Malrayo me parta esta jodida noche de barro, esta lluvia, esta puta ciudad que flota inmutable en el pozo muro cienagoso de la noche, que mira impávida como te han faltado, Adelaida, como te han hecho hincar rodilla, raspar rodilla en el pavimento gris de la acera que refleja en su azogue de agua el cielo y las luces frenéticas de los edificios, de los letreros iluminados, de los postes de luz que alumbran serenos la atrocidad inmune impune, esta ciudad sórdida e indiferente que no hace nada cuando te desgarran la blusa y se te chorrean los pechos al frÃo de la noche para que el agua sedienta del aguacero que cae perenne te los beba con avidez alcohólica. Noche es esta puta ciudad de mierda que, cómplice por omisión o por conspiración, no mueve un dedo cuando el hideputa te arrastra a una esquina ignorada por la luz frÃa de la luna, de los letreros iluminados y de los focos de la iluminación, y te fuerza la falda, cuando sientes su aliento caliente en el oÃdo, su voz, no grites, Puta, no grites porque si gritas te mato, Puta, ese nombre radicalmente impropio haciendo escante en tus oÃdos, tu nombre, esa noche exenta de oÃdos para tu grito. Porque al fin y al cabo gritas, Adelaida, gritas y aruñas el rostro tirando a los ojos a matar y chillas como gato bocarriba ya cuando el hideputa te tiene bocarriba, patas arriba, ready para la consumación.
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Y al fin y al cabo es ese grito el que te salva, ese chillido ultrasónico de animal asediado espanta a la bestia que sale corriendo despavorida con el rabo filoso entre las patas por la encendida calle antillana dejándote hecha trizas en el suelo, Adelaida, bajo una sombra invisible adentro de la noche. Quién lo iba a saber, Adelaida, las bestias satánicas de la noche también son presas del terror, que todo lo abarca y lo trastoca. Todo esto no lo dice Adelaida, sino que lo digo yo.