativa que tomó Hillary Rodham Clinton al llegar a la Casa Blanca como primera dama de los Estados Unidos destronó para siempre la idea de que esta brillante abogada, oriunda de la ciudad de Chicago, asumiría un rol decorativo en la administración gubernamental de su marido, el ex presidente William Jefferson Clinton.

En su más reciente libro, la autobiografía “Living History”, esta mujer nacida en un hogar republicano, pero que a raíz de su oposición a la guerra de Vietnam salta a las filas del Partido Demócrata, cuenta cómo al llegar a la mansión ejecutiva de la nación más poderosa del mundo impartió órdenes directas para que su escritorio fuera trasladado de inmediato del ala oriental del edificio –reservado a las primeras damas– al pabellón occidental, sede exclusiva del Presidente.

Así, a través de una directriz que puede ser interpretada como un simple capricho de reestructuración espacial típico de cualquier ama de casa, Rodham Clinton delimitó las fronteras de “Hillaryland”, un territorio exclusivamente femenino que, bajo su ingenioso régimen, transformó para siempre el imaginario político estadounidense.

Desde ese centro de mando paralelo a la mítica Oficina Oval, donde laboraban al menos una treintena de mujeres que fueron visitadas por miles de constituyentes de todas las edades, especialmente niños en busca de golosinas, Rodham Clinton lideró la abortada reforma gubernamental encaminada a establecer un seguro de salud universal para todos los ciudadanos de la potencia norteamericana.

Además, en “Hillaryland” se cuajaron opiniones enérgicas en cuanto a todos los renglones de la política pública impuesta por los Clinton sobre la presencia de los homosexuales en las Fuerzas Armadas, la reforma del sistema de bienestar social, la gestación del primer presupuesto balanceado en décadas y otras materias que se pensaban afines al dominio de los hombres como la seguridad, el empleo, la educación y las relaciones internacionales.

De esta manera, la otrora directora de la clínica penal de la Facultad de Derecho de la Universidad de Arkansas y reconocida litigante corporativa del bufete Rose, con sede en ese mismo estado, logró consolidar por tiempo limitado, a pesar de la feroz oposición de todo el espectro político de su patria, un proyecto liberal con destellos feministas que, según narra, fue forjando desde sus años como militante electoral en la Ciudad de los Vientos y, más tarde, como estudiante en el Wellesley College de Boston y la Universidad de Yale, en cuya escuela jurídica conoció a su consorte Bill.

En este sentido, “Living History” cumple una doble función. Por un lado, el texto sirve como un mapa de “Hillaryland”, donde se registran las batallas de la autora contra las huestes conservadoras de Washington D.C., al tiempo que se describe con lujo de detalles el funcionamiento del complejo sistema político estadounidense. Por otro, como una intensa confesión que pretende dar cuenta de los aciertos, los errores y las obsesiones de su protagonista; una servidora pública acechada en cada momento por el costo político de la libre expresión de sus ideas a través de una voz propia, irónica, fuerte y contundente.

Los más recientes estudios literarios sobre la autobiografía, influenciados por la teoría deconstructivista del francés Jacques Derrida, quien recientemente ofreciera una conferencia magistral en Puerto Rico sobre el futuro de las humanidades, apuntan a que “la verdad esencial de la confesión no tiene nada que ver con la verdad, sino que consiste en un perdón solicitado, una solicitud, más bien, exigida en la religión y en la literatura”.

De ahí que sea posible leer el libro de Rodham Clinton como un acto confesional, sobre todo luego de comprender que esta prominente mujer, criada en la doctrina Metodista y que actualmente representa a millones de puertorriqueños del estado de Nueva York en el Senado de los Estados Unidos, tiene mucho que decir sobre el periodo de declive que reorientó su discurso político, a todas luces radical, hacia uno propio del centrismo moderado.

