Ya estabas bajo el agua, en la ducha. Del agua de afuera, el agua frÃa del terror, al agua de adentro, la del alivio y la calma. Pero agua. El agua caliente te hacÃa bien, te calentaba, amniótica, y te hacÃa soñar. Que quizás éste no serÃa como otros, que definitivamente no serÃa como aquel hideputa que te habÃa trasteado con violencia aquella noche. Algo, algo en aquellos ojos. Algo en la zona-deseo de tu alma confeccionaba tramas, planificaba futuros deleitosos, anticipaba el escurridizo y bienhechor amor, fármaco terrible que dicen sana todo lo terrible enfermándolo todo. Adelaida: no seas pendeja, nena. Si apenas acabas de conocer a este tipo. Tú no sabes lo que se traiga entre manos. Ya te dijo que es escritor, y en esos tipos no se puede confiar. ¿Es que tú no aprendes de los cantazos, coño? Pues yo espero que me tenga a mà entre manos dentro de poco, le respondiste. Soñar no es un pecado. Fantasear no es un pecado. Amar no es un pecado. Querer ser una mujer no es un pecado ¿Y, quién sabe? A lo mejor esta vez es distinta. A lo mejor esta vez es definitiva. A lo mejor este comprende además de comprenderme entre sus manos. Adelaida: amar, Adelaida de mi alma, es un pecado. Amar es el peor de los pecados.
Ahora es que la cosa se pone buena, sorprendido lector. Ahora es que esto se pone kinky.
Escuchas como de lejos cómo se abre la puerta del baño. Por allá, al otro lado del mundo. La toalla, piensas. Y ojalá que sea una excusa, que se meta desnudo aquà conmigo, que me lo meta, deseas. Estabas fuera de ti, en el vapor bajo la lluvia caliente. Estabas en llamas. Estabas, y esto lo sabes, Adelaida, consumida por el deseo.
-Te jodiste.
¿Qué?, pensaste.
-¿Bruno?
-Ahora voy a escribirte.
Arrancó la cortina de baño, puso tu cuello entre sus manos y apretó.
Regresó, a cobrar cuentas, se te ocurre, la pesadilla.
No es posible, pensaste, no es posible que haya regresado este hideputa a terminar lo que habÃa comenzado. Le buscaste los ojos, y los viste transparentes. Dios mÃo, dijiste, que sÃ, que sea el hijo de la gran puta de la noche, que no sea Bruno, por favor, regálame esto, que no sea Bruno
-Yo nunca uso mi nombre, te dijo, y apretaba.
¿Lo ves? I told you so, te decÃa Adelaida. Que no confiaras. Esto es tu culpa, tu propia culpa. Te lo mereces por puta, por no escuchar consejo, por pura puta. Ahora este cabrón te va a matar, a terminar lo que no terminó el otro. Mami te lo decÃa, y tú no escuchabas. Yo te lo dije, y tú no escuchabas. Tú nunca escuchabas. Tú: Pues no. Esto no es mi culpa, Adelaida. Yo no soy una puta. Esto le pasa a cualquiera de noche, en la noche. Es la noche y esta puta ciudad la que es una puta de su madre. Amar no es un pecado. Un error, quizás, quién sabe. Pero no es un pecado. ¿Cómo carajo iba yo a saber que esta noche me iba a acabar asÃ, ah? ¿Cómo carajo? No habÃa forma de saberlo. Ya lo oÃste, Adelaida, él nunca usa su nombre. No es Bruno.Todo está bien y Bruno me ama y seremos muy requetemuyfelices, ya verás. Yo estoy libre de culpa. Ergo mi absolvo. Y te digo más: yo sà escuchaba, yo siempre escuchaba, las escuchaba siempre escandalizándome por dentro, quebrándome, haciendome pedazos. But I always, in silence, begged to differ. Mira, carajo, se acabó. Adiós, Adelaida. Yo me voy.
Y te fuiste a buscar, Adelaida. Te metiste en la zona-memoria de tu alma aunque sin tener noción exacta de lo que buscabas. Pero yo sà sé lo que buscabas. También sé que no lo encontraste. Tú estabas buscando un espejo.
¿No te ha pasado, lector, que buscando requetebusca una cosa que se te habÃa perdido (unas llaves, una peinilla, la mitad de un par de zapatos rojos) encuentras otra, insospechada y hace mucho tiempo olvidada, cuyo hallazgo acaso te hace olvidar lo que buscabas en un principio? Hay quien propone que, en esos casos, lo que se encuentra es lo que realmente se estaba buscando, aunque uno no lo sepa. Sobre esto último, a mà que me registren. Yo no sé. Pero sà sé que las búsquedas son modos del deseo, y que los hallazgos implican siempre un fraude. Una pospocisión. Esto es una traición del deseo. Esto lo sé porque yo tambÃen deseo. ¿No me crees? Pues mira, sÃ. Es algo que me ocurre todo el tiempo. De eso me trato. De proponerme/proponerte, como fin una cosa (acaso un final), de seducirte/seducirme con ciertos desenlaces probables para sacarme/te la alfombra mágica de debajo de los pies y mostrarte/me cierto también engañoso abismo y revelarte/me algo que no se nos habÃa prometido.