El dolor más horroroso

IwasakiEscribe Manuel Clavell Carrasquillo

La boca abierta, siempre expuesta a la brusca examinación del prójimo, es una de las puertas más custodiadas del cuerpo porque estamos de acuerdo en que conduce directamente hacia lo más profundo de lo íntimo. Esa cavidad húmeda, obstinada en el cultivo de sedimento, bacterias y mal olor –aunque allí convergen las posibilidades del placer, la respiración, el habla y la alimentación– es quizás el punto carnoso vulnerable más universal de los que compartimos.

A sabiendas de que quedamos horrorizados ante la pesadilla de perder la dentadura a pesar de la intervención oportuna o tardía de dentistas expertos en limpiezas, curetajes, platificaciones y otros procedimientos quirúrgicos sangrientos, el peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961) ha escrito con impulso sadomasoquista la espeluznante novela “Neguijón”. La editorial Alfaguara pone en circulación este libro tan breve como macabro advirtiendo en la contraportada que su protagonista “se afana en la búsqueda del gusano de los dientes que taladra las muelas y anida las encías, precipitando la corrupción del cuerpo y flagelando a los cristianos con una espina del dolor de la Pasión”.

Se trata de un barbero de Sevilla desterrado al exuberante Virreinato del Perú a fines del siglo XVI y principios del XVII que tiene a su cargo el trabajo del verdugo purificador: Gregrorio de Utrilla, verdadero fundador de una estirpe de dentistas, convoca a los limeños al amanecer para que hagan fila frente a su puesto en la Plaza Mayor. Todos –ricos y pobres, poderosos y pordioseros, libreros, inquisidores y beatas–, tienen la necesidad de deshacerse del insistente y punzante dolor que les provocan las caries, enfermedad que en aquellas épocas supersticiosas era confundida con la profunda mordida del asqueroso gusano asesino: el temido e invisible neguijón.
Iwasaki, profesor de historia exiliado en Sevilla y miembro del grupo literario conocido como el “Crack”, explora el fascinante mundo del Siglo de Oro que los estudiantes conocen por las clases de español. Sin embargo, en vez de asumir la cátedra para intentar transportar a los lectores a esa época, lleva sus lecturas de tratados médicos y religiosos al territorio de la ficción para contar la crónica de un mundo enfermo, en el que interactúan toda clase de buscones y honorables venidos a menos en el ámbito de la guerra, la política, la espiritualidad y la sobrevivencia.

¿Quién dijo que la elasticidad del realismo mágico procede de la macondiana realidad latinoamericana moderna y que ahí se agota? Iwasaki refuta esa tesis regresando al pasado remoto para recrear las ceremonias sociales asociadas a las operaciones quirúrgicas a sangre fría para pulverizar piedras del riñón, extirpar próstatas cancerosas, amputar extremidades fracturadas y deshacerse de dentaduras pútridas. A través de la manipulación de los discursos seudocientíficos y la integración de elementos que parecen fantásticos, logra producir en los lectores un efecto agudo de asco y espanto. “La semilla del diablo estaba en su familia, fluía por su sangre y supuraba en sus encías. Las moscas reptaban por su boca, exploraban las llagas de su lengua y desovaban en las grietas de sus muelas para engendrar nuevas castas de neguijones, esos monstruos tan repugnantes como los íncubos y los súcubos”. Así explica el narrador la causa de la desgracia de uno de los pacientes.

De esta forma, Iwasaki coloca al barbero cirujano junto con los ingeniosos hidalgos,neguijon II 1 los curas y los poetas incomprendidos como los héroes decadentes del momento, enfrascados en la batalla contra lombrices, espíritus malignos, corsarios, herejías, ignorancia y dolores achacados a la caída de la gracia al pecado. “Aparte del dolor hay mucho humor, porque quise crear algunos personajes de punto de fuga a esas descripciones del sufrimiento. No crean que sólo hay angustia porque, a pesar del dolor, los españoles seguían con una actitud muy vitalista, risueños y con gran sentido el humor, aunque a veces fuera grueso. Mi novela es un homenaje a la vitalidad de aquellas criaturas”, dice en entrevista con Jesús García Calero, del diario ABC, donde publica con frecuencia una columna.

El periodista Claudio Pereda cuestiona a Iwasaki sobre las posibilidades contemporáneas de la metáfora de la búsqueda obsesiva del gusano repugnante. El autor, sin timidez, contesta que el neguijón es la “idea de demostrar cómo una sociedad puede reducirlo todo al tema religioso. Hay una especie de integrismo light, porque [hoy] no se llegan a cometer las atrocidades del mundo medieval, pero no dejan de hacerse cosas terribles en nombre de la fe. Creo que esto también forma parte de los modernos neguijones: hasta qué punto somos sociedades un poco fundamentalistas”, alega Iwasaki, que también confiesa su debilidad por los Beatles y el flamenco.

Quiere decir que el prosista echa mano de los recursos de la escatología para llamar la atención sobre las tecnologías del poder que se utilizan para producir verdades. El pus, las ilustraciones de los instrumentos de “tortura” para arreglar muelas, los tumores supurantes y las cientos de alusiones a escritos que incluye en la bibliografía como el “Tratado de las operaciones que deben practicarse en la dentadura y método para conservarla en buen estado”, acusan una cultura organizada a base de la obsesión de recurrir a lo sobrenatural para explicar las cosas de la Tierra a través de intermediarios “sabios”. Los que desfilan frente al sacamuelas van demostrando su sumisión o rebeldía, esta última casi siempre disfrazada de discurso “alternativo” como la falacia mística.

Para descubrir estas sutilezas y contrastarlas con las actuales, habría que devorar el texto, que sin dudas revitaliza la concepción de que la novela histórica latinoamericana es aburrida e innecesaria. Iwasaki, que acaba de publicar una nueva colección de cuentos de lo que él llama “ciencia fricción” (eróticos) titulada “Helarte de amar”, trae con éxito al presente imágenes que se pensaban agotadas (hechicerías, indios salvajes, templarios, inquisidores, negros esclavos, herbolarios, agentes colonizadores) a través de un manejo magistral de la palabra breve y fuentes primarias del Siglo de Oro tanto de España como de América.

toothAhora bien, el autor abjura de regionalismos y clasificaciones en la conferencia “No quiero que a mí me lean como a mis antepasados”, publicada en el libro “Palabra de América” (Seix Barral, 2003), y argumenta que es “el resultado de una suma de exilios y culturas –peruana, japonesa, italiana y española”. De ahí que no soporta que lo lean como si habitara “en el fondo oscuro y triste de una vasija de barro”. Habría que asumirlo entonces como un provocador erudito que escribe en español y que habla de las intimidades de los que cruzan las fronteras.

Está bien, señor escritor, está bien: no lo haremos mártir de “lo latinoamericano”, pero ya que ha hecho mella en nuestras bocas a través de su excelente historiografía, al menos permítanos nombrarlo como uno de “nuestros” mejores expositores del dolor más horroroso.

*Esta reseña fue publicada en el número de noviembre-diciembre 2006 de Diálogo, periódico de la Universidad de Puerto Rico.

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