Al comenzar la segunda parte del libro, el texto se llena de explicaciones sobre dicha transformación, que delatan la necesidad urgente que sintió la autora de decirle al pueblo a través de la palabra escrita qué fue lo que falló. Entonces, como metáfora unificadora, resurge el concepto del hogar ya no como el espacio donde la mujer puede decidir dónde ubicar su escritorio, sino desde la perspectiva más anónima del rol que la esposa tradicional, quien a su vez es madre, debe asumir ante la adversidad.

Luego de la derrota del Partido Demócrata en las elecciones de medio término, Rodham Clinton cita a una cumbre de sus asesoras en “Hillaryland”, donde confiesa que: “Una Primera Dama ocupa una posición vicaria; su poder es derivado, no independiente, del propio del Presidente. Esto, en parte, explica mi torpe desempeño del rol de Primera Dama. Mary Catherine y Jean (dos de sus colaboradoras más cercanas) me han ayudado a entender mejor que mi rol como Primera Dama es profundamente simbólico”.

Una vez decidido este cambio de piel, Rodham Clinton parte en extensas giras hacia países africanos, el suroeste asiático, Latinoamérica y Europa oriental. El relato pasa a ser entonces una crónica de viaje insustancial, llena de pasajes que no le dicen nada nuevo al lector habitual de las secciones internacionales de los diarios, donde se resalta el símbolo de la esposa del político que visita escuelas, hospitales e instituciones de caridad.

Este modelo de la Primera Dama como encarnación del proyecto de la beneficencia hace crisis en el último año de la presidencia de Clinton, cuando éste enfrentó un juicio político ante el Congreso por haber mentido sobre su participación en varios negocios turbios y la naturaleza de su relación extramarital con la interna Monica Lewinsky. Rodham Clinton, hasta ese momento benefactora de causas sociales como la del sida, el cáncer de mama, las madres solteras, los niños y las mujeres maltratadas, narra cómo ella se convirtió en objeto de la asistencia espiritual que le suplieron el Dalai Lama y Nelson Mandela para que pudiera afrontar el engaño de su marido.

Una vez concluida la terapia, ya repuesta del infierno interior que la consumía, dice que sale en defensa del causante de sus agravios, ataviada con un vestido de terciopelo Oscar de la Renta, en los siguientes términos: “A pesar de que estaba descorazonada y decepcionada con Bill, las largas horas que pasé sola me hicieron admitir que lo amaba. No había decidido si lucharía por mi marido y mi matrimonio, pero había determinado luchar por mi Presidente”.

Estas palabras sellan el cierre de la íntima confesión de Hillary, que culmina a manera de melodrama televisivo al colocarle un final feliz a esta borrascosa “historia viva”. Muy lejos de aquel sueño político que bautizó en el momento cumbre de su carrera como “Hillaryland”, la astuta política, quien ha sido calificada como la “hermana de Maquiavelo” por el crítico literario latinoamericano Julio Ortega, hoy se reinventa victoriosa desde el escaño senatorial que ocupará por los próximos años.

Esta reseña fue publicada originalmente en el periódico El Nuevo Día en el año 2003.

Minneapolis

minneapolis

Escribe Tomás Redd

If the cold wind howled more loudly
in the desert passages inhabited by fluorescence
Perhaps some other odd idea
inhabits the furry unreserved comments that lie across the freeway

I dare not stroll, lost as desired
because the creaking sounds of the river below cover my tracks
Glancing at the desolate city
I peer down into exposed concrete standing on carpeted trails

“Warmth begs for company”
reads a for-sale sign
This is the home of bitter brilliance and speckles of marvel
tucked away

Sentido de pertenencia

med 09 leg fractureThe urban artist’s “sense of place” is not rooted in rolling hills and nostalgia. It’s already once removed. It skins its knees on the pavement, steps in dog shit, and stumbles in the gutters as it is chased from one place to another by debts and developers.

-Lucy R. Lippard en “Homeless at Home”, 1986.

