una cometa azul que se enredó en un poste del alambrado.
Después del susto del naufragio
-y una breve meditación sobre su triste destino-
comenzó a observar la calle.
Miró primero el asfalto mojado y se dio cuenta de que serÃa su compañero
hasta que el viento la lluvia y sabrá dios si los pájaros
acabaran con su cuerpo de papel maché y su esqueleto de palos.
Pensó entonces en la última mirada que recordaba de Pascual
su creador de 12 años
que, cuando perdió el control del hilo,
se fijó en ella un instante;
desesperado.
No habÃa pasado una hora de la catástrofe cuando
se le ocurrió que ya era parte del cable
y que su existencia útil habÃa terminado.
Sin embargo,
a la segunda hora,
volvió a henchirse de esperanza:
su nuevo oficio consistirÃa en darle color a aquel paisaje.
La tercera hora fue tortura,
trató de zafarse de su jaula imaginaria aunque sabÃa que era inmóvil.
Dieron las cuatro paralÃtica y pensó: “Quizás los dientes de un roedor amigo
me liberen”,
pero a las cinco regresó la depresión al visualizarse tirada en el asfalto y
pisoteada por los autos.
La idea de ser testigo de lo que ocurrÃa en esa esquina le llegó a la sexta hora
mas,
a la séptima,
ya estaba resignada; se conformarÃa con ser una bandera de color
hasta que el sol la lluvia o sabrá dios si algún pájaro
hicieran algo para relevarla.