capítulo XII

En fín, que Adelaida practica el salto acróbatico del terror al deseo. Varios tragos más tarde aquel hombre te dice que ya es bastante tarde, que si deseas que te lleve a tu casa. Tú le respondes que, después de lo que te ha pasado esta noche pasar la noche sola en tu apartamento no suena precisamente como una delicia. Él sonríe, reconoce tu cita de su witicism. Carajo, que el tipo es un encanto. Que si prefieres que te lleve a casa de alguna persona, una amiga, no sé. Recuerdas a Lucy (¿me puedo quedar en tu casa esta noche? Me ha pasado algo terrible) pero tú estas en la zona-euforia de tu alma, el alcohol y la noche titilante te titilan la piel, y aquellos ojos, te sientes valiente, atrevida, segura. Sonríes tu sonrisa naughty, aquella que odiaba tu mamá y que odia Adelaida (puta, coño, cuándo vas a dejar de putear de una vez, ¿es que tú no aprendes, coño?), y él comprende de inmediato, tipo perceptive, sensible, piensas tú, qué rico, no se le escapa una, te dice que tiene una botella de vino en su casa, que si quieres pueden tomar una copa allá y luego decides. ¿Que cómo erez capaz de lo que sigue luego del trauma que acabas de sufrir no hace unas horas? El alma, ya he dicho, es como el hígado y como un dios. Ella se mueve de modos misteriosos.

Entras en su automóvil, entran con cuatro gomas en las calles de la noche traicionera en la ciudad. En el trayecto a su casa continúa el guión, el sketch de melodrama mediocre que había comenzado en el bar. Continúa el cuestionario. Tus datos, Adelaida, no nos importan. Sabrá dios si a él tampoco. Pero esto tampoco importa. Sólo bastará decir que estudiaste en la iupi y que hace unos meses te has mudado sola a un apartamento en Miramar. Esto lo dices por las razones obvias. No es importante que le digas que te fuiste de tu casa cuando tu madre se murió de una rebelión fatal del músculo cardiaco causado, según Adelaida, por tus perennes ecxesos. Estás embriagada, y también de deseo. Que eres una muchacha sensible, inteligente y liberal no se lo has dicho in so much words pero has intentado insinuárselo, ya que él te ha dicho que es escritor, y que también estudió en la iupi, humanidades, filosofía y literatura. Se te ha convertido en un reto seducirlo ya no solo físicamente (porque ya tú estás convencida de que él te desea, ¿verdad?, ya tú has leído e interpretado las señales, has escuchado el compás de los latidos de su corazón, has puesto las señales en los encasillados correspondientes ¿no?) sino intelectualmente, en ese nivel de allá arriba que tú nunca has entendido bien pero que acaso te interesa, te seduce, o al menos te causa cierta curiosidad. Que si harecupera publicado algo, le preguntas, para leerlo, y él te responde que sí, pero que nunca usa su nombre. Te ha dicho que, si te portas bien, te dejará leer su último trabajo, que está en proceso. “A lo mejor te convierto en uno de mis personajes” te ha dicho, con una sonrisa a flor de labios. Yep, piensas. Lo tengo en la palma de mi mano.

Esto que sigue es una de esas cosas que pasan de noche en la noche indescifrable que son en sí mismas indescifrables, una cosa que tú misma, Adelaida, no hubieras podido adivinar ni por carambola. Una de esas cosas que ni yo mismo fui capaz de anticipar. Tú, descreído lector, caerás de culo y quedarás lelo con la trastada que se jugará la noche esta noche de noches única entre las noches. Y que conste que esta jugada inesperada no la juego yo, ni Adelaida, que es un pretexto y un invento mío para narrarme, para contar, para ser. Esta jugada se la lleva la noche que es experta en taumaturgias. La mesa gana. Tanto yo, que soy este cuento que se llama Adelaida reencuentra su peluche, como Adelaida, personaje mío y que me habita, tendremos que leer como tú, línea por línea hasta mi última línea para quedar atónitos todos juntos ya con el desenlace inesperado de este enlace inesperado y de este cuento, que es todo lo mismo y una misma cosa con antifaz de muchas, de muchos, cosas, cuentos. Aún cuando yo conociera mi desenlace yo confieso que no me lo explico, y quizás mi única razón de ser es el intento fútil de que tú, pronto atónito lector, me lo expliques y de ese modo me expliques a mí mismo.

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