(Primera de la nueva serie Azotes: 2007, producida por Estruendomudo).

en el contrato no se estipula

diva3

Escribe Yara Liceaga
Especial para Estruendomudo

y hay ciertas mañanas en que me gana la pereza
mientras la iluminación que permiten las celosías
va recogiendo su pelo igualito que el mecanismo que utiliza la memoria
delineado
enredado en el color fucsia
imprimo su cabello sobre las anécdotas que cuento cuando soy muy feliz.

1.
si me dedico en la madrugada a su risa
si me dedico a prepararme para él
de juntar conversaciones que problematicen el estado de cosas
una coreografía de mordiscazos le ataca la espalda
y me quedo con su olor entre los dientes

2.
le cuento en determinadas ocasiones que sufro de speech impediment. cogemos las cosas con mucha prisa. me encrespa la morusa mientras nos deshacemos de calor. los dedos, tan finos, revolviendo delicadamente las cosas, yo sufriendo, sufriendo de cercanía. si nos entra la bellaquera nos hablamos despacito por ratos que comienzan unfolding layers y layers de historias bronceadas, camas llenas de leche y materia de chocha. él suelta palabras al aire y es muy cínico. estoy esperando el momento de su crueldad.

3.
ahora mismo salió a buscarme. si continúa la madrugada
en cada lunar de su espalda voy colocando las instrucciones para que mi conjuro nunca lo sofoque. que no logre escapar de su tranquilidad. que no me deje caer nunca en llanto. que fomente mis fetiches con sus ventanas y sus lunares. y con sus manos. me pide que lo obligue a escribir. yo lo miro con ternura. en el fondo del encuadre de mi alma recojo toditos los tomos que se unen para vociferar mi historia. me la cuentan al oído. él me pregunta por qué no termino las oraciones, porque ya he comenzado a contarle un par de eventos. no le hablo de mis amigos. le narro una que otra historia de horror sobre algunos amantes. como continúa la luz apagada, ignoro su reacción. pero me abraza. creo que nos hablamos despacito. creo que no dejamos de besarnos.

4.
esto se jodió, r. la entrega y sus ferocidades me atacan mientras las rebanadas de cebollas caen sobre el plato azul.

te quiero. envíame tus bendiciones.

yo.

Despedida en dos tiempos: Harlem y Augusta

James Brown In The Jungle Groove bEscribe Gloria Carrasquillo Padró
Corresponsalía de Nueva York

Entonces negros, entonces, entonces
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas…

Oda al Rey de Harlem
-García Lorca

Harlem se transforma volcado en las calles para ver pasar el cortejo fúnebre de James Brown, el Padrino del Soul. Su ataúd laminado en oro de 14 quilates llegó desde Augusta, Georgia, nada menos que en la van Ford Club Wagon del 95 de su fiel chofer, William Murrell.

La odisea comenzó en Augusta, pero el cambio del forro del ataúd (de azul a satén blanco) provocó un atraso interminable, perdiéndose así la oportunidad de transportar en avión el cuerpo de Brown. Entonces, como tampoco se pudo conseguir un jet charter, se decidió que se recorrería el camino por carretera.

El Tearo Apollo, en el corazón de la calle 125 de Harlem, abrió sus puertas para celebrar el velorio-último show del hombre leyenda de la música soul. La muchedumbre le esperó durante horas a pesar del viento helado que bañó la ciudad.

Mujeres y hombres, mayores y niños encopetados o pobres, con sombreros, botas y elegantes o humildes abrigos vieron desfilar con ojos asombrados el imponente coche blanco con el féretro dorado que brillaba como un sol tirado por dos enormes caballos blancos. A lo largo de la calle, la gente cantaba y bailaba los ritmos ennoblecidos por el irrepetible James Brown.

Otros portaban carteles hechos a mano con el famoso slogan que el creara al inicio de la batalla por los derechos civiles: “Say it loud: I’m black and I’m proud”. La negritud gritaba, reía y lloraba mientras que los albos corceles caminaban con un ritmo y majestuosidad propias de arrastrar los restos de un general o tal vez, en ese glorioso momento, al definitivamente garcíalorquezco Rey de Harlem.

¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises,
donde flotan sus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.