Miss Eros 2006: Noche de talento con la artista invitada Anaís

De la Redacción de Estruendomudo

Anoche serví de jurado en la competencia de talento transformista que auspicia la discoteca gay sanjuanera Eros The Club y que anima la experta comediante Jeimy Sunflowers.
Las dragas no dejan de sorprenderme.

La discoteca estaba repleta, llena a reventar, y a eso de la 1:30 a.m. ya no se podía bailar en la pista. El público estaba compuesto por maricones de todas las edades, colores y sabores, sobre todo chamacos bien jóvenes en ropas de reggaetón: listos para el perreo.

Es impresionante confirmar que las transformistas del patio tienen una fiel fanaticada, muy numerosa, con ganas de hacer escándalo y joder a pesar de la crisis nacional. Por eso, las transformistas de mayor experiencia, entre ellas Gia y Lorna Vando, las que me acompañaban en el panel evaluador, siempre repiten por el micrófono que no es fácil pararse en esa tarima artística: no existe criterio más despiadado que el de una loca en pleno calor tropical.

Así, con esa advertencia sobre cómo sería juzgado su trabajo, subieron las seis candidatas, una a una, a presentar sus números de coreografías e imitación. Es la visa para un sueño, versión trans.

La primera, trajo un séquito de bailarines y representó -como si aquello fuese el mejor de los café teatros de la avenida Ponce de León- una escena de la película de Disney Beauty and the Beast. La interpretación fue magistral, era una diva poderosa en escena, que con gran destreza supo ser miss. Cambió de vestuario allí mismo, frente a todos, utilizando varios efectos especiales. Supe que ella fue la que confeccionó sus atuendos y los de los bailarines. Se vistió, se maquilló, escogió la música, coreografió, se esculpio nueva toda; se construyó.

Otra no dio pie con bola en una interpretación del personaje de Batman Poison Ivy. No dominaba bien los pasos de baile, se enredó en su propio vestuario, algo no andaba bien.

Más adelante, la próxima salió sola con un atuendo negro muy bien confeccionado, con encajes y corset a juego. No imitó a nadie, dominaba bien el lip sinckin, porque allí no se canta, allí se dobla, pero no estaba concentrada en los pasos. Se llegó a comentar que no era baile aquello, del todo, si no más bien aeróbicos.

La cuarta también escogió el tema de Poison Ivy, muy originales ellas, pero esta fue muy efectiva en sus movimientos y tenía un maquillaje espectacular. Otra gran diva en pleno proceso de formación.

La quinta es la imitadora oficial de la cantante de Objetivo Fama, Anaís, que escogió temas tropicales y hasta reggaetón. La gran sorpresa de la noche la trajo ella, a quién más sino a la propia Anaís. Bailaron juntas estas estrellas y se demostró que la loca tiene talento, además de un cuerpo negro espectacular. Al lado de su inspiración o su némesis, según se piense la cosa, se veía regia, aunque por supuesto no tan bella como la artista televisiva, querendona del público gay.

En ese momento la discoteca se convirtió en un gran Coliseo Roberto Clemente y los fanáticos comenzaron a gritarles a sus ídolos con desenfreno. Anaís -“la verdadera”- se dirigió al público, se dejó querer por esa masa en pleno furor y delirio, perdida por la embriaguez que provoca un espectáculo de buena calidad.

Luego subió la sexta, con otro gran séquito de bailarines, inspirada en el tema de la película de Disney Aladdin. Esta diva se creció frente al público, cosa muy difícil de lograr si se considera que salió justo después de las Anaís. Una coreografía espectacular, bien cordinada entre la draga y sus personajes secundarios (el genio de la lámpara maravillosa, el sultán villano, y el monito famoso con el sombrerito marroquí, etc.).

El número terminó con un efecto especial que dejó a todos boquiabiertos y comenzó de nuevo la rutina del furor y el delirio: la draga subió a una plataforma de madera, de esas que se usan en las procesiones católicas para cargar las estatuas de los santos en procesión, junto a su monito, y recorrió toda la planta baja de la discoteca, como si efectivamente volaran, chulísimas, en alfombra mágica por sobre las cabezas de unos hombres en pleno virvana de consumo en tiempo de ocio “postmacharrán”. Un detalle demoledor para las contrarias. No hay que olvidar que se trata de una competencia despiadada, de un torneo de lucha por ser, no sólo “buena”, sino “la mejor”.

Nótese el énfasis infantil de las producciones, que no lo son tanto si se considera que se trata de dragas muy jóvenes, que despuntan en el mundo artístico tan competitivo de la intensa noche sanjuanera.

Lo importante aquí, a mi juicio, no es el toque infantil tipo Disney, sino la posibilidad de lucir una identidad “ultrafemenina”, delicada y virginal, que es la que proyectan los personajes animados que se dispusieron a imitar las que más ofrecieron. El contraste lo proveyeron las divas fuertes y sadomasoquistas chic de Poison Ivy y la “semipunka” vestida de negro y botas altas de “cuero en charol”, que intentan poner bajo control el salvajismo de la naturaleza cruda: la selva contexto de la hiedra venenosa y el cemento de la urbe maldita por la contaminación. Es una imagen de femineidad fuerte y atrevida que da el primer paso, al igual que Anaís. Abran paso, cabronas, llegaron las bichas.

La imitación de Anaís trajo un recuerdo fresco a la memoria del público, porque el programa televisivo lo siguen en estos días como si no hubiese mañana miles de maricones del país. Conocen los ademanes y fórmulas de la Anaís “original” al pie y al dedillo, por lo que la interpretación fue doble o triplemente juzgada, doble o triplemente ejecutada, sobre todo porque el modelo “original” se encontraba allí; de cuerpo presente.
¿Entonces cuál es la mujer: “original” o “copia”? Para los que estábamos allí una sola cosa era cierta. La diferencia es un pene deliberadamente oculto, en la mente de tod@s.

La industria del travestismo nacional sostiene las variaciones de la industria del entretenimiento nocturno de la comunidad gay puertorriqueña, whatever that means, repito, logrando que los pocos lugares gays de la isla sigan siendo frecuentados por los fanáticos, que se acercan allí no sólo para beber, fumar, bailar y ligarse a un “buen” “macho”, sino para presenciar una representación artística compleja, sumamente organizada hasta el mínimo detalle del backstage a las pestañas, que desemboca en la coronación de una reina para la comunidad.

Este es un concurso de belleza con sus frivolidades y sus violencias, ¡qué rico!, pero es más que eso. La ganadora se asegura al menos la posibilidad de un espacio en el lucrativo negocio que es el travestismo de espectáculos en esta isla, conquista un público que la seguirá procurando por un año entero, al menos, y “ella” podrá cobrar dignamente por exponer su arte.

Ellá será “lo que siempre ha soñado de sí misma”, diría San Almodóvar, frente a todos… no sólo frente a sus amigas íntimas y sus espejos. Ella será toda-toda una jeva por unos segundos mágicos.

Estará bien buena para intentar colmar nuestro deseo.

Será una soberana pink lady o una soberana bicha, you name it.

Será, a pesar de y con el cuerpo (otro),

nada menos que toda una mujer.

-Manuel Clavell Carrasquillo

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